Aldana una joven doctora que cuando con un prometedor futuro, cambia su destino al cometer un gravisimo error...
NovelToon tiene autorización de abbylu para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.
capítulo 20
Aldana, no cambió demasiado su rutina. Siguió trabajando como siempre, puntual, meticulosa, profesional. Solo que ahora evitaba levantar peso, se detenía a tomar agua con más frecuencia y, cuando nadie la veía, se acariciaba el vientre en medio de los pasillos del hospital.
Lo que sí cambió —y no podía disimularlo— era su humor. Y todo tenía que ver con los mensajes diarios de Leonardo.
“¿Ya comiste o sigo haciendo planes para secuestrarte y alimentarte a la fuerza?”
“Dime que al menos dormiste cinco horas o me presento con un batido, una manta y una playlist de ballenas cantando.”
“Estoy entre llamarlo Jerbacio o Jacinto. ¿Qué opinas? ¿Demasiado de la realeza francesa?”
Eran absurdos, tiernos y completamente inesperados. La hacían reír en medio de reuniones, revisando expedientes o incluso durante una cirugía. Un día, mientras quitaba puntos a un paciente, soltó una carcajada tan repentina que la enfermera a su lado la miró alarmada.
—¿Todo bien, doctora? —preguntó la mujer con los ojos abiertos.
—Sí… solo recordé algo —respondió Aldana, apretando los labios para no soltar otra risa.
Lo cierto es que todos en el hospital notaban el cambio. La doctora Salcedo, conocida por su temperamento seco y mirada de hielo, ahora tenía destellos de sonrisa, incluso cuando todo se desmoronaba en la sala de urgencias. Había algo diferente, más cálido… más humano.
Y una tarde cualquiera, ese "algo" se materializó de la forma más inesperada.
Acababa de salir del edificio con dos colegas. Caminaban en dirección al estacionamiento, hablando de un caso complicado cuando Aldana se detuvo en seco. Sus ojos se abrieron como platos. Frente a su auto, recostado con una naturalidad desconcertante, estaba Leonardo. Traje sin corbata, mangas arremangadas, una sonrisa torcida... y en las manos: un ramo de flores y una caja de chocolates.
Las enfermeras de guardia, que lo habían visto llegar, estaban a unos metros fingiendo revisar papeles, pero con el cuello torcido hacia él. Una de ellas murmuró:
—¿A quién esperará ese bombón?
La respuesta llegó segundos después.
Aldana avanzó con lentitud, visiblemente desconcertada, y al llegar frente a él murmuró:
—¿Qué haces?
Leonardo le sostuvo la mirada con una mezcla de nervios y decisión.
—Sé que mañana es tu día libre… así que vine a buscarte para tener una cita.
El corazón de Aldana dio un salto. Sintió las miradas de medio hospital perforándole la espalda, pero lo único que pudo hacer fue mirarlo, parpadear un par de veces y susurrar:
—¿Estás loco?
Él sonrió más amplio.
—Un poco. Pero más loco estaría si dejara pasar la oportunidad de verte sin guardapolvo y sin bisturí en la mano.
Ella bajó la vista hacia las flores, luego a los chocolates, y al final a sus zapatos. Por primera vez en mucho tiempo, no supo qué decir.
—No tienes que decir que sí ahora —agregó él, en un tono suave—. Solo… pensé que tal vez también querías un respiro. Un poco de normalidad.
Aldana levantó la mirada, sus labios temblaban, entre divertida e incrédula.
—Normalidad con un hombre que me embarazó mientras mi hermana se comprometía con su hermano… Suena bastante normal, la verdad.
—¿Ves? Ya estás empezando a ver el lado positivo.
La carcajada escapó sin permiso, ligera y clara. A lo lejos, las enfermeras se deshicieron en murmullos y codazos. Una de ellas incluso suspiró dramáticamente.
Aldana tomó las flores con cuidado.
—¿Y a dónde pensabas llevarme, caballero?
Leonardo le ofreció el brazo como si fuera un galán de película antigua.
—Donde tú quieras. Tengo hambre, tengo tiempo y tengo la necesidad urgente de escuchar cómo le vas a decir a nuestro hijo que no se llamará Oracio.
Ella rió otra vez, y esta vez fue distinta. No por sorpresa, sino por ganas. Por sentir que, por una vez, todo podía estar bien.
La llevó a un pequeño restaurante escondido en una calle tranquila, lejos del bullicio de la ciudad y, sobre todo, de las miradas curiosas del hospital. El lugar tenía luces cálidas, manteles de lino y un ambiente íntimo que parecía estar en pausa del mundo exterior.
—¿Vienes seguido a lugares así con tus embarazadas favoritas? —bromeó Aldana mientras se sentaban.
Leonardo soltó una carcajada.
—Solo con las que me hacen reír en medio de la madrugada con nombres horribles como Jerbacio.
Pasaron la velada entre comida deliciosa, miradas cómplices y conversaciones profundas que iban desde su niñez hasta los planes inciertos del futuro. Aldana, por primera vez, se permitió hablar de lo que sentía… del miedo, la ternura, las dudas, y de ese extraño alivio que sentía al tenerlo cerca.
Cuando salieron del restaurante, la noche estaba fresca y la ciudad silenciosa. Leonardo se ofreció a llevarla a casa, y ella aceptó. No hubo presión, solo una calma compartida que se sentía… inevitable.
---
En el apartamento de Aldana
Ya en su departamento, entre risas y una taza de té mal preparado por él, terminaron en el sofá. Sus manos se buscaron con naturalidad, y las miradas se hicieron más largas, más íntimas.
—Nunca pensé que esto volvería a pasar —susurró Aldana mientras Leonardo le acariciaba el rostro.
—Yo nunca dejé de pensar en esa noche —respondió él, sincero, sin filtros.
Y como si ambos hubieran estado esperando que el tiempo se detuviera, volvieron a besarse. Lento al principio, como probando que todavía sabían leerse, y luego con la misma intensidad de aquella primera vez. Solo que ahora no había alcohol, ni confusión. Solo dos personas sabiendo exactamente lo que hacían y lo que sentían.
—¿Recuerdas lo que dijiste esa noche? —preguntó ella, apenas rozando sus labios con los suyos.
—Sí… que eras peligrosa.
—Y tú me dijiste que no me enamorara de ti.
Leonardo sonrió, acariciando su vientre.
—Ya es muy tarde para eso, doctora.
Sin más, ambos volvieron a unir sus labios, esta vez con una necesidad latente, con ese deseo contenido que había estado creciendo entre miradas y silencios desde hacía semanas.
Leonardo la atrajo con delicadeza, cuidando cada movimiento como si temiera romperla, pero Aldana no era frágil. Era fuego contenido, y esta vez no tenía intención de contenerse.
Con cierta torpeza, guiada más por la emoción que por la experiencia, comenzó a desabotonar su camisa. Sus dedos temblaban, no por inseguridad, sino por lo mucho que significaba ese momento. Él no dijo nada, simplemente la observó, con esa mezcla de ternura y deseo que lo hacía diferente a cualquier otro hombre que ella hubiera conocido.
Sus labios volvieron a encontrarse, esta vez más urgentes, más sinceros. Leonardo acarició su espalda, bajando lentamente hasta la cintura, guiándola hacia el dormitorio como si supiera exactamente lo que necesitaban.
La habitación estaba apenas iluminada por la luz tenue que entraba por la ventana. Sin palabras, Aldana dejó caer su blusa, y él recorrió con la mirada cada curva, cada centímetro de piel que se le revelaba. No como quien observa un cuerpo, sino como quien contempla un milagro.
Sus caricias fueron lentas, cuidadosas, pero cada vez más intensas. Los suspiros se mezclaron con los latidos acelerados, y el mundo desapareció. Solo existían ellos dos, redescubriéndose sin máscaras, sin prisas, sin miedos.
Él besó el borde de su vientre, deteniéndose unos segundos, como si le hablara también a ese pequeño ser que crecía dentro de ella.
—Ya te estamos queriendo demasiado, ¿lo sabías? —susurró contra su piel.
Aldana lo miró, con los ojos ligeramente húmedos por la mezcla de deseo y emoción. Le acarició el rostro, lo atrajo hacia sí y le susurró:
—Cállate y ámame.
Y así lo hizo.
Se amaron como si esa noche fuera la primera… y también la última. Entre caricias sinceras, jadeos ahogados y miradas cargadas de todo lo que las palabras no podían decir. Fue pasión, pero también conexión. Fue ternura, pero también entrega.
Horas después, desnudos bajo las sábanas, él la abrazó por detrás, una mano sobre su vientre y el mentón apoyado en su hombro. Ella entrelazó sus dedos con los suyos y, justo antes de quedarse dormida, pensó que tal vez, solo tal vez, esta vez el amor no era una amenaza… sino una promesa.
Hay otra que si pueden y desean aborta, si no quieres un bebé, hay muchas maneras de cuidarnos .
LOS BEBES NO PIDIERON VENIR A MUNDO PARA SUFRIR !!