José Augusto pretende ser el Ceo en la empresa de su padre, pero este le puso como condición que debía casarse en un año. De lo contrario otro ocuparía ese lugar.
Así que él buscaba afanosamente una esposa.
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¿Quieren saber el sexo de los bebés?
En realidad Nati no tenía ninguna intención de juntarse con nadie, ni siquiera tenía novio, pero la actitud de su amiga le daba miedo. Ella no quería ser parte de una venganza que al fin y al cabo en nada la beneficiaría.
Y decidió que era mejor que se fuera de su casa.
Así las cosas, Lucrecia se fue, buscaría un lugar donde vivir, con el dinero que le dio Augusto alcanzaba para rentar un cuarto más o menos cómodo. Buscaría un trabajo. Sus padres se habían ido de viaje y le dejaron dinero para que pudiera subsistir, pero ella lo había gastado todo en chucherías. Ahora estaba batallando.
Afortunadamente, ella no era de las que se rajaban.
Esta vez pensaba chantajear a Augusto.
Por el momento, lo dejó tranquilo.
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El embarazo de Graciela marchaba viento en popa. Con dos meses de gestación se sentía raramente, bien. Los mareos del principio habían disminuido con el medicamento que le recetó el ginecólogo.
Ella se veía radiante, no podía con tanta felicidad. Y eso era lo que exasperaba a Lucrecia. Ella siempre soñó con casarse con José Augusto. Él la había terminado y disfrutaba su vida sin compromisos, hasta que su padre ll había obligado a casarse. Lucrecia pensó que Augusto le pediría matrimonio, pero no fue así.
Graciela fue la ganadora, ella era recién egresada en ventas y pudo muy bien con el trabajo. Augusto estaba encantado con ella.
Por momentos se olvidaba que su boda no era real, pero cuando se acordaba no podía con los remordimientos. Y ahora más que nunca porque Lucrecia se había dado cuenta de esta acción tan deplorable.
Temía que ella lo fuera a chantajear, pero él se había encargado de quitarle los papeles, entonces, era su palabra contra la de ella. Y él sabía que ella confiaba en su palabra.
Se la iba a jugar, y le diría a Graciela todo, antes de que lo hiciera Lucrecia y echara todo a perder.
Después le pediría matrimonio formalmente. Esperaba que todo le saliera bien.
Amor, ¿por qué estás tan distraído?, ¿qué te pasa?
Necesito decirte algo muy importante.
Graciela enarcó las cejas.
¿Sí?
Es que... yo... El día que nos casamos yo no sabía lo que iba a pasar. Yo tenía miedo porque era la primera vez que yo me iba a casar. Entonces...; una llamada interrumpió la conversación.
Era el celular de Graciela.
¿Sí?, diga...
Buen día, soy Julio Páez, le hablo porque hay problemas.
¿No los puedes resolver tú?, para eso estás ahí.
Sí, pero hay que tomar ciertas decisiones.
Pues toma las decisiones que creas convenientes, pero, por favor, no me molestes estoy muy ocupada.
No te preocupes, amor. Si quieres ve, mientras yo iré a otro lado.
¿Estás seguro, amor, no te importa?, ¿y lo que me ibas a decir?
Bueno, creo que al final de cuentas no es tan importante después te lo digo. Dile a Julio que se ponga las pilas.
Está bien como tú digas nos vemos más tarde. ¿Seguro que no quieres venir conmigo?
No, amor, confío en ti, sé que lo harás bien.
Gracias.
Cuando Graciela se fue Augusto suspiró aliviado.
"¡Uff!, me salvó la campana".
Los días que siguieron pasaron en completa calma y a Augusto se le olvidó el incidente con Lucrecia y ya no le dijo nada a Graciela.
A la misma Graciela se le olvidó también.
Pasaron dos meses más y a Graciela se le notaba más el embarazo. Cómo eran gemelos tenía una un estómago enorme.
En la próxima cita con el ginecólogo este les preguntó que si querían saber el sexo de los dos bebés.
Graciela y Augusto se miraron y casi dijeron al mismo tiempo, ¡sí!
Muy bien, vamos a ver enseguida les diré. Eso es, aquí está. Serán dos hermosos varoncitos.
¡Oh!, dijo Graciela.
Muy bien, dijo Augusto.
No tengo nada más que decirles, el embarazo va perfectamente bien están sanos tanto la madre como los dos hijos y, pues los espero aquí el próximo mes.
Gracias, amor, le dijo Augusto a Graciela en cuanto salieron del consultorio.
¿Por qué me da las gracias?, dijo ella.
Por esos niños que vienen en camino. No sabes cuánta ilusión me hace que voy a tener mi a mis primeros dos hijos.
Para mí también es la primera vez son los primeros dos hijos que voy a parir.
Amor, ¿sabes que ya tenemos 6 meses de casados?, y así como van las cosas no creo que debamos divorciarnos por nuestros hijos.
Yo también estaba pensando lo mismo, pero un pacto es un pacto y tenemos que cumplirlo.
Ya veremos, dijo Augusto, en el fondo se sentía mal por mentirle a Graciela.
Debía terminar con esa farsa o todo sería peor si se enterara de otra manera.
Pero no encontraba las palabras adecuadas ni el momento.
Cada vez se le hacía más difícil y no podía hablar. Las palabras se le atoraban en la garganta. Le faltaba valor. Temía que ella se fuera y se llevara a sus hijos. No quería separarse de ellos.
"Tal vez pueda vivir así y nunca se dé cuenta", pensó.
"Pero tal vez Lucrecia no se quede callada, la conozco demasiado, y esta tranquilidad me está matando", Augusto seguía con sus pensamientos.
Afortunadamente, Lucrecia no se volvió a parar por ahí. Augusto ya estaba tranquilo.
Llevaba a pasear a Graciela a todas partes donde ella quisiera.
Fueron a bailar, al cine, al teatro, o, simplemente, a caminar por ahí.
Ella iba dichosa con su vientre muy abultado. Él la llevaba del brazo, orgulloso por demostrarles a todos que él era el padre de esos niños que ya pronto nacerían.
Graciela visitaba a su madre y hermano, no muy seguido, pero los veía.
Rosalba la visitaba de vez en cuando, y estaba feliz con los bebés que pronto nacerían.
Todo iba a pedir de boca, la empresa también iba creciendo. Un día en que Erick Godoy se paseaba por el centro de la ciudad, sin querer se topó con Lucrecia que iba caminando toda despistada.
Idiota, ¿por qué no te fijas por dónde caminas?, dijo ella con su característico mal humor.
Lo siento, iba distraído, pero tú no te quedas atrás.
Yo voy como quiero ir, y tú no eres nadie para decirme cómo debo caminar.
Uy, ¡qué carácter, ya cásate!
Y además, eres un grosero. Ay, no sé por qué pierdo mi tiempo con un mugroso como tú.
Pues de mugroso a mugrosa...
Idiota, dijo ella.
Babosa, dijo él.
Lucrecia se dio la vuelta y se fue.
Él se quedó observándola hasta que se perdió de vista.
Las carcajadas de él inundaron todo el lugar. Pero no conforme con eso apuró el paso y la siguió a prudente distancia.