Salomé Lizárraga es una joven adinerada comprometida a casarse con un hombre elegido por su padre, con el fin de mantener su alto nivel de vida. Sin embargo, durante un pequeño viaje a una isla en Venezuela, conoce al que se convertirá en el gran amor de su vida. Lo que comienza como un romance de una noche resulta en un embarazo inesperado.
El verdadero desafío no solo radica en enfrentarse a su prometido, con quien jamás ha tenido intimidad, sino en descubrir que el hombre con quien compartió esa apasionada noche es, sin saberlo, el esposo de su hermana. Salomé se encuentra atrapada en un torbellino de emociones y decisiones que cambiarán su vida para siempre.
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Condenado
La celebración concluyó abruptamente cuando todos se enteraron de la trágica noticia. Mis padres estaban consternados, y los padres de Diego mostraban una profunda angustia. Ernestina se encontraba a mi lado, intentando brindarme consuelo, mientras que Alberto, presente en la escena, evaluaba el estado de Diego y afirmó: — Aún respira, pero no podemos moverlo. Es mejor esperar a que llegue la ambulancia; su estado es crítico.
Yo yacía en el suelo junto a Diego, con mi vestido de novia manchado de sangre, aguardando la llegada de la ambulancia. No era necesario ser médico para darse cuenta de la gravedad de su situación.
Pocos minutos después, la ambulancia arribó. Al verme con el vestido ensangrentado, mi padre sugirió: — Salomé, es mejor que Alberto acompañe a Diego en la ambulancia. Él es médico y podrá asistir a los paramédicos. Tú estás demasiado nerviosa y deberías cambiarte. Alberto aceptó sin dudar, priorizando su deber profesional de salvar vidas, a pesar de la rivalidad que tenía con Diego.
Una hora más tarde, todos nos encontrábamos en la sala de espera de la clínica, ansiosos por recibir noticias sobre la salud de Diego. La operación de emergencia se prolongaba, y la situación parecía ser más grave de lo que habíamos imaginado. Alberto estaba junto a Ernestina, mirándome con disimulo mientras ella lo sostenía de la mano, mostrando una dependencia emocional que se había convertido en una obsesión perjudicial. A pesar de que ella no sospechaba lo que estaba pasando entre ambos, algo dentro de ella la mantenía temerosa de perderlo.
La madre de Diego estaba devastada, se acercó a mí y entre lágrimas me susurró: — Salomé, debes tranquilizarte, recuerda que estás embarazada. No quiero que esto afecte a mi nieto. Sé que todos estamos nerviosos, pero tengo fe en que mi hijo saldrá bien.
Cada palabra me impactaba como una bofetada; era desesperante soportar esta farsa que crecía como una bola de nieve. No pude responder, pues consideré que sería un cinismo de mi parte.
El peso de la situación se hacía insostenible. La culpa me invadía; creía que lo que le sucedía a Diego era mi responsabilidad. Si no me hubiera involucrado con Alberto, pensaba, nada de esto habría ocurrido. Ernestina, por su parte, expresó su preocupación a Alberto: — Pobre de mi hermana, esto no debería sucederle justo el día de su boda. Espero que Diego se recupere, no sería justo que mi sobrino naciera sin su padre.
Alberto, incapaz de soportar el comentario, se levantó de la silla, soltando la mano de Ernestina de forma abrupta. Ella, sorprendida, preguntó: — ¿Qué te pasa? ¿Por qué actúas así?
Alberto, visiblemente afectado, respondió: — Estoy muy nervioso con todo lo que está pasando; es mejor que busque algo de café.
La angustia nos envolvía. Ya era de madrugada y habían pasado más de dos horas desde que Diego fue llevado a la sala de operaciones. Momentos después, el médico que había operado a Diego finalmente salió. Todos nos acercamos, y yo fui la primera en preguntar: — Doctor, ¿Cómo está Diego? Yo soy su esposa.
El médico, con un semblante grave, nos informó: — La operación fue complicada. El paciente sufrió un impacto severo en la columna, lo que resultó en una fractura grave. Hicimos todo lo posible, pero lamentablemente no podrá volver a caminar.
La madre de Diego gritó aterrorizada y cayó desmayada. Mis padres intentaron consolarme, pero yo estaba en estado de shock, incapaz de procesar la realidad. Alberto observaba en silencio, mientras la situación se tornaba cada vez más desgarradora. La celebración se había transformado en una tragedia.
Desesperada, decidí salir corriendo de la sala, incapaz de soportar el sufrimiento de los padres de Diego. Alberto, al verme en ese estado, salió tras de mí, preocupado por mi bienestar. — Salomé, espera, no corras así — me gritó. Sin embargo, yo solo quería huir de todo.
Salí por la puerta principal de la clínica, pero el cansancio me detuvo. Alberto logró alcanzarme y tomó mi brazo, impidiendo que me alejara. — Salomé, por favor, no puedes correr así. ¿A dónde piensas ir a esta hora? — preguntó.
— ¡Suéltame! Quiero ir a un lugar donde no tenga que enfrentar esta vergüenza, donde pueda mirar a la gente a los ojos sin sentirme como un fracaso. No quiero seguir con esta farsa — respondí, visiblemente alterada.
Alberto insistió: — Debes calmarte, no es saludable para nuestro hijo. — ¡Cállate! No vuelvas a decir que es tu hijo. Lo que le pasó a Diego es en parte nuestra culpa — le reproché.
— No puedes culparnos del accidente. Él estaba ebrio y no se fijó que venía un auto al cruzar la calle — replicó Alberto. — Pero él me estaba persiguiendo. Había bebido porque estaba herido por nuestra traición — respondí.
— ¿Y qué piensas hacer? ¿Te vas a condenar al lado de un hombre que no puede caminar y que además no amas? — preguntó Alberto. Lo miré a los ojos y afirmé: — Sí, me quedaré a su lado, porque es mi deber como su esposa. Me siento culpable y lo apoyaré en todo lo que necesite. No quiero saber de ti nunca más.
Regresé a la clínica, donde consideraba que debía estar. La madre de Diego, al verme, corrió a abrazarme y me dijo: — Salomé, debemos estar unidas en este momento. Mi hijo te necesita más que nunca. No lo dejes ahora que ha quedado paralítico.
— Prometo que no lo dejaré — respondí. — Gracias, Salomé. No esperaba menos de ti. Pero hay algo que quiero preguntarte. ¿Por qué tú y Diego estaban en medio de la calle a esa hora de la noche? ¿Por qué se salieron de la fiesta?
Mi rostro palideció ante la pregunta, y la situación se tornó aún más complicada.
(…)