Arianna Sterling es una joven con una apariencia destacada y un gran secreto: es la presidenta y heredera de un poderoso conglomerado familiar con lazos a la realeza. Según una tradición familiar, debe pasar varios años alejada de su familia y riquezas, viviendo como una persona común para demostrar su fortaleza. Durante este tiempo de anonimato, enfrenta enemigos ocultos que amenazan con destruir todo lo que le pertenece. A medida que se adapta a esta nueva vida, Arianna descubre que alejarse de la opulencia y el poder conlleva desafíos que pondrán a prueba su inteligencia y su corazón.
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RECORDATORIO
Su silueta me resulta conocida y, al encender la luz, confirmo que lo es.
Frente a mí está Edward Sterling, un hombre de mediana edad cuya presencia imponente es inconfundible. Alto y de hombros anchos, su cabello gris plata cae de manera impecable, con un brillo que refleja su estatus. Sus ojos, siempre calculadores, me observan con esa intensidad que parece penetrar hasta el alma, desnudando mis pensamientos más íntimos.
Aunque lleva un traje perfectamente cortado, hay algo relajado en su postura, como si no necesitara hacer ningún esfuerzo para imponer respeto. Su figura, incluso en la penumbra, desprende el aire de autoridad que lo ha acompañado durante toda su vida. Es mi padre, la cabeza de nuestra familia y del poderoso conglomerado Sterling, un hombre con un sentido inquebrantable del deber, que siempre ha llevado con mano firme el destino de nuestra herencia familiar. Para el mundo, es una leyenda; para mí, sigue siendo un enigma que intento descifrar.
A lo largo de los años, he escuchado innumerables historias sobre él, relatos de su destreza empresarial y su capacidad para manejar situaciones complejas. Pero, detrás de esa figura pública, hay un hombre que rara vez muestra sus verdaderos sentimientos.
Aunque su rostro transmite una seriedad imperturbable, he aprendido a ver más allá de su expresión. Su liderazgo es incuestionable, pero también lo es su carácter exigente. Desde pequeña, he admirado su capacidad de tomar decisiones difíciles sin dudar, pero al mismo tiempo, he sentido el peso de sus expectativas sobre mí. Nuestra relación ha estado marcada por su deseo de que siga sus pasos en el imperio familiar.
Es un hombre protector, pero también distante. Su sentido del deber familiar es inquebrantable, y aunque rara vez lo demuestra, sé que en el fondo confía en mí más de lo que jamás admitirá. A menudo me pregunto si alguna vez realmente podrá entender mis elecciones y los sacrificios que he hecho durante estos años.
Mi padre es una figura titánica, una sombra bajo la cual he crecido, pero también el motivo por el que deseo seguir forjando mi propio camino, lejos de su influencia y expectativas.
—Bienvenida a casa —dice él, con una voz que mezcla autoridad y un toque de calidez que me sorprende.
—Gracias, presidente —respondí, sintiendo la formalidad en el aire entre nosotros.
—Veo que vives bastante cómoda —lo dice con una sonrisita que, aunque breve, me recuerda que en su interior puede haber una chispa de humor.
—Eso parece —respondí, intentando mantener un tono respetuoso, aunque por dentro sentía un torrente de emociones.
—Ya han pasado dos años desde la última vez que nos vimos y debo decir que lo has hecho bien —dijo, mirándome a los ojos con una mirada seria que casi me hizo flaquear—. ¿Ha sido duro? —me pregunta, su voz resonando en la habitación vacía.
—Un poco. Después de todo, mi vida no era muy diferente a la de ahora, señor —contesté, el título saliendo de mis labios con un matiz de desafío.
—¿Señor? Veo que aún no me perdonas —dijo, levantando una ceja con esa expresión que solía intimidarme cuando era más joven.
—No —respondí con firmeza, sintiendo cómo el recuerdo de viejos resentimientos volvía a la superficie.
Mi padre se levanta del sofá y se acerca a mí, su figura imponente me hace sentir pequeña a pesar de mi determinación. Con voz grave, me dice:
—No importa. Sigues siendo mi hija y debes terminar tu periodo de silencio y regresar a ser mi heredera, te guste o no.
Me reí de mí misma, sin poder evitarlo. Era un comentario que no sabía si tomar en serio o como una broma cruel.
—Espero que estés bien, presidenta Kingsley —dice, una sonrisa sardónica cruzando su rostro antes de dar la vuelta y marcharse.
Mientras él se aleja, me quedo allí, atrapada entre la confusión y el anhelo. La vida que había elegido era mi camino, pero su regreso y su demanda de regresar a la familia me hacían cuestionar todo. ¿Podría realmente volver a ser la hija que él esperaba, o había llegado el momento de trazar mi propio destino sin su sombra?