Doce años pagué por un crimen que no cometí. Los verdaderos culpables: la familia más poderosa e influyente de todo el país.
Tras la muerte de mi madre, juré que no dejaría en pie ni un solo eslabón de esa cadena. Juré extinguir a la familia Montenegro.
Pero el destino me tenía reservada una traición aún más despiadada. Olviden a Mauricio Hernández. Ahora soy Alexander D'Angelo, y esta es mi historia.
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Motivos oscuros
La hora que había pedido para el informe de Sofía Montenegro había llegado. Mónica fue tan eficiente como siempre.
Me senté frente a mi escritorio y empecé a leer con determinación todo lo referente a esa mujer. El informe detallaba cómo era la vida de la "princesa de papá". Tanto Elías como Ignacio sentirían el dolor de perder al ser que más aman en la vida. Ellos vivirían en carne propia mi infierno: la impotencia de ver morir a mi madre sin poder acercarme a ella. Y para Lorenzo también tengo un plan, solo es cuestión de tiempo.
La familia Andrade, cómplice de los Montenegro en la estafa, terminará barriendo el piso por donde yo paso. No tendré piedad con nadie.
Mientras leía el reporte de Sofía, pude ver que una gala de recaudación de fondos se llevaría a cabo. Esos eran eventos donde solo los hipócritas asistían, pero ahora yo era uno de esos y como tal tenía una invitación la cual había archivado sin ánimos de asistir. Sin embargo, ahora tenía un interés oculto, y ese era acercarme a Sofía Montenegro. Debía seducirla. Tenía que lograr que ella creyera que sus causas y su mundo me interesaban. Sería la trampa perfecta.
El plan de Alexander ahora es cristalino y la brutalidad de su venganza contra Elías está perfectamente establecida.
La noche de la gala llegó rápido. Me puse el traje, oscuro y caro. Quería lucir como lo que era: un coloso, un hombre al que no se le negaba nada. Mónica ya estaba en el auto esperando.
Llegué al salón principal, un lugar lleno de espejos y candelabros gigantes. El ambiente era espeso, cargado de sonrisas falsas y gente hablando de negocios mientras fingían caridad. Lo de siempre.
Rompí la burbuja social caminando directo a la barra. No bebía, pero era un buen lugar para observar. No pasó mucho tiempo antes de que Elías Montenegro apareciera en mi campo de visión. Estaba rodeado de gente, riendo a carcajadas. El idiota no tenía idea de que su ancla estaba a punto de ser arrancada.
Entonces la vi.
Sofía.
Llevaba un vestido verde esmeralda, simple pero que le quedaba perfecto. Estaba en una esquina, hablando con un grupo de viejas, aburrida. Era la oportunidad. Dejé la barra y caminé hacia ella con la seguridad de un depredador.
—Disculpe, señoritas. No quería interrumpir —dije con mi voz más profesional, haciendo que las viejas me miraran con ese brillo de interés que el dinero siempre provoca—. Solo necesito robarle un minuto a la señorita Montenegro.
Sofía se volteó. Su rostro, que recordaba su enfado de la oficina, se suavizó un poco.
—Señor D'Angelo.
—Alexander, por favor. Estamos fuera de la oficina —rectifiqué, dándole una sonrisa que practiqué en el espejo, fría, pero suficiente para pasar por encantadora.
Las viejas se apartaron de inmediato. Alexander D'Angelo tenía una reputación; ellas la conocían.
—¿Señor D'Angelo? ¿Qué necesita? —preguntó Sofía, poniéndose a la defensiva.
—He estado leyendo sobre esta fundación. La causa es admirable —mentí, mirando un folleto en su mano—. Quiero hacer una donación. Pero antes de soltar un cheque grande, me gustaría entender bien la misión. Y quién mejor que la persona que la dirige. ¿Podríamos hablar a solas?
Vi cómo dudaba un segundo, luego su expresión cambió a una de compromiso. La había enganchado.
—Claro, Alexander. Sígame.
Ella empezó a caminar, yo la seguí. Primer movimiento: completado.
Fuimos hasta un lugar donde el ruido de las personas no interrumpiría nuestra conversación. Ella hablaba y yo no podía dejar de verla. Era realmente hermosa: sus ojos color miel, sus labios provocativos, su piel blanca, su cabello castaño. Toda ella era una provocación que moría por poseer. Esta parte de mi venganza la iba a disfrutar mucho.
—¿Y bien, qué quiere conocer de la fundación? —preguntó, rompiendo el hipnotismo que había creado sobre mí.
—Como le dije antes, Sofía, quiero saber todo sobre su proyecto. Usted sabe que en el papel todo suena bonito, pero no soy un hombre de papeles. A mí me gusta ver la realidad —. Había lanzado el anzuelo; ahora solo era cuestión de que ella lo atrapara.
—Está en todo su derecho de querer conocer en qué se invertirá su dinero. Por eso lo invito a acompañarme mañana hasta la sede de la fundación y comprobar con sus propios ojos que su dinero será bien invertido —. Su respuesta fue tajante. Era notorio que se había ofendido por mis sospechas, aunque eso no me importaba. Yo solo quería pasar tiempo a su lado y así poder ganarme su confianza.
—Entonces mañana nos vemos. Será un placer asistir con usted y que sea de su propia boca que entienda cómo es el manejo de su obra de caridad —. Eso último lo dije con sarcasmo.
—No es una obra de caridad. La fundación va más allá.
—Dígame, entonces ¿qué es para usted ese lugar? —pregunté, esperando que me saliera con un discurso como lo solían hacer.
Sin embargo, su respuesta me dejó helado, pues habló con tantas ganas de su trabajo en la fundación que mi corazón frío por primera vez se descongeló.
—La fundación es mi casa, mi hogar. Los niños que están ahí no tienen padres. En su mayoría vivían en las calles con un futuro incierto. Esos niños son mi vida y por ellos vivo. Mi meta es lograr que familias los adopten, y si eso no ocurre, al menos que cuando tomen el control de sus vidas, ellos puedan valerse por sí mismos. Les damos las herramientas para enfrentarse al mundo. Y aunque quisiera acoger a muchos más de estos niños, es muy difícil, ya que la mayoría de las personas solo invierten cuando el mundo los ve. Ellos no lo hacen por generosidad, solo lo hacen para que los demás vean su poder. Y bueno, de cierto modo, yo me aprovecho de eso.
—Es una mujer muy inteligente, Sofía. Ahora más que nunca estoy interesado en conocerla.
Lance el segundo anzuelo.
—Lo siento, quise decir conocer su trabajo —, una sonrisa ladina apeteció en mi rostro. Finalmente, pude observar que ella había bajado la guardia lo que me daba vía libre para seducirla.