LA VETERANA: ¡NO ERES MI TIPO! ALÉJATE
María Teresa Andrade, dueña de una pequeña tienda de esencias naturales y exóticas para postres, lleva una vida tranquila tras diez años de viudez. A sus 45 años, parece que el amor es un capítulo cerrado...
Hasta que Marcello Dosantos, un carismático repostero diez años menor, entra en su vida. Él es todo lo que ella intenta evitar: extrovertido, apasionado, arrogante y obstinado. Lo opuesto a lo que considera "su tipo".
Es un juego de gato y ratón.
¿Logrará Marcello abrirse paso hasta su corazón?
María Teresa deberá enfrentar sus propios miedos y prejuicios. ¿Será capaz de rendirse a la tentación de unos labios más jóvenes?
¿Dejará de ser "LA VETERANA" para entregarse al amor sin reservas? O, como insiste en repetir: “¡No eres mi tipo! ALÉJATE”
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9. ¡Quiero tu boquita!
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—¿Nunca lo has hecho en un auto? —susurro contra sus labios, viendo como sus mejillas tiñen de rojo.
Ella niega con la cabeza, apenas murmurando un "no".
—¿En serio? —pregunto, algo incrédulo pero fascinado por su honestidad.
Mi bella muñeca vuelve a morderse el labio y baja la cabeza, asintiendo.
—Entonces haremos que sea inolvidable —le digo con una sonrisa traviesa mientras deslizo mis manos por su espalda. Las yemas de mis dedos exploran sus curvas con suavidad, arrancándole pequeños gemidøs que la delatan.
—Pero… —comienza a decir, aunque sus palabras se desvanecen por el placer, cuando acelero el ritmo de mis caricias.
—Confía en mí, muñeca —le murmuro al oído, sintiendo cómo su cuerpo comienza a relajarse entregándose un poco más cada segundo.
—Quiero explorar cada rincón de ti, incluso ese lugar que nadie ha p£netradø —me atrevo a decir, bajando mi voz. Su mirada, sorprendida y curiosa, confirma mis sospechas: es completamente nueva en esto.
—Quiero tu huequitø traserø —soy más directo—. ¿Me lo darás? —pregunto, casi rogando.
Está a punto de negarse, pero antes de que lo haga, tomo uno de sus p£zones entre mis labios, alternando entre lamid∆s y pequeños mordiscos, explorándola con delicadeza mientras mis dedos continúan con su misión.
Su resistencia se desvanece con cada toque, y un gemido más alto escapa de sus labios.
—¡Ay, sí! —dice finalmente, su voz entrecortada.
—No te escucho, muñeca —la provoco, sonriendo mientras mis labios recorren el borde de su aureøla, aumentando su deseo con movimientos lentos y diestros.
—Lo que tú digas… pero no te detengas —responde, ya sin rastro de duda en su voz.
Sonrío contra su piel. Esta mujer es puro fuego, y su entrega me tiene al borde de la locura.
Activo el intercomunicador del auto, mi voz apenas controlada:
—Da una vuelta larga por la ciudad.
—Sí, señor —responde al instante, y entonces regreso mi atención a ella, decidido a no dejar nada pendiente.
—Ahora sí, muñeca. Vamos a disfrutar como nunca.
La beso con intensidad, sintiendo cómo nuestras respiraciones se mezclan. Sus dedos, inicialmente inseguros, comienzan a explorar mi pechø, bajando lentamente hasta mi cintura. En un momento de atrevimiento, su mano encuentra mi masculinidad, arrancándome un gemidø profundo.
—Ayuda a calmar a mi amigo. ¡Quiero tu boquita! —pido, con una sonrisa traviesa.
—Pero… —vacila, su expresión entre la sorpresa y la timidez.
—¿Qué ocurre? ¿También es algo nuevo para ti? —pregunto, intentando no parecer demasiado ansioso.
Ella duda por un momento,. mordiéndose el labio inferior con nerviosismo.
—Hace mucho que no lo hago… —confiesa, bajando la mirada con una mezcla de vergüenza y timidez.
Le levanto el rostro con cuidado, obligándola a mirarme a los ojos.
—Muñeca esto es dando y dando. Somos adultos —no veo la necesidad de no ser franco—. Yo te doy lo que quieres y tú a mí.
—¿Y si lo hago mal? —pregunta llena de inseguridades.
Sonrío "¿dónde estabas oculta?" pregunto para mis adentros.
—Lo que se aprende, no se olvida… Déjame guiarte. Vamos a disfrutarlo juntos.
Finalmente, sonríe con algo más de confianza y se acomoda entre mis piernas. Su aliento cálido roza mi piel, enviando un escalofrío por mi cuerpo. Cuando sus labios finalmente tocan mi longitud, un gemido escapa de mí.
Sus movimientos son tímidos, algo inseguros, pero eso solo aumenta mi deseo; esa combinación de torpeza y curiosidad me enloquece.
—Así está perfecto, muñeca —le susurro, ayudándola a encontrar el ritmo con suaves movimientos de mis manos en su cabello. La observo idiotizado.
Sus torpes movimientos pronto se vuelven más seguros, y yo me pierdo en la forma en que me mira, con una mezcla de deseo y entrega que me desarma.
—Ohhhh abre tu bøquita quiero que me recibas... Ahhhh....— Ha sido un grandioso ørgasmo. Ella se dedicó a complacerme.
"Mierd∆ tengo ganas de más". Pero ahora es mi turno de llevarla a la gloria.
Cambiamos de pøsición y me deleito en medio de sus piernas, lamiendø cada rincón. Las yemas de mis dedos rozan sus pezønes... Escuchar cómo se corre es la mejor melodía.
Los dos estamos en el punto donde necesitamos fundirnos, ser uno solo. Nuestros deseøs han llegado al límite.
—Muñeca, quítate ese vestido antes de que termine destrozado —le digo lamiendø mis labios. Parezco un pervertidø, pero la quiero toda.
Ella obedece. Me encanta esa sumisión. Su rostro se tiñe de carmesí, sus manos tiemblan, pero aún así lo hace. Y eso solo enciende Más mi deseø.
Me siento y la acomodo en mi regazø, sus piernas a cada lado de las mías. “Dios, cómo quisiera poder tomarle una foto, se ve tan hermosa. Tan sexual."
Acomodo mi masculinidad en su centro, quiero hundirme de una sola estøcada, pero me cuesta. Su cavidad es tan estrecha que me succiøna. Me toma más tiempo y, aun así, no me detengo ni freno mi fuerza.
Al invadir completamente su interior, mis caderas toman vida propia junto a las de ella y no podemos controlarnos.
Mi boca se pega a sus senøs atraída por el deseo incontrolable que arde en mi interior...
Dos horas después entramos al hotel. Pensé en ir como un cliente normal, pedir la llave y hacer todo el puto protocolo. Pero eso sería perder minutos preciados junto a María Teresa, y es lo que menos quiero.
La tomo de la mano y subimos al ascensor.
—¿Acaso vives aquí? — pregunta, entrecerrando el ceño con desconfianza.
—No, pero soy cliente frecuente —respondo con una sonrisa de medio lado, acercándome y comenzando a besarla por encima de la tela de su vestido.
De repente se aleja un poco y me mira con cierto enojo. Su mirada exige una respuesta y la mía la desafía sin decir una palabra.
—Eso significa que Eres demasiado activo … y yo que ni siquiera me protegí —su tono de voz es acusador junto con su mirada.
No puedo evitar soltar una carcajada sonora.
—¿Qué? ¿De verdad crees que soy tan promiscuo? —le respondo, fingiendo enojo mientras la miro fijamente—. Siempre me protejo, y hace más de un año que no estoy con nadie... —hago una pausa, notando su Expresión—. Y antes de que preguntes, sé que tú también llevas tiempo sola.
—Disculpa —dice apenada, mordiendo su labio inferior.
Por alguna razón, siento la necesidad de explicarme un poco más.
—No, son cosas de trabajo. Pero ya te dije: aquí es dando y dando. Yo doy algo, tú correspondes —la miro, levantando una ceja con intención, esperando que ceda.
En toda la noche apenas conseguí sacarle su nombre. Ella dibuja un leve gesto con la boca, como si sopesara su respuesta.
—No vinimos a ser amigos —responde con aparente frialdad antes de pegarse a mis labios. ¡Mierda! Esta mujer es tan testaruda como sumisa. Lo peor es que no puedo dejar de desearla… quiero tenerla otra vez…