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Lo Que Debía Permanecer Oculto

Lo Que Debía Permanecer Oculto

Status: Terminada
Genre:Romance / Época / Fantasía épica / Edad media / Completas
Popularitas:533
Nilai: 5
nombre de autor: MIS HISTORIAS

Kaela Norwyn nunca buscó la verdad. Pero la verdad la encontró a ella.
Tras la muerte de su madre, Kaela inicia un viaje hacia lo desconocido, acompañada por un joven soldado llamado Lioran, comprometido a protegerla… y a proteger lo poco que queda de un apellido que muchos creían extinto. Lo que comienza como un viaje de descubrimiento personal, pronto se transforma en una carrera por la supervivencia: antiguos enemigos han regresado, y no todos respiran.
Perseguidos por seres que alguna vez estuvieron muertos —y no por decisión propia—, Kaela y Lioran desentrañan un legado marcado por pactos silenciosos, invocaciones prohibidas y una familia que hizo lo impensable para mantener a salvo aquello que debía permanecer oculto.
Entre la lealtad feroz de un abuelo que nunca se rindió, el instinto protector de un perro que gruñe antes de que el peligro se acerque, y el amor contenido de un joven

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Capitulo 3

La lluvia llegó sin anuncio.

Gotas finas comenzaron a caer desde un cielo ceniza, empapando lentamente las capas de los viajeros mientras avanzaban por un camino apenas marcado entre raíces y niebla. No hablaban. No hacía falta. El aire estaba cargado de pensamientos no dichos.

Kaela cabalgaba en silencio, el brazo vendado y la pluma negra bien oculta bajo su capa. Niebla marchaba a su lado, con el pelaje húmedo pero los sentidos en alerta. Lioran cerraba la formación, como una sombra paciente.

Tras un rato, la lluvia cesó, dejando el bosque cubierto de un brillo grisáceo. Encontraron resguardo bajo una formación rocosa saliente, lo suficientemente amplia como para encender una pequeña fogata y secar los abrigos. El fuego crepitó tímido, lanzando reflejos dorados sobre sus rostros.

Kaela observaba a Lioran de reojo. Había algo en él que no encajaba con la figura de un simple escolta. Sus movimientos eran exactos, sus palabras medidas, y había un peso en su mirada que solo cargan quienes han perdido demasiado, demasiado pronto.

—Dijiste que eras viajero —rompió el silencio, sentada con las piernas cruzadas—. Escolta. Buscador de respuestas.

Lioran asintió, sin levantar la mirada del fuego.

—Lo soy.

—Pero también dijiste que sabías de símbolos, de lenguas antiguas… y luchas como alguien que ha estado en más de una guerra. No eres un campesino que tomó una espada por necesidad.

Lioran esbozó una media sonrisa, sin alegría.

—Tienes buen ojo.

Kaela lo miró directamente, sin titubear.

—¿Quién eres realmente?

El hombre tardó en responder. Luego, con un suspiro leve, se incorporó un poco y sacó de su bolsillo interior un anillo viejo, de hierro ennegrecido. Tenía una inscripción desgastada y un escudo tallado: un lobo cruzado por una lanza.

—Lioran de Vanthar —dijo en voz baja—. Último hijo de la Casa de la Lanza Plateada.

Kaela alzó la cabeza con asombro. Ese nombre le sonaba de los cuentos de su madre.

—¿Vanthar? ¿La familia que custodiaba el paso de las Tierras Altas? Los que fueron sacrificados en la traición del Tratado de Lirhal…

Lioran asintió, con una mirada que no estaba del todo en el presente.

—Nos llamaban los Centinelas del Norte. Soldados por deber, no por ambición. Tenía doce cuando estalló la guerra. A los catorce, ya portaba espada. A los dieciséis… la enterré junto a mi padre, en la nieve.

—¿Y tú… sobreviviste?

—Me dieron por muerto. Me salvó un desertor que aún recordaba lo que significaba el honor. Cambié el apellido. Oculté mi escudo. Aprendí a ser invisible… aunque mis principios no murieron con mi casa.

Hubo una pausa. El fuego crepitaba, cálido en medio del frío húmedo.

Kaela bajó un poco la voz.

—¿Y nunca te has… atado a alguien? Una esposa, una promesa, algo que hayas dejado atrás.

Lioran tardó un poco más en responder esta vez. Su voz fue baja, pero clara:

—No. Nunca tuve pareja. En mi familia, tanto hombres como mujeres debemos llegar puros al matrimonio. No por imposición, sino por honor. Si un hombre se da el derecho de llegar marcado por el deseo, entonces no puede exigirle a la mujer otra cosa.

Kaela parpadeó. No por juicio, sino por la honestidad con la que lo dijo. Había algo casi antiguo en esa respuesta. Antiguo… y firme.

—¿Y eso no te ha hecho sentir solo?

Lioran no respondió de inmediato. Sus ojos miraban más allá del fuego, perdidos en recuerdos que no compartió.

—A veces. Pero aprendí que la soledad pesa menos que la vergüenza. Prefiero dormir sabiendo que soy fiel a lo que soy, incluso si eso me condena a dormir solo.

Kaela desvió la mirada, pensativa. Lo comprendía más de lo que habría querido.

—Mi madre decía que las casas verdaderas no se construyen con piedra —murmuró ella—. Se construyen con lo que uno decide proteger… incluso cuando todo se ha perdido.

Lioran asintió, esta vez con una chispa de respeto silencioso en los ojos.

—Entonces los Norwyn aún viven. Aunque solo seas tú.

Niebla, como si entendiera el momento, se acomodó entre ambos. El fuego lanzó una ráfaga de chispas. Afuera, el bosque se mantenía en silencio, pero ya no era un silencio amenazante. Era el silencio que precede a las revelaciones importantes.

—Descansa, Kaela —dijo Lioran, envolviendo su capa para cubrirle los pies—. Mañana seguimos hacia el Vado Gris. Tu abuelo nos espera. Y, con él, las respuestas que ambos merecemos.

Ella asintió, sin palabras. Y mientras el sueño comenzaba a tomarla, supo que, por primera vez, no solo tenía un protector… tenía un igual.

Uno que también cargaba un legado roto, y que había elegido la soledad… por lealtad a algo más grande que él mismo.

**

El sendero se abrió, al fin, hacia un valle entre montañas nevadas.

Allí, encajada como una gema antigua entre las rocas, se alzaba la ciudad de Varondel, con techos de madera oscura, canales de agua clara y casas de piedra tallada que trepaban las laderas como raíces buscando el sol. A la entrada, una torre marcaba el paso vigilado. No había murallas, pero sí ojos atentos.

El carromato cruzó el arco sin problemas. El blasón discreto de los Norwyn seguía siendo una llave que abría puertas antiguas.

—Primero víveres —dijo Lioran al costado del carromato—. Luego ropa seca, quizás un herrero. Y descanso.

Kaela asintió. El cansancio le pesaba en los hombros, pero sus ojos brillaban al ver la vida de la ciudad: niños corriendo con espadas de madera, comerciantes saludando, ancianas hilando en las puertas… y parejas. Muchas parejas.

Matrimonios jóvenes caminaban del brazo, algunas chicas no mayores que Kaela con anillos visibles y pañuelos bordados en la cabeza: símbolo local de unión formal. Lioran notó cómo las miradas se volvían hacia ellos, algunas curiosas, otras suspicaces. No tardaron en llegar los susurros.

—¿Viste esa pareja? Qué joven ella…

—Parece noble. Quizá vienen de las tierras del sur…

—¿Casados? ¿Comprometidos, tal vez?

Kaela bajó la vista con una pequeña sonrisa irónica. Lioran no decía nada, pero los veía. Y ellos lo veían a él.

En el mercado central, mientras compraban pan, queso, frutos secos y sal, una mujer regordeta y sonriente detrás del puesto de telas los miró con picardía.

—¿Y qué trae por aquí a una pareja tan joven y bonita? —preguntó, mientras doblaba una manta de lana—. ¿Luna de ruta en lugar de luna de miel?

Kaela se sonrojó levemente y desvió la mirada, pero Lioran respondió con calma, sin titubear:

—Sí. Viajamos juntos.

La mujer rió entre dientes.

—¡Oh, claro que sí! Se nota en la manera en que la mira, joven señor.

Otra anciana, detrás del puesto de mieles, intervino con tono amable:

—¿Primera parada tras la ceremonia, verdad? Aquí vienen muchos a comenzar la vida nueva.

Lioran sonrió apenas, inclinando la cabeza.

—Es nuestra primera ciudad en las montañas. Estamos reuniendo fuerzas antes de seguir hacia el norte.

Nadie preguntó más. Para ellos, era suficiente. Una joven noble, un hombre de firmeza en la mirada, un perro fiel, un carromato bien cuidado. Todo encajaba en la imagen que querían ver.

Kaela, en cambio, alzó la mirada hacia Lioran mientras él pagaba en el siguiente puesto. Su voz fue apenas un susurro, solo para él:

—¿Eso fue mentira?

Lioran la miró, con seriedad tranquila.

—No. Dije que viajamos juntos. No mentí.

Ella lo sostuvo con la mirada, pero no replicó. La respuesta le bastó… aunque algo en su pecho latía más fuerte.

Esa noche acamparon en una pradera fuera de la ciudad. El fuego crepitaba bajo una olla simple, y Niebla dormía junto al carromato. Las estrellas, más claras que en los valles, salpicaban el cielo como polvo antiguo.

Kaela estaba sentada sobre una manta, con las piernas cruzadas, bebiendo de una taza de madera. Lioran afilaba su espada, como siempre hacía antes de dormir.

—¿Te incomodó lo de hoy? —preguntó ella, sin girarse—. Que la gente pensara que éramos una pareja.

—¿A ti te incomodó? —respondió él, devolviendo la pregunta.

Kaela pensó un momento.

—No lo sé. Fue raro. No desagradable… solo distinto. Nunca nadie me miró así. Como si ya perteneciera a alguien.

—Tú no perteneces a nadie, Kaela —dijo él, con calma—. Pero eso no significa que no puedas caminar junto a alguien.

Ella lo miró.

—¿Y tú querrías eso? ¿Caminar junto a alguien?

Lioran no respondió enseguida. Terminó de pasar la piedra sobre el acero, sopló el filo y lo guardó en su vaina.

Luego, la miró.

—Si esa persona caminara por decisión propia… sí.

Kaela bajó la vista, ocultando una sonrisa débil tras su taza.

—Hoy dijeron que parecíamos esposos.

—Lo dijeron muchas veces —confirmó él.

—Y tú no lo negaste.

—Porque no me molestó que lo pensaran.

Kaela lo miró una vez más, pero esta vez no habló. Se envolvió en su manta y se recostó en el carromato con Niebla a los pies.

Y mientras el fuego bajaba y el viento nocturno soplaba entre los pastos, quedó flotando entre ambos algo más que palabras.

Una semilla.

Y esa noche, al dormir, ninguno soñó con monstruos.

Solo con caminos. Caminos que quizá, solo quizá, podían recorrerse de a dos.

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