En la mágica isla de Santorini, Dylan Fletcher y su esposa Helena sufren un trágico accidente al caer su automóvil al mar, dejando a Dylan ciego y con las gemelas de un año, Marina y Meredith, huérfanas de madre. La joven sirena Bellerose, que había presenciado el accidente, logra salvar a las niñas y a Dylan, pero al regresar por Helena, esta se ahoga.
Diez años después, las gemelas, al ver a su padre consumido por la tristeza, piden un deseo en su décimo cumpleaños: una madre dulce para ellas y una esposa digna para su padre. Como resultado de su deseo, Bellerose se convierte en humana, adquiriendo piernas y perdiendo su capacidad de respirar bajo el agua. Encontrada por una pareja de pescadores, se integra en la comunidad de Santorini sin recordar su vida anterior.
Con el tiempo, Bellerose, Dylan y sus hijas gemelas se cruzarán de nuevo, dando paso a una historia de amor, segundas oportunidades y la magia de los deseos cumplidos.
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Un milagro
Fue entonces cuando las gemelas le sirvieron té, pero lo pasaron a Bellerose para que se lo diera a su papá.
—Bellerose, pásale a mi papá por favor.
—Claro Meredith.
Dylan sintió que algo especial estaba a punto de suceder, aunque no sabía qué. Su corazón comenzó a latir más rápido cuando escuchó la voz de Bellerose, suave y reconfortante, mientras ella le ofrecía la taza.
—Toma Dylan, ten cuidado está un poco caliente—le advierte Bellerose.
El momento era como cualquier otro, pero a medida que sus dedos tocaron los de Bellerose al recibir el té, algo extraño ocurrió. La oscuridad que había sido su mundo por tanto tiempo se disipó, y por primera vez en años, una luz brillante invadió su visión.
Las imágenes empezaron a cobrar vida ante él. Las gemelas, Meredith y Marina, sus caritas llenas de sonrisas y los movimientos ágiles mientras chocaban sus tazas de té para brindar como hacen los adultos, tomaban manera frente a él con una claridad que nunca había imaginado. Luego, su mirada se dirigió hacia Bellerose. Todo en ella era brillante, como si la luz del mundo la abrazara.
El rostro de Bellerose se mostró ante él de una manera tan real, tan detallada, que Dylan no pudo evitar quedarse sin aliento al punto de entrar en shock y casi llorar. Los suaves contornos de su rostro, sus ojos cálidos y serenos, el modo en que su cabello dorado caía de manera natural, como una corriente suave. Era una visión tan clara y perfecta, como si el universo mismo se hubiera alineado para regalarle ese momento.
—«¡¿Que significa esto?! ¡¿Esto en verdad está sucediendo?!» piensa atónito Dylan.
El toma la taza tembloroso y Bellerose retira sus manos.
El miedo que sintió al principio, el miedo de que todo se desvaneciera tan rápidamente como había llegado, se volvió más intenso cuando, al soltarle la mano, la visión comenzó a desvanecerse. Todo se oscureció nuevamente, y Dylan, aterrorizado, sintió que su corazón se aceleraba. ¿Qué había sido eso? ¿Por qué podía ver, pero ahora no?¿Tenía eso que ver con esa mujer frente a él?¿Es algún tipo de milagro o un poder que sale de ella?
En ese instante, un impulso lo hizo reaccionar. Tomó nuevamente la mano de Bellerose, con fuerza, como si su vida dependiera de ello.
—Hace frío...disculpa por tomar tu mano nuevamente —dijo, intentando justificar su acción, pero en su interior, sabía que había algo más. No solo el frío, sino el deseo de no perder esa visión, de no perder lo que acababa de descubrir.
Bellerose, con su sonrisa tranquila, aceptó su toque sin cuestionarlo.
—No hay problema. Avisame cuando dejes de sentir frio—le dice inocentemente.
Las gemelas se miraron entre si sin decir nada al ver como su padre tenía a Bellerose agarrada por la mano.
—Gracias, Bellerose por cuidar a papá —suelta Marina sonriendo.
—Gracias Bellerose—le dice Dylan mientras toma su té con la otra mano y se deleita en los gestos de sus hijas. Se pregunta si sus hijas saben si esa mujer realmente guarda un poder misterioso.
Dylan, ahora consciente de que mientras tuviera su mano, podía ver, comenzó a observarla con más detalle. Cada pequeño gesto que hacía, la forma en que sonreía a las gemelas, el amor que irradiaba sin esfuerzo, todo eso comenzaba a ocupar un lugar especial en su corazón. No era solo por la visión que le había regalado; era por la calidez que ella traía consigo, por la forma en que trataba a sus hijas, por la bondad que emanaba en cada uno de sus movimientos.
Dylan no podía dejar de pensar en cómo todo parecía encajar. Ella, Bellerose, no solo era su milagro, sino también su salvación. Sin decirlo en voz alta, se dio cuenta de que no quería que ese momento se desvaneciera, y menos aún quería soltarla. Y aunque su mundo seguía siendo un lugar lleno de sombras, con ella a su lado, todo parecía posible.
Dylan, sintiendo que el tiempo se detenía, sabía que debía soltar la mano de Bellerose. Había algo en su interior que le decía que no quería asustarla, no quería hacerle sentir que sus acciones eran raras o incómodas.
—Gracias Bellerose, ya no tengo tanto frío.
Entonces, con mucha cautela, dejó ir su mano, y al instante, la oscuridad regresó. El mundo se sumió nuevamente en las tinieblas, y la visión que tan brevemente había disfrutado desapareció.
El cambio fue abrupto, y Dylan se quedó parado, inmóvil, sintiendo una mezcla de miedo y asombro. Había sido un milagro, un verdadero milagro, que hubiera podido ver a sus hijas, diez años después. Las había escuchado, había sentido su risa, pero verlas tan claramente, tan nítidamente, le llenaba de una emoción tan profunda que las palabras no bastaban. En ese momento, sus ojos se llenaron de lágrimas que no podía contener, y su voz tembló cuando las gemelas se acercaron a él, al percatarse de su emoción.
—Papá, ¿por qué estás así? —preguntó Meredith.
Marina, al verlo, se acercó también, con su mirada curiosa.
Dylan sonrió, pero su corazón seguía latiendo con fuerza. No quería asustarlas ni preocuparse más de lo necesario.
—No es nada, chicas. Solo estoy... muy feliz. —Su voz se quebró un poco, pero logró mantener la calma.
Fue entonces cuando las gemelas, con su energía desbordante, se mostraron encantadas con la idea de un paseo.
—¡Papá, ven con nosotros! —dijo Marina, tomando la mano de Meredith. —Bellerose, lleva a papá de la mano. ¡Vamos a caminar por la orilla!
Dylan, aunque aún nervioso por la reciente experiencia de ver y luego perder la visión, aceptó la propuesta con una sonrisa.
—Esta chiquilla y sus ocurrencias. No corran que se pueden caer—les dice Dylan al escuchar sus pasos alejarse rápidamente.
—Toma mi mano, te guiaré —le dice Bellerose a Dylan.
Bellerose, por su parte, sin dudar, extendió su mano hacia él de nuevo, y Dylan, agradecido por la calidez de su toque, la tomó sin pensarlo y vuelve a ver. Las gemelas marchaban un poco delante, dejando espacio para que ellos pudieran caminar juntos, y la escena se volvió tan tranquila que Dylan pudo olvidar la oscuridad que lo envolvía antes.
Mientras caminaban por el sendero, rodeados por la luz dorada del atardecer, Dylan decidió preguntar algunas cosas que siempre había querido saber, pero no había tenido la oportunidad de preguntar antes.
Las gemelas sugirieron dar un paseo, y al instante Meredith, con sus ojos brillantes, añadió una recomendación entusiasta:
—¡Papá! Que Bellerose te lleve de la mano. ¡Se nota que te gusta mucho!
Bellerose sonrió, extendiendo su mano hacia Dylan, quien dudó un instante, casi temeroso de que esa conexión tan mágica que acababa de descubrir se desvaneciera. Pero la calidez de sus dedos entrelazados disipó sus dudas, y juntos comenzaron a caminar tras las gemelas, que corrían un poco más adelante, disfrutando de la brisa fresca y el paisaje florido.
Con cada paso, Dylan sentía una calma extraña, un confort que lo llenaba al sostener la mano de Bellerose. Algo en ella le hacía pensar que había mucho más en su historia, un misterio que él deseaba desentrañar. Tras un momento de silencio, rompió el hielo con una pregunta que llevaba rondando su mente.
—Bellerose, ¿de dónde vienes?
Ella lo miró, y aunque había una pizca de tristeza en sus ojos, también parecía haberse preparado para una pregunta así. Tomó aire y le respondió con la voz suave, cuidando cada palabra.
—Vengo de un reino lejano, Dylan. De un lugar donde mis padres... —hizo una breve pausa, bajando la vista—, digamos que ellos son los reyes. Siempre me sentí… diferente allí. Con el tiempo, no me quedó más opción que marcharme.
Dylan sintió que había algo profundo detrás de esas palabras, algo que ella no decía pero que podía intuir. Se le ocurrió que tal vez Bellerose solo hablaba en parábolas o que era una princesa europea, alguien de la realeza que había huido de su vida por razones que él aún no comprendía del todo. Sin embargo, no le preguntó directamente, queriendo respetar sus emociones y dejándola continuar a su propio ritmo.
—Debe haber sido difícil, alejarte de tu familia… de todo lo que conocías —dijo, buscando entender el peso que ella cargaba en su voz.
Bellerose asintió, su mirada perdida entre los árboles y el cielo.
—Sí, lo fue. A veces, aún duele. Tenía amigos allá, personas muy queridas que dejaron huella en mi vida. —Hizo una pausa, recordando—. Mirael, por ejemplo, era mi mejor amigo. Y luego estaba Coralyn, la herborista más sabia que conocí; Tritón, el guardia leal de mi familia; y Aeron, el mensajero de papá , quien siempre tenía un consejo o un chiste listo para levantarme el ánimo…
—Suena como si tuvieras una vida llena de gente especial —comentó Dylan, fascinado por su relato, aunque se extraña que todos tengan nombres tan extraños—. ¿Y no piensas regresar a…?
Ella negó suavemente, sus ojos reflejando la tristeza de un adiós permanente.
—No puedo. No por ahora —dijo con un tono de pesar, ella no sabe exactamente cómo llegó ahí y no sabe como regresar—. Y mis padres… la Reina Nerida y el Rey Thalassor, —continuó, dando a entender sin aclararlo más que pertenecía a un linaje de reyes de algún reino europeo—. No creo que ellos me comprendieran entonces, y temo que, aunque volviera, no me entenderían ahora.
Dylan sintió una gran compasión por ella, por el dolor contenido en su voz, en la historia que no lograba decir abiertamente. Y aunque su mente seguía asimilando que aquella mujer a su lado, quien hablaba con tal elegancia, pudiera ser realmente una princesa de algún lejano país europeo, evitó preguntar más para no incomodarla.
—¿Sabes? —Bellerose continuó, buscando suavizar el ambiente con una sonrisa—. También estaba Kyros, el historiador, siempre contando historias del pasado, y Selene, una princesa de otro reino… mi mejor amiga. Todos ellos fueron parte importante de mi vida allá.
Dylan asintió, sintiéndose casi transportado al mundo de Bellerose, imaginando esos amigos y personas importantes que habían formado su vida. A su mente, vino la imagen de un hermoso castillo europeo, rodeado de jardines y paisajes, una vida que ahora parecía muy lejana para ella. Sin embargo, él no podía evitar notar una melancolía en sus ojos, como si algo en su relato no encajara del todo en la narrativa de una princesa fugitiva.
—Debe ser un poco duro llevar todo eso en el corazón —dijo con suavidad, intentando transmitirle su comprensión mientras seguia maravillado por poder ver mientras ella lo lleva de la mano—. Pero… aquí estás. Con un nuevo comienzo, así que tómalo con calma, todo es un proceso en la vida.
Bellerose le sonrió, asintiendo mientras apretaba levemente su mano.
—Sí… es un nuevo comienzo, y creo que de alguna forma… —hizo una breve pausa y miró a Dylan, como si él fuera parte de ese nuevo capítulo—… Creo estoy donde debo estar.
Las gemelas, que habían corrido un poco más adelante, ahora se detuvieron y los esperaron, con los rostros sonrientes. Verlas allí, llenas de vida, hizo que el corazón de Dylan se llenara de emoción, y de repente, la idea de un futuro brillante, algo que hacía mucho tiempo no había sentido, empezó a tomar forma en su interior. Piensa que Bellerose definitivamente llegó para iluminar su vida y la de sus dos hijas.
Sin darse cuenta, su mano seguía unida a la de Bellerose, como si aquel contacto fuera el único lazo que mantenía ese destello de visión, de vida y color que él había recuperado temporalmente al tocarla.
Me encanta tu novela
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