Arthur O'Connor, un joven acostumbrado al lujo y a que todo se rinda ante su fortuna, a un exclusivo barrio en un pequeño pueblo. Con su mirada arrogante y su mundo perfectamente estructurado, está seguro de que el cambio no será un desafío para alguien como él. Sin embargo, todo su esquema se tambalea al bajar del carro y encontrarse con Margareth, una joven humilde, de risa fácil y una alegría que parece contagiarlo todo. Margareth, junto a su abuela, reparte mermeladas y tartas caseras por el vecindario, convirtiéndose en el alma del barrio con su espíritu caritativo y juguetón.
Para Arthur, ella es un desafío tan irresistible como desconcertante. Está convencido de que su dinero y su encanto serán suficientes para ganarse su atención. Sin embargo, Margareth, con su corazón puro y libre, no es alguien que pueda comprarse.
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Capitulo 3
El paseo continuó sin que yo pudiera dejar de pensar en las palabras de Margareth y su presencia, esa frescura que traía consigo como un viento inesperado. Sin embargo, Clara no dejó de hablar durante todo el camino. Su voz ligera, aunque algo aguda, no paraba, y sus comentarios me parecían vacíos, pero de alguna forma, no podía evitar escucharla.
Fue en un momento en que la conversación cayó en un silencio incómodo cuando Clara, como si no hubiera notado el cambio en mi expresión, decidió hablar de nuevo.
—¿Sabes, Arthur? —dijo, mirando al frente con un aire despreocupado—. Me parece una lástima por esa muchachita .
Me giré hacia ella, sorprendido por el tono que había adoptado, algo más grave que antes.
—¿A qué te refieres? —pregunté, sintiendo un leve malestar, aunque no estaba seguro de por qué.
Clara sonrió, pero no era una sonrisa amable. Era una sonrisa fría, como si estuviera por decirme algo que me haría comprender de inmediato su perspectiva.
—La pobre, Margareth... —continuó con desdén—. Cuando su abuela muera, no tendrá a nadie. Se quedará sola, sin ningún futuro. No podrá hacer nada más que ir al cabaret, a vender su cuerpo como tantas otras, porque no tiene ni dinero ni familia que la respalde.
Mis ojos se abrieron con sorpresa, aunque traté de ocultarlo. No podía creer lo que estaba escuchando.
Clara siguió, sin inmutarse.
—No, no tiene a nadie. Y eso, señor O'Connor, es lo que les pasa a las flores que nacen entre las rocas, que parecen hermosas al principio, pero al final... no pueden sobrevivir. En su caso, al menos podrá utilizar su belleza para ganar dinero en el burdel. Pero mientras tanto, tendrá que seguir vendiendo mermeladas, como si eso fuera lo único que sabe hacer.
Las palabras de Clara eran como dagas lanzadas con la intención de herir. Cada frase estaba llena de desprecio hacia Margareth, como si no pudiera entender que la belleza de una persona no se mide solo por su apariencia, sino por lo que realmente lleva dentro.
Me sentí incómodo, no solo por lo que Clara había dicho, sino también por la imagen que me estaba mostrando de Margareth. Era como si todo lo que ella representaba, para Clara, fuera simplemente una carga más que no valía la pena.
Al principio, me quedé en silencio, incapaz de procesar todo lo que acababa de escuchar. ¿Cómo podía alguien, especialmente alguien como Clara, pensar de esa forma tan cruel sobre otra persona? ¿Cómo podía ser tan insensible al dolor de alguien más?
Miré al frente, tratando de mantener mi compostura, pero no podía quitarme de la mente la imagen de Margareth, recogiendo flores entre las rocas, una chica con una belleza tan pura que nadie, ni siquiera Clara, parecía ser capaz de ver más allá de su apariencia.
Me volví hacia Clara, intentando comprender lo que acababa de decir.
—No estoy seguro de que la vida de ella sea tan simple como lo ves —dije, mis palabras sonando más firmes de lo que había planeado.
Clara me miró, sorprendida por mi respuesta.
—Oh, Arthur, no te preocupes por ella —dijo con una risa vacía—. Al final, todo se reduce a lo mismo. Ella no tiene futuro. Y tú... tú eres tan ingenuo si crees que el mundo es un lugar lleno de oportunidades para todos.
Sus palabras seguían resonando en mi cabeza, pero una parte de mí se rebelaba. Margaret era más que una chica pobre con un futuro incierto. Ella era alguien con una luz propia, una persona que encontraba belleza en lo que otros no podían ver. ¿Cómo podía Clara, y cómo podía yo, juzgarla de esa forma?
Mientras Clara seguía hablando, yo no podía dejar de pensar en Margareth. Las palabras de Clara no hacían más que reafirmar lo que yo sentía en mi interior: ella merecía algo mejor, y yo, de alguna forma, sentía que debía ser quien le mostrara que había más para ella que la vida que Clara parecía desearle.
Era una tarde cálida cuando la vi de nuevo. Estaba caminando por el camino empedrado que llevaba a la plaza, como siempre, con su canasta de mermeladas en la mano. Esa visión de Margareth, tan ligera y graciosa entre las flores que crecían a su alrededor, me resultaba casi surrealista. Llevaba un vestido sencillo, con un tono suave de lavanda, que hacía resaltar el color de su cabello, como si fuera parte del paisaje, como si hubiera nacido entre las flores y no entre las rocas, como Clara había dicho.
Sin pensarlo mucho, me acerqué a ella. Después de todo, estaba intrigado por su presencia, por esa chispa que parecía iluminar cada rincón del barrio. Y, aunque mi aproximación seguía siendo, quizás, más superficial de lo que debería, no podía evitarlo. Era una tentación, esa mezcla de belleza, humildad y esa inocencia que ella parecía irradiar.
—Hola —dije con una sonrisa confiada, ajustándome los lentes de sol como si estuviera mostrando algún tipo de distinción.
Ella no levantó mucho la vista, pero su paso no se detuvo, como si no fuera la primera vez que alguien la interrumpía en su camino. Sin embargo, no era grosera. Era amable, casi demasiado amable.
—Buenas tardes, señor O'Connor —respondió, con esa voz suave que parecía cantar con cada palabra, mientras su canasta seguía en su brazo. Me miró con sus ojos claros, pero no de la manera que esperaba. No había sorpresa, ni admiración. Solo cortesía, como si fuera un saludo rutinario.
Sus palabras no tenían la urgencia que pensaba que debería haber. Era como si simplemente me hubiera convertido en parte del paisaje para ella, alguien más que pasaba por allí.
—Tienes algo maravilloso con esas manos —continué, tratando de alargar la conversación, como si en algún momento pudiera tocar algo más profundo, algo más allá de la superficie de su simple y tranquila existencia.
Ella sonrió levemente, una sonrisa suave, como si se sintiera agradecida pero no impresionada por mi comentario.
—Gracias, señor O'Connor —respondió, sin detenerse ni un momento en su paso. —Pero no es para tanto .
La miré, buscando algo más en sus palabras, algo que me permitiera conectar con ella. Quizás no me lo había propuesto de forma consciente, pero de alguna manera estaba buscando algo más en Margareth , algo que desafiara mi visión del mundo. Sin embargo, ella continuó caminando con su ritmo tranquilo, sin apresurarse, como si no tuviera ninguna urgencia por nada.
—¿Estás muy ocupada hoy? —pregunté, tratando de captar su atención por más tiempo. Mi voz sonaba más como una invitación a conversar que como una simple curiosidad.
Ella giró levemente la cabeza hacia mí, pero sin detenerse.
—Solo estoy entregando mermeladas, señor O'Connor —respondió, con esa dulzura que hacía que incluso las palabras más simples sonaran a melodía—. La gente del pueblo las espera .
En ese momento, algo en sus palabras me tocó, aunque no entendí exactamente qué. Algo en su humildad, en su dedicación a algo tan simple como repartir mermeladas, me hizo cuestionar mi propia visión de la vida, esa idea de que todo se podía comprar o conseguir con dinero. Mientras yo había crecido con la convicción de que todo se podía tener si se ponía suficiente esfuerzo, parecía ser la antítesis de esa idea. Ella no corría hacia el dinero ni hacia la fama. Estaba entregada a algo más simple, más genuino.
—Eres muy amable con todos —comenté, notando que, aunque ella no me miraba de manera fija, se comportaba con una cortesía que me sorprendía.
Ella no dijo nada, solo asintió con una ligera sonrisa.
—Intento serlo —dijo finalmente, sin dejar de caminar—. Creo que el mundo necesita un poco de amabilidad.
El sonido de sus palabras quedó resonando en mi mente, y por un instante, me quedé parado, observando cómo se alejaba, como si todo lo que ella hacía estuviera impregnado de una calma que no podía entender, pero que de alguna manera, me atraía profundamente.
A pesar de que nuestra conversación fue breve, sentí una extraña inquietud. Había algo en ella que me desarmaba, algo que no encajaba en el molde superficial con el que yo me había formado mi visión del mundo. Y aunque mi mente aún pensaba que todo podría conseguirse con dinero o poder, algo en su comportamiento me decía que no todo era tan sencillo, que existía algo mucho más valioso que todo lo que yo conocía.
😋🤭
solo falta el Bb y será el complemento perfecto a su hermoso nuevo comienzo...
🌹❤️🩹
una sublime primera entrega...
❤️🔥🔥💋🥰
🙈🙊🙉