Sexto libro de la saga colores.
Tras seis años encerrada en un convento, Lady Tiffany Mercier encuentra la forma de escapar y en su gran encrucijada por conseguir la libertad, se topa con Chester Clark, un terrateniente que a jurado, por motivos personales no involucrarse con nadie de la nobleza.
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23. Escape temporal
...TIFFANY:...
Me observé al espejo.
No me había percatado de que las ojeras habían desaparecido y que mi rostro tenía más color, incluso mis mejillas se veían un poco más llenas y con un ligero rubor.
Peiné un rizo que rozaba mi frente.
El cabello todavía era un desastre, pero al menos estaba creciendo y dentro de unos meses más estaría como antes o mejor.
Sonreí al recordar a Chester tratando de hacerme sentir mejor conmigo misma. A sus ojos yo lucía muy hermosa y tenía que empezar a aceptar que lo era. Mis rasgos eran muy agradables y cálidos.
Pensaba usar alguna corona de flores para poder lucir más femenina en mi vida.
El corazón me latía a mil al pensar que en cuatro días estaría casada y con un hombre que era un sueño, ni siquiera alcancé a imaginar que mi futuro esposo fuese tan bueno, considerado, comprensivo, protector y guapo, muy guapo. No alcanzaba a nombrar todas sus virtudes, eran demasiadas y eso me tenía más emocionada.
Me alegraba haberme topado con él y que fuese tan amable al ayudarme. A pesar de mis inventos para que no me negara su ayuda, aceptó sin pensarlo demasiado.
Recordé a mi familia en el pueblo y la furia se devolvió a mi sistema.
Los odiaba tanto ¿Cómo se atrevían a seguir buscándome? No entendían que yo no quería ser encontrada ¿Qué rayos les sucedía? No iba a permitir que me estropearan mi felicidad y tampoco que se siguieran entrometiendo en mi vida. Puede que tarde o temprano me los topara de frente, pero no iba a temerles, ellos acabaron con la Tiffany confiada y alegre.
Debería aceptar de una vez que no podía volver a ser la misma de antes de que estuviera en el convento, pero eso no era malo, estaba en mundo limitante y fui demasiado liberal en mi comportamiento, quise demostrar que podía estar segura de mi misma, pero en muchas ocasiones fui imprudente, algunas cosas fueron debido a mis errores y otras simplemente no eran por mi causa.
Tenía que ser otra persona nueva y Chester estaba logrando que yo lograra resurgir del pozo en el que estaba, nada iba a devolverme al infierno del que ascendí de forma costosa.
Alguien tocó la puerta del baño.
— Un momento — Dije, necesitaba lavarme las manos y volver al salón.
Ya no soportaba a Merida y su ensañamiento, me gustaba mi trabajo de ayudante, pero con una mujer como esa queriendo pisotearme, era muy tedioso.
Esperaba que Chester le pusiera un alto a esa mujer y que eso no afectara mi trabajo. La creía capaz de inventar algo para perjudicarnos.
La puerta volvió a sonar.
— Por favor espere un poco, ya voy a salir.
Caminé hacia la puerta, pero la ventana sonó.
Observé hacia atrás.
Chester estaba del otro lado, tocando el vidrio con prisa, tenía una expresión desesperada.
No comprendí nada, pero me aproximé y la abrí.
— ¿Qué te sucede? ¿Por qué no estás en las lecciones?
— Tiffany, sal por aquí — Me ordenó, observando a los lados.
La puerta sonó con más afán.
— ¿Por qué? No entiendo nada.
— Tu familia vino hasta acá, se enteraron de que trabajas aquí — Dijo, abriendo más la ventana — Sal, rápido, debemos irnos ya.
— Pero... Chester...
— Están afuera del baño. Merida les informó, no pude intervenir porque no quería ser descubierto, ya me conocen y si llegan a enterarse que estamos juntos, irán a buscarte a la casa...
La puerta fue golpeada con más ímpetu.
Mi familia estaba detrás de la puerta.
— Merida les dirá todo — Me angustié — No creo que quepa, Chester — Observé el espacio pequeño de la ventana.
— Si puedes — Empujó la ventana por completo hacia arriba y me tendió sus manos — Saca primero la cabeza y el torso, yo te sujetaré de la cintura.
Hice lo que pidió, el vestido me apretaba un poco, pero salí y tiró de mi cintura, me alzó, sacándome de la ventana y me dejó en el suelo.
Tomó mi mano y nos apresuramos hacia la carreta.
— Vamos de prisa.
Llegamos a la carreta y subimos. Chester maldijo, tomando las riendas.
— Debí traer el caballo.
— ¿En serio planean seguir huyendo? — Preguntó Merida, acercándose — Chester, siempre supe lo poco hombre que eres. Robarte a una monja es muy bajo y huir de sus padres mucho más, no das la cara.
— ¡No hables, pedazo de perra, no nos conoces! — Grité sin poder evitarlo — ¡No juzgues sin saber nuestras razones!
Alzó las cejas — Para ser una puritana tienes muy mal lenguaje.
— No puedo ser educada con quien no lo es conmigo.
— ¿Me vas a venir a sermonear a mí? ¿A una institutriz?
— Solo eres institutriz de nombre, no tienes un gramo de educación.
Resopló y observó a Chester.
— Chester ¿En serio quieres meterte en líos por una señorita que está fuera de tu alcance? Jamás aprobarán este matrimonio.
— ¡Ese no es tu problema, mustia! — Grité, asustada, no teníamos tiempo para esa desgraciada, en cualquier momento saldrían a buscarme.
— ¡Si se marchan, igualmente les diré en donde encontrarla! — Amenazó la infeliz.
— ¡Basta ya! — Gritó Chester y ella se sobresaltó — ¡Adelante, haz lo que te place, no soy un maldito cobarde, no es tu problema tampoco, recibiré con gusto a esos nobles y los voy a enfrentar!
Sacudió las riendas con ímpetu y los caballos empezaron a andar.
Era cierto, no podíamos seguir huyendo de mi familia.
Chester mantuvo un galope alto por el camino, sin hablar, tenía expresión dura y me aferré al asiento para no caer.
— ¡Si queremos una vida juntos, debemos enfrentar los problemas! — Gruñó, su mandíbula estaba tensa — ¡No podemos seguir ocultando de tu familia, ellos tienen que entender que tienes una vida y que eres libre, sino quieren entender entonces deben atenerse a las consecuencias, no podemos permitir que sigan queriendo manejar tu vida, no creo que se den por vencidos y se marchen, mucho menos cuando ya saben que trabajas en esa escuela y también sabrán dentro de poco donde buscarte!
— Es cierto, Chester, no podemos escondernos y tranquilo, no les temo, tu me das seguridad, contigo consigo el valor de enfrentarlos, a ellos y la gente del convento... Se que planeas algo para darles una lección... Y no te preocupes, no te detendré — Dije, con seguridad y me observó de reojo, con la vista en el camino — Yo no conseguiré dormir tranquila hasta que esa gente mala dejen de hacer daño y desaparezcan. Esa monja sigue humillando y maltratando a otras como yo y ese obispo seguramente a abusado de otras mujeres. No puedo estar en paz sin pensar que están sufriendo lo mismo.
— Lo sé y estoy de acuerdo que hay que hacer algo al respecto.
— Lo que me preocupa es que algo pueda pasarte... Eres la única persona en la que puedo confiar y que me hace tan bien que sufro al pensar en que no estás conmigo — Susurré, con los ojos llorosos.
— Calma, no debes preocuparte, actuaré con inteligencia — Me aseguró, queriendo tomar mi mano, pero como estaba guiando la carreta no soltó las riendas.
Me tranquilicé después de cruzar el pueblo y volver camino a casa.
Chester entró con la carreta hacia la propiedad y salté, aterrizando en el suelo.
— ¡Chester! — Gritó Gingerline, corriendo hacia su tío, él la alzó.
— ¿Cómo te portaste en mi ausencia? — Le preguntó.
— Muy bien — Sonrió la pequeña — Leandro vino.
— Le tocará dormir en el suelo — Bromeó él.
Leandro estaba en el patio cuando caminé hacia la sombra.
— ¿Aprendiste mucho en la escuela? — Preguntó Leandro, en broma.
Tenía una chaqueta y una camisa con chaleco color azul oscuro, los pantalones eran blancos y las botas pulidas negras, estaba hasta bien peinado.
Cada vez lucía más guapo.
Deduje que se había vestido como un noble por la presencia de su familia.
— Tenemos un lío encima — Dijo Chester, Gingerline me saludó con la mano, aún en los brazos de Chester, le devolví el saludo y le sonreí.
— ¿Más? — Arqueó las cejas.
— Después te cuento ¿Dónde están los demás?
— Están adentro, Gingerline divisó la carreta cuando entró y me pidió acompañarte para recibirte.
— Vaya, los únicos corteses al parecer — Dijo Chester, besando la mejilla de su sobrina — Es la única que se preocupa por recibirnos con cariño.
— Hola, Tiffany — Me saludó Leandro con un beso en la mejilla, sentí la mirada de Tiffany.
— Hola, Leandro.
— Nos vamos a casar — Informó Chester, con seriedad — En cuatro días.
— ¿En serio? Felicidades a ambos — Dijo, sonriendo — Al fin una buena noticia, bueno, a parte de que William y mi madre están juntos...
— No me recuerdes eso — Gruñó Chester.
¿Le molestaba?
— ¿Por qué luces molesto? — Preguntó la niña — ¿No te hace feliz que mis abuelos estén juntos?
— No es eso, mejor pasemos — Dijo él y entramos a la casa.
No me quedé tranquila y observé hacia el camino.
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Me quedé sentada en el sillón después del almuerzo, no podía pensar en otra cosa que no fuese mi familia irrumpiendo en la casa.
— ¿Por qué tan pensativa? Prima — Sebastian se aproximó, sostenía una taza con té.
Chester estaba ocupado en los sembradíos, William y Leandro le acompañaron. Sebastian se quedó junto a Emiliana, era el único que desconocía sobre siembras, a pesar de que fuese un experto en recolección de plantas y viajes de campo.
Lo observé, se sentó en otro de los sillones.
— ¿Cómo le hiciste para no agobiarte con tantos problemas?
Soltó un suspiro.
— Eso es inevitable, mientras tengamos motivos y nos preocupe, no se puede evitar.
— Desearía que nada de eso me afectara — Confesé.
— Llegué a pensar en un momento que no podría encontrar solución a mi situación, pero cuando menos me lo esperé todo tomó su curso y pude dejar mis preocupaciones, lo importante es que no estás sola — Me aseguró — Nos tienes a todos para ayudar en lo que se pueda.
— Se que te parecía rara — Confesé y sus hombros se tensaron, sus ojos azules se posaron en mi rostro — Imprudente, impertinente...
— No fue mi intención si en algún momento sentiste desprecio...
— No te estoy culpando — Dije, sonriendo con debilidad — Es normal que te sintieras incómodo antes mis muestras de afecto y mi falta de pudor.
— No me sentía de esa forma, te conozco y se que no lo hacías adrede, simplemente, era tu forma de ser.
— Una muy mala forma de ser — Me reí de mi misma.
— Nada estaba mal contigo, los normas sociales de la aristocracia suelen ser rígidas, sobre todo para las señoritas en edad casadera.
— Me comportaba así porque me gustabas — Confesé, aunque eso él ya lo sabía, se tensó — Pero, era una forma muy mala de llamar tu atención, supongo que ser primos tampoco te hacía verme con otros ojos. Recuerdo que la última vez que estuve en tu mansión me pasé una poco con mis confesiones y hasta me acerqué a ti. Espero no haber causado ningún problema con tu esposa en ese momento.
— Descuida, no ocasionaste nada grave.
— Me alegra, también recuerdo que te dije que quería un esposo muy parecido a ti y resultó que se me cumplió, bueno, en cuatro días se me cumple — Dije y se rió de mi ocurrencia — Aunque, admito que mi deseo tuvo un toque más afortunado. Chester es un hombre increíble, tu también lo eres, pero él es muy especial y me encanta tanto.
Recordé que en ese entonces solía hablar bien de mi madre incluso si me trataba con desprecio. Siempre decía que me trataba lindo, incluso cuando no lo hacía, porque en el fondo siempre quise que me tratara bien.
Elevó una comisura — Estoy contento de que haya sido Chester con quien te topaste, al fin y al cabo es mi hermano y es un buen hombre — Me observó con suficiencia, bromeando — Un poco más de músculos no es nada.
Me reí — Cierto, no es casi nada.
— Felicidades, prima, por el futuro casamiento — Dijo, de todo corazón.
— Gracias.
— Espero que Chester te haga muy feliz.
— Lo hace, en serio que sí.
— Puedo notarlo y se que vas a superar tu situación.
—Lo sé — Asentí con firmeza.
Emiliana entró con una taza.
— ¿Qué tanto conversan?
— De anécdotas y de lo curioso que es la vida — Dijo Sebastian y asentí con la cabeza.
Por eso el odio hacia ella
Ya le ha hecho bastante daño a su hija y al parecer no se cansa.
¿Que más necesita para dejarla en paz de una vez?
Uy, me da rabia esa mujer 😡👊🏻