La primera regla de la amistad era clara: no tocar al hermano. Y mucho menos si ese hermano era Ethan, el heredero silencioso, la figura sombría que se movía como una sombra en la mansión de mi mejor amiga, Clara.
Yo estaba allí como refugio, huyendo de mi propia vida, buscando en Clara la certeza que había perdido. Pero cada visita a su casa me acercaba más a él.
Ethan no hablaba, pero su presencia era un lenguaje. Podías sentir la frustración acumulada bajo su piel, el resentimiento hacia el mundo que su familia le obligaba a soportar. Y, de alguna forma, ese silencio me llamó.
Sucedió una noche, con Clara durmiendo en el piso de arriba. Me encontró en el pasillo. Su mirada, siempre distante, se clavó en la mía, y supe que la línea entre la lealtad y el deseo se había borrado. Me tomó la cara con brusquedad. Fue un beso robado, cargado de una rabia helada y una necesidad desesperada.
No fue un acto de amor. Fue un acto de traición.
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Capitulo XX Rueda de prensa
La sala de conferencias de la Torre Hawthorne era un hervidero de cámaras y flashes. La noticia del "matrimonio sorpresa" ya había encendido la prensa de sociedad, y ahora todos esperaban la versión oficial del heredero silencioso y su misteriosa esposa.
Ethan y yo entramos de la mano. Él, con su traje de poder y una expresión de resolución tranquila. Yo, con mi traje de seda y una compostura que desmentía la bomba de tiempo que Alexander acababa de activar. Su mano no solo me sostenía; me anclaba.
Nos sentamos frente a los micrófonos. El señor Hawthorne, sentado detrás de nosotros, se veía visiblemente tenso.
Ethan comenzó con la declaración ensayada: la anulación de la fusión por el "descubrimiento de irregularidades financieras" por parte de Alexander Sterling. Una versión limpia y legal.
Luego, Ethan se giró hacia mí, y el tono de su voz cambió por completo, volviéndose íntimo y profundo, a pesar de la multitud de grabadoras.
—Pero hay una verdad que debo compartir, una que Alexander está intentando distorsionar. Nuestra boda no fue solo una reacción al fraude. Fue un acto de amor y desesperación.
Las cámaras se enfocaron en nuestros rostros. Ethan apretó mi mano.
—Alexander Sterling, en un acto de despecho, intentó chantajear a mi familia. Él me amenazó con publicar fotografías y un testimonio falso sobre mi esposa, Olivia. Las imágenes, supuestamente, la mostraban a ella saliendo de mi suite de invitados en la madrugada, en pijama.
La sala se convirtió en un murmullo ensordecedor. El señor Hawthorne puso una mano en el hombro de su hijo, intentando detenerlo, pero Ethan lo ignoró.
—Mi esposa y yo no tenemos nada que ocultar. Las fotos existen. Olivia y yo nos enamoramos desde el momento en que ella regresó a esta casa para ser dama de honor de mi hermana, Clara. Nuestra relación se desarrolló lejos de los ojos de esta familia, lejos de los ojos de la prensa, y sí, a menudo, en las horas oscuras de la noche, como cualquier romance que lucha por sobrevivir en un ambiente hostil.
Me giré hacia él. Su mirada era de absoluta verdad. No estaba mintiendo; estaba embelleciendo los fallos y los ultimátum con la única verdad que importaba: el sentimiento.
—El matrimonio fue un acto de amor, no de conveniencia. Me casé con ella para protegerla de un chantajista que amenazaba con publicar esas fotos. Me casé con ella porque la amo. Y si esa es la historia que Alexander quiere vender, que así sea. Pero la historia real es que él intentó usar el amor que mi esposa y yo nos tenemos como arma.
La estrategia era brillante. Al confesar la verdad antes de que se publicara, le quitábamos a Alexander el poder del shock. Estábamos controlando la narrativa y, de paso, confirmando que nuestro matrimonio era real.
—Señora Hawthorne —preguntó un periodista—, ¿es cierto que usted conspiró con su esposo para arruinar el compromiso de su mejor amiga?
Me incliné hacia el micrófono. —No. Conspiré con el hombre que amo para exponer a un fraude que quería despojar a mi mejor amiga, Clara, de todos sus bienes. Y sí, si eso significa que tuve que arriesgar mi reputación y mi corazón, lo volvería a hacer.
La sala estalló en preguntas. Ethan se levantó, dando por terminada la conferencia.
—Ya tienen la historia. El heredero se casó con la mujer que ama para salvarla de un villano que ahora será demandado por fraude. Lo único que me importa es mi esposa. Ahora, si nos disculpan, tenemos una luna de miel que recuperar.
Ethan me tomó de la mano y nos abrió paso entre la multitud de periodistas.
De vuelta en el vestíbulo de la mansión, el señor Hawthorne se enfrentó a Ethan, su rostro una mezcla de furia y asombro.
—¡Estás loco! ¡Pusiste a toda la empresa en riesgo! ¡Pero funcionó! ¡La prensa está hablando de un escándalo de amor, no de finanzas!
—Funcionó porque elegí la verdad que a usted le daba miedo, Padre.
Clara, que nos esperaba, corrió hacia nosotros, con lágrimas en los ojos. —Fue hermoso, Liv.
Ethan me tomó del brazo y me llevó a la escalera. —Es hora de irnos, Sra. Hawthorne.
—¿A dónde vamos?
—A donde nadie nos encuentre. A donde podamos ser solo Ethan y Liv, sin empresas ni chantajes.
Al subir las escaleras, el teléfono de Ethan vibró. Era Alexander. Ethan contestó, poniendo el teléfono en altavoz.
—¡Me has arruinado, Ethan! ¡Acaban de anular el trato!
—Lo sé, Alexander. Y el 50 millones que pediste es la nueva base para mi demanda por difamación. Por cierto, tu stock se ha desplomado. Deberías haberte rendido cuando pudiste.
—Nunca. Te juro que tu matrimonio es una farsa.
—Ya no —dijo Ethan, su voz llena de una convicción tranquila. Me miró a los ojos, con una sonrisa en el rostro—. Y te voy a demostrar lo real que es. Adiós, Alexander.
Ethan colgó el teléfono y lo apagó. Me tomó de la mano y me llevó hasta la suite que ahora compartíamos.
—Nuestra luna de miel comienza ahora, Liv. En nuestros términos.
Me besó con la promesa de que la farsa había terminado, y la vida real, forjada en el fuego y la verdad, apenas comenzaba. La cómplice y el heredero silencioso habían ganado el juego, y el premio era su propia historia de amor.