Almas Cruzadas

Después de unos días intensos en la empresa, decidí tomar otro viaje, pero esta vez un poco más largo. Necesitaba distanciarme de todo para disfrutar de la vida como lo que ahora soy: un joven adinerado, libre de las ataduras del pasado.

Había logrado cambiar las cosas a mi favor, pero eso no borraba el sufrimiento que mi otro yo, Ansel, había soportado en la línea original de su vida. Pensar en ello despertaba en mí un oscuro deseo de encontrar a ese niño tonto y hacerle justicia a través de la tortura. Pero sabía que eso no lo haría feliz. Él siempre me pidió que no me dejara arrastrar por la venganza, que buscara mi propia felicidad. Estaba seguro de que él también hacía todo lo posible para que yo lograra la mía.

—Mi señor —anunció Jack con unos golpes en la puerta de mi habitación—, la señorita Lara acaba de llegar.

—Ya bajo —respondí, tomando mis dos maletas—. ¿Has decidido si te quedarás o me seguirás? —le pregunté, recordando que la noche anterior le ofrecí quedarse como administrador en uno de mis negocios. Hasta ahora, no me había dado una respuesta clara.

—Agradezco su oferta, mi señor... Pero mi lugar está donde esté mi amo —contestó, tomando mis maletas para llevarlas él mismo—. Nos está esperando el transporte en el estacionamiento.

Bajé a saludar a Lara, quien me recibió con una sonrisa cálida. Me despedí de Lady Ross, quien, en un gesto generoso, le entregó a Jack una tarjeta para que gastáramos lo que quisiéramos durante el viaje. Intenté rechazarla, pero Lara, con su habitual picardía, la guardó en su bolso sin decir una palabra. Nos dirigimos al aeropuerto, listos para un cambio de escenario hacia un país de clima cálido, un refugio bienvenido tras la fría primavera que dejamos atrás.

—Ansel tenemos que visitar este lugar cuando lleguemos —me dijo Lara, mostrándome una fotografía de un parque natural con un río serpenteante y cascadas cristalinas.

—Primero descansaremos —respondí con una sonrisa—. Ya tendremos tiempo para explorar.

El vuelo fue largo, casi interminable. Dieciséis horas en el aire nos dejaron agotados. Al aterrizar, un chofer nos esperaba para llevarnos a la que sería nuestra casa temporal. Lara había decidido que en lugar de un hotel, alquilaríamos una casa, y me dejó la elección de la habitación. El aroma a flores frescas que llenaba la casa mejoró inmediatamente mi ánimo. Lara siempre sabía cómo hacerme feliz.

—Más tarde te llevaré de compras como recompensa —dije, acariciando su cabeza con ternura—. Buen trabajo.

Ella asintió con una sonrisa de satisfacción y me dejó escoger la habitación con la mejor vista al jardín. Cada uno tomó su espacio y nos sumergimos en un sueño profundo, a pesar de ser pleno día. Cuando desperté, ya había oscurecido. Eran cerca de las siete. Mientras caminaba por el pasillo, me encontré con Jack, quien, al notarme, me saludó con respeto.

—Mi señor —dijo Jack, extendiéndome una manta para cubrirme del fresco aire nocturno—. No importa la temporada, siempre debe cuidarse.

Decidimos dar un paseo por el jardín, disfrutando de las flores y del aire limpio. Jack me sugirió que me sentara en una banca de madera bajo un viejo roble. Lo obligué a sentarse conmigo, a pesar de su insistencia en mantenerse en pie como un buen guardaespaldas.

Tras un rato de silencio, hablé.

—Jack... ¿Qué piensas de mí? —le pregunté, sin mirarlo directamente—. Puedes ser honesto.

Esperaba que me hablara de mi frialdad o de mi ambición, pero su respuesta fue diferente.

—Para serle sincero... pienso que mi señor es muy adorable —dijo, sonriendo con calidez.

¿Adorable? No pude evitar reírme ante tal descripción. ¿Cómo alguien que había utilizado a las personas como peldaños para escalar podía ser adorable?

—Eres un caso perdido —dije, tratando de contener mi risa—. Nunca había conocido a alguien que dijera eso de mí.

—Pero si lo es, mi señor —dijo Jack seriamente—. Tiene un buen corazón.

Era extraño escuchar eso de alguien que había presenciado mis maniobras calculadas y frías. Tal vez había más en mí de lo que yo mismo creía.

—¿De verdad lo piensas? —pregunté, mostrando una sonrisa juguetona—. Eres único, Jack. Vamos, entremos a descansar. Sabes, eres la primera persona que no me llama engreído —añadí, mirándolo con afecto.

Esa noche, reflexionando sobre las palabras de Jack, me di cuenta de cuánto había cambiado. Ya no era el mismo hombre que había llegado a este mundo lleno de resentimiento. Había aprendido a valorar las cosas simples, como una conversación sincera o la belleza de un jardín floreciente.

Los días en nuestro nuevo hogar pasaron rápidamente. Lara y yo exploramos el área, disfrutando de la tranquilidad y de la compañía mutua. Cada día era una oportunidad para aprender, no solo sobre el mundo que nos rodeaba, sino sobre nosotros mismos.

Un día, mientras paseábamos por un mercado local, Lara se detuvo frente a un puesto de libros antiguos. Un volumen en particular llamó mi atención: un diario con una cubierta de cuero desgastada y páginas amarillentas. Lara lo notó y lo compró para mí, diciendo que podría interesarme. Resultó ser el diario de un viajero de siglos pasados, lleno de historias y reflexiones que parecían hablar directamente a mi alma.

El diario se convirtió en mi compañero nocturno. Cada entrada era una lección sobre la vida, el amor y la pérdida. Me hizo reflexionar sobre mi propio viaje, sobre las personas que había conocido y las decisiones que había tomado. Sentía una conexión profunda con el autor, como si estuviéramos unidos por un hilo invisible a través del tiempo.

Una noche, mientras leía una de las últimas entradas, el autor hablaba del deseo de dejar un legado, de ser recordado por algo más que sus logros materiales. Esa idea resonó en mí profundamente. ¿Qué tipo de legado quería dejar? ¿Cómo quería ser recordado?

Esa noche tomé una decisión: usaría mi fortuna y mis recursos para hacer algo más grande que yo mismo. Con el apoyo de Lara y Jack, comencé a desarrollar un plan para crear una fundación benéfica. Quería enfocarme en la educación y en el desarrollo comunitario, ofrecer oportunidades a aquellos que, como yo, habían enfrentado dificultades pero tenían el potencial de cambiar su destino.

El proceso fue arduo, lleno de obstáculos que parecían insuperables. Pero cada desafío me hizo más decidido. Sabía que este era mi verdadero propósito, y estaba dispuesto a luchar por ello.

Finalmente, después de medio mes de trabajo, la fundación fue lanzada oficialmente. Fue un momento de orgullo indescriptible. Sentía que, por primera vez, estaba haciendo algo verdaderamente significativo, algo que podría cambiar vidas.

El éxito inicial de la fundación me dio fuerzas para seguir adelante. Lara y Jack fueron mi apoyo constante, y juntos comenzamos a trabajar en nuevos proyectos, desde la construcción de escuelas hasta la creación de programas de capacitación para adultos.

Mi vida había tomado un rumbo completamente nuevo. Ya no se trataba de acumular riqueza, sino de usarla para hacer el bien. Había encontrado una nueva forma de felicidad, una que no dependía de lo que podía obtener, sino de lo que podía dar.

Esa noche, mientras me sentaba en mi escritorio, volví a abrir el diario. Pasé mis dedos por las páginas amarillentas, sintiendo una conexión profunda con el autor. Había aprendido tanto de sus palabras y experiencias. Cerré el diario con un sentido renovado de propósito. Sabía que mi viaje apenas comenzaba, y estaba listo para enfrentar lo que viniera.