Camila tiene una regla: no mezclar negocios con emociones. Pero Gael no es fácil de ignorar. Es arrogante, brillante y está decidido a ganarle. En los proyectos, en las reuniones… y también en el juego de miradas que ninguno de los dos admite estar jugando.
Lo que empezó como una guerra silenciosa de egos pronto se convierte en una batalla más peligrosa: la de resistirse a lo prohibido.
¿Hasta dónde están dispuestos a llegar por ser los mejores… sin perderse el uno al otro?
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Visitas inesperadas
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Este capítulo contiene temáticas sensibles que pueden resultar incómodas para algunos lectores, incluyendo escenas subidas de tono, lenguaje obsceno, salud mental, autolesiones y violencia. Se recomienda discreción. 🔞
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Ya es fin de semana, para ser específicos, sábado y el único fin de semana en el que no teníamos que preocuparnos por trabajo.
—¿Y qué plan tienes para hoy? —le pregunto a Gael mientras terminamos de desayunar.
Él me mira desde el sofá.
—Pensaba quedarme en casa, relajarme, ver una película... y hacerte venir gritando mi nombre en el medio de la sala.
Casi escupo el café.
—¿Quieres que los vecinos nos echen?
—No, pero si no gritas, no cuenta. Además ya mínimo están acostumbrados.
Me río. El muy descarado me conoce demasiado bien y yo... ya no puedo disimular cuánto me gusta que me hable así.
Me gusta cómo se ve cuando está en modo relajado. Despeinado, con una camiseta vieja y ese gesto tranquilo.
La mañana iba tranquila, hasta que deja de serlo.
—¿Quieres que veamos algo en la tele? —le pregunto, sentándome sobre la alfombra con el control remoto en la mano.
—Solo si puedo verte desde aquí—responde desde el sofá, echado como una pintura renacentista.
—¿Y qué vas a mirar?
—A ti y después, la forma en que te retuerces cuando te toco ahí abajo.
Lo miro por encima del hombro, desafiante.
—¿Ah sí? ¿Tan seguro estás?
—Probémoslo y después hablamos.
Acepto el reto.
Subo al sofá y me siento sobre él, a horcajadas. Sus manos se posan en mis caderas, firmes. Mi lengua roza su cuello, despacio, y siento cómo se estremece bajo mí.
—Sabés que esto es injusto —murmura contra mi oreja.
—¿Qué cosa?
—Que tengas tanto poder sobre mí.
Mis manos se meten debajo de su camiseta, rozando su abdomen, y él cierra los ojos por un segundo. Me encanta saber que puedo hacerle eso.
—Entonces rendite, Gael.
Su boca se apodera de la mía con ternura. Me besa de una forma lenta, paciente, como si también quisiera memorizar cada parte de mí.
Mis caderas se mueven por instinto, frotándose contra él, sintiéndolo endurecerse bajo mí y mi cuerpo ya se enciende por inercia.
Me quita la camiseta, lento, como si estuviera desenvolviendo un regalo caro. Yo le saco la suya con prisa, y mis dedos se pasean por su pecho como si lo estuviera conociendo por primera vez.
Nos besamos con más fuerza. Él me agarra por debajo, me levanta apenas y me lleva hasta que quedo tumbada en el sofá con él entre mis piernas.
Su boca baja a mi cuello, a mi pecho, y me arqueo contra él, pidiéndole más.
Sus dedos bajan por mi vientre y encuentran mi ropa interior. Me la quita con un movimiento preciso.
Me acaricia con los dedos mientras me besa. Los movimientos son lentos, suaves, circulares. Entra uno. Luego dos. Gimo en su boca.
—Gael...
—Shh. Deja que te quiera.
Me lleva al borde con una paciencia deliciosa. Me acaricia mientras recorre mi pecho, mi estómago, mi boca. Todo sin dejarme pensar.
Cuando ya no puedo más, él se acomoda entre mis piernas y me mira.
—Me vuelves loco preciosa
Entra lento. Despacio. Como si quisiera hacerme sentir cada centímetro de su cuerpo llenándome.
Grito su nombre. Me aferro a sus hombros. Me arqueo para recibirlo.
Él empuja. Yo me aprieto más contra él, me desarmo. Todo es calor, sudor, piel.
—No pares —le suplico.
—No pienso hacerlo.
Nos embestimos en un vaivén cargado de gemidos y jadeos, como si el mundo fuera solo este sofá y nuestras ganas. Todo se siente distinto. Más intenso. Más real. Como si de verdad estuviéramos conectados de una forma que nunca antes había sentido.
Estoy cerca. Muy cerca.
—Gael... Gael...
Él me mira con esa mirada de lobo hambriento y tierno a la vez. Me agarra de la cintura, me levanta un poco y embiste más profundo.
Y ahí es cuando estoy por gritar, por explotar, por perderme...
—¡Hermano! ¡¿estás en casa?!
El grito vino acompañado del sonido de la puerta abriéndose. Gael y yo nos quedamos completamente congelados, nuestros cuerpos aún entrelazados en medio del sofá, jadeando, sudorosos, y a punto de…
La maleta cayó al suelo y ahí estaba.
Bastian Moretti.
Su figura recortada contra el marco de la puerta, la maleta de mano en el suelo, guitarra en su espalda, y la cara completamente descompuesta. Mis ojos se abrieron como platos.
—¡Cazzo! —exclamó, llevándose una mano a la cara mientras se giraba de inmediato, dándonos la espalda.
Yo me tapé con una manta en un movimiento instintivo. Gael se quedó unos segundos paralizado encima mío, como si el cerebro se le hubiera fundido.
—¿Por qué… mierda… está Bastian de Dead Beat Nation… en tu departamento…? —susurré con los ojos como dos monedas.
—Es mi hermano…me había dicho que venía en unas semanas —balbuceó Gael mientras se levantaba de mí a toda velocidad, subiéndose los pantalones—. Le mandé una copia de las llaves por si salía este finde… ¡pero no pensé que iba a llegar hoy!
—No te preocupes —dijo Bastian desde la entrada, sin volverse—. No los miré tanto. Estoy seguro de que mi terapeuta me lo agradecerá más adelante.
Yo me cubrí mejor con la manta. Gael se acercó a su hermano, que seguía con la espalda hacia nosotros.
—¿Bastian? ¿La conoces?
El silencio fue tan pesado y tan incómodo que quería desaparecer. Hasta que finalmente, Bastian soltó, seco:
—Salí con ella. Durante un año.
Gael abrió los ojos tanto que pensé que se le iban a caer.
— ¿¡Qué!?
—¡Yo no sabía! —intervine, subiendo un poco más la manta como si eso me fuera a proteger del bochorno universal—. ¡No sabía que ustedes eran hermanos! ¿Cómo iba a saberlo?
Bastian se giró apenas, lo justo para vernos de perfil. Su mirada no era rabiosa, pero sí seria.
—¿No te sonó el apellido? —preguntó Gael, incrédulo.
—¡Claro que no! —solté—. Además no es que me ande memorizando el árbol genealógico de todos los tipos con los que me acuesto.
Gael me lanzó una mirada.
—Gracias por el romanticismo.
—¡Lo digo en general! —me defendí—. No sabía que era tu hermano, ¿ok? Cuando estuve con Bastian, nunca me habló de ti. Ni una vez.
Bastian suspiró. Se pasó una mano por su cabello.
—Yo no hablé de Gael, porque yo no hablo de mi familia con nadie—dijo dirigiéndose a Gael—. Y cuando terminamos… no quise entrar en detalles con nadie. Fue una relación linda. Pero complicada.
Lo miré desde el sofá, aún tapada.
—Fue linda —admití, bajando un poco la voz—. Pero no podía con el ritmo. Con tus giras, con no saber cuándo te iba a ver. Con sentir que siempre había una fan más que podía acercarse demasiado. No quería vivir con esa ansiedad. Por eso me fui.
—Lo entendí con el tiempo —respondió él, más tranquilo—. Aunque dolió. Pero está bien.
Pausa.
Bastian se acomodó la guitarra al hombro, miró a Gael con una ceja levantada, y luego hacia mí.
—¿Así que ahora te acuestas con mi hermano?
Gael se pasó la mano por el cuello.
—No estamos en una relación. No es… serio.
—Todavía —agregué, en voz baja. Ambos me miraron al mismo tiempo. Yo me encogí de hombros—. ¡¿Qué?! Solo digo que no es… exclusivo todavía.
Bastian resopló.
—Benissimo… esto es mucho para mí.
Se giró hacia la puerta otra vez.
—Voy a salir a dar una vuelta. Ustedes… terminen lo que estaban haciendo o no se. Me da igual.
Gael y yo nos quedamos mirándonos en silencio mientras la puerta se cerraba tras él.
—¿Esto realmente acaba de pasar? —dije al fin, sin poder creerlo.
—Mi hermano, también tu ex. —Gael asintió lentamente—. Dios… necesito terapia.
—Y yo una cerveza. ¿Hay alguna en la nevera?
—Después del polvo más incómodo de la historia… sí, te la ganaste.
Nos reímos algo incómodos.
Gael se quedó pensativo.
x ahora muy lenta y pesada
Eso si fue incómodo