¿Romperías las reglas que cambiaron tu estilo de vida?
La aparición de un virus mortal ha condenado al mundo a una cuarentena obligatoria. Por desgracia, Gabriel es uno de los tantos seres humanos que debe cumplir con las estrictas normas de permanecer en la cárcel que tiene por casa, sin salidas a la calle y peor aún, con la sola compañía de su madre maniática.
Ofuscado por sus ansias y limitado por sus escasas opciones, Gabriel se enrollará, sin querer queriendo, en los planes de una rebelión para descifrar enigmas, liberar supuestos dioses y desafiar la autoridad militar con el objetivo de conquistar toda una ciudad. A cambio, por supuesto, recibirá su anhelo más grande: romper con la cuarentena.
¿Valdrá la pena pagar el precio?
NovelToon tiene autorización de J. Dylan Smith para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.
Una para tres y por error
Desde que la pandemia comenzó, mi mamá suele escuchar a los Rolling Stones justo a las nueve de la noche. Conquista la sala para ella y su laptop, mientras atiende los pendientes de su ahora trabajo remoto. Hoy es una de esas noches en las que le ha subido mucho el volumen a esa canción que ella ama con todo su corazón, pero que yo odio con todos mis intestinos:
«No siempre puedes conseguir lo que deseas»
Ni estando en mi habitación puedo huir de los gustos extraños de mamá. Ignoro mi propio reflejo mientras miro por el cristal de la ventana, maldiciendo la ironía en la garganta de Mick Jagger. Las imágenes pasan por mi mente como el destello de una cámara fotográfica: las luces de las ambulancias, los semáforos intermitentes y una noche que jura ser aburrida e inmortal.
«No siempre puedes conseguir lo que deseas»
¡Maldita canción!
Buscando escapar de la melodía que se burla de mí, uso mi imaginación para vislumbrarme en la avenida de más abajo, huyendo en mi monopatín de los policías que intentan meterme preso por quebrar la cuarentena. Vale, parece que esto de deambular en lo ficticio funciona... pero, ¿qué pasaría empujo lo ficticio a la realidad? Es decir, si violo la ley de mi madre y la justicia de los hombres solo para salir afuera un rato y ahogarme en la ciudad de luces muertas, ¿qué sería lo peor que pudiese pasar?
Puede que me atrape la policía, claro, si es que llegan a capturarme porque nadie es más rápido que yo con el monopatín. Aun así, en un supuesto caso, salgo y entonces me atrapan, ¿cuál sería la sentencia? Por lo que he escuchado en la TV serían varios días de arresto y servicio comunitario, y una paliza magistral, ¡eso no está tan mal! ¿O sí?
Una noche en monopatín por las calles de la ciudad a cambio de hacer servicio comunitario, o en el peor de los casos, a cambio de estar arrestado un buen tiempo. ¿Valdrá la pena? Tal vez sí, pero, ¿y luego? Mi mamá me mataría, o tal vez me encierra en el cuarto y selle la puerta con soldadura como lo hacen en los países asiáticos, y abra una escotilla nada más para suministrarme las tres comidas del día.
¡Eso sería muchísimo peor que la cárcel!
Mi cabeza divaga en otras dimensiones... y, entre tantas, puedo verme junto a las gemelas que más temprano conocí. Cada vez que recuerdo aquel "qué miras chismoso" de la tal Asha se me quiebran los huesos. Ahora me ganan las ansias, ¿por qué tan de pronto? Esas hermanas me recuerdan la necesidad de salir a la calle y gritar, y abrazar a todo el mundo.
«No siempre puedes conseguir lo que deseas»
¡Maldición! Me duele el cuero cabelludo, quizás porque estoy afincando muy fuerte las uñas sobre él. ¡Dios! Mis dientes parecen hilos de dinamita. Miro la cama desordenada y salto hacia ella con el teléfono en mi mano. Llevo las sábanas a mi boca y las aprieto entre mis dientes, y saboreo lo amargo de una vida encrucijada. No importa el dolor porque se siente bien, aunque mis labios sangren. Entonces grito, y el miserable sonido taponado por las sábanas se transmite por la habitación.
¡Quiero que acabe la cuarentena! ¡Qué termine el insoportable encierro!
Una oleada de imágenes vibrantes relampaguean en el fondo negro de mis ojos apretados. Y de pronto:
¡KABOOM!
Algo estalla detrás de la cama y yo vuelo por el susto para estrellarme contra el piso. No veo bien; el polvillo lo camufla todo. Cuando la cortina de humo se desvanece, apenas aparece frente a mí un hoyo en la pared, y escombros tirados sobre la cama y sobre todos lados. Huele a sangre, pero no me importa el olor, solo lo que hay frente a mí.
Dos siluetas difusas por la nube de polvo entran por el hoyo, por el cual discurre la imagen de otra habitación. Son figuras idénticas: Llevan un afro espléndido y unos trajes negros muy brillantes. No logro reconocer cuál es cuál, solo sé que una se llama Asha y me dijo más temprano en el balcón:
—¡Qué miras chismoso!
Sonrío, o no sé si son mis labios ensangrentados que están acalambrados. La verdad no sé nada ni quiero saber nada que no esté relacionado las gemelas que ahora invaden mi habitación. Hieden a algún explosivo, tampoco sé a cuál... apenas si hacía mis tareas de química.
De pronto, me poseen unas ganas enormes agarrar mi teléfono que yace repleto de escombros a pocos metros. Me arrastro y las gemelas se apresuran a capturarme. Por suerte logro ver la hora antes de que una de ellas me dé un puñetazo en la mano solo para que mi pobre celular salga volando por ahí. Antes anhelaba un tiempo fugaz, pero ahora, frente a estas diosas que atan mis manos y ponen una mordaza en mi boca con las sabanas que hace poco estaba mordiendo, quisiera que el tiempo anduviera lento, lentísimo, o que más bien se paralizara.
Todavía son las nueve de la noche. Todavía ha de sonar «No siempre puedes conseguir lo que deseas»... pero viendo a estas gemelas, ya no estoy tan jodido.
Todo da vueltas mientras un silbido pulla en mis orejas; no escucho nada de lo que dicen las gemelas, pero parece que están discutiendo. Me resulta tan divertida la cuestión que comienzo a regurgitar algo semejante a una risa entre la mordaza. Ellas, entretanto, me miran y discuten, discuten y me miran... y así. Ojalá mi madre estuviera presente, me moriría de la risa aún más al ver su cara anonadada y su desinfectante en aerosol, rociando maniáticamente mi cuerpo y el cuerpo de las gemelas. Estaría divertidísimo, en serio, lástima que sigue inmersa con los Rolling Stones... tal vez solo me encuentre muerto.
Y ahora que la nube de polvo ha desaparecido, puedo ver mejor a las que posiblemente me matarán. Una de ellas lleva un martillo en sus manos, y la otra un afiche de Scarlett Johansson. La tía del afiche sí que está sexy y parece que me está guiñando el ojo. Lo cierto es que mis sentidos vuelven a su sitio y puedo escuchar apenas la discusión de las hermanas.
Y por lo que logro oír, están peleando porque una de ellas, la que lleva el martillo, no quiere reventarlo en mi cabeza. Sin embargo, la otra se lo ordena una y otra vez, y por lo que veo parece que la que lleva el afiche de Scarlett Johansson es...
—¡Olvídalo Asha! —dice la que lleva el martillo a la del afiche— ¡No lo mataré!
Sí, es Asha, ¡y quiere matarme! Y realmente es triste que quiera apagarme la vida, después de todo, me había caído bien.