Mi Esposo Es Un Títere De Su Madre

Ya a solas en su cuarto, Leticia hablaba con su esposo.

Amor, ¿por qué no nos vamos a vivir a otro lado? Ya estoy cansada de vivir en esta casa.

¿Y a dónde nos iríamos? Estás viendo que el dinero está muy escaso últimamente.

Yo estoy segura de que si trabajo yo también, pues entre los dos podremos salir adelante.

¿Trabajar tú? ¿Acaso te has vuelto loca?, en mi familia jamás ha trabajado una mujer.

No en vano me quemé las pestañas estudiando para que ahora no pueda trabajar; es para el bien de los dos.

Ya te dije que no y no insistas más.

Leticia ya no quiso decir nada mejor se quedó callada.

Deja ir con mamá al rato regreso.

Oye, mamá, ¿con qué crees que me salió Leticia?, ahora dice que quiere trabajar hazme el favor.

De seguro quiere trabajar para irse de loca. No lo permitas.

Por supuesto que no lo voy a permitir, Leticia tiene que entender que yo soy el que manda y ella no es nadie.

Cuando Moisés se volvió a reunir con su esposa en su cuarto estaba muy envalentonado y eso que no se había tomado aún ninguna cerveza.

Te voy a decir una cosa, Leticia, será mejor que te saques esa idea de la cabeza de querer trabajar.

Pero ¿por qué?, yo solo quiero contribuir en algo para que los dos podamos estar mejor.

De pronto, Moisés se alocó, ya dije que no y punto y le aventó un puñetazo en plena cara.

Leticia cayó al suelo, adolorida y con el ojo morado.

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En otra parte de la gran ciudad...

María Elena se encontraba en un supermercado con su gran amiga Victoria, andaban buscando algo para preparar de comer.

¿Sabes Vicky?, quiero preguntarte si te gustaría vivir conmigo.

Al ver la cara que puso Vicky, María Elena rectificó de inmediato.

Jajaja, no pongas esa cara, perdón, o sea que si quieres irte a vivir conmigo a mi casa así entre las dos sería más llevadera la situación. No pienses mal eres mi mejor amiga ¿no?

Jajaja, ¡qué bárbara!, me asustaste pensé que eras lesbiana.

Cómo se te ocurre eso, claro que no, tú no tienes familia yo tampoco, entonces, podremos vivir juntas. Además, sé que estás rentando.

Tienes razón, amiga, no me ha ido muy bien con la renta, no he podido pagar dos meses y la casera ya me tiene hasta el chongo.

Bueno, esta noche te quedas en mi casa y mañana vamos por tus cosas ¿está bien?

Vicky solamente se encogió de hombros.

Siguieron comprando, de pronto, una señora les pegó con el carrito accidentalmente.

Perdón, pero es que este carrito está loco.

No se preocupe, señora, no pasa nada, soy María Elena y ella es mi amiga Vicky.

Gusto en conocerlas, yo soy Aranza.

¿Podría invitarlas a tomar un café en desagravio?, preguntó Aranza con la mejor sonrisa que nunca había tenido.

No se preocupe, señora, ya le dije que no pasa nada.

Amiga, yo creo que debemos aceptar el café de la señora, total no llevamos prisa.

Bueno, tienes razón, vamos.

En la misma tienda estaba un pequeño restaurante y ahí se fueron a tomar el café y una pieza de pan de dulce.

Aranza fue la primera en hablar.

¿Saben?, yo tengo un hijo que está casado, pero mi nuera es una buena para nada.

No diga eso, tal vez su nuera necesite su propio espacio, no la conozco, pero eso debe ser.

Tienes razón, no la conoces, pero te aseguro que no es nada bueno.

María Elena estaba segura de que la mujer con la que hablaba no era la misma que había conocido una hora atrás había cambiado notablemente al hablar de su nuera.

Entonces, llegó a la conclusión de que esa mujer no era buena.

Gracias por el café, señora, pero ahora tenemos que regresar a nuestra casa. Vámonos, Vicky.

El gusto fue mío, dijo Aranza levantándose de la silla.

¿Qué te pasa, María Elena? Estás muy rara no duramos ni siquiera 10 minutos con la señora Aranza.

Lo siento, Vicky, pero esa señora no me da ninguna confianza si habla mal de su nuera no debe ser buena ¿no crees?

Tiene razón, pero a nosotros qué nos importa, si la nuera se deja mangonear por la suegra no debe ser buena.

Tengo curiosidad por conocer a la nuera de esta señora.

Elena ni lo pienses, mejor vámonos a casa ya porque tengo hambre.

Yo también tengo hambre.

Ambas mujeres se fueron a su casa, prepararon la cena y comieron en completa tranquilidad.

Te voy a decir dónde dormirás, le dijo María Elena después de terminar con la cena. Puedes cambiar la decoración o hacer lo que quieras estás en tu casa.

Así, ambas mujeres se hacían compañía, ya que las dos estaban solas en el mundo.

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Hijo, ¿qué crees?, conocí a una mujer guapa.

¿Y?, contestó él.

Pues que está mucho mejor que esa que tienes por esposa.

No empieces, madre. Yo no quiero otra mujer no sé qué hacer con esta y quieres que me busque otra. ¡Basta ya!

Si sabes lo que te conviene, será mejor que te deshagas de Leticia y te busques otra mujer. No sé en qué momento decidiste casarte con esa.

Ya déjame en paz, madre. Yo sabré qué hacer con mi vida.

Aranza no se quedó conforme con las palabras de su hijo y le plantó tremenda cachetada que le dejó la mano pintada en su mejilla.

Lárgate de mi vista aquí se hace lo que yo digo y se acabó.

Moisés obedeció sin chistar sabía que cuando su madre se enojaba mejor no enfrentarse a ella.

Leticia estaba en su cuarto aún tenía resquicios del golpe que le había dado días antes.

Moisés entró llevando una cerveza en sus manos.

Amor, ¿tan temprano y ya vas a beber?

Y eso a ti qué te importa, maldita la hora en que me casé contigo.

Moisés golpeó a Leticia hasta que la dejó tirada en el piso.

Acto seguido salió de ahí como alma que lleva el diablo.

Aranza no se dio cuenta de nada porque se quedó dormida en su cuarto a pesar de que era muy temprano.

Leticia como pudo se levantó, no estaba dispuesta a soportar más al lado de ese hombre alcohólico y violento.

Tomó su maleta del clóset y empezó a llenarla con todas sus pertenencias.

Sabía que Moisés guardaba dinero en un cajón del buró, tomó todo lo que pudo luego, se marchó de ahí tal vez para siempre.