A veces, la vida nos juega una mala pasada. Nos hace probar el dulce néctar del amor, para luego arrebatárnoslo como si fuera una burla. Ésta historia le pertenece a ellos, aquéllas dos almas condenadas a amarse eternamente, Ace e Isabella.
—¿Seguirás amándome en la mañana?.
—Toda la vida, mi amor...
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Capítulo 7
Désde ese día, he estado evitando a Ace.
No lo miro y, tampoco le dirijo la palabra.
Si está con mis amigos, yo permanezco en silencio.
Ahora mismo, estoy en mi casillero con mis amigas.
Charlamos de cosas triviales mientras busco unas cosas.
—Hola. –La voz de Ace nos interrumpe–.
—¡Ace, viniste! –Dijo Lisa con una sonrisa–.
—Creímos que hoy no vendrías. –Comentó Joshua–.
—Nah, no podía faltar. –Respondió mirándome, pero no le devolví la mirada–.
—Ah, bien. Entonces vamos, la clase va a empezar. –Anunció Yazmín, y todos comenzamos a caminar hacia el salón de clases–.
—Parece que hoy va a llover. –Comenta Martha–.
—Si, eso parece. –Respondí sin interés mientras entraba al salón de clases, dirigiéndome a mi asiento–.
Ace se sentó a mi lado pero, aún así, no le di el gusto de mirarlo.
La clase comenzó y, como siempre, era aburrido.
Yo ya había hecho ésto en la primera línea temporal, ya sé todo lo que están enseñándo.
—Ugh... –Me apoyé en el pupitre–. Quiero ir a casa. –Me quejé–.
—Lo sé, ésto es aburrido. Salgamos de aquí. –Sugirió Yazmín–.
—Me apunto. –Respondió Lisa–.
—¡Yo también! –Intervino Joshua–.
Sonreí y me puse de pie, tomando mis cosas.
—Salgamos de aquí. –Dije caminando a la puerta–.
—Yo también voy. –Habló Ace, con los ojos fijos en mí–.
Lo observé por encima del hombro, sin responderle.
—Genial hombre, andando. –Verbalizó Joshua–.
Todos salimos de clases y comenzamos a caminar hacia la salida del campus.
—Agh... Por fin... –Me estiré–. Los veré mañana, idiotas. –Me despedí de mis amigos y caminé hacia la parada del autobús–.
Tal vez debería buscar un trabajo, así podría comprarme un auto.
O quizás podría jugar a la lotería y así poder ganar el premio gordo.
O tal vez podría–
Mis pensamientos se vieron interrumpidos por el sonido de una bocina.
—¿Eh? –Observé de dónde venía, y mi corazón dió un vuelco–.
Conocía ese auto como la palma de mi mano.
El auto de Ace.
Se acercó a mi, bajando la ventanilla para poder hablarme.
—¿Quieres que te lleve? –Preguntó, observándome–.
Maldita sea, quería correr a sus brazos, pero no podía.
Ace tiene novia. Y, además, me dijo que no le hable.
Negué.
—Aquí estoy bien, gracias. –Respondí de forma monótona–.
Él suspiro.
—Vamos, sólo déjame llevarte. Está por llover. –Me recordó–.
—El autobús llegará pronto. –Afirmé–.
—Isabella... –Dijo mi nombre con frustración–.
Y, cómo si fuera un patético cliché de alguna película romántica barata, comenzó a llover, empapandome.
—¿Lo ves? ¡Sube al auto ahora! –Ordenó y, finamente obedecí–.
Nos quedamos en silencio, ninguno tenía el valor de hablar.
—Isabella... –Habló con voz ronca–. Sobre la otra vez, quiero disculparme. No tenía que tratarte tan mal, sólo estaba estresado pero, no fue tu culpa. –Admitió–. Te juro que me arrepiento.
Lo escuché atentamente, aún sin mirarlo.
—Está bien, no importa. –Respondí–.
—¿Puedes mirarme? Por favor... –Pidió con calma–.
—Ace, sólo quiero irme a casa. –Dije sin emoción–.
Él suspiró y encendió el coche.
—Bien, sólo... –Suspira con frustración–. ¿Cuál es la dirección?.
Le dí la dirección y ya ninguno habló.
Observé por la ventanilla, como el agua caía sin parar, y todo lo que podía recordar es aquélla noche, el día que mi esposo tuvo el accidente. El día que supe de su enfermedad. El día en el que aún estaba conmigo.
Antes amaba la lluvía.
Ahora sólo me trae nostalgia.
Solté un suspiro profundo.
—¿Estás bien? –Preguntó Ace, con sus ojos fijos en la carretera–.
—Sí, simplemente estoy pensando. –Informé–.
—¿Pensando? ¿En quién? –Cuestionó–.
En ti.
—En el amor de mi vida. –Respondí–.
—Otra vez con eso, ¿Eh? –Sonrió–. ¿Quién es ese hombre afortunado al que llamas el <
Eres tú.
—No te diré quién es. Es algo privado. –Me quejé, y éste rió–.
—Eres muy terca, ¿Lo sabías? –Sonrie–.
—Sí, lo sé. Me lo dicen seguido. –Declaré–.
Él soltó una risita.
—Eres linda cuando eres tan terca. –Soltó en un susurró–.
Juro por dios que me puse roja como el infierno.
—¿Qué dijiste? –Pregunté, con mis ojos clavados en su perfil–.
Él no respondió de inmediato, seguía con los ojos fijos en la carretera, pero pude notar el sutil sonrojo en sus orejas.
—No dije nada. –Respondió, manteniendo la calma–.
Mentiroso.
Mi esposo es un mentiroso.
Luego de unos minutos, finalmente llegamos a mi casa.
—Gracias por traerme, Ace... –Dije desabrochándome el cinturón de seguridad–.
—No hay problema. –Respondió observándome–.
Estaba apunto de bajar del coche, cuándo sentí que Ace sujetó mi muñeca.
—¿Eh? –Lo observé–.
—Puedo... ¿Puedo quedarme en tu casa un rato? –Preguntó observándome–.
¿Qué...? ¿Ace quería quedarse en mi casa?.
—Te juro que es sólo porque la lluvía no para. –Se explicó–.
—Claro, claro... Sígueme. –Sonreí, intentando calmar la emoción de mi interior–.
Ace me siguió hacia el interior de la casa.
—Puedes ponerte cómodo. –Sonreí–.
Él asintió y caminó hacia la sala, sentándose en el sofá.
—Ace, ¿Quieres merendar algo? –Pregunté yendo a la cocina–. ¿Te apetece un licuado de banana con un sándwich de jamón?
—Sí, claro. Me encantaría. –Dijo mi esposo desde la sala–.
—Genial, espérame ahí. Si te aburres puedes ver la televisión. –Comenté comenzando a buscar los ingredientes–.