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Brujas

Brujas

Status: En proceso
Genre:Viaje a un mundo de fantasía / Mundo mágico
Popularitas:163
Nilai: 5
nombre de autor: Ninja Tigre Lobo

Tora Seijaku es una persona bastante peculiar en un mundo donde las brujas son incineradas, para identificar una solo basta que posea mechones de color negro

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Conversación de Información

Entonces no pudo contener la pregunta que le rondaba desde hacía rato.

—Si estás a favor de las brujas, ¿por qué no has salvado a alguna?

El silencio fue breve, pero pesado como una piedra en el pecho. El lobo no lo miraba, pero su sombra parecía expandirse con cada respiración.

—Mi deber es custodiar la Runa Central —respondió al fin, solemne—. No me pertenece el destino de cada bruja. Ese juicio lo dicta el mundo, no yo.

Tora volvió en sí con un leve sobresalto, como si emergiera de un sueño demasiado real. Había estado atrapado en la zona alma del lobo, un lugar donde el tiempo no obedecía las mismas reglas. Frente a él, el espíritu lobo lo miraba con solemnidad, inclinando la cabeza en un gesto que mezclaba respeto y despedida.

Rebecca descendió desde las alturas, sus alas aún vibraban con la energía de su vuelo, los ojos clavados en la escena.

—¿Y esto es todo? —preguntó con tono directo—. He escuchado que aquí se podían encontrar runas… o cristales.

El lobo soltó un resoplido que levantó el polvo del suelo.

—¿Te refieres a esto?

A su orden, los monstruos cubiertos de lodo comenzaron a apartarse con gruñidos guturales, revelando un destello bajo la tierra ennegrecida. Decenas de cristales resplandecientes emergieron como flores de fuego. Su brillo era frío y al mismo tiempo vibrante, cargado de un poder latente.

Rebecca abrió los ojos con deleite.

—Esto mismo… Cristales especiales para la recarga de runas. Con ellos podemos diseñar artefactos muy valiosos. —Hizo una pausa, señalando un grupo de piedras de tono encendido—. Incluso hay cristales Rubí, los más fuertes de todos.

El lobo volvió a gruñir, esta vez con cierta diversión.

—Pueden llevarse los que quieran. Pero dime… ¿dónde piensan almacenarlos?

Rebecca arqueó una ceja, mirando al grupo.

—¿Ustedes no tienen algo así como… almacenamiento espacial?

En ese instante, un leve zumbido atravesó la mente de Tora. Una notificación luminosa apareció frente a su ojo:

“Zona Alma desbloqueada.”

El joven se quedó helado, pestañeando varias veces. El mundo a su alrededor se distorsionó apenas un instante, y entonces lo vio: un entorno extraño desplegado dentro de sí mismo. Un espacio anaranjado, con líneas negras y blancas que recorrían el aire como venas de energía. El lugar parecía infinito, pero al mismo tiempo íntimo, como si formara parte de su propia respiración.

Tora exhaló con asombro.

—Así que… esta es mi Zona Alma.

El lobo lo miró de reojo, con una mueca que bien podría ser sonrisa.

—Ahora entiendes dónde guardarán esos cristales.

Tora parpadeaba aún incrédulo, con la vista fija en aquel horizonte anaranjado que se desplegaba dentro de sí. Era como mirar un mundo encerrado en su propio pecho, un espacio que lo reconocía como dueño.

Rebecca lo notó inmediatamente.

—¿Qué es eso que miras? —preguntó, dando un paso hacia él.

—La notificación… —dijo Tora, sin apartar la mirada del vacío vibrante que se abría en su mente—. Al parecer… acabo de desbloquear un espacio interno, algo llamado Zona Alma.

Rebecca entrecerró los ojos, intrigada.

—¿Zona Alma? Entonces sí tienes almacenamiento espacial.

El lobo alzó su cabeza, observando con gravedad.

—Eso no es un simple almacenamiento. Es una extensión de tu espíritu.

Mientras el aire se llenaba de tensión y curiosidad, Syra dio un paso adelante, mirando los cristales que seguían brillando en la tierra húmeda.

—Entonces… ¿podemos probar?

Tora tragó saliva, se inclinó y tomó uno de los cristales rubí. Era cálido al tacto, como si una flama latiera en su interior. Cerró los ojos e intentó guiarlo hacia esa visión anaranjada en su mente. El cristal, en respuesta, se desvaneció se envolvió entre tierra y la tierra se partió hasta hacerse polvo desapareciendo del plano físico.

Cuando Tora volvió a abrir los ojos, el cristal reposaba flotando en su Zona Alma, suspendido sobre un suelo inexistente.

Rebecca dejó escapar un silbido.

—Vaya… eso es útil. Muy útil.

Uno tras otro, el grupo comenzó a reunir los cristales. Syra recogía con cuidado los fragmentos más pequeños, Marina cargaba los que parecían demasiado pesados, y Rebecca, entre risas, intentaba ver cuántos podía lanzar a la vez hacia el espacio de Tora. Todos desaparecían en una cascada de lodo que Tora creo, acomodándose en aquel espacio interno como si fueran estrellas atrapadas en un firmamento anaranjado.

Cuando por fin terminaron, el suelo del cráter quedó vacío, y la Zona Alma de Tora brillaba con decenas de cristales de todos los colores, vibrando como un tesoro secreto.

—Impresionante —murmuró Syra, cruzándose de brazos—. Ese poder nos da una gran ventaja.

Rebecca bajó la mirada hacia Tora, con una sonrisa astuta.

—Con esto, chico, oficialmente te conviertes en el banco viviente del grupo.

El lobo soltó una risa grave, un eco profundo que parecía sacudir las paredes del cráter.

—Y también en alguien a quien muchos desearán robarle el alma.

Tora apretó el puño, consciente de la advertencia, mientras dentro de él los cristales pulsaban como un segundo corazón.

El grupo se despidió del lobo con una reverencia solemne. La bestia, ahora espíritu aliado, se internó en las sombras del cráter, dejando tras de sí un eco grave que resonaba como despedida. Tora notó el cansancio en los hombros de todos; las respiraciones entrecortadas, las miradas pesadas.

—Necesitamos un descanso —dijo en voz baja, y nadie lo contradijo.

Encendieron una pequeña fogata en un rincón seguro, rodeados de la tierra húmeda y el susurro del viento. El silencio se extendió, interrumpido solo por el crujir de la leña. Fue entonces cuando Meli, con el mentón apoyado en sus rodillas, rompió la calma.

—¿Y bien? ¿A dónde iremos ahora?

Tora levantó la vista hacia el fuego. Su expresión, iluminada en tonos anaranjados, era firme.

—Considerando que ya no podemos camuflarnos, no nos queda otra que dirigirnos al pueblo gobernado por las brujas.

La palabra brujas pesó en el aire. Syra se tensó de inmediato, sus manos apretándose contra el suelo. Una punzada atravesó su memoria, y sin poder evitarlo, la imagen regresó con crueldad:

su grupo de amigas, obligadas a arrodillarse, temblando bajo el filo de una espada. Los gritos sofocados. El chasquido seco de cabezas cayendo al suelo, una tras otra. Ella misma, oculta tras un disfraz, incapaz de moverse, de gritar, de detener la masacre. El olor metálico de la sangre aún parecía rozarle la nariz.

—No… —su voz tembló primero, pero luego se endureció—. Ese sitio ya no es seguro.

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Ninja Tigre Lobo
hola
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