Un grupo de extraños, atraídos por razones misteriosas a un pueblo olvidado en las montañas, descubre que el lugar oculta más de lo que parece. El pueblo, en apariencia inofensivo, está marcado por una tragedia oscura de la que nadie habla. Poco a poco, cada miembro del grupo comienza a experimentar visiones y fenómenos que erosionan su sentido de la realidad. Mientras luchan por descubrir si todo es producto de sus mentes o si una entidad maligna acecha, enfrentan la posibilidad de que quizá nunca podrán escapar de lo que desataron.
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Capítulo 3: Ecos del Pasado
El grupo salió corriendo de la biblioteca, jadeando y con el corazón palpitante. El pasillo oscuro se extendía frente a ellos como una boca de lobo, y las sombras parecían más vivas que nunca, danzando con cada paso que daban. Nadie se atrevía a hablar, pero el miedo era palpable.
—Tenemos que salir de aquí —dijo David, con la voz apenas audible—. Esta casa está maldita.
Erika asintió, su mente aún atrapada en la imagen de aquella criatura de ojos rojos. Había algo profundamente equivocado en ese lugar, y ya no estaba segura de que se tratara solo de sombras. Era como si la casa misma estuviera viva, observándolos.
—¿Y Lucía? —preguntó Tomás, frenando en seco. Miró alrededor, buscando a su amiga, pero el pasillo estaba vacío.
—No lo sé… no la vi después de que la puerta se cerró —respondió Erika, su voz cargada de culpa. —¡Tenemos que volver por ella!
David negó con la cabeza—. No podemos volver. Esa cosa… lo que sea que sea, está ahí adentro. No podemos arriesgarnos.
El grupo se quedó en silencio, atrapado entre el miedo y la lealtad hacia su amiga. Pero antes de que pudieran tomar una decisión, un eco resonó por la casa. Era la risa de un niño, pero distorsionada, más profunda y burlona. El sonido rebotaba en las paredes, acercándose desde todas las direcciones a la vez.
—¿Qué demonios es eso? —murmuró Julia, abrazándose a sí misma.
Erika sintió que el aire a su alrededor se volvía más frío, y una sensación de déjà vu la golpeó. Recordó los murmullos que había oído antes en su habitación, justo antes de ver la sombra. Era como si la casa estuviera jugando con ellos, retorciendo la realidad.
—No podemos quedarnos aquí —dijo Erika, tomando una decisión—. Si no encontramos a Lucía pronto, todos vamos a correr el mismo destino.
Con pasos vacilantes, comenzaron a avanzar de nuevo, esta vez más despacio, cada crujido de las tablas del suelo parecía amplificar el silencio tenso que los rodeaba. Llegaron a las escaleras que bajaban al sótano, un lugar que ninguno había querido explorar hasta ahora.
—¿Crees que está ahí abajo? —preguntó Julia, mirando la oscura entrada.
—No lo sé, pero es lo único que queda —respondió Erika—. Tenemos que intentarlo.
Descendieron por las escaleras, el aire se volvió más denso y frío a medida que bajaban. El sonido de sus respiraciones llenaba el espacio, y la oscuridad parecía tragarlos. Al llegar al último escalón, una puerta de madera vieja y gastada se erguía frente a ellos.
—Esto no me gusta nada —dijo Tomás, pero aun así empujó la puerta.
Lo que vieron al otro lado les heló la sangre. El sótano estaba lleno de objetos antiguos, muebles cubiertos con sábanas, retratos descoloridos de personas que no reconocían… pero había algo más. En el centro de la habitación, un espejo enorme cubierto de polvo, que no reflejaba la luz correctamente.
—Ese espejo… —Erika dio un paso hacia él, sintiendo una extraña atracción.
David la detuvo, agarrándola del brazo—. No te acerques.
Pero algo la llamaba. No podía apartar la vista de ese objeto. Las sombras a su alrededor parecían converger hacia el espejo, como si fuera el origen de todo lo que estaba sucediendo. Mientras los demás retrocedían instintivamente, Erika dio un paso adelante.
—No, Erika, ¡no! —gritó Julia, pero su voz se perdió en el vacío.
Erika se acercó al espejo, y justo cuando estaba a punto de tocarlo, un chillido desgarrador atravesó la habitación. Era la voz de Lucía.
—¡Ayúdenme! —La voz resonó desde el interior del espejo, haciéndolos retroceder a todos.
—¡Lucía! —Erika gritó, buscando desesperadamente a su amiga—. ¿Dónde estás?
La respuesta vino con un crujido, y de repente, la superficie del espejo comenzó a agrietarse. Las fisuras se extendían como venas oscuras, y algo parecía moverse detrás del vidrio. Erika retrocedió, pero no lo suficientemente rápido.
El espejo estalló, y de su interior surgió una figura: una mujer de cabello largo y oscuro, con la piel pálida como la cera y los ojos hundidos. Era Lucía, pero no era la Lucía que conocían. Su rostro estaba distorsionado por el miedo, su boca abierta en un grito silencioso.
—¡No! —gritó Tomás, retrocediendo mientras la figura avanzaba hacia ellos, sus movimientos torpes y descoordinados, como si fuera una marioneta rota.
—Tenemos que salir de aquí, ¡ahora! —gritó David, tirando de Erika para que se alejara.
Pero antes de que pudieran moverse, la puerta del sótano se cerró de golpe detrás de ellos. El sonido del pestillo bloqueándose resonó en la oscuridad, sellándolos dentro. Estaban atrapados con la figura que alguna vez fue Lucía, ahora convertida en algo más.
—No quiero morir aquí… —susurró Julia, sus ojos llenos de lágrimas.
La figura de Lucía se detuvo frente al espejo roto, como si aún estuviera conectada a él. Sus manos, deformadas y ensangrentadas, se alzaron hacia el cristal, y de repente, su voz, débil y quebrada, llenó la habitación.
—Ayúdenme… —dijo, pero esta vez, su tono no era amenazante. Era una súplica.
Erika sintió una mezcla de miedo y compasión. A pesar de lo que Lucía se había convertido, seguía siendo su amiga. Tenía que hacer algo.
—¿Qué quieres que hagamos? —preguntó Erika, dando un paso adelante.
La figura de Lucía la miró, y por un breve momento, sus ojos vacíos parecieron llenarse de vida. La conexión con el espejo era clara. Había algo en ese objeto, algo que la mantenía atrapada entre este mundo y el otro.
—Rompe el vínculo —susurró Lucía—. El espejo…
Erika asintió, entendiendo lo que debía hacer. Tomó un trozo del espejo roto del suelo y lo alzó sobre su cabeza. Con todas sus fuerzas, lo estrelló contra el marco del espejo, rompiendo los fragmentos restantes en mil pedazos.
El sonido del vidrio quebrándose llenó el sótano, y con él, un grito agudo y penetrante que parecía provenir de las profundidades de la casa. La figura de Lucía se desvaneció lentamente, como si se estuviera disolviendo en el aire, hasta que no quedó rastro de ella.
El sótano quedó en silencio.
Erika cayó de rodillas, exhausta y emocionalmente desgastada. Los demás se acercaron a ella, sin saber qué decir. Habían perdido a Lucía, pero habían sobrevivido. Por ahora.
—¿Y ahora qué? —preguntó David en voz baja.
Erika levantó la vista hacia el espejo destrozado, donde aún se reflejaban sombras inquietas moviéndose más allá del cristal.
—Esto no ha terminado —susurró.
con tal no le pase nada
Desde el primer instante me tiene al filo de la butaca.
Solo una duda que pasa con el hermano de Erika desde el momento en en qué liberan al ser de luz deja de salir en la trama del libro.
Y que pasa con los compañeros que van con Erika a la expedición.