Camila tiene una regla: no mezclar negocios con emociones. Pero Gael no es fácil de ignorar. Es arrogante, brillante y está decidido a ganarle. En los proyectos, en las reuniones… y también en el juego de miradas que ninguno de los dos admite estar jugando.
Lo que empezó como una guerra silenciosa de egos pronto se convierte en una batalla más peligrosa: la de resistirse a lo prohibido.
¿Hasta dónde están dispuestos a llegar por ser los mejores… sin perderse el uno al otro?
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No estoy celosa, solo estoy ocupada
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Este capítulo contiene temáticas sensibles que pueden resultar incómodas para algunos lectores, incluyendo escenas subidas de tono, lenguaje obsceno, salud mental, autolesiones y violencia. Se recomienda discreción. 🔞
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Despertar con Gael Moretti ya no era una sorpresa.
Tampoco lo era encontrarlo dormido boca abajo, con medio cuerpo destapado y ese lunar en la espalda que no debía mirarle tanto.
Ni lo era el hecho de que mi pierna estuviera colgada sobre la suya, como si mi cuerpo tuviera memoria propia.
Lo raro sería que no estuviera ahí.
—¿Desayuno o turno para terapia? —pregunté, al verlo abrir los ojos sin mucho drama.
—¿Se puede las dos cosas? —respondió con voz ronca y su sonrisa sonrisa somnolienta.
Se estiró y se levantó sin más. Como si llevara años despertando en mi cama. Como si fuera costumbre.
Y ahí estaba el problema.
Lo nuestro no tenía etiqueta. No había acuerdos. Solo había noches.
Pero empezaba a haber demasiadas.
Hoy me levanté antes, porque tenía que arreglarme con extra glamour. No porque quiera impresionar a nadie, por supuesto. Nada que ver con la aparición de una rubia de piernas largas que se ríe como si hubiera tragado una campanita. Para nada.
—¿Te vas directo a la oficina? —pregunté, mientras me metía al baño.
—Nah. Paso primero por mi apto. Tengo ropa de hace dos días. Mis bóxers están en huelga.
—Gracias por la imagen, Gael.
—¿Te gusta? ¿O querés que te la dibuje?
—Te puedo dibujar un contrato de silencio.
Desayunamos en silencio. O, mejor dicho, él desayunó. Yo jugué con mi tostada como si fuera el Sudoku más difícil del mundo.
Mi cabeza era un festival de contradicciones. La versión de mí que fingía no importarle nada masticaba con desgano, mientras la otra —la que contaba las veces que él me miraba— quería gritarle que si tanto le gustaba despertarse conmigo, podía al menos hablar claro y decir que somos.
—¿Quieres que vayamos juntos al trabajo? —preguntó Gael, sin levantar la vista del celular.
Ahí estaba. El ataque sorpresa.
—¿Cómo? —pregunté con media tostada en la boca.
—A la oficina. Ya que vamos al mismo lugar y… bueno, ahorramos gasolina, economía y reforzamos el compañerismo —dijo, con esa sonrisa de “no es gran cosa”.
Me lo pensé.
Porque decir que sí era aceptar que lo nuestro tenía cierta continuidad.
Y decir que no era darle permiso tácito para irse con su sonrisa a otra cama, en otra dirección, lejos de la mía.
—Bueno. —Me encogí de hombros—. Pero maneja despacio. Yo no quiero despertar en dl hospital.
—Qué considerada. —Se rió.
—Soy un amor.
Minutos después salimos del edificio, y el sol ya pegaba como si tuviera algo personal contra mí.
Gael caminaba delante, tranquilo. Como si mi mundo no estuviera patas arriba desde que lo conocí. Como si yo no estuviera procesando cada gesto como si fuera un acertijo emocional.
Cuando llegamos al aparcamiento, sacó su casco negro, y luego, me extendió otro.
Era púrpura.
—¿Y este? —pregunté, tomándolo con cuidado—. ¿Es nuevo?
—Sí. No te preocupes, no tiene piojos ni recuerdos traumáticos. —Me miró con esa media sonrisa que usaba cuando sabía que estaba a punto de incomodarme.
—¿Púrpura, Gael? ¿Justo púrpura?
Me miró de reojo, subiendo a la moto.
—No te emociones. Ese casco se lo compré a Anika. —Hizo una pausa, buscando las palabras—. Pero ella nunca quiso subirse a la moto. Estaba demasiado ocupada montada en la…
Se detuvo. La frase quedó flotando en el aire como una bomba sin detonar.
Yo levanté una ceja, esperando el final. Él, en cambio, bajó la mirada, carraspeó y murmuró:
—Nada. Solo ponte el casco. Vamos a llegar tarde.
Me lo puse sin responder. No porque no tuviera algo que decir, sino porque si abría la boca, probablemente diría más de lo debido.
Llegamos juntos.
Bajé con elegancia. (O eso intenté, porque la falda lápiz no fue pensada para bajarse de una moto sin perder dignidad).
Y ahí estaban.
Las miradas.
Los cuchicheos.
Las preguntas que no se decían, pero que se sentían en el aire: ¿Vinieron juntos? ¿Desde dónde? ¿Están juntos ?
Me puse los lentes de sol.
Y entré como si nada me afectara.
Yo me adelanté y él se quedó hablando con el portero. No me ofrecí a esperarlo. Ni lo miré.
—¡Buen día, Cami! —dijo Anika en cuanto entré a la sala de reuniones—. Qué guapa estás hoy. Me encanta cómo te maquillas.
Sonreí.
Falsamente.
—Gracias, tu también te ves... bueno, como siempre.
—¡Ay! ¡Qué mona eres!
Mona. Qué mona ni qué ocho cuartos. Esta mujer quiere llevarse a Gael a la confines del infierno del que viene.
Y ahí apareció él.
Gael. Pelo desordenado. Ojeras que me hacían pensar que no ha dormido bien esta semana por mi culpa.
—Buen día —dijo, saludando a todos, y cuando llegó a mí me sonrió.
Yo ni parpadeé.
Me hice la estatua. Cruel. Inquebrantable. Fría como mi café de esta mañana.
Pero claro, Anika lo recibió con un beso en la mejilla, risita y palmada en el brazo.
—Gaelito, ¿desayunaste? ¿O quieres que bajemos más tarde por un café juntos?
¿Café juntos? Café tu abuela, Anika.
—Ya desayuné —respondió él, dándome una mirada de costado—.Tuve una maravillosa mañana y no me la quiero dañar.
Maldito con sus indirectas.
¿Y por qué sonrío como idiota?
Toda la mañana fue una batalla de pasivo-agresividad.
Yo hablaba solo con Marcos, nuestro otro compañero. Ni miraba a Gael.
Y Anika, por supuesto, se reía de cada cosa que él decía como si fuera el comediante del año.
En una le tocó el brazo. En otra, le arregló el cuello de la camisa. En otra, se inclinó tanto para mostrarle “algo en la laptop” y no su escote, que yo casi me atraganto con mi propia rabia.
¿Yo celosa?
Nah. Yo... solo estoy analizando comportamientos sociales. En modo antropológico.
Joder. ¿Por qué me irrita tanto?
Ni que fuera mi novio.
Ni que lo quisiera para mí.
Ni que me molestara que Anika haya dicho "Ay, Gael, ¿sigues igual de irresistible que en la uni o ahora más?" mientras se le colgaba del cuello como un koala con implantes.
No. Para nada.