Mi madre tenía una extraña obsesión: la vida después de la muerte. Y yo, que la amaba con locura, vivía aterrorizada por sus historias. Su amor incondicional por mí y por mi padre era nuestro universo, un refugio perfecto donde todo giraba en torno a la familia.
Mi padre, un hombre que se desvivía por nosotros, era la definición de lo que era una familia normal, hasta que ella hablaba. Hasta que llegaban esos días en los que, sin aviso, rompía la normalidad con sus historias sobre reencarnación y un destino que, según ella, ya estaba escrito. En esos momentos, nuestra vida perfecta se sentía como una frágil mentira, a punto de romperse.
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Capitulo XIV Revelación
Punto de vista de Ethan
Llegué lo más rápido que mi forma humana me permitió. Aria me esperaba al pie de la montaña, justo donde me había dicho. La luz del amanecer la envolvía, iluminando su cabello y haciéndola lucir aún más hermosa de lo habitual. Por un momento, olvidé la razón de mi apuro.
—Aria, ¿qué haces aquí sola? —le pregunté, sintiendo una punzada de preocupación.
Cuando se volteó, sus ojos estaban llenos de lágrimas. Corrió hacia mí y me abrazó con una fuerza desesperada. —No estoy bien. Por favor, Ethan, llévame lejos. Lejos de todo lo que me está pasando.
Subimos a mi moto y conduje hasta la cima de la montaña. Una vez allí, ella se sentó en una gran roca, sus ojos fijos en el horizonte mientras las lágrimas caían. Pude sentir su sufrimiento, su necesidad de consuelo. No soy del tipo de demonio que consuela a otros; la empatía no es mi fuerte. Pero con ella, todo era diferente. Quería protegerla, de todo el mundo y, sobre todo, de mí mismo. ¿Por qué ahora? Llevaba más de un año viviendo frente a su casa sin haber sentido el más mínimo interés, y de repente, su calidez me llamaba. Era un sentimiento que no había experimentado desde que estaba vivo, hace siglos.
—Aquí estoy para ti —le dije, mis palabras cargadas de una sinceridad que ni siquiera yo entendía—. Lo que necesites, haré lo imposible para ayudarte.
—Con que estés a mi lado es suficiente —respondió, su voz apenas un susurro—. No puedo contarte lo que me pasa, pero gracias por estar aquí para mí.
—Sea lo que sea, estaré para apoyarte.
Aria se había convertido, sin darme cuenta, en lo más importante de mi existencia. Este poco tiempo a su lado me había hecho sentir vivo de nuevo, algo que no había sentido en siglos. Pero lo nuestro era imposible. Ella era una simple humana, con un alma tan brillante que me cegaba, y yo... un demonio sin alma, condenado a vagar solo y sin derecho a amar a nadie. Mucho menos a una humana.
—¿Por qué cambiaste tanto conmigo? —me preguntó de repente, mirándome con sus hermosos ojos verdes.
—La verdad, no lo sé —fui honesto—. Pero cuando estoy contigo me siento vivo. Siento que aún tengo esperanzas.
Ella me sonrió y por un instante, el mundo entero se detuvo. Me acerqué a ella y con un dedo, moví un mechón de su cabello que cubría su rostro. Mis dedos rozaron su piel suave con una delicadeza que no recordaba tener. Sus labios, rojos y tentadores, me invitaban a caer en la perdición. No pude controlar mi instinto. Me incliné y la besé con una ternura que me sorprendió.
El viento nos envolvió en un abrazo, sus melodiosas notas retumbando en mis oídos. El olor de la naturaleza invadió mis fosas nasales, y el cielo azul nos arropó, brindándonos una seguridad que no había sentido en mi vida de demonio. Fue un momento único que no había vivido en todos estos siglos de existencia.
—Eres realmente hermosa —le susurré, aún con mis labios cerca de los suyos.
—Hiciste que este momento fuera perfecto —me respondió.
—Te protegeré de lo que sea. Lo prometo.
En ese momento, lo supe. Ella era lo que necesitaba para aplacar el deseo de sangre que me atormentaba. Su alma era pura, una luz que podía guiarme. Pero ese pensamiento me golpeó con un remordimiento feroz. Aria no se merecía esto. Ella era un ser inocente y, si la hacía amarme, la pondría en un grave peligro. Estaba tan confundido. No tenía idea de qué hacer, y al mismo tiempo, sabía que no podía alejarme de ella.
Bajamos de la montaña cuando estaba llegando el medio día, ella no quería volver a su casa, así que le propuse ir a la ciudad. Aria accedió inmediatamente y así fue que pasamos un día especial.
Era casi media noche cuando decidimos volver al pueblo, Aria no quería; sin embargo, debía enfrentar lo que sea que estuviera pasando en su casa.
—¿Podemos quedarnos hasta que sea media noche? — Pregunto mientras me deteníamos frente a un parque.
—Sabes que es tarde y tus padres deben estar preocupados por ti.
—Solo quiero empezar este día contigo.
—Sé que es tu cumpleaños y por eso mismo te digo que lo mejor es que vayas con tus padres...
—Si no quieres empezar este día juntos, entonces puedes irte yo no te voy a detener.
—No lo tomes a mal, solo no quiero que tengas problemas.
—Después de esta noche empezarán apenas mis problemas.
Un rastro de tristeza se instaló en los ojos de Aria, no pude dejarla sola. Nos quedamos en aquel lugar recostados sobre la grama escuchando a la naturaleza, el sol empezó a salir por el horizonte deleitándonos con su color naranja y el reflejo de este sobre la hierba verde era un espectáculo que nunca antes había visto, me coloqué frente a Aria para desearle feliz cumpleaños.
—Feliz cumpleaños hermosa, que este sea el primero de muchos años más que estaremos juntos.
Una sonrisa se dibujó en su boca, mi instinto me llevo a darle un apasionado beso robándole el aliento. El tiempo se detuvo en ese instante y no sé por qué sentí que algo había cambiado, tenía miedo de alejarme de Aria, un escalofrío recorrió mi columna y cuando por fin me arme de valor me aleje de ella.
Aria se veía tan dulce con sus ojos cerrados, pero de repente una luz empezó a rodearnos. Cuando ella abrió los ojos note que el color verde de sus ojos cambio a un azul intenso y la belleza natural que ya tenía se intensificó dramáticamente.
Me eche hacia atrás lleno de pánico, esto debía ser una broma de mal gusto, no podía estar pasandome a mí. Aria no podía ser esa humana que tanto había buscado.