Matrimonios por contrato que se convierten en una visa hacia la muerte. Una peligrosa mafia de mujeres asesinas, asola la ciudad, asesinando acaudalados hombres de negocios. Con su belleza y encantos, estas hermosas pero letales, sanguinarias y despiadadas mujeres consiguen embaucar a hombres solitarios, ermitaños pero de inmensas fortunas, logrando sus joyas, tarjetas de crédito, dinero a través de contratos de matrimonio. Los incautos hombres de negocia que caen en las redes de estas hermosas viudas negras, no dudan en entregarles todos sus bienes, seducidos por ellas, viviendo intensas faenas románticas sin imaginar que eso los llevará hasta su propia tumba. Ese es el argumento de esta impactante novela policial, intrigante y estremecedora, con muchas escenas tórridas prohibidas para cardíacos. "Las viudas negras" pondrá en vilo al lector de principio a fin. Encontraremos acción, romance, aventura, emociones a raudales. Las viudas negras se convertirán en el terror de los hombres.
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Capítulo 21
Ella no debió acercarse a la oficina de Telma Ruiz, pero las ansias de venganza doblegaban a Marcela. La sed de venganza, el ímpetu de hacerle pagar el asesinato de su padre le era un impulso vehemente que la llevaba a buscarla, matarla a su ex jefa y hacerla cenizas igual como hacía con sus víctimas, a los que mandaba matar para llevarse todo su dinero, propiedades y fortuna. Ella había obtenido además un revólver en uno de los callejones de La Victoria. Una de sus amigas se la consiguió. No le cobró ni un centavo por el arma, sin embargo le dijo que tuviera mucho cuidado con esa tipeja, responsable del crimen de su papá.
-Debes tener mucho cuidado, Marcela, esa mujer, Telma Ruiz es una sanguinaria y no va a tenerte ninguna compasión si es que fallas en tu intento de dispararle-, le advirtió su amiga cuando le dio el arma. Marcela, en realidad, no sabía lo que estaba haciendo, lo que buscaba ni lo que perseguía enfrentándose a la malévola jefa de la organización criminal. Su única intención era matarla, llenarle de agujeros y luego prenderle fuego, pero no podía dilucidar cómo hacerlo o en qué forma lograría cristalizar su venganza. Miró a su amiga con resolución.
-La encontraré y vengaré la muerte de mi padre, es lo único que sé-, le dijo con la furia inyectada en sus ojos.
-No sabes con quién te está metiendo. Esa mujer terminará por matarte a ti primero-, le insistió a manera de súplica su amiga, pero Marcela estaba obsesionada en saciar sus deseos de venganza con la sangre de su ahora mortal enemiga.
Marcela vivía a salto de mata, también, desde que regresó a la ciudad. Desconfiaba de todos, hasta de las sombras y los ruidos extraños de callejones o baldíos. Se había cortado el pelo, usaba lentes oscuros, se puso zapatillas y vestía como cucufata, con faldones amplios, blusas sin escote y se ponía una casaca con capucha para que nadie la reconociera. Recogió todas sus tarjetas de crédito que tenía muy bien escondidas en la casa en donde mataron a su padre, luego de meterse por un tragaluz, y además tomó todo el dinero en efectivo que igualmente tenía bien oculto y que sumaban varios miles de dólares y euros. En ese sentido, el dinero no podía faltarle.
Pero su temor era enorme tanto o más que un cerro. No solo temía de las sombras, también de la policía. Tenía la intuición de que los agentes la estaban buscando con afán para que pudieran segur el hilo de Telma Ruiz. Era indudable, además, que los policías tendrían su pista tras la desaparición de su padre. Por algo habían ido a la casa que habitaba ella con su progenitor.
-Ten cuidado-, le pidió, finalmente la amiga. Le puso el revólver en sus manos y la agenció además varia cajas de balas en una bolsita bien amarrada. Marcela extrajo el dinero para pagarle pero ella se negó a recibirla en forma rotunda.
-Esa Telma Ruiz es muy mala. Ojalá puedas matarla-, le dijo y se marchó rauda, igualmente evitando espectros y fantasmas que el temor le fabricaba igual a horripilantes y macabros gigantes.