Lisel, la perspicaz hija del Marqués Luton, enfrenta una encrucijada de vida o muerte tras el súbito coma de su padre. En medio de la vorágine, su madrastra, cuyas ambiciones desmedidas la empujan a usurpar el poder, trama despiadadamente contra ella. En un giro alarmante, Lisel se entera de un complot para casarla con el Príncipe Heredero de Castelar, un hombre cuya oscura fama lo precede por haber asesinado a sus anteriores amantes.
Desesperada, Lisel escapa a los sombríos suburbios de la ciudad, hasta el notorio Callejón del Hambre, un santuario de excesos y libertad. Allí, en un acto de audacia, se entrega a una noche de abandono con un enigmático desconocido, un hombre cuya frialdad solo es superada por su arrogancia. Lo que Lisel cree un encuentro efímero y sin ataduras se convierte en algo más cuando él reaparece, amenazando con descarrilar sus cuidadosos planes.
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Capítulo 20. Blackthornde
Lisel se encontraba de pie, inmóvil en el centro de la habitación. El eco de la puerta cerrándose por la salida de Alaric aún resonaba en su mente.
Podía sentir el fantasma de sus dedos rozando su nuca, y su frente ardía con el recuerdo de aquel beso inesperado.
Aunque sabía que debía apresurarse a regresar a la Mansión Luton, su cuerpo parecía estar en letargo. Abrumado por el torbellino de emociones que acababa de atravesar.
Intentando analizar la situación, a pesar del rechazo a moverse proveniente de todos sus músculos, Lisel dejó que su mirada vagara por la habitación.
La habitación albergaba tan solo una cama y un escritorio.
Este último flanqueado por una silla dispuesta para quien trabajara en él, y otra situada al lado opuesto. Fue de un cajón de este escritorio de donde el duque había sacado el ungüento.
Sin embargo, en un marcado contraste con el minimalismo del entorno, se destacaba en una de las paredes un enorme retrato enmarcado en plata.
La mujer representada, de una belleza cautivadora, tenía unos ojos grises, profundos y expresivos que parecían contener los secretos de un alma sabia y gentil.
Su cabello plateado resplandecía con un brillo etéreo y caía en suaves ondulaciones alrededor de su rostro, como un velo de luz lunar que realzaba aún más su semblante.
El rostro de la mujer, aunque distintamente bello, presentaba una semejanza innegable con el del Duque Alaric Bertram del Norte.
Era una similitud que solo divergía en la forma en que los labios de ella se curvaban en una sonrisa serena en una noble elevación de su mentón.
Una sonrisa era algo que nunca se apreciaba en el semblante del duque.
Lisel se quedó observando la mirada de la mujer desde su posición, notando cómo esa mirada parecía trascender el lienzo. La mujer estaba vestida de una manera que evidenciaba su estatus: un vestido de terciopelo en tonos de azul medianoche, ricamente adornado con encajes delicados y perlas. Confiriéndole un aire de majestuosidad y distinción.
"Definitivamente, es hermosa" pensó Lisel, sintiendo una mezcla de admiración y curiosidad.
La imagen emanaba una elegancia atemporal y un legado de nobleza.
Permaneció así por unos minutos, perdida en sus pensamientos, hasta que un golpe en la puerta la sacó bruscamente de su trance.
Lisel se enderezó inconscientemente, creyendo por un instante que Alaric había vuelto.
Sin embargo, la sensación de aquel beso y el contacto de sus dedos seguían rondando en su memoria, obstaculizando su capacidad para pensar con claridad.
Cuando los segundos transcurrieron y nadie entró, una sonrisa amarga se dibujó en sus labios al darse cuenta de lo absurdo de su pensamiento.
Era ridículo suponer que él llamaría a la puerta de una habitación en su propia propiedad.
—Adelante —dijo Lisel con voz tenue.
La puerta se abrió lentamente, revelando la figura de una señora, que Lisel intuyó ser el ama de llaves.
El pelo negro con ligeras canas por el paso de los años estaba peinado con estricta pulcritud hacia atrás, en un recogido que denotaba autoridad. Vestía un austero pero elegante atuendo azul marino con la dignidad propia de una alta posición entre la servidumbre.
—Hola Marquesa —saludó la mujer con una reverencia respetuosa.
Lisel parpadeó sorprendida. Era la primera vez que alguien la llamaba por el título de su familia.
Sin perder tiempo, la mujer, con una recatada pero amable sonrisa, le extendió una blusa. La prenda era similar a la que había llevado antes, pero de una calidad claramente superior. Aunque de un tono crema en lugar del blanco puro de su propia ropa.
Los finos bordados en verde y dorado en los puños le otorgaban una sutileza y belleza que dejaron a Lisel maravillada. Rápidamente se vistió, agradecida y un poco avergonzada al recordar cómo su prenda anterior había quedado destrozada en manos del duque.
Una vez vestida, Lisel siguió al ama de llaves, que la condujo hacia un pequeño carruaje esperando frente al castillo.
La presencia de la mujer y su respetuoso trato hacia Lisel le brindaron un momento de tranquilidad y dignidad. Un contraste bienvenido tras los recientes acontecimientos tumultuosos.
La curiosidad por saber más del duque se abría paso en la mente de Lisel.
Ni siquiera se había atrevido a preguntarle cómo se había enterado de su golpe en la espalda, ni si tenía algo en contra del príncipe Teodor. Y ante tantas lagunas, su interés por él iba en aumento.
Antes de partir, Lisel decidió saciar al menos una de sus preguntas pendientes.
Con una mezcla de curiosidad y desconcierto, se detuvo antes de subir al carruaje. Había algo que necesitaba saber. La ausencia de criados y sirvientes desde la habitación hasta la puerta le había parecido extraña.
Volviéndose hacia el ama de llaves, planteó su pregunta con cierta precaución.
—Disculpe si es inapropiado preguntar, pero ¿podría decirme dónde nos encontramos exactamente?
La respuesta del ama de llaves llegó sin demora, acompañada de una leve sonrisa en su rostro.
—Está en el Castillo Blackthornde, Marquesa.
El nombre hizo que Lisel frunciera ligeramente el ceño.
No sabía que el Duque del Norte, habiendo pasado tan poco tiempo en la capital, tuviera una residencia aquí, y mucho menos un castillo sin criados ni sirvientes.
“¿Era un conocimiento común entre la familia real?”
No lo creía. Según el protocolo, Alaric, siendo parte de la realeza, debería alojarse en el palacio real.
El ama de llaves, notando la confusión en el rostro de Lisel, añadió:
—Era una de las residencias de verano de la anterior Duquesa del Norte, Alienor Lanverd, la difunta madre del duque y hermana del rey. Estuvo abandonada durante un tiempo hasta que el duque decidió utilizarla como un refugio discreto.
Lisel, al ver cómo el ama de llaves desviaba la mirada con una expresión acongojada, sintió una punzada de vergüenza.
Era obvio que la mujer pensaba que había ido al castillo con el duque para mantener relaciones íntimas.
Aunque quería corregirla, Lisel decidió no hacerlo.
Al fin y al cabo, "¿qué importaba lo que pensaran los demás? Tampoco es como si pudiera contestar que nunca habían tenido sexo."
No obstante, una nueva pregunta comenzó a formarse en su mente.
"¿Acaso este es el escondite sexual del duque?"
Esa idea la perturbó, y un poco irritada, Lisel se maldijo interiormente por no poder dejar de cuestionarse constantemente sobre Alaric y sus intenciones.
No debería sorprenderle que así fuera. Después de todo, la primera vez que se conocieron fue en el Callejón del Hambre.
Nadie va allí excepto para satisfacer sus instintos sexuales. Y el duque definitivamente tenía una presencia cómoda rodeado de lujuria y actos lascivos ese día en comparación con una Lisel temblorosa y avergonzada.
"Maldito duque, ¿podrías dejar de hacer que me pregunte cosas todo el tiempo?" reflexionó en silencio.
Con un suspiro de resignación, Lisel subió al carruaje, cuya característica más notable era la ausencia de ventanas que le permitieran vislumbrar el exterior.
"Definitivamente, este lugar es un secreto bien guardado" murmuró para sí misma con la mirada perdida en las paredes internas del carruaje.
Durante el trayecto, Lisel no pudo más que observar las paredes del carruaje, sumergida en sus pensamientos y en la oscuridad que la rodeaba.
Aproximadamente una hora después, el carruaje se detuvo en la Mansión Luton. Bajó rápidamente, decidida a entrar en la mansión lo antes posible.
—Marquesa, espere —dijo el cochero, deteniéndola.
"Esta vez también se siente extraño" pensó Lisel en voz baja. Sintiendo desconcierto al escuchar de nuevo el título de Marquesa dirigido a ella.
El cochero le extendió una caja atada con una delicada cinta de tono verdoso.
—El duque me dio esto para usted —añadió, ofreciéndosela.
La curiosidad y la precaución se entremezclaron en Lisel al recibir el inesperado regalo.
Lisel agradeció rápidamente al empleado y se adentró en la mansión. Para su alivio, ni Margaret ni Carlier habían regresado aún de la cacería, permitiéndole subir a su habitación sin ser vista.
Una vez allí, su mente se llenó de recuerdos que se entrelazaban.
La noche en el callejón del Hambre, los jardines del palacio, el encuentro en El Guiso del Guardian, el Mercado Negro... Todos estos momentos compartían un elemento común: aquellos penetrantes ojos grises.
Desviando su mirada para apagar el candelabro, Lisel divisó la caja entregada por el cochero.
Con dedos aún temblorosos, desató la suave cinta verde que envolvía el paquete. La caja, de un elegante y discreto tono marrón oscuro, se abría para revelar su contenido.
Al levantar la tapa, el aroma del pastel de frambuesa inundó sus fosas nasales. Un perfume dulce y reconfortante que parecía disipar las sombras del día.
Dentro, descansaba un trozo generoso de pastel, con sus vibrantes capas rojas y rosadas de frambuesas frescas contrastando maravillosamente con la suavidad del bizcocho. Cada frambuesa parecía brillar bajo la luz tenue del candelabro, como pequeñas gemas que prometían un sabor delicioso.
Era aquel pastel delicioso, aquel al que había tenido que resistirse con todas sus fuerzas durante la cacería en la mesa del té.
La emoción casi la hace llorar, aliviada por tener algo que comer esa noche. Claramente, las sirvientas habían recibido órdenes de Margaret de no servirle cena, pretextando que ya habría comido demasiado durante la cacería.
Mientras saboreaba el dulce, una nueva duda surgió en su mente.
"¿Cuánto tiempo llevaba el duque observándola y desde cuándo exactamente?"
“Mierda” murmuró Lisel, con consternación coloreando su voz.
“Ahora mi curiosidad por él es aún mayor”.