Me Divorcié Del Protagonista Masculino

No solo el jardín de rosas de la señorita Scarlett era vistoso en la capital. En el centro de la ciudad, la Condesa Abigail Glouster poseía una propiedad que destacaba por su tamaño y belleza exótica. Allí, la Condesa, de renombrado nombre, organizaba regularmente importantes reuniones e incluso solía alquilar la propiedad para quienes desearan realizar algún evento. En esa ocasión, la señorita Scarlett había rentado la propiedad de la condesa Glouster para llevar a cabo uno de sus eventos benéficos, con el fin de recaudar fondos para los afectados por la guerra contra los Karman.

La subasta se desarrollaba con normalidad, en un ambiente elegante y lleno de murmullos discretos entre los invitados. Sin embargo, todo cambió cuando la señorita Scarlett ordenó que trajeran el objeto principal de la subasta: una pintura de un reconocido artista extranjero. Mientras esperaban, la Baronesa Lisha Frank y la señorita Lira comentaban entre sí, intrigadas por la ausencia de la Duquesa de Lehman en los últimos eventos sociales.

—¿Has notado que la Duquesa Lavender no ha aparecido en ninguna de estas reuniones últimamente? —preguntó la Baronesa Lisha en voz baja, mientras jugueteaba con su abanico.

—Sí, es bastante extraño —respondió la señorita Lira, con una mirada inquisitiva—

El gran momento de revelar la pintura llegó, pero la atención de todos se desvió abruptamente cuando el hombre que había llevado la pintura, al regresar, tropezó y dejó caer algo que produjo un ruido metálico al chocar contra el suelo. El objeto rodó hasta los pies de la señorita Scarlett, quien, al mirar hacia abajo, abrió los ojos con sorpresa. Lo tomó en sus manos y lo levantó, examinándolo con detenimiento. En un instante, estuvo segura de que lo que sostenía era el broche que la Duquesa Lavender había comprado en una subasta meses atrás, declarando que sería un regalo para el Duque Maxon.

—¿Entonces, por qué este comerciante lo tiene ahora? —pensó Scarlett, confundida y desconcertada. No creía que un simple comerciante tuviera el poder adquisitivo para poseer una joya de tal valor, y menos aún que la Duquesa lo hubiera vendido después de declarar públicamente que era un regalo para su esposo. ¿Acaso lo había robado? La idea la inquietó, y decidió averiguar más.

—¿Esto es suyo? —preguntó Scarlett al comerciante, con un tono lleno de escepticismo.

El hombre asintió con una leve inclinación de cabeza y una sonrisa suave.

—Así es, señorita. Este es un regalo de mi amada, así que es algo muy especial para mí. Por favor, ¿sería tan amable de devolvérmelo?

Scarlett, casi incrédula y sin poder creer lo que acababa de escuchar, extendió su mano para devolver el broche de esmeralda. Todas las mujeres presentes, que también habían estado en la subasta donde Lavender adquirió el broche, mostraron la misma expresión de asombro y confusión que Scarlett.

La Condesa Glouster, quien ocupaba la primera fila y recordaba perfectamente la ocasión en que Lavender había comprado el broche, palideció al conectar los detalles. Recordó cómo la Duquesa había dicho que el color de la esmeralda le recordaba a los ojos de su esposo, el Duque Maxon. Con rapidez, la Condesa dirigió su mirada hacia los ojos del comerciante, a quien hasta ese momento no había prestado mucha atención. Para su sorpresa, descubrió que el hombre también tenía ojos de un verde esmeralda intenso.

—¿Estamos presenciando una infidelidad por parte de la Duquesa Lavender? —pensó la Condesa, horrorizada.

Antes de que las mujeres impactadas pudieran preguntar algo más, el comerciante ya se había retirado, dejando un silencio incómodo en el aire. Sin embargo, poco a poco, los murmullos comenzaron a resonar nuevamente, llenando el jardín de la Condesa Glouster con comentarios y especulaciones que rápidamente se volvieron imparables.

—¿Escuchaste lo que dijo ese hombre? —susurró una de las invitadas, con los ojos aún llenos de incredulidad.

—Sí, ¿cómo es posible que la Duquesa le haya regalado algo tan valioso a un simple comerciante? —respondió otra, con una mezcla de curiosidad y escándalo.

Los rumores se extendieron como pólvora, y en cuestión de días, la noticia de que la Duquesa Lavender supuestamente le había sido infiel al Duque Maxon llegó a los oídos de todos en la capital. Para empeorar las cosas, la iglesia reveló que se estaba llevando a cabo un proceso de divorcio entre ellos, lo que alimentó y, para muchos, confirmó aquellos rumores. De la noche a la mañana, la reputación de Lavender quedó destruida, y fue acusada de un crimen que no había cometido.

La sociedad, ávida de escándalos, no tardó en juzgarla, y Lavender se encontró atrapada en una red de mentiras y especulaciones que amenazaban con consumirla por completo.

Cientos de cartas comenzaron a llegar al Ducado de Lehman tras ser revelado el divorcio entre Maxon y Lavender. Los nobles se compadecían del Duque, y muchas familias buscaban un acercamiento para presentar a sus hijas como posibles candidatas a ocupar el lugar que ahora estaría vacío. Lo que no sabían era que ese lugar ya tenía dueña: Violett.

En el estudio del Duque, Violett observaba con satisfacción cómo Maxon revisaba las cartas que llegaban una tras otra. Su rostro reflejaba una mezcla de triunfo y desprecio, mientras se acercaba a él con pasos lentos y seguros.

—¿Lo ves, cariño? —dijo Violett, con una sonrisa que apenas podía contener—. Todo salió como esperábamos. Ahora ella es quien tiene la culpa de todo.

Maxon, sentado en su escritorio, mantenía un semblante serio. Sus ojos recorrían las líneas de las cartas, pero su mente parecía estar en otro lugar. La culpa lo carcomía por dentro, aunque no lo admitiera. Violett, notando su distracción, lo abrazó por el cuello desde atrás, acercando su rostro al suyo.

—Debemos fijar la fecha para la boda —susurró Violett, con un tono dulce pero lleno de intención—. Antes de que este vientre crezca más y sea notado... Nuestro hijo no puede ser tildado como un bastardo.

Maxon cerró los ojos por un momento, como si intentara alejar los pensamientos que lo atormentaban. La voz de Violett, sin embargo, era convincente, y sus palabras lo llevaron de vuelta a la realidad. Con un suspiro, asintió.

—Tienes razón —dijo Maxon, con un tono firme pero resignado—. Todo estará listo en menos de un mes.

Violett sonrió, satisfecha, y se alejó del escritorio con un aire de triunfo.

Mientras tanto, en el Condado de Tarth, Lavender esperaba la carta del obispo que confirmara que los papeles del divorcio habían sido firmados. Sin embargo, lo que llegó no fue la noticia que esperaba, sino los rumores que se esparcían como un incendio por toda la capital.

Los empleados que habían salido a hacer las compras regresaron con los oídos llenos de aquellos chismes que nadie parecía poder evitar repetir. Cuando Lavender los escuchó, se quedó perpleja. Todo le parecía surrealista. Se había separado de Maxon porque él la había engañado, e incluso estaba esperando un hijo con su amante. Pero ahora, según los rumores, ella era la infiel, la que tenía un amante.

—¿Cómo es posible? —murmuró Lavender, sacudiendo la cabeza como si intentara despertar de una pesadilla.

Respiró profundamente, tratando de mantener la calma, y pidió a sus empleados que la dejaran sola. Una vez a solas, Lavender se dejó caer en una silla, sintiendo el peso de la traición y la injusticia. Había creído que Maxon y Violett ya no podían decepcionarla ni lastimarla más de lo que ya lo habían hecho. Sin embargo, al enterarse de lo que evidentemente ellos habían inventado para perjudicarla, se dio cuenta de que aún podían seguir haciéndolo. Parecía que no se detendrían hasta hacerla añicos.

—¿Hasta dónde llegarán? —pensó Lavender, con los ojos llenos de lágrimas que se negaba a derramar.

Lavender había planeado revelar la verdad de la traición de Maxon y Violett luego de obtener oficialmente el divorcio ya que, así podría asegurarse de que Maxon aceptaría las condiciones del divorcio, luego de ello revelaría que él verdadero motivo de la separación era debido a que Maxon le fue i infiel con su mejor amiga Violett y que ella estaba embarazada, entonces, no podrían negarlo porque se casarían apresuradamente y el embarazo sería revelado, haciendo que entonces hubiera o no matrimonio su hijo fuera señalado como lo que era, un bastardo nacido de una infidelidad. Sin embargo, ellos fueron más rápidos, y se adelantaron a Lavender, sembrando una narrativa que la desprestigiaba completamente para validar así su relación.

La sensación de impotencia la invadió, pensar que usaron aquel detalle que Lavender le había regalado con tanto cariño a Maxon le hacía doler más el corazón.

— Fuí muy estúpida... Debí revelar todo antes... ¿Ahora quién podría creerme? Como haré para revelar sus mentiras...— Se lamento Lavender, pero una chispa de determinación surgió en ella. Sabía que no podía permitir que destruyeran su vida sin luchar. Con un suspiro, se levantó y caminó hacia la ventana, mirando el horizonte con una mirada llena de firmeza.

—No lo permitiré —murmuró para sí misma—. No importa lo que hagan, no me dejaré vencer.