¿Alguna vez han pensado en los horrores que se esconden en la noche, esa noche oscura y silenciosa que puede infundir terror en cualquier ser vivo? Nadie había imaginado que existían ojos capaces de ver lo que los demás no podían, ojos pertenecientes a personas que eran consideradas completamente dementes. Sin embargo, lo que ignoraban es que esos "dementes" estaban más cuerdos que cualquiera.
Los demonios eran reales. Todas esas voces, sombras, risas y toques en su cuerpo eran auténticos, provenientes del inframundo, un lugar oscuro y siniestro donde las almas pagaban por sus pecados. Esos demonios estaban sueltos, acechando a la humanidad. Sin embargo, existía un grupo de seres vivos—no todos podrían ser catalogados como humanos—que dedicaban su vida a cazar a estos demonios y proteger las almas de los inocentes.
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CAPITULO VEINTE
Ivelle caminaba junto a Seth hacia la entrada del campamento de magia, donde pasarían el próximo mes. Seth, siempre entusiasta, hablaba sin parar sobre temas que ella desconocía completamente. Mencionaba algo sobre las peleas de centellos, pero Ivelle no tenía idea de qué era un centello. Aun así, escuchaba atentamente, tratando de seguir el hilo de la conversación mientras avanzaban.
Finalmente, llegaron al umbral del campamento, un arco de piedra cubierto de enredaderas mágicas que brillaban con una luz tenue. Al cruzarlo, sintieron una suave brisa mágica que parecía darles la bienvenida. Muchos estudiantes ya se encontraban allí, algunos provenientes de su propia academia y otros del mismo campamento. Estos últimos resultaban especialmente peculiares. No por su aspecto físico, ya que en apariencia eran como cualquier otro estudiante, sino por ciertos detalles que los hacían únicos. Algunos tenían tonos de piel inusuales, desde el más pálido hasta un verde intenso o un marrón profundo. Pero lo que más destacaba era su presencia imponente. A simple vista, estos estudiantes parecían personas rudas y valientes, que no le temían a nada. Y esa primera impresión no era engañosa; eran individuos entrenados rigurosamente para convertirse en protectores de todos los seres vivos, preparados para actuar en caso de que una guerra se desatara. Sus movimientos eran precisos y seguros, denotando la disciplina y el arduo entrenamiento al que se sometían diariamente.
Ivelle observaba a su alrededor, maravillada por la diversidad y la energía que se respiraba en el lugar. Los estudiantes del campamento caminaban con una confianza que ella no había visto antes, y se notaba que cada uno de ellos poseía habilidades extraordinarias. Había grupos pequeños practicando hechizos complejos, otros entrenaban en combate cuerpo a cuerpo, y algunos más estaban inmersos en meditaciones profundas para fortalecer su conexión con la magia.
Ella siguió caminando junto a Seth, explorando el lugar con curiosidad y asombro. El campamento mismo era impresionante. Las cabañas de los estudiantes estaban construidas con materiales mágicos que no solo los protegían de fuertes tormentas, sino que también regulaban la temperatura interior, asegurando un ambiente siempre cómodo. Los árboles alrededor del campamento susurraban canciones antiguas, melodías llenas de sabiduría y misterio. Un río de agua cristalina, que brillaba con una luz azulada, serpenteaba a través del campamento, añadiendo un toque de magia y serenidad al entorno.
— Este lugar es increíble, Seth. Nunca había visto nada igual — dijo Ivelle, maravillada.
— Te lo dije, Ivelle. Este campamento es único. Mira, ahí están las sirenas — respondió Seth, señalando hacia el río.
Lo que más sorprendió a Ivelle fue la melodiosa voz que escuchaba proveniente del agua. Eran varias voces, armonizando de una manera tan perfecta que parecía un coro celestial. Intrigada, se acercó más al río, deseosa de descubrir el origen de esas voces. Al mirar al otro lado, se encontró con un grupo de sirenas de cabello rojo y colas del mismo color vibrante. Cada sirena tenía un tono de piel diferente, desde el más pálido hasta el más oscuro, creando un hermoso contraste. En sus cabellos llevaban joyas que resplandecían con los rayos del sol, reflejando destellos de luz por todo el lugar.
— Increíble — susurró Seth. Hizo que una cámara apareciera en sus manos y comenzó a tomarle fotos a las sirenas que seguían acariciando sus cabellos, provocando que el agua comenzará a moverse con fuerza. — Julieta tiene que ver esto. Ella es fanática de las sirenas. Desea convertirse en una, aunque nuestros padres ya le dijeron que era imposible ya que ella era una Lamias, pero bueno, como dicen por ahí: Es malo robarle los sueños a una niña de cinco años.
Ivelle sonrió al verlas, su imaginación desbordándose con la idea de cómo sería su propia transformación en sirena. Había soñado con ese día durante mucho tiempo y no podía esperar a verse convertida en una de ellas. Las sirenas, con su belleza etérea y su conexión profunda con el agua, representaban para ella un símbolo de libertad y poder. Imaginó sus piernas transformándose en una cola brillante, nadando libremente por las aguas del río, explorando las profundidades y cantando con la misma gracia que esas criaturas mágicas.
— Dejala soñar. Es lo único que puede hacer mientras.
De pronto, Ivelle sintió un ardor intenso en sus brazos. Las marcas que tenía en ellos parecían encenderse. Tratando de disimular el dolor, evitó mostrar ninguna reacción frente a Seth. No quería que él supiera lo que había ocurrido hace unos días. No se trataba de una falta de confianza, sino de su miedo a la reacción de Seth, que a veces podía ser impulsivo y actuar sin pensar, algo que a Ivelle le molestaba pero nunca mencionaba.
Para su suerte, apareció Raquel. Sin perder tiempo, Ivelle la tomó del brazo y se alejó de Seth, quien seguía ocupado tomando fotos. Raquel frunció el ceño, confundida por la acción repentina de su amiga.
— Ivelle, ¿qué está pasando? — preguntó Raquel, preocupada.
—Necesito mostrarte algo, pero no aquí. Vamos a buscar un lugar más privado — respondió Ivelle, con urgencia en su voz.
Caminaron rápidamente hasta encontrar un rincón apartado donde no había nadie. Ivelle, con un suspiro de alivio, mostró sus dos brazos a Raquel. Estaban pálidos, como si toda la sangre hubiera sido drenada de ellos. Las marcas eran claramente visibles: una serpiente enroscada y el nombre Zentyal grabado como si estuviera tallado en su piel.
Raquel arrugó la cara, desconcertada. Tomó los brazos de Ivelle y los examinó de cerca, notando el brillo inusual en las marcas.
— Ivelle, ¿qué significa esto? ¿Qué te ha pasado? — preguntó Raquel, su voz llena de preocupación.
— No estoy segura de todos los detalles. Todo empezó hace unos días. La marca de la serpiente ya la conoces… la otra marca no se como salió — explicó Ivelle, luchando contra las lágrimas. — Es extraño. Yo estaba en el bosque cuando salió esto de la nada— mintió. No podía decirle dónde se encontraba en realidad ni con quien.
— Ivelle, esto es muy raro. No se que pasa. No te puedo dar una respuesta clara, pero… tal vez Asher sepa que sucede. — Noto la mirada de Ivelle hacia ella. Era como de miedo, de no querer hablar sobre eso, no con la persona mencionada anteriormente —. ¿Qué sucede, Ivelle?
— Nada. Solo es que no le tengo confianza. Raquel, esta marca es demoníaca. ¿Cómo voy a confiar en un demonio?
— Por esa misma razón. Él es un demonio. Podría saber algo.
Mientras Ivelle y Raquel hablaban, una figura en las sombras escuchaba cada palabra. Era Naira, y no podía creer lo que estaba oyendo. ¿Aquella chica tenía las dos marcas en su brazo? ¿Cómo era posible eso? Había esperado que Asher tuviera la marca de la serpiente, pero no ella. Todo era tan raro y perturbador.
Una mueca de enojo se formó en el rostro de Naira mientras se alejaba apresuradamente para buscar a su padre. Él se encontraba hablando con Diane, la mujer serpentina. Al notar la presencia de su hija detrás de Diane, dejó de hablar y se dirigió hacia Naira, percibiendo inmediatamente su enojo.
Naira sabía que todos sus planes habían caído por tierra. No había forma de remediar eso. Era imposible. Tantos años de búsqueda y preparación ya no servían de nada.
—- Padre, esa chica tiene las dos marcas. ¡Esto no puede estar pasando! — Naira, con el rostro encendido de furia, explicó a su padre lo que había oído. —Se supone que el poder debía ser nuestro.”
— ¿De qué chica hablas? — Sir Eris frunció el ceño —. ¿Y estás segura de lo que escuchaste, Naira? ¿Las dos marcas, en la misma persona?
— Padre, Ivelle, la chica de elementos de segundo año tiene las dos marcas en sus brazos. Las vi con mis propios ojos. Todo este tiempo, todo nuestro esfuerzo... para nada — respondió Naira, la frustración vibrando en su voz. — Esa estúpida chica tocó la esfera antes de que yo la consiguiera.
— Cálmate, Naira. Todavía no hemos perdido todo. Necesitamos pensar con claridad. Si ella tiene las marcas, entonces ella es la clave. No podemos dejar que escape de nuestro control — dijo su padre, tratando de calmarla y pensando en su próximo movimiento.
Naira, con su rostro angelical pero con una personalidad de demonio, asintió lentamente.
— ¿Qué sugieres que hagamos? No podemos simplemente acercarnos y exigir que nos entregue el poder. Eso es imposible. Las marcas no desaparecerán de ella nunca… la única forma sería matándola… — Una sonrisa apareció en su rostro. — Si lo hacemos, padre, esa es la única solución: debemos matarla. Así la esfera volverá a aparecer y podremos unirla con la brasa para obtener el poder supremo de la serpiente roja.
El padre de Naira la miró fijamente, considerando sus palabras. La frialdad en sus ojos reflejaba la misma determinación despiadada que su hija mostraba, siendo completamente igual a él.
— Naira, debemos ser cuidadosos. No podemos actuar de manera impulsiva. Si algo sale mal, podríamos perder todo para siempre, — respondió él con voz baja y grave, mirando hacia todos los lados, fijándose en que nadie los escuchara.
— Lo sé, padre, pero no tenemos otra opción. Hemos esperado demasiado tiempo y no permitiremos que una simple chica destruya nuestros planes. Si la eliminamos, el poder será nuestro, como siempre debió ser, — insistió Naira, su mirada ardía con una intensidad peligrosa. — Piénsalo bien padre, no podemos permitir que alguien más tenga el poder que por mucho tiempo hemos estado buscando como unos locos desesperados.
— Bien, pero debemos planear esto meticulosamente. Nadie puede sospechar de nosotros. Necesitamos averiguar más sobre ella y encontrar el momento perfecto para actuar, — concluyó su padre, su mente ya trabajando en los detalles.
Naira asintió, su rostro resplandeciendo con una mezcla de anticipación y crueldad.
— Empezaré a vigilarla. No podemos permitirnos ningún error. Pronto, el poder será nuestro, y nadie podrá detenernos, — dijo Naira, su voz llena de convicción.
Mientras tanto, Ivelle y Raquel seguían en su conversación, ajenas al peligro que se cernía sobre ellas. Ivelle aún estaba mostrando sus marcas a Raquel, quien examinaba los símbolos con una preocupación creciente.
— Esto no es normal, Ivelle. Necesitamos encontrar a alguien que sepa más sobre estas marcas. Asher es el más indicado para ayudarnos, — sugirió Raquel, apretando suavemente los brazos de su amiga.
— Está bien.
Sin saberlo, estaban siendo observadas desde la distancia, y cada paso que tomaban las acercaba más al peligro. Mientras se dirigían hacia el centro del campamento, en busca de respuestas, la sombra de Naira y su padre se cernía sobre ellas, esperando el momento adecuado para atacar.
A medida que el reloj marcaba las seis de la tarde, todos los estudiantes del campamento se dispersaban por los terrenos en busca de sus propias aventuras y descubrimientos. Ivelle se encontraba junto a Raquel cuando Naira se les acercó. Ivelle le sonrió y la invitó a unirse a ellas.
Raquel se arrodilló hacia el sendero cubierto por piedras blancas, con una vela negra en sus manos. Estaban celebrando el tan esperado Día de las Velas, una festividad en la que las familias se reunían para pasar tiempo juntas. Sin embargo, en este día, solo estaban los estudiantes, compartiendo entre ellos, ya que no podían estar con sus familias.
Para Ivelle, esta tradición era especialmente significativa, ya que le recordaba a su hogar y evocaba la nostalgia de encender velas con su familia. Cada vez que podían, compartían ese día juntos. Pero ahora, solo quedaban los recuerdos. Sus padres ya no estaban y sus hermanos se distanciaban cada vez más. Aunque tratara de fingir que no le importaba, por dentro la estaba matando. Trató de sonreír junto a su amiga y a Naira, quien comenzó a contar experiencias de su niñez, encendiendo velas.
— Recuerdo que cuando era pequeña, mis padres y yo solíamos hacer un ritual especial con velas negras, — dijo Naira, encendiendo su vela con un gesto elegante. — Cada vela representaba un deseo o una meta para el próximo año. Siempre creí que esas velas tenían un poder especial.
Ivelle escuchaba atentamente, tratando de sumergirse en la historia de Naira para distraerse de sus propios pensamientos dolorosos.
— A pesar de que esos momentos eran muy lindos, la mayoría eran muy tristes. Él nunca fue tan bueno conmigo como yo quería…
— Me pasaba algo similar con mi padre, — comentó Ivelle, mirando la llama de su propia vela. — Yo pensé que él me quería… pero resultó ser todo lo contrario.
Raquel, que había terminado de encender su vela, se unió a la conversación.
— En mi familia, nunca celebramos esto. Ellos no son de esta región. Nosotros venimos del norte por lo que no sabemos mucho de estas tradiciones, pero me alegra compartir esto contigo Ivelle y ahora contigo también Naira. — Una sonrisa escapó de sus labios.
La atmósfera se volvió más tranquila y contemplativa mientras las tres chicas compartían sus recuerdos. Las velas creaban un círculo de luz cálida en medio de la oscuridad creciente. Aunque Ivelle intentaba mantener su fachada alegre, la nostalgia y la tristeza seguían latentes en su corazón. Mientras tanto, los otros estudiantes seguían con sus propias celebraciones, sin sospechar del peligro que se cernía sobre Ivelle. Naira observaba con atención, esperando el momento adecuado para llevar a cabo su plan. La festividad continuaba, y aunque las velas brillaban con esperanza, una sombra de malicia acechaba en el corazón de una de las presentes.
Al mirar a su alrededor, Ivelle pudo apreciar a muchos otros estudiantes uniéndose al ritual, cada uno con sus propias velas especiales. Algunos disfrutaban de deliciosas comidas, mientras los estudiantes de hechicería lanzaban hechizos pirotécnicos al cielo con sus manos, iluminando la noche con destellos de luz y color que adornaban el firmamento de manera espectacular. Era increíble. Anteriormente, en la academia, eran pocos los que salían de sus habitaciones para celebrar el Día de las Velas, ya que al día siguiente tenían clases. Pero ahora, como estaban de excursión, muchos aprovecharon la oportunidad para celebrarlo por primera vez.
Ella sonrió. Tenía un corazón muy grande y ver a los demás felices la hacía feliz, aunque también tenía un corazón muy blando, y eso hacía que muchas personas intentaran aprovecharse de su bondad. Raquel la abrazó por los hombros con una sonrisa, mientras Naira, con una mirada aparentemente dulce, ocultaba sus verdaderas intenciones.
Ivelle miró hacia un lado y vio, cerca de una roca, a Seth y los gemelos, sentados y jugando con sus velas, las cuales todavía no habían prendido. Negó con la cabeza, sabiendo que Seth estaba triste porque extrañaba a su familia. En cuanto a los gemelos, su situación era aún más compleja. A los diez años, sus vidas cambiaron drásticamente cuando presenciaron el asesinato de sus padres a manos de su tío, quien, movido por la envidia y el odio, los mató, dejándolos solos y obligándolos a aprender a sobrevivir por su propia cuenta en un mundo que no sabían cómo enfrentar.
— ¿Todo bien, Ivelle? — preguntó Raquel, notando la melancolía en los ojos de su amiga.
— Sí, solo estaba pensando en Seth y los gemelos. Este día es especial, pero también puede ser muy difícil para algunos de nosotros, — respondió Ivelle, suspirando.
Naira, con una sonrisa que no alcanzaba sus ojos, agregó:
— Todos tenemos nuestras cargas, Ivelle. Lo importante es que estamos aquí, juntos, y que podemos apoyarnos mutuamente.
Ivelle volvió a mirar a Seth y a los gemelos. Decidió que era momento de acercarse a ellos.
— Voy a ver a Seth y a los gemelos. Creo que necesitan un poco de compañía, — dijo, sonriendo a sus amigas antes de dirigirse hacia donde estaban sentados.
— ¡Seth! ¡Chicos! — llamó, acercándose con su vela en la mano. — ¿Por qué no han encendido sus velas? Es un día especial, y debemos celebrarlo juntos.
Seth levantó la vista, su rostro iluminado por la débil luz del fuego.
— No tenía muchas ganas, Ivelle. Pero tienes razón, — dijo, tomando la vela y encendiéndola con la suya. Los gemelos hicieron lo mismo, sus rostros tristes transformándose en sonrisas tímidas.
— ¿Recuerdan lo que solíamos hacer en casa para el Día de las Velas? — preguntó Ivelle, tratando de animar el ambiente.
Los gemelos asintieron, y Seth sonrió.
— Sí, recuerdo. Solíamos contar historias y hacer deseos para el próximo año.
— Hagamos eso aquí, juntos, como una nueva familia, — sugirió Ivelle.
Mientras las velas brillaban en la oscuridad, Ivelle sintió una calidez en su corazón. A pesar de las dificultades y los recuerdos dolorosos, había encontrado un lugar donde podía sentirse un poco más cerca de casa. El tiempo pasó entre risas y complicidad. Percy e Ivelle compartían miradas cómplices cada vez que alguno de los dos contaba algo, lo que no pasó desapercibido por los demás, que les lanzaban miradas divertidas.
A medianoche, Ivelle se encontraba sentada frente a una fogata, observando las llamas danzar mientras el crepitar del fuego llenaba el aire con su melodía reconfortante. A su alrededor, algunos estudiantes asaban malvaviscos, sumergidos en la atmósfera mágica que envolvía el campamento. La profesora Alisia Ivonneta, acompañada por una guitarra mágica que tocaba por sí sola, entonaba una canción que llenaba el espacio con su dulce melodía, atrapando la atención de todos los presentes. Ivelle movía su vara con malvaviscos con gestos automáticos, su mirada perdida en las brasas ardientes frente a ella. Sin embargo, su atención fue repentinamente capturada por una nueva canción que comenzó a resonar en el aire nocturno. Alzó la vista hacia el cielo estrellado, sorprendida por lo que veía.
El cielo se iluminó con una profusión de colores vibrantes: rosados, rojos, morados y azules pintaron el lienzo nocturno. Las estrellas brillaban con una intensidad deslumbrante y las nubes blancas cambiaban su tonalidad a un verde brillante, como si estuvieran imbuidas de una energía mística. En las nubes, comenzó a formarse una figura humana, una especie de sombra que se recortaba contra el fondo de colores cambiantes. La sombra era imponente, con contornos definidos que parecían emanar una fuerza sobrenatural. De vez en cuando, esbozaba una sonrisa que la hacía parecer un ser colosal, resplandeciendo con la luz verde que se reflejaba en su cuerpo etéreo. Los estudiantes, hipnotizados por el espectáculo, se quedaron en silencio, maravillados por la visión.
Ivelle sintió una mezcla de asombro y aprensión mientras observaba la figura. La profesora Ivonneta continuaba tocando, la melodía de la guitarra parecía armonizar con la aparición en el cielo, intensificando la atmósfera mágica del momento.
— Esto es lo que llamamos ARS mágico — anunció la profesora Ivonneta con una voz potente y profunda, interrumpiendo el silencio reverencial que se había apoderado del grupo —. Solo nosotros, los practicantes de la magia y de las maravillas del mundo, podemos verlo. Ni siquiera los animales del bosque son capaces de percibir esta maravilla.
El espectáculo que se desarrollaba sobre sus cabezas era una prueba tangible de la omnipresencia de la magia en el mundo que los rodeaba, un recordatorio de la maravilla y el misterio que aún aguardaban por descubrir en el vasto universo de la hechicería. Para Ivelle, era un momento de asombro y admiración, una experiencia que atesoraría en su corazón como un recuerdo mágico de aquella noche en el Campamento de Magia de Aureum.
— Oye, Ivelle.
Ivelle giró la cabeza hacia atrás al escuchar su nombre, sorprendida al ver a Percy asomándose detrás de un árbol como si fuera un espía. Antes de que pudiera reaccionar, él la llamó otra vez con voz persuasiva:
— Ven aquí, mujer. No seas necia. Quiero mostrarte algo — dijo con una sonrisa en los labios —. Vamos, Sirena.
Ivelle, intrigada por la curiosidad de Percy, se levantó y se acercó al árbol donde él estaba escondido. Raquel y Naira la observaron con interés mientras caminaba hacia Percy.
— ¿Qué es lo que quieres mostrarme? — preguntó Ivelle, llena de expectación.
Percy, con una mirada juguetona, le hizo señas para que se acercara más al árbol. Cuando estuvo lo suficientemente cerca, él le mostró algo en el suelo, entre las raíces del árbol. Era un pequeño nido de pájaros que parecía haber sido construido recientemente.
— Mira, Ivelle, ¿no es adorable? — dijo Percy con una sonrisa.
Ivelle se inclinó para observar más de cerca. En el nido había tres huevos de colores brillantes y diferentes tamaños. Uno era azul como el cielo nocturno, otro era verde como las hojas frescas de los árboles, y el tercero era dorado como el sol al atardecer.
— ¡Son hermosos! — exclamó Ivelle, maravillada por la delicadeza de los huevos y la promesa de vida que representaban.
— Pensé que te gustaría verlos. No todos los días se tiene la oportunidad de ver algo así en un campamento de magia, ¿verdad? — dijo Percy, mirándola con una expresión cálida.
Ivelle asintió con una sonrisa.
— Gracias por mostrármelo, Percy. Es realmente especial.
Caminaron juntos en silencio por un sendero, alejándose del bullicio del campamento hasta llegar a la entrada de un río. Ivelle levantó la mirada hacia el letrero del lago, que parecía estar en llamas. Sin embargo, su atención se desvió rápidamente hacia Percy, quien, con habilidad y gracia, manipuló el fuego como el maestro que era. Con destreza, Percy atrapó el fuego en sus manos y lo manipuló con habilidad, dejando a Ivelle maravillada ante el espectáculo.
El fuego parecía cobrar vida propia, con chispas de un azul profundo que iluminaban el rostro de Percy con un resplandor misterioso. Con un gesto elegante, hizo que la bola de fuego girara en el aire, dibujando arabescos de luz y calor a su alrededor. Ivelle no pudo evitar sonreír ante la habilidad de Percy y la belleza del espectáculo.
— Es increíble, Percy. Nunca deja de sorprenderme tu habilidad con el fuego — dijo Ivelle, admirando el baile de la llama azulada.
Percy asintió con modestia.
— Gracias, Ivelle. El fuego es mi elemento favorito. Siempre me ha fascinado su capacidad de transformarse y su belleza.
— Lo manejas como si fuera parte de ti — comentó Ivelle, observando cómo Percy hacía que la bola de fuego flotara frente a ellos, iluminando el camino con su resplandor azul.
— Es cuestión de tiempo — hizo desaparecer la bola de fuego. Tomó la mano de Ivelle y la llevó hasta la orilla del lago, sentándose allí —. ¿Cómo has estado últimamente, Ivelle?
Ivelle se sentó junto a Percy, mirando las tranquilas aguas del lago antes de responder.
— Sabes, ahora todo me resulta tan confuso. Aunque estoy comenzando a entender que esto no es un sueño, no puedo evitar sentir que es un poco abrumador para mí. Me preocupa lo que estoy haciendo y si estoy tomando el camino correcto — continuó, expresando sus pensamientos con sinceridad —. Me preocupa no saber cuál es mi propósito en este mundo tan... extraño y grande para mí.
Percy escuchó atentamente, esperando a que ella terminara de hablar antes de responder.
— Entiendo cómo te sientes, Ivelle — comenzó Percy, con voz suave y reconfortante. — Es natural sentirse abrumado cuando nos encontramos en medio de lo desconocido. Es como estar en un bosque sin un mapa, sin saber hacia dónde dirigirnos. Pero debes recordar que no estás sola en este viaje. Todos enfrentamos momentos de duda y confusión en algún momento de nuestras vidas.
Se detuvo por un momento, buscando las palabras adecuadas para expresar su apoyo. Luego continuó:
— Aunque pueda parecer abrumador en este momento, es importante recordar que cada paso que damos nos acerca un poco más a descubrir nuestro propósito en este mundo. A veces, el camino hacia la claridad puede ser difícil y lleno de desafíos, pero cada experiencia que atravesamos nos enseña algo nuevo sobre nosotros mismos y sobre el mundo que nos rodea.
Percy se detuvo nuevamente, dejando que sus palabras se asentaran en el aire nocturno antes de continuar:
— No te preocupes tanto por encontrar tu propósito de inmediato. Permítete explorar, experimentar y descubrir lo que te apasiona. Con el tiempo y la paciencia, estoy seguro de que encontrarás tu camino y descubrirás tu verdadero propósito en este mundo tan vasto y lleno de posibilidades. Y recuerda, siempre estaré aquí para apoyarte en cada paso del camino, si tú me lo permites.
Ivelle asintió, sintiéndose reconfortada por las palabras de Percy. La tranquilidad del lago y la calidez de su compañía la hacían sentirse más segura.
— Gracias, Percy. Aprecio mucho tu apoyo y tus palabras. Es reconfortante saber que no estoy sola en esto — dijo Ivelle, sonriendo sinceramente.
Percy le devolvió la sonrisa, con los ojos brillando con amistad y comprensión.
Percy y Ivelle se sentaron juntos en la orilla del lago, disfrutando de la tranquilidad de la noche y la compañía mutua. Ivelle se sentía reconfortada por las palabras de Percy y la cálida atmósfera que creaba.
— Estamos en esto juntos, Ivelle. Siempre estaré aquí para ti. Nunca creas que estás sola, porque realmente no lo estás. El gran Percy estará contigo, simple mortal — dijo Percy con una pose de grandeza, provocando una risa contagiosa en Ivelle.
— ¡Tienes un ego muy grande, Valefor! — exclamó Ivelle entre risas, disfrutando del intercambio humorístico.
Percy respondió con una sonrisa traviesa, jugando con las palabras de Ivelle:
— También tengo grande otra cosa — añadió con un guiño, provocando que Ivelle abriera los ojos sorprendida ante su comentario inesperado —. ¡Hablo de mi corazón! No seas pervertida, mujer — agregó con una risa contagiosa, intentando disipar cualquier malentendido con su humor.
La respuesta de Percy provocó una risa aún más fuerte en Ivelle, quien se dio cuenta de que su amigo estaba jugando con ella. Con una sonrisa juguetona, sacudió la cabeza.
— ¡Percy, eres terrible! Siempre con tus bromas — exclamó entre risas, mientras negaba con la cabeza.
Percy sonrió ampliamente, disfrutando del momento ligero y alegre con su amiga.
— Pero admitirás que te sacó una buena carcajada — dijo con una expresión satisfecha.
— Sí, lo admito — respondió Ivelle, aún riendo —. Gracias, Percy. Necesitaba esto.
Percy asintió con calidez, apreciando la conexión que tenían.
— Siempre estaré aquí para animarte, Ivelle. Estamos en esto juntos.
Ambos se miraron con complicidad, sabiendo que, a pesar de las dificultades y los desafíos que enfrentaban, tenían el apoyo mutuo y una conexión especial que los unía más allá de la amistad. Ivelle suspiró suavemente y recostó su cabeza sobre el hombro de Percy, quien la rodeó con su brazo cálido y comenzó a acariciarle el cabello con ternura. El suave roce de los dedos de Percy en su cabello envió un escalofrío placentero por la espalda de Ivelle. Ella cerró los ojos y se dejó llevar por la tranquilidad del momento, sintiendo el corazón de Percy latir cerca del suyo. La calidez de su abrazo y el aroma de la noche se mezclaban con el suave murmullo del río cercano, creando un ambiente mágico y sereno a su alrededor.
A pesar de la paz que sentía, Ivelle también estaba inquieta. Desde hacía algún tiempo, había comenzado a darse cuenta de que sus sentimientos por Percy iban más allá de la amistad. Cada gesto suyo, cada mirada, cada caricia le hacían sentir algo más profundo. Sin embargo, sabía que Percy aún no se daba cuenta de lo que ella sentía. Se sentía atraída hacia él de una manera que no había experimentado antes, pero también temía que al expresar sus sentimientos, pudiera cambiar las cosas entre ellos. Mientras Percy continuaba acariciando su cabello con ternura, Ivelle decidió disfrutar del momento presente, sabiendo que siempre estaría allí para ella, aunque no entendiera completamente la verdad de sus sentimientos.
— ¿Ivelle, confías en mí?
— Si, ¿por qué lo preguntas?
— Por nada.
Naira apareció de la nada, y percibió inmediatamente la proximidad de Percy. Con una sonrisa, se acercó a Ivelle, quien observaba con confusión la escena.
— Percy, ¿podrías dejarnos un momento a solas? — pidió Naira con tono amable pero firme.
Percy miró de manera inquisitiva a Naira y luego a Ivelle, quien asintió levemente, sin entender del todo lo que estaba sucediendo. Decidió alejarse, aunque no sin antes lanzar una mirada preocupada a Ivelle.
Una vez a solas, Naira miró fijamente a Ivelle, con una expresión extraña en su rostro.
— ¿Qué está pasando, Naira? — preguntó Ivelle, notando la tensión en el ambiente mientras su amiga se acercaba con una expresión tensa en el rostro.
Naira la miró con determinación, con los ojos entrecerrados y una furia apenas contenida.
— Necesito la esfera cuanto antes, Ivelle. Mi paciencia se está agotando — respondió Naira en un tono duro, señalando hacia las marcas en el brazo de Ivelle con gesto acusador.
Ivelle bajó la mirada hacia sus brazos, sorprendida al ver que las marcas estaban claramente visibles. Instintivamente, cubrió los brazos con las manos, sintiendo cómo su corazón comenzaba a latir con fuerza.
— No sé a qué te refieres, Naira. ¿Qué tiene que ver eso con la esfera? — preguntó Ivelle, tratando de mantener la calma mientras su mente corría tratando de encontrar una explicación.
Naira suspiró, cerrando los ojos por un momento antes de responder con voz controlada pero llena de urgencia.
— Las marcas en tu brazo, Ivelle. Tienes las marcas. Eso significa que tienes un poder que necesito. El poder de la esfera — dijo Naira, mirando fijamente a su amiga, con una mezcla de desesperación y determinación en su mirada.
Ivelle retrocedió, sintiendo cómo el mundo a su alrededor comenzaba a girar. Las implicaciones de lo que Naira estaba sugiriendo comenzaron a asentarse en su mente, y el miedo comenzó a apoderarse de ella.
— No sé cómo pasó esto, Naira. No entiendo qué está pasando — murmuró Ivelle, sintiéndose vulnerable y confundida. — ¿Que… se supone que tu eres un hada? ¿Por qué te comportas de esta manera? Las hadas son buenas…
Naira la miró con una mezcla de frustración y compasión.
— Ivelle, sé lo que estás sintiendo. Pero necesito esa esfera. Mi padre... él... él no va a esperar mucho más tiempo. Si no actuamos pronto, todo lo que hemos planeado se habrá perdido — explicó Naira, con voz temblorosa pero firme. — Yo soy un hada corrompida. Siempre ha sido así.
Ivelle tragó saliva, luchando por encontrar las palabras adecuadas para responder.
— Naira, no puedo simplemente darte lo que me estás pidiendo. No sé cómo obtuve estas marcas, ni qué significa todo esto. Pero no puedo simplemente darte algo tan importante sin entenderlo primero — dijo Ivelle con voz entrecortada, luchando por contener las lágrimas que amenazaban con caer.
Naira bajó la mirada, sintiendo la frustración y la desesperación crecer en su interior. Por un momento, pareció que estaba a punto de decir algo más, pero finalmente asintió con la cabeza y se volvió para alejarse.
— Lo siento, Ivelle. Pero no tengo otra opción. Si no lo haces por las buenas, entonces tendré que hacerlo por la fuerza — dijo Naira con voz ronca, antes de desaparecer entre las sombras del campamento.
Ivelle se quedó allí, sola y temblando, sin saber qué hacer a continuación. Sabía que debía encontrar una forma de detener a Naira antes de que fuera demasiado tarde, pero también sabía que ahora estaba en una situación mucho más complicada de lo que nunca había imaginado.