Sabía que acercarme a Leonel era un error.
Encantador y carismático, pero también arrogante e irreverente. Un boxeador con una carrera prometedora, pero con una reputación aún más peligrosa. Sus ataques de ira son legendarios, sus excesos, incontrolables. No debería quererlo. No debería desearlo. Porque bajo su sonrisa de ángel se esconde un demonio capaz de destrozar a cualquiera en cuestión de minutos. Y sé que, si me quedo a su lado, terminaré rota.
Pero también sé que no puedo –no quiero– alejarme de él.
Leonel va a destruirme… Y, aun así, estoy dispuesta a arder en su infierno.
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Capítulo 19 | Lucia
— ¡Dios, dale un descanso a ese teléfono, Lucia! —me reprime Cleo.
Es la cuarta vez en menos de quince minutos que lo reviso sólo para ver si tengo algún mensaje de Leonel. Prometió avisarme en cuanto llegara a la ciudad y estoy más que ansiosa. No lo he visto en casi una semana debido a que tuvo que viajar a Chicago para una de las eliminatorias. El campeonato ha sido una completa tortura. Las peleas son cada vez más brutales y cada segundo que pasa arriba del ring es un martirio para mí.
—Lo siento —mascullo, guardando el teléfono en mi bolso—. No puedo evitarlo. Espera a que Colton viaje a Nashville la semana que viene, y verás lo que se siente.
Cleo rueda los ojos al cielo, pero noto su expresión preocupada. —No m preocupa el hecho de que salga de la ciudad —dice—, me preocupan las zorras.
El estómago se me revuelve sólo de pensar que alguna chica pueda estar alrededor de Leonel y miro a Cleo, con expresión furibunda. —Gracias por eso. Ha sido bastante tranquilizador —digo con sarcasmo.
Una risa brota de la garganta de Cleo y se encoje de hombros. —Leonel está completamente idiota por ti, no creo que sea capaz de enrollarse con alguien en tu ausencia.
No puedo evitar pensar en todas las cosas que he escuchado sobre él. Era un completo hijo de puta con las mujeres. Se acostaba con cuanta chica se le pusiera enfrente y no volvía a llamarlas. Una parte de mí me grita que estoy siendo estúpida, que Leonel me ha demostrado una y mil veces que va en serio conmigo; pero otra me dice que la gente nunca cambia, y que podría volver a ser un hijo de puta en cualquier momento.
—En serio, gracias —no estoy nada contenta con ése nuevo pensamiento rondando en mi cabeza.
— ¡Jesús, Lucia!, ¡tranquila!, Leonel te quiere un mundo. Se le nota leguas de distancia. Deja de ser una completa ridícula insegura, y vuelve a revisar tu teléfono, anda —dice y me guiña un ojo.
Me digo a mi misma que estoy siendo paranoica y que las cosas con Leonel han ido bien éstos meses. Que no tengo por qué preocuparme porque Leonel quiere esto conmigo. Me obligo a comer mi almuerzo, no sin antes revisar mi teléfono seis veces más.
Estoy a punto de levantarme de la silla y salir de la cafetería, cuando escucho una voz a mis espaldas, diciendo—: ¿Supiste lo de la chica en el camerino de Alvarez?, sabía que era cuestión de tiempo.
Me congelo de inmediato. Una sensación nauseabunda se apodera de mis entrañas y de pronto, siento algo helado dentro del pecho.
—Sólo están molestándote, Lucia, no te atrevas a seguirles la corriente —dice Cleo entre dientes, estirando su mano para apretar la mía.
Asiento lentamente y tomo una inspiración profunda, obligándome a levantarme de la silla.Camino entre las mesas, sin siquiera mirar a las chicas que mantienen la conversación a cerca de Leonel.
— ¿Qué se siente que tu novio te engañe en los primeros meses de relación? —Dice una de ellas cuando paso a su lado. Aprieto los dientes, obligándome a seguir avanzando—. Debe ser horrible descubrir que no puedes darle lo que necesita.
Me detengo en seco y siento los dedos tibios de Cleo envolviéndose en mi antebrazo. Tira de mí, pero no me muevo. Me giro sobre mis talones y enfrento a la pelirroja y a su amiga rubia teñida.
—Vete a la mierda —escupo.
Una risa brota de la garganta de la pelirroja, quien me mira con expresión burlona. —No te preocupes, cariño, entiendo tu molestia. Nosotras también pasamos por eso —hace un gesto, señalando a su amiga y a ella misma—. Leonel es así siempre. A Ginger la dejó por mí, a mí me dejó por ti, a ti te dejó por la chica del camerino —se encoje de hombros—. Bienvenida al club.
Siento un nudo quemando en mi garganta. Las lágrimas pican en la parte trasera de mis ojos, pero me obligo a levantar el mentón. —Sólo estás resentida porque Leonel sentó cabeza y no fue contigo, sino con Lucia —suelta Cleo y me siento afortunada por tenerla conmigo. No sé qué haría yo sola en una situación como ésta.
—No me importa en lo más mínimo que Leonel haya “sentado cabeza”. Tu amiguita es una más; sólo tiene un título más grande. Leonel estuvo encerrado en su camerino con una chica en Chicago. Mucha gente del campus fue a verlo y la noticia se propagó como pólvora. Si no me crees, pregúntaselo a él —se encoge de hombros y me mira con superioridad.
Sin decir una palabra, me echo a andar por el corredor con la cara en alto y la mirada al frente. Mis manos tiemblan incontrolablemente pero me obligo a seguir andando hasta que salgo del edificio. —Tienes que confiar en Leonel —dice la voz de Cleo a mis espaldas y aprieto los dientes, asintiendo.
—L-Lo hago —tartamudeo. Mi voz suena inestable, pero me obligo a mirarla.
—Entonces quita esa expresión de tu rostro —me reprime, con gesto preocupado—. No puedes creer en todo lo que la gente te diga acerca de Leonel. Él tuvo una vida antes de ti, pero ahora está contigo, y es diferente.
Asiento y aprieto los puños. —Lo sé —digo y siento como mis ojos se llenan de lágrimas—. Yo sólo…
— ¡No, Lucia!, ¡no dejes que los demonios te invadan! —Dice—, háblalo con él cuando lo veas. Verás que todo es un horrible invento de alguien sin vida.
Abro la boca para responder, cuando mi teléfono comienza a sonar. Me precipito en la búsqueda del aparato dentro de mi bolso. Cuando lo tengo entre mis dedos, miro la pantalla. El número de Leonel brilla en la pantalla y me obligo a tomar una inspiración profunda antes de responder.
— ¿Si?
— ¡Muero por verte, maldita sea! —exclama su voz ronca y calmada.
El corazón me da un vuelco sólo al escucharlo y aprieto los ojos con fuerza, absorbiendo los sentimientos encontrados que me invaden. Una parte de mí quiere ignorar todas las habladurías, y otra, quiere enfrentarlo. Una parte de mí quiere aferrarse a él, y la otra, no quiere verlo. Quiero confiar en él ciegamente, pero hay algo que me impide hacerlo. Algo que no me deja apartar los tortuosos pensamientos de mi cabeza,
Quizás sólo soy yo y mis ridículas inseguridades…
— ¿Lucia?, ¿sigues ahí? —su voz suena confundida y cautelosa.
—L-Lo siento —quiero golpearme por el temblor en mi voz—. Aquí estoy, ¿Q-qué decías?
El silencio invade la línea y aprieto los dientes con fuerza. — ¿Está todo bien? —pregunta y me obligo a mantenerme en calma.
— ¡Sí! —Exclamo con demasiado entusiasmo—, todo está bien. ¿Voy a verte hoy?
El silencio lo invade todo de nuevo, pero termina hablando—: Si, ¿estás segura de que está todo bien?
— Sí, yo sólo… —cierro los ojos, diciéndome a mí misma que hablaré con él cuando estemos frente a frente—, sólo tengo muchas ganas de verte.
—Llego a mi departamento en cuarenta minutos, ¿crees que pueda verte allá? —dice y trago duro.
—Sí. Allá te veo —estoy a punto de retirar el teléfono de mi oreja para colgar, cuando escucho su voz, fuerte y clara, diciendo:
— ¡Oye!
— ¿Si?
— Te quiero —el corazón me da un vuelco furioso y me trago el nudo que está formándose en mi garganta.
— T-También te quiero —murmuro, sin reprimir el temblor de mi voz.
— Lucia, ¿qué está mal? —Dice y noto el pánico en su voz—, no me mientas. Sé que algo está sucediendo; sea lo que sea, necesito saberlo.
—N-No sucede nada, Leonel —miento, cerrando los ojos. No es algo que deba hablar por teléfono con él.
—Lucia…
—Te veo en un rato más, ¿de acuerdo? —digo, intentando sonar tranquilizadora.
El silencio se extiende. —Está bien —su voz suena áspera, ronca y derrotada. Me odio por hacerlo hablar de esa forma.
Camino hasta el dormitorio seguida de Cleo. Ella está callada y agradezco el silencio. En cuanto entramos a la habitación, me precipito al cuarto de baño sólo para lavarme la cara con agua helada e intentar aclararme un poco.
Me digo a mí misma que no voy a solucionar nada especulando cosas o dando por hecho algo que ni siquiera me consta, pero el monstruo de los celos y la inseguridad, está creciendo un poco cada segundo que pasa.
No puedo permanecer más en la habitación, así que tomo mi viejo bolso y salgo sin siquiera despedirme de Cleo, quien me mira como si no me reconociera. Ni siquiera yo misma me reconozco.
Camino por las calles ya conocidas para mí, intentando no pensar en nada. Intentando no pensar en Leonel encerrado en su camerino con una chica. Intentando aminorar la sensación de pérdida que estoy experimentando y que está carcomiéndome las entrañas. Me sorprendo al darme cuenta de que he llegado y que aún faltan quince minutos de la hora en la que he quedado con él. Me siento sobre la acera y comienzo a juguetear con las correas de mi bolso, sólo para mantener mis manos ocupadas.
Necesito encontrar una manera de desfogar la ansiedad o voy a explotar.
Me concentro en el esmalte negro de mis uñas, raspando la fina capa de laca, dejando rallones irregulares sobre la superficie. Un suspiro entrecortado brota de mi garganta y me concentro en la tarea que me he impuesto.
Cambio de mano sin siquiera haber retirado bien el color de mis dedos cuando escucho el familiar rugido del metal. Mi cabeza se alza casi por inercia y entonces, veo el auto de Leonel aparcando en la acera de enfrente. Me sorprende lo alto que suenan las guitarras eléctricas y el doble pedal de la batería. Leonel siempre ha escuchado la música bastante fuerte, pero nunca a ése nivel. Nunca así de intenso.
Me pongo de pie y siento mis piernas flaquear. Los nervios se apoderan de mi cuerpo cuando la música se apaga y la puerta del piloto se abre, dejando ver a un insoportablemente atractivo chico de ojos azul grisáceo.
Su mirada encuentra la mía y el corazón me da un vuelco al notar su expresión cautelosa y preocupada. Trago duro y espero a que se dirija hacia mí. Las piernas no me responden, así que me quedo quieta, esperando a que llegue a donde estoy. Jamás me había sentido de ésta manera.
Leonel siempre saca lo mejor y lo peor de mí.
Se detiene cuando estamos frente a frente y bajo la mirada. Una parte de mí desea abrazarlo; hundir mi cabeza en el hueco de su cuello, inhalar el perfume de su piel, besar sus labios, sentir su respiración agitando mi cabello… Y otra, la más poderosa, desea salir corriendo; huir, porque sé que, si lo que me dijeron es cierto, va a dolerme más de lo que debería.
Dedos callosos se envuelven en mi barbilla y me obligan a alzar la cabeza.Mi respiración se atasca en mi garganta cuando miro sus ojos. Está observándome a detalle. Su mandíbula está fuertemente apretada y su ceño está fruncido en confusión. — ¿Qué está pasando, Lucia? —me sorprende la dulzura con la que habla, tomando en cuenta su expresión dura y tensa.
Abro la boca para responder, pero ningún sonido sale de ella. “¡Sólo dilo, maldición!” grita mi cabeza, pero no me atrevo a pronunciar nada.
—Lucia, por favor, dime que es —dice y hay un ligero temblor en el tono de su voz—. Por el amor de Dios, sólo dímelo.
— ¿Hubo…? —cierro la boca y aprieto los ojos con fuerza. Esto está costándome demasiado trabajo. Necesito decirlo ahora mismo o voy a estallar—. ¿H-Hubo una chica en tu camerino anoche?
Me obligo a abrir los ojos para encontrar su mirada, y mi autocontrol comienza a caer a pedazos cuando su rostro palidece y su expresión se vuelve aterrorizada. Luce asustado, angustiado..., culpable.
La verdad cae sobre mí como balde de agua helada. Un nudo comienza a formarse en mi garganta y las lágrimas se acumulan en mis ojos.
— Oh, mierda… —mi voz es un susurro entrecortado. Doy un paso hacia atrás y siento sus dedos envolviéndose en mi muñeca. Quiero gritarle que no me toque, quiero gritarle que me da asco, que no quiero verlo, que se aleje de mí..., pero no lo hago. Me obligo a mirarlo, con toda la tranquilidad que puedo proyectar, y susurro—: S-Suéltame.
—Lucia, escúchame… —dice. Su expresión es una máscara de tensión y angustia que casi me hace querer escuchar lo que tiene que decirme. Casi.
—Sólo déjame ir —pido, sintiendo un par de lágrimas calientes y pesadas, cayendo por mis mejillas.
Su expresión se vuelve aún más alarmada y estira su mano libre para limpiar mis lágrimas, pero me retiro, haciéndole saber que no quiero que me toque. —Lucia, no —susurra y mi corazón se estruja al escuchar la angustia en su voz—. Por favor, déjame hablarte. Escúchame.
Una risa carente de humor brota de mi garganta y limpio mis lágrimas con el dorso de mi mano libre. Su agarre se intensifica cuando intento retirar mi muñeca de su toque. —N-No quiero hablar contigo en éste momento —digo medio riendo. Medio llorando—. Ni siquiera puedo mirarte en éste momento.
Su agarre se afloja ante mis palabras y por un momento, luce como si hubiese recibido un puñetazo en el estómago. — ¿De verdad crees que puedo hacerte eso a ti? —Su voz, de pronto, es hielo puro—, ¿de verdad crees que soy capaz de hacerte daño a ti?, ¿de verdad crees que quiero estar con alguien más que no seas tú?, porque si es así, Lucia, no sé qué demonios estoy haciendo mal. No sé qué es lo que tengo que hacer para demostrarte lo mucho que esto me importa.
— Mírame a los ojos y dime que no es cierto —espeto, desafiándolo con la mirada. Una parte de mí, la ingenua y torpe, desea que lo niegue.
Sus ojos, fríos, furiosos, desesperados y angustiados, se encuentran con los míos; los cuales, están llenos de lágrimas sin derramar. —No pasó nada entre ella y yo —su voz no vacila ni un momento, pero está admitiendo que si hubo una chica en su camerino.
— ¿S-Si hubo una chica, entonces? —necesito saberlo. Necesito saberlo porque soy demasiado masoquista como para quedarme con la duda.
Su mirada se desvía y es toda la respuesta que necesito. Tiro de mi muñeca liberándola de su agarre, y doy un par de pasos hacia atrás. Él se acerca y alzo mis manos hacia enfrente, pidiéndole un poco de espacio.
— ¡Lucia, no pasó nada! —Grita—, ¡NADA! —noto cómo sus manos se abren y se cierran en puños. Está perdiendo el control—. ¡Ella se metió en mi jodido camerino!, ¡Sí!, ¡había una mujer desnuda en mi camerino y le pedí que se marchara!, ¡¿Sabes por qué?! —Está gritando cada vez más fuerte y ni siquiera espera a que yo responda—, ¡POR TI!, ¡POR TI, MALDITA SEA!, ¡PORQUE TE QUIERO LO SUFICIENTE COMO PARA NO QUERER ARRUINARLO CONTIGO!