Diana Johnson, una mujer exitosa pero marcada por la traición, muere a los 36 años tras ser envenenada lentamente por su esposo, Rogelio Smith, un hombre frío y calculador que solo la utilizó para traer de vuelta a su verdadero amor, Maribel Miller. Sin embargo, el destino le da una segunda oportunidad: reencarna en el cuerpo de Mara Brown, una joven de 20 años sin hogar, desamparada pero con una belleza natural escondida tras la suciedad y la miseria. Con todos los recuerdos, habilidades y contactos de su vida pasada, Diana (ahora Mara) planea retomar lo que le arrebataron y vengarse de quienes la traicionaron.
Pero en su camino de venganza, conoce a Andrés García, un seductor mujeriego que parece tener más capas de las que muestra. ¿Será Mara capaz de abrir su corazón al amor otra vez, o la herida de su traición pasada será demasiado profunda?
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Corazones en Conflicto
Andrés salió del bar tambaleándose, con los pensamientos inundados de imágenes de Mara. Desde aquella noche en que la tuvo por primera vez, no había podido dejar de pensar en ella. Cada sonrisa, cada palabra suya estaba grabada en su mente como un tatuaje imborrable. Intentó ahogar su deseo en los brazos de otra mujer, pero nada funcionaba. Mara lo había marcado de una manera que nunca creyó posible.
Cuando llegó al departamento de Mara, golpeó la puerta con insistencia, apenas manteniéndose de pie. Mara abrió, sorprendida al verlo en ese estado.
—¿Andrés? ¿Qué haces aquí? preguntó, mirándolo con el ceño fruncido.
Él se apoyó en el marco de la puerta, su aliento impregnado de alcohol.
—¡Tú sabes perfectamente lo que hago aquí, Mara! No puedo sacarte de mi cabeza, ¿acaso no te das cuenta? gritó con voz ronca.
—Andrés, estás borracho. Deberías irte a casa y descansar respondió Mara, intentando mantener la calma mientras lo hacía entrar para que los vecinos no escucharan el escándalo.
—¿Por qué me haces esto? ¿Por qué no puedes amarme? continuó él, acercándose con los ojos llenos de frustración y dolor. ¿Acaso no soy lo suficientemente bueno para ti?
Mara lo miró en silencio por un momento, tratando de controlar sus emociones. Finalmente, suspiró y habló con frialdad.
—Andrés, no se trata de ti. Eres un buen hombre, quizás demasiado bueno... pero yo no estoy hecha para el amor. No tengo espacio en mi vida para eso dijo, con una dureza que escondía las cicatrices de su pasado.
—¡Mentira! exclamó Andrés, sujetándola por los hombros. No puedes decirme eso después de lo que pasó entre nosotros. ¡Yo sé que sientes algo por mí!
Mara apartó su mirada, luchando por no mostrar su vulnerabilidad.
—Andrés, no entiendes nada. Yo... tengo una misión. Algo importante que cumplir, y el amor no está en esa lista. Está en el último lugar.
Andrés la soltó, retrocediendo un paso mientras intentaba procesar sus palabras.
—¿Qué misión? ¿De qué hablas? preguntó, confundido.
—No puedo explicarte. Sólo sé que en mi corazón no hay lugar para el amor, solo para el odio y la venganza. Si me acerco demasiado a ti, solo te haré daño, y no quiero eso respondió, su voz temblando levemente.
Andrés negó con la cabeza, sin aceptar lo que estaba escuchando.
—No me importa lo que digas, Mara. Voy a enseñarte lo que es amar. No importa cuánto tiempo tarde, voy a demostrarte que puedo ser el hombre que necesitas dijo con determinación, incluso en su estado de ebriedad.
Mara lo miró con tristeza, sabiendo que sus palabras estaban llenas de ilusiones que ella no podía cumplir.
—Andrés, lo que estás diciendo es una locura. Vete a casa y olvídate de mí. Es lo mejor para los dos dijo, abriendo la puerta para que se marchara.
Pero Andrés no se movió. En cambio, la miró fijamente, con los ojos llenos de una mezcla de dolor y esperanza.
—No puedo olvidarte, Mara. Y no lo haré, aunque me lo pidas mil veces.
Sin decir nada más, Andrés salió tambaleándose, dejando a Mara sola en su departamento. Ella cerró la puerta y se apoyó en ella, respirando profundamente.
—Tonto... no entiendes que este juego no es para los que aman, sino para los que saben destruir murmuró para sí misma, mientras una lágrima solitaria rodaba por su mejilla.
Sabía que Andrés no se daría por vencido, pero ella tampoco lo haría. Su plan estaba trazado, y nada ni nadie, ni siquiera el amor, la desviaría de su venganza.