Reach The Stars

Reach The Stars

Bajo el Resplandor de las Luces

Las luces se apagan y mi corazón late al ritmo de los gritos del público. Estoy en el escenario, mi hogar y mi prisión al mismo tiempo. Las notas de la última canción resuenan aún en mis oídos, como un eco interminable de aplausos que suena vacío. A mi lado, mis dos compañeras sonríen y se despiden con energía, saludando al público con esa perfección coreografiada que tanto ensayamos. Yo también lo hago, porque es lo que esperan de mí. Moon Jia, la estrella perfecta.

El brillo de los focos me ciega mientras forzo una última sonrisa. Los aplausos me envuelven y me siento sofocada, atrapada en una jaula de sonido y luz. Bajo la mirada un instante y siento el peso de todo. Cada escenario es igual, cada ciudad se mezcla con la anterior, y mi voz, esa que todos aman, se siente más ajena con cada nota. A nadie le importa lo que hay detrás del maquillaje, de las luces, de los vestuarios diseñados al milímetro para la perfección.

Cierro los ojos un segundo y deseo estar en cualquier otro lugar. Pero aquí estoy, bajo el resplandor, escuchando mi nombre gritado una y otra vez. Es el último concierto de la gira en Los Ángeles, el final de un ciclo agotador de meses sin descanso. Debería sentir alivio, pero solo hay un vacío que no se llena con la música, ni con el amor de los fans, ni con los millones de likes en las redes sociales.

El bullicio detrás del escenario es una mezcla de euforia y caos. Los técnicos recogen los cables, los asistentes apagan las luces y un equipo de maquilladores se apresura a retirar el sudor y el brillo de nuestras caras. A mi lado, Min-Ju y Ha-na ríen y hablan animadamente, todavía embriagadas por la energía del público. Yo intento sonreír, pero me siento como una marioneta que acaba de cortar sus hilos.

—¡Lo logramos, chicas! —exclama Min-Ju, abrazándome con una calidez que se siente distante. Es la líder del grupo, siempre optimista, siempre perfecta. Sus ojos brillan con una mezcla de alegría y agotamiento, pero en su rostro no hay rastros de la oscuridad que me consume.

—Fue nuestro mejor concierto hasta ahora —añade Ha-na, dándome un golpecito en el hombro. Su risa es contagiosa, y aunque normalmente me haría sentir parte de algo más grande, hoy suena lejana, como un eco que no puedo alcanzar.

Les devuelvo una sonrisa automática, esa que he perfeccionado para cada ocasión. No tengo energía para más, pero nadie parece notarlo. Para ellas, soy Moon Jia, la amiga, la compañera que siempre está ahí, lista para deslumbrar. Pero esta noche, me siento más lejos que nunca.

Nos sentamos en el camerino, y mientras las asistentes se apresuran a retocar nuestro maquillaje para las fotos, Min-Ju saca su teléfono y empieza a revisar las redes sociales. Su risa se mezcla con comentarios sobre los mensajes de los fans y las críticas positivas del show. Hablan de lo que harán cuando lleguemos a Seúl, de los planes de descanso y las sesiones de fotos que ya están programadas. Cada palabra se siente como un recordatorio de la interminable rueda que es nuestra vida.

—¿Estás bien, Jia? —pregunta Ha-na de repente, notando mi silencio. Sus ojos, normalmente brillantes y llenos de vida, se fijan en los míos con un destello de preocupación. Es la más sensible de las tres, siempre atenta a lo que no se dice.

—Sí, solo... cansada, supongo —respondo, pero la mentira sabe amarga. Ellas vuelven a sus conversaciones y risas, sin insistir. No quiero arruinar la euforia de la noche, no quiero ser el peso muerto en su burbuja de éxito.

Min-Ju se inclina hacia mí, su voz baja para que nadie más escuche. —Lo hiciste increíble esta noche, Jia. Realmente... eres el corazón del grupo. —Sus palabras deberían reconfortarme, pero solo añaden otra capa de presión. Todos esperan algo de mí, todos ven en mí a alguien que ya no reconozco.

Asiento lentamente, agradeciendo en silencio que no puedan leer mis pensamientos. El agotamiento se convierte en una sombra densa que se cierne sobre mí, y la sonrisa que llevo puesta comienza a agrietarse. Miro a mis compañeras, a Min-Ju con su energía inagotable y a Ha-na con su dulzura innata, y siento una envidia silenciosa de la normalidad que parecen poseer. No saben lo que es sentirse atrapada en una jaula dorada.

Nos tomamos una última foto juntas, sonriendo para la cámara como si todo estuviera bien, como si no existiera un mundo más allá de las luces y los gritos del público. Pero en el fondo, mientras posamos y escucho los clics de los flashes, sé que estoy a punto de romperme. Sé que esta es una fachada que no puedo sostener por mucho tiempo más.

—Voy a descansar un poco —digo, apartándome antes de que alguien pueda preguntar más. Siento sus miradas en mi espalda mientras me alejo, pero no me detengo. Necesito aire, espacio, algo que no esté empañado por la constante expectativa de ser perfecta.

Las dejo atrás, sumergidas en su propio universo, mientras yo sigo mi camino hacia el hotel, con un peso en el pecho que parece aplastarme un poco más con cada paso.

Al llegar al hotel, mis pasos se sienten pesados, y cada respiración es un esfuerzo. Me quito los tacones y el vestido brillante, dejando caer cada pieza de mi armadura en el suelo, como si así pudiera desprenderme de todo lo que no soy. Me miro en el espejo y veo a Moon Jia, la estrella, la que todos adoran... pero no a mí. No, a la verdadera yo, la que no se atreve a confesar lo cansada que está de este juego.

Subo al balcón y me asomo, observando la ciudad que nunca duerme. Todo se ve pequeño desde aquí arriba, incluso mis problemas, pero solo por un segundo. Las luces de Los Ángeles se desdibujan y siento un impulso que no puedo controlar. Un pensamiento oscuro, insistente, que susurra en mi mente. ¿Y si todo esto acabara? ¿Si el dolor y la presión desaparecieran de un salto?

Respiro profundo y me preparo para el vuelo. No siento miedo, solo una paz extraña, casi irónica. Si este es el final, que sea así, rodeada de la misma brillantez vacía que ha definido mi vida. Me lanzo al vacío, buscando en el aire frío algo que me devuelva a mí misma, aunque solo sea por un segundo.

El viento golpea mi rostro y siento cómo mi cuerpo se hunde en el aire. El frío de la noche se mezcla con el calor residual del escenario, y por un momento, todo parece suspendido, como si el tiempo hubiera decidido detenerse para contemplar mi decisión. Veo las luces de Los Ángeles girar y entrelazarse, formando una espiral de colores que me envuelve. Es liberador y aterrador al mismo tiempo, una contradicción perfecta, tal como lo ha sido mi vida.

No siento nada, solo el peso de mi propio cuerpo cayendo. Y entonces, el impacto. No es la paz que esperaba, es un dolor agudo, el agua rompiéndose a mi alrededor como un cristal afilado. Mi cuerpo se sumerge en la piscina, pero no hay alivio, solo la sensación de hundirme más y más. Trato de respirar, pero mis pulmones se llenan de agua. Lucho por un instante, moviendo mis brazos como si pudiera nadar hacia alguna parte, pero me falta la fuerza, el deseo de seguir.

Todo se vuelve oscuro, y en medio de esa negrura, escucho voces lejanas, ecos que no logro comprender. Manos que tiran de mí, que me sacan del agua, me devuelven al mundo que había intentado dejar. Abro los ojos y veo luces cegadoras, las mismas de siempre, y rostros preocupados que se inclinan sobre mí. Siento el frío del pavimento bajo mi piel mojada, el sonido del personal del hotel, sus voces nerviosas y aceleradas. Trato de hablar, pero mis palabras se ahogan como lo hicieron mis pulmones.

Me levantan, me cubren con una toalla, pero lo único que puedo sentir es una profunda decepción. No funcionó. Sigo aquí, atrapada en la misma realidad que intenté abandonar mientras caigo en un profundo sueño.

***

Al otro lado de la ciudad, la vida sigue su curso. En un restaurante elegante, lleno de luces cálidas y murmullo de conversaciones, Choi Sora se ajusta el vestido frente al espejo del baño. Es una noche especial, o al menos eso le habían dicho. Su prometido, Minho, la había invitado a cenar a su lugar favorito, una pequeña joya culinaria escondida entre las calles de Los Ángeles. Sora sonríe al verse en el espejo, aunque su mirada está cargada de un nerviosismo que no logra sacudirse.

Regresa a la mesa y observa a Minho, sentado frente a ella, pero hay algo extraño en él esta noche. Su mirada está perdida, fija en el vaso de vino que gira lentamente en su mano. Hablan, pero sus palabras parecen no encontrarse. Cada frase se siente hueca, como si solo estuvieran cumpliendo con un guion. Sora intenta romper la tensión con una sonrisa, un comentario casual, pero Minho apenas reacciona, respondiendo con monosílabos y miradas esquivas.

La cena avanza lentamente, los platos van y vienen, pero Sora no puede disfrutar nada de lo que tiene frente a ella. Su prometido está físicamente allí, pero su mente parece estar en otro lugar, distante, inalcanzable. Ella recuerda cómo antes solían reír juntos, cómo él la miraba con una devoción que le hacía sentir invencible. Pero esta noche, todo se siente diferente, como si una sombra se hubiera posado sobre ellos.

Sora observa a Minho y, por un momento, siente que está a punto de decir algo importante, algo que ha estado guardando durante mucho tiempo. Pero en lugar de hablar, él se queda callado, sus ojos evadiendo los de ella, y la tensión entre ambos se vuelve insoportable.

Sora se pregunta si también está a punto de perder algo, aunque no sabe exactamente qué. Al final, la cena termina en un incómodo silencio, uno que deja a Sora con un vacío similar al que siente Moon Jia, aunque aún no lo sabe.

La cena había sido un desfile de silencios incómodos y sonrisas forzadas. Sora intentó varias veces romper el hielo, pero la distancia entre ellos solo parecía crecer. Finalmente, cuando el postre llegó, decidió que era el momento de hablar de algo que llevaba rondando su mente: la boda. Era un tema que solía emocionarla, pero esta noche se sentía más como una tarea pendiente que como un sueño.

—Minho, necesitamos definir algunos detalles de la boda —dijo Sora, tratando de sonar casual mientras jugueteaba con la cucharilla de su café. Miró a su prometido, esperando una reacción, cualquier señal de que estaba realmente presente con ella en ese momento.

Minho levantó la vista de su teléfono, en el que llevaba varios minutos distraído, y asintió levemente, aunque sin verdadero interés. —Sí, claro. ¿Qué quieres discutir? —preguntó, pero su tono era monótono, como si estuviera hablando de la lista del supermercado y no de uno de los días más importantes de sus vidas.

Sora se aclaró la garganta, intentando no dejarse llevar por la frustración. —Estaba pensando en las invitaciones. Aún no hemos decidido el diseño ni la lista definitiva de invitados. Además, mi mamá sigue preguntando por la fecha exacta para reservar el salón, y deberíamos pensar en el menú... —Hablaba rápido, como si de esa manera pudiera llenar los vacíos que Minho dejaba con su actitud distante.

Él la escuchaba, pero sus ojos vagaban de nuevo hacia la pantalla de su teléfono, revisando algo que parecía infinitamente más interesante que cualquier detalle de la boda. —Sí, lo de las invitaciones... Podemos hacer algo sencillo, ¿no? Nada demasiado ostentoso.

El tono de Minho era mecánico, y Sora sintió un nudo formarse en su estómago. Habían hablado de esta boda como un evento especial, algo que querían hacer bien, pero en este momento, Minho parecía querer deshacerse del asunto con la mínima atención posible.

—Minho, esto no es solo algo sencillo —replicó Sora, intentando mantener la calma. Se inclinó hacia él, buscando sus ojos. —Es nuestra boda, algo que se supone debe reflejar lo que somos, lo que queremos. No es solo un trámite.

Minho suspiró y finalmente dejó el teléfono a un lado, pero no había pasión en su mirada, solo un cansancio que Sora no lograba comprender. —Lo sé, Sora. Solo... es mucho ahora mismo. Tengo muchas cosas en la cabeza con el trabajo y... no sé, estoy cansado.

Sora lo observó, notando el peso en sus palabras pero también la barrera invisible que él parecía haber levantado entre ambos. —Entiendo que estés ocupado, pero siento que estoy planeando esto sola. Y... no quiero que sea solo mi boda, quiero que sea nuestra.

Él se pasó una mano por el cabello, claramente incómodo. —No es eso, Sora. Es solo que... hay tanto que hacer, y a veces todo esto se siente abrumador.

La respuesta de Minho dejó a Sora aún más inquieta. No era solo la falta de entusiasmo; era el vacío emocional detrás de cada palabra. Sentía que lo estaba perdiendo y no sabía cómo recuperarlo. —Si estás abrumado, dime. Podemos cambiar las cosas, adaptarlas, pero necesito sentir que estás conmigo en esto, Minho.

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