Luego de la muerte de su amada esposa, Aziel Rinaldi tiene el corazón echo pedazos. Sumido en la desesperación y la tristeza lo único que le queda es convertirse en el hombre respetado y admirable que su padre esperaba de él. Hasta que un día su mejor amigo, al borde de la muerte le confiesa un secreto que cambiaría todo el rumbo de su vida.
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Capítulo 19
Las luces de la habitación estaban prendidas, iluminando la silueta de aquella exquisita mujer. La mirada de Aziel recorría aquel cuerpo desnudo, ansiando como un demente tocar, estrujar y lamer cada parte.
—He deseado esto durante tanto tiempo —murmuró él con voz ronca. Atrapando su boca en un beso demoledor que derribó todas las inseguridades de Emily.
Pronto se vio sentada a horcajadas sobre Aziel, con las manos enterradas en su cabello mientras sus lenguas se encerraban en una danza erótica. Aziel rompió el beso para llevar sus labios al delicado cuello de su mujer, depositando un sendero abrasador de besos y mordiscos. Ella echó la cabeza hacia atrás, ofreciéndose con un jadeo entrecortado. Todo su mundo se había reducido al firme calor del cuerpo de Aziel contra el suyo y sus caricias que parecían marcar cada centímetro de su piel.
Pronto, su boca se unió a la gloriosa tortura, delineando cada una de sus curvas con besos hambrientos.
Una sonrisa depredadora curvó los sensuales labios antes de que se desplazara hacia abajo con una lentitud casi dolorosa. Su lengua dejó un rastro de fuego líquido por su abdomen hasta que…
Emily enredó sus dedos en su cabello oscuro, meciéndose al compás que él marcaba con su lengua experta.
Aziel la observó estremecerse y gemir su nombre como si fuese lo más erótico del universo. Se relamió los labios con una expresión casi depredadora, como si no quisiera dejar escapar ni una gota de su esencia.
Con una última mirada de adoración, Aziel se acomodó entre sus muslos abiertos en una señal inequívoca de sus intenciones. Emily esta vez no tuvo reparos en rodearle la cintura con sus piernas, urgiendo su cercanía. La penetración fue lenta y controlada, como si Aziel disfrutara cada milímetro que avanzaba en su interior. Finalmente estuvieron completamente unidos, sus cuerpos fundidos en uno solo.
Aziel inhaló con los ojos cerrados, como si estuviera embriagándose de la esencia que ahora los envolvía. Cuando los abrió, sus pupilas brillaban con un fuego abrasador.
—Eres mía, Emily. Por fin, después de todo este tiempo, eres mía.
Y comenzó a moverse, arrancando gemidos entrecortados de los labios de Emily con cada firme embestida. Ella percibía el deseo voraz e implacable de Aziel, como si hubiera estado conteniendo esas ansias por años.
***
En otra parte del hotel, Rubén planeaba su escape maestro. El jefe estaría tan ocupado que ni siquiera notaría su ausencia y aunque se diera cuenta de seguro su humor sería tan bueno que lo pasaría por alto. Abrió la perilla de la puerta, esforzándose por ser sigiloso.
—Ni se te ocurra —Jennifer lo detuvo en seco—. Estoy al tanto de tu desobediencia.
Rubén se encogió de hombros, fingiendo inocencia
—No sé de qué hablas.
—¿Crees que es aceptable que pierdas la confianza del señor por una mujercita insignificante?
Rubé la retó con la mirada. Era un adulto, ¿con qué derecho esa mujer amargada lo regañaba?
Un llanto infantil interrumpió la confrontación. Alán ha pasado demasiado tiempo sin su madre y eso lo puso ansioso.
Jennifer suavizó el gesto y se volvió hacia Lina.
—¿Qué sucede?
—Extraña a su mamá —respondió Lina, temiendo parecer incapaz.
—Es muy pequeño. Nos haremos cargo. —Jennifer miró al niño, asustado y sollozante.
Rubén apenas y lo volteó a ver. No era asunto suyo. Malhumorado, regresó a su puesto, previendo la tormenta que se avecinaba.
Treinta minutos después, aparecían los señores Rinaldi. Emily angustiada por el estado de su hijo, corrió a consolarlo. Mientras que Aziel rebosaba de optimismo con una sonrisa de oreja a oreja.
«Perturbador», pensó Lina. En su estancia en el bar Kratos, ni por asomo se había encontrado con un hombre tan aterrador como ese. Aunque su atractivo era innegable, su personalidad resultaba terriblemente volátil. Sin duda un jefe criminal. Su miedo no era injustificado porque cuando estás cerca de tipos sin escrúpulos siempre acaba mal.
Emily intentaba calmar a Alán entre susurros y caricias, pero su frustración era evidente.
—¿Por qué no me avisaste que Alán estaba llorando?
Los ojos de la joven se estrecharon.
—Yo solo obe… —no pudo concluir su oración ante la mirada penetrante y peligrosa del mafioso—. No… no se me ocurrió. Perdón.
Con toda la atención puesta en su hijo, Emily ni siquiera la volteó a ver.
Esa noche, luego de compartir recuerdos anécdotas y algunos chistes, los hombres de Rinaldi se preparaban para cenar. Por su parte las mujeres intentaban animar a Lina, recordándole que pronto regresarían a su hogar.
Aquel pueblo sin civilización, se veía ahora como una pesadilla lejana. No obstante, esas cuatro paredes dónde dormía no eran más que un refugio temporal.
Al menos podría vivir cómodamente con el dinero que había ganado de todo eso.
Sus ojos hinchados se fijaron en Rocío, la chica era mucho más joven que ella, y parecía verdaderamente feliz a pesar de las situaciones difíciles ¿Por qué? ¿Por qué las demás personas podían ser dichosas incluso en la misma miseria en la que estaba sumida? Pero para ella le resultaba imposible alcanzar la felicidad.
Emily Rinaldi se acercó a ella con pasos lentos. Lina todavía sentía vergüenza por el incidente con Alán. Mantuvo la mirada clavada en el suelo, un reflejo de su pena.
—Siento mucho lo que pasó hace un rato —le dijo con voz suave—. No debí ser tan dura contigo.
Lina respondió en un hilo de voz, sin apartar la vista del punto muerto en el suelo.
—No tiene por qué disculparse.
—Sí, tengo que hacerlo. No fue tu culpa. Alán está muy afectado... La vida que le he dado no ha sido la mejor. Esta es la primera vez que sale del pueblo, la primera vez que convive con su padre. Todo es nuevo para él y me siento la peor madre del mundo.
Lina elevó la mirada, sorprendida al ver las lágrimas deslizándose por las mejillas de Emily. No era lo que esperaba de la mujer de un mafioso. Lejos de ser altanera o intimidante, Emily mostraba una vulnerabilidad conmovedora.
—Usted es una buena madre —le aseguró Lina con sinceridad—. Alán es muy afortunado de tenerla.
Los ojos de Emily se suavizaron con gratitud.
—Gracias. Pero ven, acompáñanos a cenar algo.
Lina asintió conmovida.
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