Melisa Thompson, una joven enfermera de buen corazón, encuentra a un hombre herido en el camino y decide cuidarlo. Al despertar, él no recuerda nada, ni siquiera su propio nombre, por lo que Melisa lo llama Alexander Thompson. Con el tiempo, ambos desarrollan un amor profundo, pero justo cuando ella está lista para contarle que espera un hijo suyo, Alexander desaparece sin dejar rastro. ¿Quién es realmente aquel hombre? ¿Volverá por ella y su bebé? Entre recuerdos perdidos y sentimientos encontrados, Melisa deberá enfrentarse al misterio de su amado y a la verdad que cambiará sus vida.
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Una Decisión Arriesgada
El día había comenzado como un verdadero caos. Mi cuerpo me pasaba factura por haberme quedado toda la noche en el hospital y, peor aún, por haberme empapado bajo la lluvia. Un resfriado me había dado, dejándome con la nariz congestionada, la cabeza pesada y un cansancio que se aferraba a mis huesos.
Apenas llegué a casa, me cambié de ropa, pero no tuve tiempo de descansar. Me tomé unas pastillas para el resfriado, esperando que hicieran efecto antes de regresar al hospital.
Michiru, mi gato, fue el único que me dio la bienvenida, frotándose contra mis piernas con su ronroneo suave.
—Hola, chiquito… ¿me extrañaste o solo quieres croquetas? le pregunté con voz ronca mientras me agachaba para acariciarlo.
Él maulló en respuesta y corrió hacia su plato vacío, confirmando mis sospechas. Sonreí, a pesar de lo mal que me sentía. Amaba a ese gato con todo mi corazón. Lo había encontrado hace años, abandonado en un saco, y desde entonces había sido mi fiel compañero. A veces pensaba en lo cruel que podía ser la gente con los animales, pero yo nunca podría hacer daño ni siquiera a una mosca.
Preparé un café rápido mientras mis pensamientos volvían a aquel hombre sin memoria. ¿Qué haría con él? No sabía quién era, ni de dónde venía. ¿Y si publicaba su foto en redes sociales para que su familia lo encontrara? Tal vez alguien lo estaba buscando.
Pero… ¿y si estaba en peligro? ¿Y si alguien intentaba matarlo?
Sacudí la cabeza, sintiéndome tonta por pensar en teorías de conspiración. Tal vez era solo un hombre común que había tenido un accidente, pero hasta que recordara su identidad, la incertidumbre me carcomía.
Suspiré, terminé mi café y salí de casa con la idea: de que tenía que ir al hospital a verlo.
Cuando llegué, fui directamente a su habitación. Empujé la puerta con suavidad y lo encontré sentado en la cama, observando el suelo con el ceño fruncido.
—Buenos días dije, acercándome con una sonrisa amigable. ¿Cómo te sientes?
Él levantó la mirada y soltó una risa seca.
—Oh, me siento genial de estar aquí dijo con ironía. Nótese el sarcasmo. ¿Cómo crees que me siento? No sé quién soy, ni qué me pasó.
No pude evitar sonreír ante su actitud.
—Sí, supongo que no es el mejor día de tu vida.
—Definitivamente no.
Me crucé de brazos y lo miré pensativa.
—Mientras no sepamos tu verdadero nombre, te llamarás Alexander Thompson dije. Te daré mi apellido hasta que recuerdes el tuyo.
Él arqueó una ceja.
—¿Alexander Thompson?
—Sí, suena bien. Además, creo que te queda.
Él bufó y negó con la cabeza.
—Como quieras. No tengo forma de protestar.
Me encogí de hombros.
—Bueno, Alexander… ya mismo te darán de alta. Y como no tienes un lugar adonde ir, ¿qué te parece si vienes a vivir conmigo?
Él me miró como si acabara de decir la cosa más absurda del mundo.
—¿Me estás diciendo que un completo desconocido puede irse a vivir contigo solo porque no tiene memoria?
—Exacto respondí sin titubear.
Alexander parpadeó varias veces.
—¿No tienes miedo de que sea un asesino, un psicópata o algo peor?
Me reí.
—Si fueras un asesino, lo dudo mucho. Un tipo peligroso no terminaría inconsciente en medio de la carretera.
Alexander apoyó los codos sobre sus rodillas y suspiró.
—No sé si eres demasiado confiada o solo estás loca.
—Un poco de ambas, supongo dije con una sonrisa. Pero, hablando en serio, no tienes muchas opciones ahora mismo.
Él me miró en silencio, claramente debatiéndose internamente. Finalmente, soltó un largo suspiro y asintió.
—Está bien. Acepto tu oferta… por ahora.
—Perfecto dije, satisfecha. Nos vemos más tarde, tengo que ir a trabajar.
Me despedí y salí de la habitación, dejando a Alexander sumido en sus pensamientos.
Él se pasó las manos por el cabello y miró al techo.
—¿En qué demonios me metí?
Intentó hacer memoria otra vez, pero todo en su mente era un vacío aterrador. No recordaba su nombre, su hogar, su vida… nada. Solo sabia que esa chica, Melisa, le había salvado la vida y, por alguna razón, confiaba en él sin dudarlo.
Era extraña. ¿Quién en su sano juicio llevaba a un desconocido a su casa? ¿Y si de verdad era un criminal? Ni él mismo lo sabía.
Pero por ahora, esa ayuda le convenía más que nunca..