Arenas Del Destino

Nasser coloco su ropa en la cesta de lino y la dejo sobre la alfombra de la entrada, estaba cortando unos palos para armar un cerco para caballos cuando vio a Sámira llegar.

— Señorita Laila, buenos días dijo él de manera respetuosa.

Ella lo miro con desdén.– Mi nombre es Sámira.

— ¿Está segura?, no pareces muy confiable.

— Idiota dijo ella mientras tomaba la cesta.

— Pequeña embustera de esa boquita solo salen mentiras e insultos exclamó él sonriendo.

Sámira lo miro con desprecio se dio la vuelta y salió lanzando toda clase de improperios.

Nasser sonrió, y volvió a realizar su trabajo, no es que tuviera que hacerlo, pero necesitaba mantenerse ocupado y mantener las apariencias.

Estaba muy concentrado y no vio a Farid acercándose con Faisal Al– Bashad.

Luego de los saludos y presentaciones correspondientes, Faisal se quedó conversando con Nasser.

 Faisal era un anciano venerado, con una pequeña alfombra de oración siempre junto a él. Faisal era como al-shai (imam del campamento), quien bendecía las uniones, nombraba a los recién nacidos o bendecía los cultivos y rebaño.

— Mi idea es dedicarme a la cría de caballos, mi hermano lo hace, uno de sus sementales gano el Derby de Durham.

—Veo que te adaptas rápidamente a este lugar —comentó Faisal, acariciando su barba blanca con serenidad—. No muchos hombres de ciudad soportan el silencio del desierto.

— El silencio no me asusta, al contrario, me ayuda a pensar —respondió Nasser con calma, mientras clavaba otro poste en la arena—. Aquí todo parece más… sencillo.

Faisal asintió despacio.— La verdad se revela cuando no hay ruido que la oculte —dijo—. Pero también el desierto pone a prueba a los hombres. Quien no tiene un propósito, se pierde.

Nasser clavó la mirada en el horizonte, más allá de las tiendas que se mecían con el viento cálido.— No se preocupe, tengo claro mi propósito —respondió sin apartar la vista—. Solo necesito tiempo.

Faisal lo observó un momento en silencio.— He oído que ayudaste a Farid con sus rebaños, y que salvaste a su hija de ahogarse —dijo con tono pausado—. El desierto siempre recompensa las buenas acciones, aunque a veces tarde en hacerlo.

— Fue un accidente —replicó Nasser, quitándole importancia—. Solo estuve en el lugar y momento indicados.

— No existen los accidentes, hijo —dijo Faisal con una sonrisa tenue—. Todo lo que ocurre aquí tiene un motivo, incluso los encuentros.

Nasser bajó la mirada y sonrió apenas.— No sé si creer eso —murmuró.

— Créelo —insistió el anciano—. A veces el destino llega en forma improvista.

Faisal observaba cómo el hombre frente a él trabajaba con precisió.

— ¿Sabe, hijo? —comenzó Faisal, apoyando el bastón sobre la arena—. En el desierto, lo único que mantiene a un hombre en pie no es la fuerza, sino la familia. Sin ella, uno se seca por dentro, como los pozos olvidados.

Nasser levantó la cabeza y lo miró. Había respeto en su gesto, pero también una sombra en los ojos.

— No todos nacemos para tener una familia, jeque —respondió en voz baja—. Algunos solo servimos para cargar con las culpas de lo que hicimos… o de lo que no pudimos evitar.

Faisal frunció el ceño con suavidad.— Ningún hombre debería cargar solo con su pasado. ¿Por qué eliges hacerlo?

Nasser apoyó las manos en el poste recién clavado y suspiró.

— Porque es más fácil —dijo con sinceridad—. Porque cuando uno se queda solo, no decepciona a nadie. Ni lastima a nadie.

El anciano asintió lentamente, comprendiendo más de lo que Nasser decía.

— ¿Y duermes bien con ese pensamiento? —preguntó con tono sereno.

Nasser vaciló. Se pasó una mano por el cuello y miró el horizonte.

— Hasta hace poco, no —admitió—. Pero desde que llegué aquí… no he tenido pesadillas.

Faisal lo observó en silencio, sin pedir explicaciones.

— El desierto limpia el alma, hijo mío. Te despoja de lo que no sirve, aunque duela. Quizás Dios te trajo aquí para eso, para que recuerdes quién eres sin las cadenas del pasado.

— No lo sé —murmuró Nasser—. Tal vez… solo vine huyendo.

Faisal sonrió apenas.— A veces huir es la única forma de encontrar el camino correcto. Pero no confundas el castigo con la redención, Nasser. Uno te encierra, el otro te libera.

Nasser lo miró con un dejo de cansancio en la voz.— Y si ya no sé cuál estoy buscando, ¿qué hago entonces?

— Espera —respondió Faisal con una calma infinita—. El desierto siempre responde, pero nunca al primer intento.

El anciano se despidió y se alejó dejando a Nasser pensando. En realidad el destino no lo había llevado hasta alli, lo habia llevado Mariana, luego levantó la vista y observó a Sámira con el velo recogido y la cabeza inclinada mirando la cubeta de agua.

Por un instante, el calor del desierto pareció volverse más intenso.

Dos días después, Farid se encontraba con algunos hombres, estaban preparando una boda y como era la costumbre una boda era motivo de festejo y toda la comunidad del oasis participó activamente de los preparativos.

Los hombres levantaron las tiendas una para el novio, otra enorme para el banquete y apartada de esas dis tiendas prepararon una para la novia .

Ahmed se encontraba junto a un grupo de hombres, sacrificando a los animales, Nasser había obsequiado dos corderos para el banquete, un gesto que no paso desapercibido para las cabezas de familia con hijas mujeres con edad de casarse.

Sámira junto a su madre Laila, su amiga Azza y un grupo de mujeres preparaban la comida, mientras los niños juntaban agua y preparaban el fuego.