Kael Walton no fue criado, fue forjado, desde niño conoció más el frío del abandono que el calor de una familia. A los quince años quedó huérfano, y su refugio fueron las calles, los trabajos mal pagados, y los silencios largos que solo entienden los que han sobrevivido más de lo que han vivido.
El ejército le dio estructura, disciplina, y una nueva identidad: soldado, protector, fantasma. A los 25 años, pensó que había encontrado la única guerra que valía la pena luchar: el amor. Pero la felicidad duró poco. Su esposa fue asesinada por un mafioso al que todos temían, excepto Kael. Desde entonces, el amor quedó enterrado junto a ella.
Años después, en medio de una misión de venganza donde logran su cometido, cuando al fin reina la paz para el solo era el inicio de un caos y encanto, llamado Nadia Drake.
Podrá Nidia Alojarse en el corazón de Kael?
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Capitulo 18
...CUARENTA Y VEINTE...
Al anochecer, cuando ambos llegaron a casa, el ambiente había cambiado.
Nadia se quitó los tacones y se tiró sobre el sofá.
—¿Sabías que este día fue más largo que la lista de excusas que me das para no bailar?.
Kael sonrió apenas.
—¿Vas a usar eso cada vez que quieras tener razón?.
—Voy a usar todo lo que funcione contigo, Kael Walton.
—Estás más loca de lo que pensaba.
—Y tú más duro de lo que creía. Pero… tengo paciencia.
Él la miró desde la cocina, donde servía dos platos con pasta.
—¿Estás diciendo que vas a seguir cocinándome para domesticarme?.
—Estoy diciendo que, si algún día sonríes sin que te duela, voy a celebrarlo como si hubiera ganado la lotería.
Kael la miró en silencio, luego se acercó, dejando el plato frente a ella.
—Gracias — murmuró.
—¿Por qué?
—Por no rendirte conmigo… todavía.
Ella le guiñó un ojo.
—Te advierto que soy terca, mucho más que tú.
Kael negó con la cabeza, divertido.
Y por primera vez en mucho tiempo, cenaron sin armaduras.
Sin embargo, a miles de kilómetros, en una habitación oscura, Luca Santorini, observaba una imagen recién enviada por uno de sus infiltrados, Kael y Nadia, cenando, en lo que parecía una sala cálida, familiar, de pareja.
Apretó los dientes.
—Puedo esperar — murmuró.
La venganza es un plato que se sirve frío, pero él estaba dispuesto a calentarlo si era necesario.
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Al siguiente día
Kael estaba convencido de que nada bueno podía salir de una noche que comenzaba con las palabras:
—¡Vamos a un karaoke!
Kael la miró con ojos como platos, incrédulo, cuando Nadia se lo dijo al salir del trabajo.
—¿Un qué?
—Karaoke — repitió ella, con una sonrisa tan entusiasta que parecía una niña en vísperas de Navidad —. Música, luces, gente cantando mal… ¡Diversión!
—Eso suena como la definición de tortura.
—¡Kael! — suplicó con un puchero —. Llevamos semanas en Berlín y no has salido a hacer nada social que no incluya planillas, armas o entrenamientos.
—Porque estoy bien así.
—¡No estás bien! — replicó con ternura —. Estás funcional, como una máquina que hace lo que tiene que hacer, pero sin alma.
Él alzó una ceja.
—¿Y el karaoke me devolverá el alma?.
—Tal vez no — admitió —, pero yo sí puedo hacerlo… si me das una oportunidad.
Esa frase, con esa mezcla entre dulzura y desafío, fue su perdición.
El lugar estaba lleno de luces de neón y olor a cerveza, en el centro del bar, una pequeña tarima con micrófono daba la bienvenida a los valientes que querían torturar al público con sus talentos cuestionables.
Mesas dispersas, risas, aplausos, un ambiente cálido.
—No puedo creer que me convenciste — murmuró Kael, mirando con desconfianza a su alrededor.
—Y todavía no hemos empezado — dijo Nadia, tomándolo del brazo y guiándolo hacia una mesa vacía —. Confía en mí, viejo gruñón.
—Viejo, no eso no y Gruñón, depende del día.
—Hoy lo estás siendo.
—Solo estoy cuidando mi dignidad.
—¡Pues déjala en casa por una noche!
Se rieron y aunque él todavía se sentía fuera de lugar, no podía evitar mirar cómo Nadia brillaba.
Se soltaba con una facilidad que a él le resultaba imposible, saludaba a los meseros, bromeaba con la gente en la mesa de al lado, y, antes de que Kael pudiera reaccionar, ya estaba hablando con una pareja simpática que les sonrió de inmediato.
—¡Hola! Soy Carmen — dijo la mujer, de unos treinta y tantos, con rizos oscuros y una energía contagiosa —. Y este es Luis, mi esposo y ella es Marina — agregó señalando a la pequeña que dormía plácidamente en una carriola.
—¡Es preciosa! —dijo Nadia, agachándose para ver a la bebé—. ¿Ella duerme en medio de este escándalo?
—La tercera hija siempre duerme donde sea — dijo Luis, encogiéndose de hombros—. Ya vienen entrenadas.
—Kael, ven, siéntate aquí —Nadia lo jaló hacia la mesa.
—Hola —dijo él, escueto para luego susurrarle algunas palabras a Nadia — Esta gente está demente, como pueden traer a una niña a este sitio, como lo permiten.
— No seas imprudente, tal vez conocen al dueño y pues mírala es un amor. — Dijo Nadia igual en susurros para ver que Kael había alzado su ceja.
—Oh, el típico silencioso protector — bromeó Carmen, guiñándole un ojo a Nadia —. Apuesto a que canta fatal.
—¡Nunca ha cantado! — dijo Nadia entre risas—. Ni siquiera en la ducha.
—Eso tiene que cambiar hoy — dijo Luis.
—No lo creo — contestó Kael, pero con una media sonrisa que Nadia no dejó pasar.
Entre risas, cervezas y tragos alemanes con nombres imposibles, la noche fue cayendo como una manta cálida, Carmen y Luis resultaron ser una pareja encantadora: ella era psicóloga, el chef de un restaurante pequeño.
Contaron anécdotas de sus hijas, se burlaron uno del otro con cariño, y poco a poco Nadia y Kael comenzaron a soltarse, incluso a reír juntos con naturalidad.
—¿Qué canción vas a cantar tú? — preguntó Carmen a Nadia mientras llenaba su sexto vaso de cerveza.
—¿Yo? Mmm… todavía no lo decido, pero va a ser algo con alma.
Kael la miró de reojo.
—¿No será una indirecta?
—¿Yo? ¿Tirar indirectas? Jamás…
Cuando Carmen y Luis fueron llamados a cantar una cómica versión de “I Will Survive”, Nadia se acercó al mesero y escribió en una hoja el número de una canción.
Luego regresó a su asiento, con una sonrisita traviesa.
—¿Qué hiciste? — preguntó Kael, sospechando de inmediato.
—Ya lo verás.
Diez minutos después, el animador del karaoke tomó el micrófono.
—¡Y ahora! Con ustedes, una valiente dama que quiere dedicar una canción… ¡A un hombre serio como una piedra! ¡Nadia vamos ven al escenario!
Kael abrió la boca, sorprendido.
—No te atreviste…
—Oh, sí lo hice.
Nadia subió entre aplausos, algo tambaleante por el alcohol, Carmen silbó desde su mesa, Luis le aplaudía como si estuviera en un estadio.
—¡Esta va para ti, Kael Walton! — gritó al micrófono.
Y entonces comenzó a sonar una canción que hizo que Kael se llevara una mano a la cara.
🎶 Mentiras son todas mentiras
Cosas que dice la gente
decir que este amor es prohibido
Que tengo cuarenta y tú veinte 🎶
La risa se apoderó del bar, pero Nadia no cantaba mal. Al contrario, su voz, afinada y melancólica, le daba un tono aún más emocional a la canción de José José.
🎶 Que yo soy otoño en tu vida
Y tú eres dulce primavera
No saben que guardo un verano
Que cuando te miro, te quema "🎶
🎶 Cuarenta y veinte
Cuarenta y veinte
Es el amor lo que importa y no
Lo que diga la gente 🎶
🎶 Cuarenta y veinte
Cuarenta y veinte
Toma mi mano
Camina conmigo
Mirando de frente 🎶
Kael no podía dejar de mirarla. Allí estaba, moviéndose al ritmo, mirándolo con descaro, con dulzura, con una mezcla embriagada de verdad y broma, pero no había burla, solo una declaración honesta, disfrazada de juego.
Nadia lo estaba desarmando, con la letra de esa canción. Una canción que lo estaba estremeciendo y que estaba rompiendo barreras.
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que decepción
así me gusta que no tengan tantos capitulos 💯