El poderoso sultán Selin, conocido por su destreza en el campo de batalla y su irresistible encanto con las mujeres, ha vivido rodeado de lujo y tentaciones. Pero cuando su hermana, Derya, emperatriz de Escocia, lo convoca a su reino, su vida da un giro inesperado. Allí, Selin se reencuentra con su sobrina Safiye, una joven inocente e inexperta en los asuntos del corazón, quien le pide consejo sobre un pretendiente.
Lo que comienza como una inocente solicitud de ayuda, pronto se convierte en una peligrosa atracción. Mientras Selin lucha por contener sus propios deseos, Safiye se siente cada vez más intrigada por su tío, ignorando las emociones que está despertando en él. A medida que los dos se ven envueltos en un juego de miradas y silencios, el sultán descubrirá que las tentaciones más difíciles de resistir no siempre vienen de fuera, sino del propio corazón.
¿Podrá Selin proteger a Safiye de sus propios sentimientos?
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fieras en la frontera
Selin
El viento soplaba con una intensidad que presagiaba tormenta, llevando consigo el aroma de la tierra húmeda y la pólvora de la última escaramuza. Me encontraba en la frontera, a la cabeza de mi ejército, observando la vasta llanura que nos separaba del enemigo. Los estandartes del reino vecino ondeaban como una amenaza, sus guerreros formados en perfecta línea detrás del emperador que, con una sonrisa de arrogancia, dirigía órdenes con una voz tan afilada como sus espadas.
Mis propios soldados se mantenían firmes, aunque algunos no podían ocultar la inquietud. Habíamos luchado muchas veces antes, pero esta batalla tenía un aire diferente, un algo que nos tensaba los músculos y helaba la sangre. Y fue entonces que el suelo comenzó a temblar.
—¡Selin, el suelo! —gritó uno de mis comandantes, apuntando con su lanza hacia el centro del campo.
Antes de que pudiera dar una orden, la tierra se rasgó como si una mano invisible la hubiera desgarrado desde el interior. Un rugido, profundo y gutural, se alzó desde las entrañas de la tierra, y de la grieta surgió una criatura que parecía haber sido arrancada de una pesadilla. Su piel era como obsidiana fundida, brillante y oscura, cubierta de espinas y garras que relucían con un destello carmesí.
Mis hombres, veteranos de muchas batallas, retrocedieron con una mezcla de horror y sorpresa. La criatura se erguía imponente, superando en altura a cualquier hombre, y sus ojos, dos brasas rojas, nos miraban con hambre y desprecio. Un escalofrío recorrió mi espina dorsal. Nunca antes había enfrentado algo así.
—¡Mantengan la formación! —grité, tratando de infundirles valor. Pero la duda se filtraba en las líneas como el veneno.
El demonio lanzó un rugido, que resonó como un trueno, y antes de que pudiera terminar la orden, se abalanzó sobre mis hombres con una velocidad aterradora. El caos se desató. Las primeras líneas de mi ejército cayeron como hojas ante un vendaval, destrozados por las garras de la criatura.
—¡Atacad! —ordené, desenvainando mi espada, pero sabía que mis guerreros nunca habían enfrentado algo como esto. Ni siquiera el enemigo humano nos preocupaba en ese momento. Todos nuestros ojos estaban fijos en la bestia que desgarraba el aire y la carne con igual furia.
Pero la criatura no estaba interesada en mis soldados. Era como si algo en mí la atrajera, como si sintiera un vínculo que la arrastraba hacia mí. Sus ojos llameantes se clavaron en los míos, y antes de que pudiera reaccionar, se lanzó con una agilidad que no debería poseer una bestia de su tamaño.
Mi espada apenas logró alzarse en defensa cuando la sombra de sus garras se cernió sobre mí. El golpe nunca llegó. Un impacto resonó en el aire, y la criatura fue lanzada hacia atrás con una fuerza sobrenatural, derrapando por el suelo antes de levantarse, sorprendida.
—¿Qué demonios...? —murmuré, sin entender qué la había detenido. Giré la cabeza, y lo vi.
Montando un caballo blanco que relucía como si estuviera hecho de luz, Safiye cabalgaba hacia nosotros a toda velocidad. Su cabello ondeaba al viento como una llama roja, y en sus manos sostenía una espada que brillaba con un fulgor espectral. Mis pulmones se llenaron de alivio y de miedo a la vez. ¿Qué hacía aquí? Esto era demasiado peligroso para ella.
Ella frenó al caballo con una destreza que no recordaba haberle visto antes y, con un salto grácil, se lanzó al suelo, quedando entre la criatura y yo. La espada que llevaba vibraba con una energía que parecía provenir de otro mundo, y Safiye la levantó, apuntando directamente al demonio.
—¿Dónde está tu amo? —preguntó, su voz resonando con un tono gutural, en un idioma antiguo que solo había oído susurrar en las leyendas. Su lengua demoníaca, un legado de su linaje.
El demonio se detuvo, inclinando la cabeza como si analizara a su nueva oponente. Sus labios torcidos se abrieron en una sonrisa grotesca.
—No tengo amo, —respondió la bestia, en el mismo idioma que ella—. Soy libre, y devoraré tu alma como lo haré con todos los que se crucen en mi camino.
Antes de que pudiera terminar la amenaza, se lanzó contra Safiye, sus garras dirigidas a su rostro. Pero ella, con una destreza que me dejó sin aliento, desvió el ataque con su espada, cada choque de sus armas produciendo destellos de fuego.
Mientras tanto, mis soldados recuperaban la compostura y yo me uní a la lucha contra los soldados enemigos. El campo de batalla era un caos de gritos, acero y sangre. No podía perder de vista a Safiye, pero tampoco podía permitir que nuestros enemigos tomaran ventaja de la situación.
Mi espada se hundía en el enemigo, pero cada golpe que asestaba venía acompañado de un peso en mi corazón. Verla allí, enfrentándose a esa criatura, me llenaba de un miedo que nunca había sentido antes. No era solo la preocupación por nuestra victoria, sino un terror más profundo, el temor de perderla.
Safiye, sin embargo, parecía haber nacido para esta batalla. Sus movimientos eran fluidos, su fuerza sobrenatural. A pesar de la ferocidad del demonio, ella no se dejaba intimidar. Era como si un poder antiguo y desconocido la envolviera, la protegiera. Pero a medida que la lucha avanzaba, vi el cansancio en su rostro, el sudor perlándole la frente.
Finalmente, Safiye pareció perder la paciencia. Con un grito, lanzó su espada a un lado y alzó la mano, canalizando una energía oscura que surgió de las profundidades de la tierra misma. La criatura se retorció, como si sintiera el poder que emanaba de ella.
—¡Vuelve a las fosas del infierno de donde nunca debiste salir! —bramó, su voz reverberando en el aire. Y con un movimiento de su mano, el suelo bajo el demonio se abrió de nuevo, devorando a la criatura con un rugido final antes de que la grieta se cerrara de golpe, dejando el campo en un silencio sepulcral.
Un murmullo de asombro recorrió a todos los presentes, incluso a los soldados enemigos. El emperador que los había liderado dio un paso atrás, con el rostro pálido y la mano temblorosa.
—Esto no... esto no es posible... —murmuró, con la mirada fija en Safiye.
Pero ella no le dejó la oportunidad de huir. En sus ojos, vi el mismo brillo frío que a veces veía en los de su madre.
—Mi madre me enseñó que las plagas se arrancan de raíz, —dijo con una calma que heló mi sangre, y sus palabras me recordaron a Derya, implacable y letal.
Antes de que el emperador pudiera dar la orden de retirada, me uní a ella. Mis hombres, animados por la hazaña de Safiye, avanzaron como una marea imparable, y juntos acabamos con los enemigos que quedaban, sin darles oportunidad de reorganizarse.
Cuando la batalla terminó, el campo quedó cubierto de cuerpos y la tierra empapada de sangre. Mis soldados lanzaron un grito de victoria, pero yo solo tenía ojos para Safiye. Caminé hacia ella, sintiendo mis piernas temblar con cada paso, hasta que finalmente estuve lo suficientemente cerca como para tomarla de los hombros y atraerla hacia mí.
La envolví en un abrazo, sintiendo su corazón latir con fuerza contra mi pecho. Por un momento, fue como si todo el ruido y la muerte a nuestro alrededor se desvanecieran.
—No vuelvas a hacer algo como esto, —le susurré, mi voz quebrada por el miedo que aún me atenazaba—. Podrías haberte matado.
Ella levantó la cabeza, y en sus ojos había una mezcla de desafío y ternura.
—Lo haría de nuevo, si eso significa salvarte, Selin.
No supe qué responderle. Solo la apreté con más fuerza, incapaz de ocultar el alivio que sentía de tenerla allí, conmigo, aunque sabía que esto solo era el principio de algo mucho más grande.