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"Rey Maldito"

"Rey Maldito"

Status: En proceso
Genre:Jujutsu Kaisen
Popularitas:1.1k
Nilai: 5
nombre de autor: Vic82728

Morí sin ruido,
sin gloria,
sin despedida.

Y cuando abrí los ojos…
ya no eran míos.

Ahora respiro con un corazón ajeno,
camino con la piel del demonio,
y cargo el nombre que el mundo teme susurrar:
Ryomen Sukuna.

Fui humano.
Ahora soy maldición.
Y mientras el poder ruge dentro de mí como un fuego indomable,
me pregunto:
¿será esta mi condena…
o mi segunda oportunidad?

NovelToon tiene autorización de Vic82728 para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.

Capítulo 19 – El Juego del Rey (Parte 1)

La batalla entre Sukuna y Mahoraga había trascendido toda lógica, todo entendimiento humano. Ya no era un combate. Era un ritual de destrucción pura.

El aire estaba impregnado de energía maldita, cada aliento era un susurro de muerte. Las calles de Shibuya habían sido reducidas a cenizas, y ahora la pelea se elevaba hacia el cielo nocturno.

—Vamos, bestia —murmuró Sukuna, con una sonrisa torcida—. Muéstrame por qué eres el as bajo la manga de los hechiceros...

Mahoraga respondió rugiendo. Su rueda divina giraba sin descanso, adaptándose cada vez más rápido a las técnicas del Rey de las Maldiciones.

En un instante, el shikigami dio un salto descomunal. La ciudad desapareció bajo sus pies mientras se alzaba hacia el cielo con Sukuna siguiéndolo.

Allí, flotando entre nubes, el combate se reanudó.

¡CRACK!

Mahoraga atacó primero, lanzando un puñetazo que Sukuna desvió por centímetros, la onda del impacto destrozando un rascacielos cercano.

—Hah… estás mejorando —dijo Sukuna, sin perder la sonrisa.

Entonces, Mahoraga alzó sus manos, y de la nada, invocó trenes de un metro de largo. Gigantescos, rechinantes, veloces. Los lanzó como proyectiles malditos hacia Sukuna.

¡FWHOOOOOSH!

Uno lo atrapó de lleno. Sukuna desapareció bajo la masa de acero y oscuridad. Hubo una explosión. Trozos de vagones volaron por los aires.

El silencio se apoderó de Shibuya.

Hasta que, desde dentro del tren destruido, se escuchó:

—Desmantelar.

El tren explotó desde adentro hacia afuera, cortado en segmentos perfectos. Y en el centro de todo, Sukuna emergió ileso, rodeado de energía maldita roja como sangre.

Pero Mahoraga no le dio tiempo. Apareció justo frente a él, y le lanzó un golpe directo al rostro. Sukuna detuvo el puñetazo con una mano, y sus ojos se encendieron.

—¿Poder maldito…? —pensó.

Mahoraga lo lanzó hacia atrás, Sukuna impactó contra el aire mismo, rompiendo la atmósfera con su fuerza. Se estabilizó en el aire, y sonrió.

—¿Conque eso quieres?

Y así, comenzó el verdadero juego...

Capítulo diecinueve – El Juego del Rey (Parte 2)

El cielo de Shibuya ardía bajo la tensión entre dos entidades imposibles: Sukuna, el Rey de las Maldiciones, y Mahoraga, el shikigami supremo de los Diez Sombras. Su batalla se había convertido en un espectáculo celestial de poder y destrucción.

Mahoraga, adaptándose a cada técnica, lanzó más trenes malditos. Uno de ellos atrapó momentáneamente a Sukuna, cubriéndolo en una estructura metálica retorcida. Pero desde dentro se escuchó la voz fría del rey:

—Desmantelar.

El tren estalló en fragmentos, cortado con precisión quirúrgica. La explosión iluminó la noche, y del centro emergió Sukuna, sin un solo rasguño, sonriendo con locura.

Mahoraga apareció al instante frente a él, su enorme puño cruzando el aire con un zumbido. Sukuna levantó su mano y detuvo el impacto, aunque su cuerpo fue arrastrado varios metros hacia atrás.

—Je… así que también copias la fuerza, ¿eh? —murmuró.

El cielo tembló. Mahoraga no se detuvo. Creció, aumentando su tamaño, como si absorbiera energía de la misma atmósfera. Tomó uno de los trenes flotantes, lo levantó como si fuera un juguete y lanzó a Sukuna dentro, cerrando las puertas con una presión titánica. Luego, lanzó todo el tren como si fuera una lanza, que se estrelló contra un edificio de oficinas.

El impacto fue colosal. Vidrios estallaron, las estructuras se derrumbaron, el suelo tembló.

Por un segundo, el silencio reinó.

Pero entonces, el tren fue partido en dos desde dentro. Sukuna emergió como un demonio desatado, cubierto de sangre, pero con la sonrisa más amplia que jamás había mostrado.

—Jajajajajajaja… ¿puedes ver eso? —gritó al cielo, extendiendo los brazos como un dios de la muerte—. ¡Contempla mi poder!

Alzó su brazo derecho, y con un solo movimiento, lanzó una onda de corte tan poderosa que partió varios edificios a la mitad, rasgó el suelo y cortó incluso las nubes del cielo. El viento se dividió. El mundo se estremeció.

Mahoraga bajó la cabeza, aceptando el reto.

Ambos cayeron al suelo como meteoritos, destruyendo lo que quedaba de la ciudad.

Sukuna aterrizó sobre los restos de una torre colapsada. Mahoraga cayó justo enfrente de él, haciendo temblar la tierra. Entre los escombros y el humo, sus ojos se encontraron una vez más.

—Ven. Hagamos esto bien. —dijo Sukuna, girando el cuello—. Ya no estás peleando con un humano… estás enfrentando a un rey.

Capítulo Veintiuno – El Juego del Rey (Parte 3)

El suelo crujía bajo sus pies mientras Sukuna descendía lentamente desde los cielos, el rostro aún marcado por una sonrisa diabólica, los ojos fijos en su enemigo. Las marcas negras de su cuerpo brillaban con intensidad maldita. Frente a él, Mahoraga, más grande que nunca, lo esperaba impasible, su rueda girando a mayor velocidad, adaptándose, analizando.

—Esa cosa… ya está aprendiendo a resistir mis cortes —murmuró Sukuna, cruzando los brazos—. Entonces...

Extendió ambas manos.

Una presión abrumadora cubrió el aire. El mundo pareció detenerse.

—Relicario Demoníaco... ¡Fukuma Mizushi!

Un enorme templo surgió a su alrededor. Las paredes sangrientas, los cuernos demoníacos, las calaveras incrustadas… todo se alzó en un instante. Era el dominio del Rey de las Maldiciones.

La rueda de Mahoraga giró frenética.

Pero ya era tarde.

El dominio se activó sin barrera de entrada: 200 metros a la redonda quedaron cubiertos. Las técnicas "Cortar" y "Desmantelar" comenzaron a operar por sí solas, arrancando pedazos de terreno, atravesando estructuras, reduciendo maldiciones menores a cenizas.

Sukuna no parpadeó. Dio un paso al frente.

—Ahora veamos si puedes sobrevivir a esto, maldita rueda de feria...

Mahoraga rugió y cargó, intentando entrar en el radio cercano de Sukuna. El rey se movió con una velocidad increíble, esquivando, bloqueando, y cortando al mismo tiempo que el dominio lo hacía.

—¡No escaparás! —bramó Sukuna, liberando una oleada de "Desmantelar" directa al rostro de Mahoraga.

La maldición suprema salió volando por el impacto, cayendo de rodillas, pero no desapareció. La rueda en su cabeza giró una vez más.

—¡Tch! —Sukuna escupió sangre—. Ya se está adaptando al dominio...

La presión aumentó.

Mahoraga rugió con un poder más feroz. Sus heridas sanaban. Su tamaño crecía. ¡Se estaba adaptando incluso al Relicario Demoníaco!

Por primera vez en toda la pelea, Sukuna dejó de reír.

—Así que finalmente… me haces tomar esto en serio.

El cielo nocturno se partió con un estallido de poder maldito. Sukuna cargó, sin dejar que el dominio lo hiciera todo, y lanzó un corte diagonal tan afilado que la misma realidad pareció quebrarse.

Mahoraga bloqueó.

¡BOOOOM!

La explosión fue total. Shibuya desapareció detrás de una cortina de humo, fuego y oscuridad.

Cuando la bruma se disipó, ambos seguían de pie… respirando… observándose… riendo, en el caso de Sukuna.

—Esto sí es divertido… y pensar que todo empezó porque ese mocoso Victor cruzó la calle por salvar a un niño… —murmuró, entre jadeos—. Ahora soy el rey de todo.

Capítulo diecinueve – El Juego del Rey (Parte 4)

"Qué bueno..."

"Ya he jugado suficiente..."

"Voy a destruir..."

"Voy a usarlo de una vez..."

Sukuna lo pensó en silencio mientras flotaba en medio del cielo nocturno de Shibuya, con el rostro manchado de sangre, una sonrisa torcida en los labios y los ojos ardiendo como brasas. A sus pies, Mahoraga, la rueda girando sin cesar, seguía en pie… desafiante, inmutable.

La paciencia de Sukuna se agotaba. Ya no había emoción en su mirada, solo la necesidad de aniquilar.

Levantó una mano hacia el cielo, y su energía maldita se disparó como un torrente infernal. Los cielos temblaron.

—¡Quémate! ¡COCINA ENCENDIDA! —rugió Sukuna.

Entre sus manos, una formación de flamas surgió, girando lentamente, compactándose en una flecha ardiente de poder puro.

Mahoraga rugió. Pero no se movió.

Sukuna apuntó directo a su centro y disparó.

La flecha de fuego cruzó el aire como un cometa, iluminando toda la ciudad. Cuando impactó, una columna de fuego de más de cien metros de alto estalló, arrasando calles, edificios, y todo lo que tocaba. El rugido de las llamas se mezcló con el grito distorsionado de Mahoraga.

¡BOOOOOOM!

La onda expansiva alcanzó incluso los límites exteriores del dominio.

Sukuna descendió, la respiración controlada, sus ojos analizando las llamas.

—Vamos... ¿sobreviviste, monstruo?

De entre los restos ardientes, la rueda volvió a girar.

Mahoraga surgió, carbonizado, la carne regenerándose, más lento esta vez… pero aún vivo.

—Ya veo —murmuró Sukuna, caminando—. Entonces será de esta forma.

Extendió los brazos. Las marcas malditas de su cuerpo comenzaron a brillar con una intensidad demoníaca. Su mirada cambió: ya no había emoción, ni burla, solo la resolución de aplastar.

—Voy a usar... todo mi poder. —Sonrió con una frialdad aterradora—. ¡Te lo has ganado, Mahoraga!

Activó su técnica completa de "Cortar" y "Desmantelar", no solo desde el dominio, sino manipulándolas a voluntad, multiplicando su alcance, su precisión, su devastación. Cientos de cortes cruzaron el aire, las calles, los edificios, el cielo mismo.

Mahoraga cayó de rodillas. La rueda giró una vez más... luego se detuvo.

—¿Eh...? —Sukuna entrecerró los ojos.

Mahoraga no se movió.

Y entonces... colapsó, partido en cientos de fragmentos, como si el mundo lo hubiera rechazado por fin.

Silencio.

Sukuna bajó la cabeza. Las brasas del Relicario Demoníaco se extinguieron poco a poco.

—Ha terminado... —susurró. Y en su interior, Victor, atrapado, gritó.

—¡¿QUÉ HICISTE, SUKUNA?! ¡BASTA YA!

Pero Sukuna solo se rio.

—Vamos, mocoso… aún no has visto nada.

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