La Esposa De Alquiler

Zara Miller

Estábamos acostados, y el silencio de la habitación solo era interrumpido por la suave respiración de Alexander... o mejor dicho, de João. Todavía estaba intentando asimilar todo lo que había sucedido ese día: las revelaciones, las emociones, las nuevas posibilidades que surgían entre nosotros. Mis pensamientos estaban dispersos, pero su presencia a mi lado me traía una calma que hacía mucho tiempo no sentía.

Se movió ligeramente y se giró hacia mí, sus ojos azules capturando los míos con una intensidad que me hizo contener la respiración por un instante.

—Zara, ¿puedo hacerte una pregunta? —João habló en voz baja, casi un susurro, como si no quisiera romper el momento.

—Claro —respondí, curiosa y un poco nerviosa.

—¿Por qué viniste al apartamento esta tarde? —preguntó, sus ojos atentos mientras esperaba mi respuesta.

Me sorprendió la pregunta. No pensaba que él hubiera notado mi breve visita.

—Yo... Necesitaba traer unas cortinas para la sala —expliqué, intentando sonar casual—. Quité las cortinas que estaban allí y las puse en el cuarto. Quería que se sintiera un poco más acogedor. —Hice una pausa y continué, sintiéndome un poco culpable por haber movido cosas sin avisar—. Lo siento, no debería haber tocado tus cosas sin decírtelo antes.

João sonrió, esa sonrisa que siempre hacía que mi corazón latiera más rápido, y sacudió la cabeza lentamente.

—No necesitas disculparte, Zara. En realidad, te agradezco que estés aquí. —Hizo una pausa, y sus ojos se volvieron pensativos por un momento—. Hay mucho sobre mí que aún no sabes, y prometo que pronto te contaré todo. Pero ahora... ahora solo necesito dormir. —Suspiró, y había una vulnerabilidad en su voz que nunca había escuchado antes—. Hace meses que no puedo dormir bien. Pero contigo aquí, parece que eso es posible.

Sonrió nuevamente antes de acercarse más y envolverme en sus brazos. Sentí su cuerpo cálido contra el mío, y el delicioso aroma de su piel me envolvió, una mezcla de algo amaderado y fresco que me hizo cerrar los ojos por un instante, solo para disfrutar de ese momento.

—Estoy feliz de tener a mi amiga de nuevo a mi lado —murmuró, su voz amortiguada contra mi cabello.

Me abrazó un poco más, y por un breve segundo, el tiempo pareció detenerse. Podía sentir la tranquilidad que emanaba de él, algo que sabía que había perdido hace tiempo. Su abrazo era cómodo, seguro, como un hogar que no sabía que estaba buscando.

Sonrió una vez más antes de cerrar los ojos, y yo lo observé, admirando cada detalle de su rostro. Era difícil creer que el chico que conocí en la universidad ahora estaba allí, a mi lado, como un hombre tan hermoso y lleno de secretos.

—Sigues siendo tan guapo como antes —susurré, casi sin darme cuenta de que había hablado en voz alta. Mi voz sonó suave, cargada de una emoción que ya no podía contener—. Va a ser demasiado difícil ser tu esposa de alquiler...

No respondió, ya sumido en el sueño que tanto necesitaba. Me quedé allí, observándolo por un rato más, perdida en la serenidad que su rostro exhibía. Sabía que todo esto era complicado, que aún había mucho que no comprendíamos el uno del otro. Pero en ese momento, mientras lo veía dormir, decidí que, tal vez, estar a su lado era todo lo que yo también necesitaba.

Y allí, envuelta por la quietud de la noche y su presencia, sentí que, de alguna manera, estábamos en el camino correcto, aunque incierto y lleno de desafíos. Porque, a pesar de todo, estábamos juntos. Y eso, para mí, era suficiente.