Dos jóvenes de la misma clase social, pero con diferentes personalidades. Se verán envueltos en una difícil situación. Ambos serán secuestrados, para beneficios de otros. ¿Qué pasará con ellos? ¿Lograrán salir ilesos luego de pasar un proceso traumático? Los invito a leer
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Capitulo 20
Madolyn sonrió a carcajadas, una y otra vez, su risa contagió a Edgar y ambos sonrieron como tenían días que no lo hacían.
— ¿De qué se ríen pendejos?— preguntó Samuel.
— ¡Dios! Alondra, no sabía que te gustaban tanto las novelas, pero veo que eres una adicta a ellas.— se burló Madolyn
— Ilusos, se escucha disparatado porque no está detallado a la perfección. — dijo Alondra, y mostró una grata sonrisa.
— No es necesario que les sigas explicando, mi amor.— dijo Samuel.
Alondra les ordenó a los hombres ir por Madolyn, y esta no puso oposición.
Edgar visualizó la misma escena de la vez anterior. El doctor le pondría la inyección, luego volverían con la joven y se irán para que él fornicara con ella. Él estaba en lo cierto, más no contaba con algunos cambios en el escenario.
El rubio se dejó poner la inyección, laxamente. “Si pude calmar mis deseos la primera vez, ahora estoy más confiado en que lo lograré. No la voy a forzar a nada, me mantendré en el baño, echándome agua fría”, proyectó Edgar en su mente.
Sin embargo, no sería tan fácil. La droga que le suministraron a Edgar, era tres veces más potente que la anterior. Esta lo volvería completamente loco, incluso haría alucinar.
Después que terminó el doctor, todos salieron del espacio, dejando a Edgar en espera de Madolyn.
A Madolyn la llevaron a una habitación, muy diferente al sótano. Allí había una cómoda cama, ventanas, abundante luz y se podía sentir el aire fresco. A pesar de ellos, ella seguía vigilada, aunque ahora podía intercambiar palabras con Pilar. La joven modelo, no representaba un peligro para los secuestradores, la verdadera amenaza era el rubio.
Media hora después, Edgar estaba impaciente, no escuchaba a Madolyn, eso sin decir que la droga empezaba a hacer su efecto. Se movía de lado a lado, arrastrando las cadenas y apretando las mandíbulas. Apagaron el único bombillo que alumbraba el sótano, únicamente había penumbra, debido a la pequeña ventana por donde se colaba un rayo de luz.
Según avanzaban los minutos, Edgar era otro hombre, más bien un lobo hambriento. Los ruidos que él emitía, dieron alerta a los vigilantes de que ya había llegado el momento. Les avisaron a Samuel y a Alondra, y estos dieron la orden de llevar a Madolyn.
Pilar iba caminando con la joven y le dijo en voz baja.— No lo condenes, no es culpa de él.
Madolyn no dijo nada, más aún, juró para sus adentros no perdonarlo si abusaba de ella. En cada paso que daba la joven, sus nervios aumentaban y su corazón latía apresurado.
La llevaron al sótano, Edgar sintió el sonido de la puerta y vio esa sombra parada, estáticamente.
— No te me acerque.— pidió la joven. Ya para entonces, era tarde. El rubio la había sujetado por el brazo y jalado hacia él.
Edgar la tomó de la cintura con una mano, con la otra le sostenía el rostro. En su capacidad mental, con una voz ronca y muy agitado, le dijo.— Me estoy volviendo loco, ¿dónde estaba? Pensé que te había pasado algo.
Él respiraba acelerado, y se podía escuchar los latidos de su corazón.
— Edgar, cálmate. Suéltame, y ve al baño.— manifestó asustada.
— ¿Qué te hicieron?— indagó el rubio. En esos momentos, si ella pudiera ver el rostro de Edgar con claridad. Vería un rostro totalmente rojo, unos ojos prendidos en llamas y unos labios a punto de sangrar por la presión ejercida.
Ella, por su parte, sentía que no podía seguir de pie, pero ese brazo, rodeando su cintura, evitaba que cayera al suelo, muerta de miedo.
— Estoy bien, ya déjame, por favor.
El joven en su subconsciente la quería dejar ir, y así lo hizo. Lentamente, flojo su agarre y ella giró para alejarse de él.
Dicen que el demonio suele no dar segundas oportunidades, y en ese instante, el demonio que Edgar llevaba a dentro y trataba de mantener oculto, salió a flote. La agarró por detrás y con fuerza la tumbó en la cobija donde dormía.
— Edgar, no lo hagas, por favor.
El rubio, con fuerza descomunal, le rasgo la bata.
Madolyn se sentía perdida, que debía mencionar para que volviera en sí.— Dijiste que no lo haría, eres más fuerte que ellos, no lo hagas, no te dejes vencer.
Edgar no podía pronunciar palabras, su garganta estaba obstruida por un enorme llanto de desesperación. Su “él” interno le pidió detenerse, más no podía calmar a la fiera que emergió de él.
Le sujetó ambas manos por encima de la cabeza, besaba su cuerpo desnudo, dejando huellas de ellos. Únicamente deseaba saciar su calentura, y para eso se despojó de lo único que llevaba puesto.
Madolyn le pedía a gritos que no lo hiciera, que se detuviera, que pensaras mejor, que volviera en sí. Sin embargo, se dio por vencida, cómo luchar con esa bestia sobre ella.
Edgar, para no escuchar sus súplicas y llantos, le tapó la boca, y sin tener conocimiento de sí mismo, se apoderó de ella. Empezó a poseer su cuerpo, hundiéndose en su interior sin delicadeza, sin importar el daño que estaba causando, haciendo estragos en cada movimiento.
Las lágrimas de Madolyn salían como cascada, mojando su rostro. Sentía dolor, y lo expresaba con sus llantos ahogados.
El rubio se adueñó de su virginidad y ni siquiera se percató de cuan grande e invaluable era esa ocasión.
Edgar, mientras satisfacía sus más urdidos deseos, le susurró al oído. “Huye de mí, no te quiero hacer daño”. Obviamente, no era consciente de sus actos.
Después de saciarse de ella y complacer su necesidad sexual, se le quitó de encima, y Madolyn se alejó bruscamente.
La castaña, de ojos color miel, se enrolló con la sábana deseando que todo fuera un mal sueño.
Pasaron los minutos, Edgar daba vueltas impaciente. Al parecer, su virilidad seguía intacta, con ganas de más. Madolyn se cubría los oídos con las manos, para tratar de evadir un poco aquellos sonidos que producían las cadenas.