— Advertencia —
La historia está escrita desde la perspectiva de ambos protagonistas, alternando entre capítulos. Está terminada, así que actualizo diariamente, solo necesito editarla. Muchas senkius 🩷
♡ Sinopsis ♡
El hijo de Lucifer, Azaziel, es un seducor demonio que se obsesiona con una mortal al quedar cautivado con su belleza, pero pretende llevársela y arrastrar su alma hacia el infierno.
Makeline, por su lado, carga con el peso de su pasado y está acostumbrada a la idea del dolor. Pero no está segura de querer aceptar la idea de que sus días estén contados por culpa del capricho de un demonio.
—¿Acaso te invoqué sin saberlo?
—Simplemente fue algo... al azar diría yo.
—¿Al azar?
—Así es. Al azar te elegí a ti.
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Ruptura de realidad
La mortalcita trabajaba en una heladería que llevaba el ridículo nombre de ‘Fresde’. La había seguido todo el camino sin que se diera cuenta. Empezó caminando apresuradamente y terminó por correr, se estaba haciendo tarde.
Mientras aminoraba mi paso junto a ella, en esos veinte minutos me escabullí por su mente en busca de información. Descubrí que era más afortunada de lo que ella creía, al parecer había tenido una abuela, la cual prácticamente le había asegurado la vida pagando sus estudios antes de morir. Descubrí también que ella le atribuía ese hecho al comportamiento que tenía su familia con ella, sentían un desprecio mutuo que habría alimentado a cualquier demonio.
Después de haber llegado a su puesto, permanecí oculto entre las sombras sin que ella supiera, recostado en la pared de una esquina. No tenían muchos clientes, seguí con la mirada al último de ellos hasta que abandonó el lugar. Al no tener nada más en lo que ocuparse, Makeline se dispuso a revisar el registro del sistema y a contabilizar el dinero, inmersa en su tediosa rutina. Fue cuando me decidí por caminar hacia ella. Llegué a su lado, haciéndome visible, en tanto acomodaba el cuello de mi abrigo. Descansé mi peso sobre su mostrador.
Su expresión no tenía precio, dio un salto y se quedó inmóvil con los billetes en la mano, sin saber que hacer. Me regocijé por dentro, por fin estaba teniendo la reacción que buscaba desde un principio.
—Q-qué —tartamudeó—. ¿Qué haces aquí?
Dejó el dinero de vuelta en la caja y la cerró de golpe. Sonreí.
—Vine a ver cómo vas con este aburrido trabajo tuyo.
Se quedó en silencio, solo se fijaba en mis ojos. Su lógica estaba tratando de darle una explicación pero parecía haberla abandonado.
—¿Qué ocurre? ¿No vas a decirme nada?
Su mente estaba hecha un nudo, lo pude notar. Trató de reaccionar, pero empezó a retroceder, buscando distancia. Luego, gritó el nombre de su compañera sin dejar de mirarme. Era obvio, ya no podía apartar la vista de mí ni un segundo. No sabía si por miedo o porque la había engatusado. Tal vez ambas. Otra chica salió, abriendo la puerta de lo que parecía ser un almacén.
—¿Sí? Dime.
La miró con vacilación antes de hablar.
—¿Podrías… —se detuvo, todavía dudosa— atender al cliente un monento? Tengo que hacer una cosa.
Su compañera frunció el ceño, la estaba mirando con desconfianza, sin entender lo que le pasaba.
—¿De qué cliente me hablas, Maky?
Makeline volvió a mirarme. Por supuesto que yo estaba entretenido viendo cómo se le erizaba la piel y se le revolvía el estómago por hacer el ridículo.
—No, no es nada —le dijo nerviosa—. Es que ayer tomé unas copas, seguramente debo estar algo aturdida todavía, lo siento.
Solté una risa ligera y deslicé mi mano por su brazo.
—Sí, estás aturdida —musité.
Se apartó ante mi tacto, provocando que la otra la mirara con más extrañeza.
—¿Estás segura de que estás bien, Maky? —asintió—. Si quieres podría decirle a la jefa que te tomaste uno de los días de descanso que te debe —lucía amablemente preocupada—. Sabes que no le importaría.
—Creo que sí deberías tomarte el día de descanso, te vendría bien —intervine. Me ignoró, me estaba maldiciendo en su interior.
—No es necesario, Jodie. En serio, estoy bien. Y no le digas nada a la jefa, por favor.
—¿Segura? —preguntó para asegurarse, pero Makeline seguía negándose.
Su compañera evaluó por un instante si debía insistir, luego se dio la vuelta para regresar a donde estaba. Al dar un giro, Makeline se encontró con mi mirada sobre ella, haciendo que se le remuevan los nervios.
—Estás muy mentirosa —dije.
—Cállate.
Habló entre dientes, y sacó su teléfono para empezar a teclear rápidamente, incluso eso delataba lo nerviosa que estaba. Yo me sentí intrigado y extendí mi cabeza para mirar.
—¿Qué estás haciendo?
—Buscando el número de mi psiquiatra.
Su mano se movía con torpeza. Yo me sorprendí de la resistencia que tenía la mente de esta chica. Se sacaba cualquier excusa para cegarse ante lo inevitable.
—Eres muy escéptica —dije para mí mismo—. Entonces, ¿crees que estás loca? —no me hizo caso, se estaba aferrando a la idea de que me iría en cualquier momento si fingía no verme. Pero yo lo subía, su corazón estaba golpeando con fuerza—. Tu pulso se está acelerando, ¿estás nerviosa?
Detuvo su búsqueda para mirarme.
—¿De qué hablas?
Me abalancé sobre el mostrador para sentarme en él, quedando casi dentro de la cabina.
—Puedo oír cómo late tu corazón desde aquí, y escucho cómo se acelera cada vez más.
—¿Oír mi corazón?
—Así es. Y no solo puedo oír cómo late, también puedo sentirlo.
Salté para terminar de invadir su espacio con la intención de desorientarla.
—Dios mío —dijo, me fastidié por la expresión laica—. ¿Qué tan loca estoy?
Me empecé a balancear sobre mis pies mientras pensaba.
—En verdad crees que estás loca —murmuré—. ¿Crees que me estás imaginando? ¿Sigues creyendo… —me acerqué, provocando que retrocediera instintivamente hasta quedar pegada en la pared— que estás alucinando?
Su pecho subía y bajaba con fuerza. Acorralada de ese modo, su mente se quedó en blanco. Hizo un movimiento brusco para esquivarme y meterse en el almacén. Reí por dentro, estaba jugando con mi presa y me entretenían, de cierto modo, sus intentos por escapar.