Estas acostumbrado a leer novelas de reencarnacion en donde la protagonista reencarnada se vuelve poderosa, ¿que pasaria si esta novela no es como las demas? ven y lee algo diferente, algo que sin duda te gustara.
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Planeas pero nada sale bien
Por primera vez en su vida, Aranza vio a su padre paralizado.
Vladimir Valentis no era un hombre que mostrara emociones. Nunca levantaba la voz, nunca dejaba que nadie supiera en qué pensaba. Pero en este momento, su mirada era otra.
Fría. Calculadora.
Y, lo más inquietante de todo… interesada.
—Beatriz es mi hija, dices… —repitió en voz baja.
Aranza cruzó los brazos con arrogancia.
—Así es. Lo supe hace mucho, pero decidí guardarlo para el momento adecuado.
—¿Y cuál era ese momento, exactamente? —preguntó con un tono de peligro evidente.
Aranza se encogió de hombros.
—Justo ahora, cuando intentaste venderme como un pedazo de carne a un demonio sin emociones.
Vladimir no reaccionó a la provocación. En lugar de eso, sonrió.
Aranza sintió un escalofrío.
—Si mientes, lo pagarás caro, Aranza.
—¿Desde cuándo he mentido sobre algo tan importante? —respondió ella con aire altivo.
Él la observó en silencio por unos segundos eternos, como si evaluara cada palabra, cada respiración.
Y luego, sin más, salió de la habitación.
Aranza parpadeó.
—¿Eh?
Había esperado un grito, un ataque de furia, una amenaza. Pero no esto.
—¡¿A dónde vas?! —gritó, corriendo tras él.
Pero Vladimir no se dignó a responder.
Porque ya tenía una nueva misión.
Durante los días siguientes, Vladimir se dedicó a investigar. Envió espías, revisó archivos, interrogó a las personas correctas. Y lo que descubrió confirmó cada palabra de Aranza. Beatriz era su hija. Una bastarda oculta por años, nacida de un asunto "inconveniente" de su juventud. Beatriz, la guerrera admirada, la mujer que los reyes de Mar Azul protegían, la futura heredera del reino. Su hija. Y entonces, Vladimir sonrió con verdadero placer.
La mansión Valentis estaba en completo silencio.
Aranza esperaba en su habitación, con el pie temblando sobre el suelo.
—Esto no puede salir mal. —se repetía a sí misma. "Él va a querer a Beatriz, me va a olvidar, y me dejará libre."
Todo iba a salir como lo planeó.
Todo.
Hasta que su padre entró en la habitación con su expresión más siniestra.
—Aranza.
Ella se puso de pie de golpe.
—¿Y bien?
Vladimir sonrió.
Y fue lo peor que pudo haber hecho.
—Felicidades, hija.
Aranza sintió una punzada de horror.
—¿Felicidades?
Vladimir avanzó lentamente, como un depredador que acaba de asegurar su presa.
—Has traído grandes noticias a esta familia. No solo hemos conseguido la paz con Mar de Fuego… sino que ahora también tenemos el control sobre Mar Azul.
—¿Qué… qué quieres decir?
Vladimir tomó el pergamino que tenía en la mano y lo dejó caer sobre la mesa.
—Los reyes de Mar Azul han decidido reconocer a Beatriz como su futura reina.
El aire abandonó los pulmones de Aranza.
—¿Qué?
—Mi sangre gobernará dos imperios.
Su tono era puro orgullo.
—Beatriz reinará en Mar Azul.
Aranza sintió un escalofrío.
—¿Y yo?
Vladimir la miró con diversión.
—Tú serás la reina de Mar de Fuego.
El estómago de Aranza se revolvió.
—No.
—Sí.
—¡NO!
Vladimir sonrió aún más.
—Tu matrimonio con Cassius ha sido confirmado.
El miedo explotó en su pecho.
—¡Pero yo no tengo poderes! ¡No sirvo para ellos! ¡Me van a matar en cuanto me descuide!
—Lo sé.
La tranquilidad con la que lo dijo la paralizó.
—¿Q-qué?
Vladimir la observó con absoluta calma.
—Eres un sacrificio necesario, Aranza.
Su voz no tenía emoción. No tenía ira. Solo lógica.
—Beatriz tiene el poder de la sangre Valentis. —Se inclinó hacia ella—. Tú no.
Cada palabra fue una puñalada.
—No eres útil aquí. Pero en Mar de Fuego, servirás a tu propósito.
Aranza sintió el temblor en sus manos.
—¿Mi propósito?
Vladimir le sostuvo la barbilla con firmeza.
—Sobrevivir si puedes.
La soltó como si no valiera nada.
—Y si mueres… pues, mala suerte.
Aranza dejó de respirar. Este… este era el hombre que la había criado. Este era su padre. Y en este momento, acababa de dejarle claro que no le importaba si vivía o moría. Solo le importaba el poder. Y ella no era nada en su tablero. Vladimir se enderezó y caminó hacia la puerta.
—Empieza a empacar. En dos semanas partirás a Mar de Fuego.
Aranza no podía moverse. No podía hablar. No podía creerlo. Cuando Vladimir salió de la habitación y la puerta se cerró, sus piernas la traicionaron y cayó al suelo.
—Mierda.
No había escapatoria. Su propio plan la había condenado. Y ahora estaba completamente jodida.
Ves: mirar, observar, ver
vez: repetir