En el reino de Sardônica, Taya, una princesa de espíritu libre y llena de sueños, ve su libertad amenazada cuando su padre, el rey, organiza su matrimonio con el príncipe Cuskun del reino vecino de Alexandrita. Desesperada por escapar de este destino impuesto, Taya hace un ferviente deseo, pidiendo que algo cambie su futuro. Su súplica es escuchada de una manera inesperada y mágica, transportándola a un mundo completamente diferente.
Mientras tanto, en un rincón distante de la Tierra, vive Osman, un soltero codiciado de Turquía, que lleva una vida tranquila y solitaria, lejos de las complicaciones amorosas. Su rutina se ve completamente alterada cuando, en un extraño suceso mágico, Taya aparece de repente en su mundo moderno. Confusa y asustada por su nueva realidad, Taya debe aprender a adaptarse a la vida contemporánea, mientras Osman se encuentra inmerso en una serie de situaciones improbables.
Juntos, deberán enfrentar no solo los desafíos de sus diferentes realidades, sino también las diversas diferencias que los separan.
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Capítulo 21
Con una amplia sonrisa, me senté en la butaca de la habitación, sosteniendo la nota de Osman en mis manos, que decía:
“Has dormido maravillosamente, y tuve que esforzarme mucho para salir de este cuarto y cumplir con mis obligaciones. Me encantas, me dejas en éxtasis. Amé escuchar que me amas, y quiero decirte lo mismo. Así que, prepárate y ven a encontrarme a las cuatro de la tarde. El chófer ya sabe el destino. ¡Que tengas un buen día, princesa!
Att: el hombre más feliz y enamorado.”
El amor nos deja tan tontos. En este momento, esa simple nota hizo que mi corazón rebosara de alegría. Osman es un hombre encantador, completamente diferente de lo que imaginé cuando lo conocí. Ayer, cuando me besó de una manera tan distinta a nuestro primer beso, parecía que mi cuerpo estaba en llamas. Era tan agradable que, por mí, hubiéramos permanecido así para siempre.
Estaba tan ansiosa por encontrarme con Osman que necesitaba ocuparme con algo. Quizás Fatma me dejara ayudarla en la cocina.
— Señorita Taya, ¿desea algo? — preguntó al verme parada, observándola preparar sus recetas.
— De hecho, sí. Quiero ayudarla. ¿Puedo cortar las verduras? — dije, tomando el cuchillo y sonriendo para convencerla.
— La señorita no necesita hacer eso, es mi trabajo. El señor Osman no estaría contento si supiera que usted está aquí cortando verduras — respondió, rechazando mi oferta.
— Osman no se importará. Estoy aburrida, me siento inútil sin hacer nada. Por favor, déjame ayudar — insistí, haciendo mi mejor expresión de piedad.
Fatma puso las manos en la cintura y me miró, soltando un suspiro que me indicó que la había convencido.
— Está bien, pero si el señor Osman se entera y me regaña, diré que usted me obligó — dijo, y yo, emocionada, le di un beso en la mejilla. Ella sonrió, sacudiendo la cabeza, sorprendida por mi gesto.
— Seré una gran ayudante, y en cuanto a Osman, puedes contar conmigo si se molesta — garantice.
— Entonces empieza a trabajar — ordenó.
— ¡Sí, jefa! — respondí, haciendo una venia, y ella sonrió.
Mientras cortaba las verduras, Fatma me habló de su amor por la cocina, que comenzó desde pequeña. También mencionó la muerte de su esposo y lo difícil que fue lidiar con el duelo. Conociendo sus sentimientos por el conductor, traté de abordar el tema con sutileza.
— Has sido viuda durante ocho años. ¿Nunca has pensado en volver a casarte? — pregunté.
— Es complicado... Mi Raul fue mi único hombre. Me casé virgen y nunca me imaginé con otro. Pensar en volver a casarme me asusta — dijo ella, y entendí su preocupación.
— Te entiendo, pero eres una mujer joven y bonita. Si aparece un buen hombre, deberías darte la oportunidad de vivir el amor nuevamente — sugerí, viendo cómo sus mejillas se sonrojaban.
— Me gusta alguien, pero no sé si funcionaría — dice.
— No lo sabrás si no lo intentas — respondí, y ella sonrió.
Miré una vez más en el espejo, revisando mi ropa para el encuentro con Osman. Elegí un vestido blanco y me hice un maquillaje básico. Sentía un frío en el estómago y una creciente ansiedad.
— ¿Ya estamos llegando? — pregunté por décima vez.
— Sí, en dos minutos llegaremos al lugar donde el señor Osman te espera — respondió el chófer.
Finalmente, habíamos llegado. Mi corazón latía con tanta fuerza que parecía que estaba a punto de ver a Osman por primera vez. Salí del coche y, ante mí, se erguía una torre imponente, tan alta que me impresionó.
— Señorita Taya, bienvenida a la Torre de Gálata. El señor Osman le espera — dijo una mujer simpática que me recibió en la entrada de la torre.
Ella me explicó que la torre había sido construida por los genoveses para defender la ciudad contra ataques y monitorizar el tráfico marítimo. Si supiera que no tenía idea de quiénes eran los genoveses, quizás no se hubiese tomado la molestia de contarme toda la historia a lo largo del camino. La torre cuenta con una escalera de caracol que lleva a los pisos superiores, donde hay una plataforma de observación en la cima. Las paredes de piedra expuestas revelan la historia de la torre, creando una atmósfera que mezcla lo medieval con lo moderno.
— Hemos llegado. Necesito cubrir tus ojos, a petición del señor Osman — dice la mujer, y yo accedo.
Ella me sienta en una silla y coloca la venda sobre mis ojos. Luego, se despide, y mis manos sudan mientras espero a Osman.
— Perdona que te haga esperar, princesa — escucho la voz de Osman en un susurro cerca de mi oído, haciendo que mi piel se erice. A continuación, siento sus labios tocar los míos, con un beso cariñoso.
Todo el misterio que había creado en torno a ese día me dejaba eufórica.
— Te echaba de menos — digo.
— Yo también, y estaba muy ansioso por este momento. Estás muy linda y con un aroma delicioso — responde, oliendo mi cuello, lo que hace que mi cuerpo se caliente.
Él toma mi mano y me ayuda a levantarme, con una mano entrelazada a la mía y la otra reposando en mi espalda. Caminamos lentamente, y siento la brisa del viento en mi rostro, indicando que estamos en un lugar abierto.
— Ahora voy a quitarte la venda, pero por favor, mantén los ojos cerrados y solo abre cuando yo te indique — susurra en mi oído. Asiento con la cabeza y muerdo mi labio, sintiendo el éxtasis del momento.
— No hagas eso, si no, pierdo la cabeza y haré una locura aquí — dice, apartando mi labio con el pulgar.
Él quita la venda de mis ojos, y, conforme a su petición, aún mantengo los ojos cerrados. Él distribuye besos suaves en mi cuello y acaricia mi piel con la punta de su nariz. Todo ese cariño es increíblemente bueno.
— Ahora puedes abrir los ojos — dice, con una voz suave.
Cuando abro los ojos, soy recibida por un espectáculo deslumbrante. El atardecer pinta el cielo con tonos naranjas y rosados, mientras él me envuelve en sus brazos, abrazándome desde atrás. La vista es mágica, y el viento trae el aroma amaderado de Osman.
— Fue en una tarde así que nuestro amor fue revelado. Fue al atardecer que nos entregamos el uno al otro. Ante toda esta grandeza, quiero hacerte un pedido: sigue admirando la vista y no mires hacia atrás todavía — pide, su voz llena de cariño.
Siento que se aleja, y una amplia sonrisa ilumina mi rostro.
— No mires aún — escucho su voz ahora más distante.
— Me estás matando de curiosidad — digo, con la voz cargada de emoción.
La música con la que bailamos juntos por primera vez comienza a sonar de fondo, y las lágrimas empiezan a deslizarse por mi rostro, conmovida por la emoción de ese momento.
— Ahora puedes girarte — dice.
Me giro y me encuentro con una escena encantadora. Él está de rodillas, vestido como un príncipe, sosteniendo un ramo de rosas de colores variados. Pétalos de rosa están esparcidos por el suelo, y una mesa elegante está montada para dos. Lloro emocionada ante tanta belleza.
— ¿Quieres ser mi novia? — pregunta, y las palabras me faltan ante esa maravillosa sorpresa. Solo asiento con la cabeza en afirmación, camino hacia él y lo ayudo a levantarse, dándole un beso lleno de amor.
— Acepto, gracias por esta sorpresa tan perfecta — digo, y él saca un pañuelo del bolsillo para secar mis lágrimas.
— Estas rosas son para ti, y en una de ellas hay algo especial — dice, entregándome el ramo. En una de las rosas, hay un hermoso anillo.
— Te amo más que a nada en esta vida — dice, tomando el anillo y colocándolo en mi dedo.
— Yo también te amo — digo, besando sus labios, con mi corazón desbordando de alegría.