"El precio del poder" es una historia de poder, ambición y deseo en un mundo donde la lealtad familiar y la estrategia son las reglas de juego. Lucía Álvarez, heredera de uno de los clanes más poderosos del país, y Iris Espinosa, la hija de un despiadado líder mafioso, son obligadas a unirse en un matrimonio arreglado. Ambas, atrapadas entre sus propios sueños y los oscuros intereses de sus familias, deben navegar un mundo peligroso lleno de intrigas, sacrificios y traiciones.
A lo largo de esta apasionante novela, las protagonistas luchan por encontrar su lugar en un mundo que las quiere como piezas en un tablero de ajedrez, pero ambas tienen planes propios. En el proceso, descubrirán que el amor no siempre es blanco o negro, y que el precio que deben pagar por el poder puede ser mucho más alto de lo que imaginaban.
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Códigos Rotos
Capítulo 20: Códigos rotos
Perspectiva de Lucía
El rugido del motor resonaba en el silencio de la noche mientras Iris conducía con velocidad hacia la base Álvarez. Lucía, en el asiento del copiloto, no apartaba la mirada de sus manos manchadas de sangre. El peso de lo que acababa de suceder era insoportable.
Edgar había muerto. No solo había sido un traidor, sino también alguien que había intentado protegerla a su manera. Y ahora, sus advertencias finales giraban en su mente como un remolino: “No confíes en nadie. Los Chagoya tienen infiltrados.”
Cuando llegaron a la base, Javier y un par de hombres estaban esperándolas en la entrada. Su figura destacaba bajo las luces tenues del lugar, con su presencia imponente y su postura alerta.
Javier era alto, de casi un metro noventa, con una complexión atlética que hablaba de años de entrenamiento físico. Su cabello oscuro, cortado al ras, empezaba a mostrar canas en las sienes, y una cicatriz diagonal marcaba su mejilla izquierda, testimonio de las batallas libradas por el clan Álvarez. Sus ojos, de un marrón intenso, siempre parecían evaluar todo a su alrededor con precisión. Aunque su expresión solía ser neutral, la tensión en su mandíbula delataba su preocupación.
—¿Qué pasó? —preguntó Javier de inmediato, acercándose a Lucía.
Lucía lo miró con una expresión dura.
—Edgar está muerto.
Un murmullo de sorpresa recorrió a los hombres presentes. Javier frunció el ceño, claramente tratando de procesar la información.
—¿Muerto? ¿Cómo?
Iris intervino antes de que Lucía pudiera hablar.
—Un francotirador. No sabemos quién fue, pero fue preciso. Él nos dio información antes de morir: hay más infiltrados en el clan.
Javier cruzó los brazos sobre su pecho, una postura que lo hacía aún más intimidante.
—¿Infiltrados? —repitió, incrédulo—. ¿Estás diciendo que Edgar... estaba trabajando para los Chagoya?
Lucía apretó los puños, sintiendo cómo la ira comenzaba a reemplazar el dolor.
—Sí. Pero no como imaginábamos. Él intentaba protegerme.
La incredulidad en el rostro de Javier fue evidente.
—¿Protegerte? ¿Y tú le creíste?
Lucía se acercó a él, su mirada fría como el acero.
—No tengo que justificarme ante ti, Javier. Edgar cometió errores, pero también nos dio una advertencia que no podemos ignorar.
Perspectiva de Iris
Iris observaba cómo Lucía tomaba el control de la situación, imponiéndose incluso ante Javier, que claramente no estaba acostumbrado a que alguien lo desafiara. Había algo admirable en esa determinación, pero también preocupante.
La muerte de Edgar había dejado a Lucía con una mezcla de culpa y furia que podía nublar su juicio. Iris lo sabía bien; había visto antes a personas consumidas por el deseo de venganza.
—Primero, necesitamos confirmar si la información de Edgar es verdadera —dijo Iris, interviniendo con cautela—. Si los Chagoya tienen infiltrados, debemos descubrir quiénes son antes de que puedan causar más daño.
Javier bufó.
—¿Y cómo sugieres que lo hagamos? ¿Preguntando amablemente a todos los miembros del clan si trabajan para el enemigo?
—No —respondió Iris, sin inmutarse—. Pero tenemos recursos. Podemos obtener acceso a registros confidenciales, interceptar comunicaciones. Incluso contactar a informantes dentro de los Chagoya.
Lucía asintió, pensando en las opciones disponibles.
—Podemos empezar por ahí, pero debemos movernos rápido. Los Chagoya no se detendrán solo porque ahora sabemos de ellos.
Javier parecía indeciso.
—Es un riesgo. Si alguien dentro del clan Álvarez está trabajando para los Chagoya, cualquier filtración podría poner nuestras vidas en peligro. ¿Y si el infiltrado está más cerca de lo que creemos?
Perspectiva de Lucía
Lucía no podía ignorar lo que Javier había dicho. Era cierto que la traición estaba más cerca de lo que quería admitir. Incluso dentro de su propio círculo de confianza, alguien podía estar jugando para el enemigo. Pero no era el momento para dudas; el tiempo jugaba en su contra.
—Tienes razón, Javier. Pero el miedo no nos va a salvar. Necesitamos actuar ahora —dijo Lucía, mirando a ambos con una determinación palpable.
Iris la miró con algo de preocupación, pero también entendía que Lucía ya había tomado una decisión.
—¿Y qué hacemos con los Chagoya? ¿Solo nos quedamos aquí esperando? —preguntó Iris.
—No —respondió Lucía, apretando los puños—. Vamos a darles una lección. No solo se atrevan a tocarnos, sino que van a entender que meterse con los Álvarez y los Espinosa tiene consecuencias.
Javier frunció el ceño, claramente preocupado por la vehemencia en su voz.
—¿Lucía, estás segura de esto? No podemos actuar a ciegas, no con la información que tenemos.
Lucía no lo miró, concentrada en sus pensamientos. Sabía que había que ir más allá de la simple venganza; tenían que descubrir los infiltrados, pero también debían enviar un mensaje claro a los Chagoya.
—Lo sé —respondió, levantando la vista con una mirada decidida—. Y voy a hacerlo, pase lo que pase. Nadie más morirá por esta guerra. Nadie más.
Perspectiva de Iris
Iris no dijo nada, pero la intensidad en la mirada de Lucía la dejó sin palabras. Sabía que la determinación de Lucía era lo que había mantenido a los Álvarez a flote en tantas batallas. Sin embargo, también sabía lo peligroso que podía ser cuando su mente se cerraba por completo en un objetivo.
—No estás sola en esto —dijo Iris finalmente, acercándose a ella y poniéndole una mano sobre el hombro. Su voz era suave, pero firme—. Vamos a hacerlo juntas.
Lucía la miró, sorprendida por la sinceridad en sus palabras. Por un momento, una leve sonrisa apareció en su rostro, aunque estaba teñida de tensión.
—Gracias, Iris. No puedo prometerte que será fácil, pero te lo prometo: vamos a ganar esta guerra.
Javier los observaba en silencio, consciente de que el curso de las cosas estaba fuera de su control. Ya no había vuelta atrás.
—Entonces, comencemos. No vamos a esperar a que los Chagoya nos den otra oportunidad. —Javier dio una señal a los hombres detrás de él—. Alistad las armas. Necesitamos estar preparados para cualquier cosa.
Lucía miró hacia el horizonte, el peso de lo que vendría aplastándola, pero también una renovada determinación. No sería una batalla fácil, pero estaba lista para enfrentarse a todo lo que se avecinara.