Como Un Conejo Asustado

John

Las vendas de mis muñecas se habían ido, solo quedaba una herida cicatrizando encima de otras que ya eran una marca permanente. Las consultas con la doctora Emily habían sido diarias. Me recomendó técnicas de respiración para mantener la calma y también había aconsejado empezar a salir, asegurando que con el tiempo mi ansiedad y pánico disminuirían. Su idea era seguir con las terapias en su consultorio.

Regué las semillas en la tierra; la Dra. Emily había dicho que era una idea genial. Tener hobbies y pasatiempos ayudaría. Esperaba que crecieran flores fuertes y bonitas. Stiv había comprado semillas de rosas rojas y blancas, también había girasoles, margaritas y lavandas. Las rosas serían más difíciles de cuidar, pero si lograban crecer fuertes y hermosas, tal vez podría experimentar con otro tipo de flores. Podría conseguir rosas verdes y darlas como sorpresa a Jeison, tal vez no fuera tan mala idea empezar a salir.

Los fines de semana Jeison se quedaba en la casa, lo que significaba que mañana estaría aquí. Tal vez en algún momento del día pudiera comentarle sobre ir con la doctora a su consultorio. Puede que ni siquiera estuviera de acuerdo, no tendría problema si no lo estaba, pero la doctora me había comentado que sería de gran ayuda y estaba emocionado por ello.

Escuché pasos detrás de mí. Cuando volteé, un hombre desconocido estaba allí. Él sonrió y se acercó a mí con su mano extendida; mis pies reaccionaron automáticamente y dieron un paso hacia atrás. Al notarlo, el hombre se detuvo y llevó su mano a su nuca nerviosamente.

–Lo siento, señor, es que es la primera vez que lo veo y quería presentarme –su apariencia era amable y bastante apacible–. Si no le molesta, claro... lo siento, señor.--

–Oh, no, es solo que me sorprendí –aunque mi corazón latía como loco y mis manos sudaban, él parecía un buen hombre.

–Mi nombre es Max, soy quien cuida a las mascotas y la granja. –

Max volvió a ofrecer su mano. Esta vez, con un poco más de confianza, la acepté.

–Yo soy John, soy... –No pude completar la oración; ni siquiera sabía si decir lo que me consideraba aquí sería del agrado de Max.

–¿El señor Grey y usted son familiares? –preguntó.

–Ah, sí... –contesté.

–Así es. ¿Y ha visitado la granja? –ni siquiera sabía que existía una.

–No, yo no... –confesé.

–¿Le gustaría ir ahora? Mad debe estar descansando –aunque seguramente Max era buena persona, no me sentí con la suficiente confianza de ir. El territorio iba más allá de los árboles; incluso había una granja sin que me diera cuenta. Podían pasar muchas cosas.

–No... yo, estoy ocupado ahora. Pero muchas gracias –los portones de la casa se abrieron y el auto de la doctora ingresó.

–Yo también debería estar limpiando la granja –Max estiró su mano y, con un suave apretón y una sonrisa afable en su rostro, se fue. Vi cómo rodeaba la casa; realmente, nadie aparte de Stiv y la señora Cecilia, quien cocinaba y ayudaba a Stiv, podían ingresar.

La doctora Parker estacionó su auto en la entrada. Me quité los guantes y los dejé en el suelo.

–Hola, Dra. Parker –saludé. Ella cerró su auto y sacó de él una caja pequeña.

–John, ¿cómo has estado? –preguntó.

–Bien, estaba regando las flores.

–Oh, ya quiero ver cuando crezcan –la doctora estaba emocionada; a ella también le gustaban las flores–. Te he traído un regalo –recibí la caja, que tenía la figura de un pastel en rosa.

–¿Es dulce? –quise saber.

–Sí, es un postre de chocolate. — respondió.

Podía contar con mis manos las veces que había comido algo dulce.

–Muchísimas gracias, doctora –estaba emocionado. Quería comerlo.

–Mírate, sonriendo –señaló. Toqué mis mejillas, avergonzado.

–¿Vamos ahora? –asentí.

Las sesiones con la doctora se sentían como charlar con un amigo. Ella me preguntaba sobre las cosas que me gustaba hacer y sobre lo que me hacía sentir incómodo. Siempre a lo largo de las conversaciones, terminábamos hablando sobre mi pasado, pero ya no me ahogaban como los primeros días. Hablar con ella se sentía reconfortante.

Entramos a la sala y nos sentamos. Seguí mirando la caja, quería abrirla y ver cómo se veía. Olía delicioso y podía sentir el dulce en mi paladar.

–Puedes comerlo, John –sugirió la doctora.

–Ah, gracias –respondí con emoción. Abrí la caja y pude observar por fin su contenido. El postre llevaba crema y trozos de galletas en él. La boca se me hizo agua y lo saqué de su cajita.

–John, no tienes que esperar a que alguien te dé permiso para hacer las cosas –me sorprendí por lo que decía –. Tú tienes tu autonomía, puedes decidir sobre ti mismo. —

–Yo... lo sé. – afirmé, aun así no era cómodo. –Es mejor si sigo órdenes, así evito cualquier castigo –confesé. Mi pecho dolió.

–Nadie te puede castigar ahora y, si alguien alguna vez lo vuelve a hacer, quiero que te defiendas, John. A veces lo mejor que podemos hacer es atacar. Seguro no es el mejor consejo que te puedo dar, pero yo sé que eres una persona fuerte, sé que puedes salir adelante y mejorar porque, aún deseas vivir –mis lágrimas salieron sin aviso.

–Yo... ¿Realmente lo crees así? –pregunté. No creía que fuera cierto.

–Claro que sí, tú quieres vivir, John. Es por eso que estás aquí y sigues aquí. —

Sequé mis lágrimas con las mangas. Era cierto, yo quería vivir. Pero tenía miedo. No quería saber qué había afuera, no quería conocer al desconocido. No quería ser lastimado, ultrajado y violado. Aunque quisiera vivir, tenía miedo de hacerlo. Los únicos monstruos que había conocido en mi vida eran humanos; ellos sonreían y parecían amables, pero sus cabezas estaban llenas de perversiones. No podía confiar en sonrisas y ayudas que prometían nada a cambio, aun así, había confiado en el doctor Jeison, en Stiv y en la doctora Emily. A pesar de todo el daño que había sufrido mi corazón, él se arriesgaba una y otra vez; él no perdía la esperanza y yo tampoco lo haría.

–Es cierto. Realmente soy muy fuerte –confesé con una sonrisa en mi cara.

–¿Está delicioso? –preguntó la doctora Emily. Ella tomó sus documentos y escribió en ellos. No tenía el valor para saber qué había allí.

Destapé la cuchara y comí un pedazo. Sentí una explosión de sabor dulce en mi boca; su textura era suave y cremosa, derritiéndose en mi lengua.

–Es delicioso –señalé. La experiencia había sido placentera; había olvidado lo satisfactorio que era comer dulces.

–Pensé que te iba a gustar, me alegro de que sea así. –Comí unos bocados más, cada uno mejor que el anterior. Pensé en acabarlo, pero Jeison debía probarlo, era demasiado sabroso para que no lo hiciera. Dejé la mitad en la caja y la cubrí.

–¿Lo dejarás para más tarde? –preguntó la doctora.

–Oh, no. Quiero que Jeison lo pruebe –dije. Tomé la caja y la guardé en mis manos, temiendo que algo malo le pasara.

–Seguramente le gustará, John. Sabes, esta sería una buena excusa para salir; podrías conseguir muchas cosas para ti y para él. –La idea me emocionó, pero no estaba totalmente convencido.

–Me gustaría mucho. Él siempre está haciendo cosas por mí.

–John, ¿cómo es tu relación con Jeison? –preguntó. ¿Cómo era mi relación con él? Me había enamorado de él, pero yo solamente era algo para cuidar. Mi corazón se estremeció por la tristeza repentina, pero aun así, sonreí por los cuidados y caricias de Jeison. Ahora era aun más cuidadoso. Siempre que llegaba del trabajo, teníamos relaciones; no en todas las ocasiones llegábamos al final. Después de todo, él tomaba todas las precauciones para que no me fuera a lastimar. Me gustaba poder darle placer; al menos, había una cosa buena que hacía por él...

–Él siempre me cuida –respondí.

–¿Solo eso?

–No sé cuál es nuestra relación. Él siempre tiene el control y a mí nunca me disgusta nada de lo que pide –la doctora no respondió, hubo un tipo de silencio incómodo.

–¿Alguna vez te ha pedido algo que te disguste? –quiso saber. Traté de recordar cualquier situación. Y sí, pude recordar una.

–Sí –admití–. Me gusta que sea atento conmigo, me hace sentir especial, pero, a veces, él quiere bañarme y yo... me incomoda –apreté con un poco más de fuerza el postre en mis manos–. Siento que yo puedo hacerlo, puedo hacer cosas por él también. Él no necesita hacer todo –expresé. Me sentí culpable porque sabía que a Jeison le gustaba hacerlo.

–¿Por qué no hacemos algo al respecto? –sugirió.

–¿Mm?

–Dile eso, que no te sientes bien cuando él lo hace.

–Pero... ¿y si se molesta?

–Nadie te puede hacer daño, no tienen ese poder, John, y si lo hacen, yo estoy aquí, haré lo necesario para protegerte. –Creí en sus palabras–. He conocido poco al doctor Jeison y, aunque sea bastante frío y mandón, no creo que sea mala persona –sonreí con sus palabras, yo también lo creía, pero temer cualquier reacción posible era natural.

–Sí, es cierto –afirmé con una sonrisa en mi rostro.

Podía confiar en él.