Marcelo Fanin llega a Estados Unidos en pleno principio de la década de 1920 tratando huir de un pasado muy oscuro en el bajo mundo italiano y tratando de encontrar paz. Pronto se verá envuelto por las circunstancias con gente muy peligrosa tratando de descubrir la verdad sobre la muerte de su padre teniendo que formar el grupo criminal más violento para poder sobrevivir.
NovelToon tiene autorización de Alejandro Romero Robles para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.
ARCO 2: CAPÍTULO 6: LAS NUEVAS RAÍCES DEL PODER.
La ciudad amanecía envuelta en una neblina espesa, como si las calles quisieran ocultar la suciedad y la sangre que de vez en cuando brotaba entre los callejones. Los Ángeles parecía más silenciosa, más gris, más… expectante. Quizá porque, por primera vez desde que terminó la Prohibición, un solo hombre estaba moviendo piezas suficientes para reordenar todo el tablero. Marcelo Fanin.
Desde lo alto de la ventana de su restaurante —que ahora era más un centro de operaciones que un negocio— observaba a los trabajadores que iban y venían por el distrito industrial. Los veía con la misma atención con la que un sicario inspeccionaba su arma antes de una ejecución. Cada paso, cada movimiento, cada expresión le decía algo.
—La ciudad respira raro —murmuró—. Como si supiera lo que vamos a hacer.
Encendió un cigarro. Había algo en su mirada, algo frío y calculado, que en la primera temporada apenas existía. La chispa carismática seguía allí, pero escondida detrás de una capa de precisión quirúrgica. Ya no era el italiano impulsivo que respondía con bravura y palabras altisonantes. Era un hombre que pensaba tres pasos por delante de todos… y cinco por delante de sí mismo. El sindicato acababa de nacer realmente. Y hoy era el día en que echaría raíces.
EL CONSEJO DEL AMANECER
Marcelo invitó a todos sus capos a una reunión. No en el restaurante. No en una bodega. No en un bar clandestino. Los citó en un almacén abandonado a las afueras de la ciudad, donde había instalado nuevas oficinas de operación camufladas como depósitos de maquinaria agrícola. Un lugar donde nadie sospecharía que el crimen estaba floreciendo.
Llegaron uno por uno. Luca, el primero. Traje negro, rostro sereno y una mirada que podía descongelar metales. Vincent, el segundo. Masticando chicle como si fuera un ritual antes de matar. Jay, como un fantasma, silencioso, sin dejar huellas. Tony, sonriendo como si la vida fuera un juego que solo él entendía.
Y los nuevos: William “Winie” Vince y Leon Olson, nerviosos pero ansiosos por impresionar. Cuando todos estuvieron dentro, Marcelo cerró la puerta y se puso frente a ellos, con una carpeta gruesa en la mano.
—Hoy dejamos de ser una familia —dijo con voz baja, firme—. Y nos convertimos en un país.
Tony soltó una risita.
—¿Un país, jefe? ¿Vamos a tener bandera y todo?
Marcelo lo miró. Una mirada dura, silenciosa.
Tony tragó saliva.
La época de las bromas libres había terminado.
—Tendremos territorios —explicó Marcelo—. Y cada territorio se convertirá en una fuente de riqueza. Los sindicatos laborales están cambiando la ciudad. Los puertos, las constructoras, las fábricas, los ferrocarriles… y todos esos líderes sindicales creen que pueden jugar solos. Nosotros les enseñaremos el camino correcto.
Abrió la carpeta y fue colocando mapas sobre una mesa larga de metal oxidado.
—Luca, tú controlarás los muelles del sur. Quiero los barcos, las aduanas, las tarifas… todo.
—Hecho —respondió Luca sin emoción, como si ya lo hubiera previsto.
—Vincent, tú irás por las constructoras y los carpinteros. Su sindicato está corrupto y dividido. Perfecto para infiltrarnos.
—Perfecto para romper mandíbulas —dijo Vincent sonriendo.
—Jay —continuó Marcelo—, tú manejarás las rutas de mercancía y la seguridad en los almacenes. Nadie toca un camión sin que tú lo sepas.
Jay asintió sin levantar la vista.
—Tony —prosiguió Marcelo, con un tono especialmente frío—. Tú controlarás los bares y cantinas del este. Quiero cada dueño alineado, cada cantinero pagándonos y cada borracho que se crea valiente bajo tierra.
Tony sonrió, tratando de ocultar el miedo.
—Winie y Olson —los miró fijo—. Ustedes estarán bajo Luca y Vincent. Aprendan. Obedezcan. Y cuando yo lo diga, tendrán territorio propio.
Los dos jóvenes casi se inclinaron de la emoción. Marcelo se enderezó y habló más bajo, más profundo:
—Este no es un juego. Es expansión. Es poder. Y quien falle será devorado por la ciudad. No habrá segundas oportunidades.
El silencio fue absoluto. Incluso Tony dejó de moverse. Marcelo se giró hacia la ventana del almacén, observando el amanecer rojizo.
—Hoy empieza algo nuevo —susurró—. Desde hoy le decimos a Los Ángeles quién manda.
LUCA Y SUS SOMBRAS
Luca salió del almacén con Olson detrás como su sombra. No hablaban, pero Luca sabía que su nuevo pupilo lo estudiaba. Luca se detuvo frente a un auto negro y lo miró de reojo.
—¿Sabes por qué estás conmigo, Olson?
—Soy leal —respondió Leon.
—No. Porque Marcelo quiere ver si alguien puede seguir mi manera de hacer las cosas.
—¿Y cuál es su manera?
—Que nadie te vea venir.
Lo dijo con un tono tan helado que Olson sintió que respiraba vapor. Luca no sonreía, no gesticulaba.
Parecía que cada palabra que decía tenía un peso mortal. Y esa sería la escuela de Olson.
VINCENT Y WINIE
Mientras tanto, Vincent manejaba su coche hacia el centro con Winie en el asiento de copiloto. A diferencia de Luca, Vincent sí sonreía… pero su sonrisa era la de un hombre que disfrutaba la violencia más de lo que admitía.
—¿Listo para trabajar de verdad, chico? —preguntó Vincent.
Winie, que tenía fama de silencioso y brutal, respondió:
—Listo para romper huesos si tú me dices.
Vincent soltó una carcajada.
—Me vas a caer bien, Winie. Aquí en los sindicatos, la gente cree que es dura hasta que le metes la cara en una caja de herramientas.
Winie no sonrió, pero su mirada brilló. Sería un dúo peligroso.
JAY Y LOS FANTASMAS
Jay caminaba solo por la acera, manos en los bolsillos, cabeza gacha. A veces parecía invisible, y eso era exactamente lo que lo hacía tan letal, pese a ser un tipo tan grande y robusto. Había algo en su mirada. Algo roto. Algo que había nacido desde finales de los años 20 y que lo hacía empezar a parecer desleal. Algo que Marcelo veía. Pero su misión requería silencio y vigilancia. Y Jay dominaba esas artes como nadie.
TONY, EL HOMBRE SIN GRACIA
Tony caminaba nervioso. Había sido de los más leales y también de los más descuidados en la primera temporada. Marcelo lo sabía. Y lo estaba poniendo a prueba.
Tony murmuró:
— El jefe ya no ríe como antes… mierda.
Pero sabía que si fallaba, la ciudad lo tragaría vivo. No había margen.
Mientras la familia Fanin se movía como un enjambre ordenado, en otra parte de la ciudad, una carcajada fuerte y burlona retumbaba dentro de un burdel clandestino. Bill Degeneras observaba un mapa de Los Ángeles, con marcas rojas, negras y marrones. Las rojas eran territorios de Marcelo.
Las negras, de él. Las marrones, zonas en disputa.
—El italiano sigue creciendo —dijo uno de sus hombres.
—Que crezca —respondió Bill—. Así la caída es más fuerte.
Bill tenía algo monstruoso en la mirada. No era solo un criminal. Era un hombre con un placer retorcido por la tortura, la pólvora y el control.
—Vamos a empezar suave —sonrió—. Arranquen los camiones pequeños. Los que llevan cajas de mercancías baratas. Quiero que Marcelo piense que son idiotas comunes. Nada que lo haga sospechar que vamos por su sindicato.
El hombre asintió.
—Y tráiganme a ese líder sindical de los carpinteros… el que cree que puede negociar con ambos.
—¿Para qué?
—Para que aprenda a no hablar más. Y para que grite mientras lo hace.
Al otro lado de la ciudad, en un sótano sin ventanas, tres agentes del DSA revisaban fotografías recientes.
El agente Graves señaló una imagen borrosa de Luca hablando con un estibador.
—Los Fanin están moviendo fichas —dijo con voz sin emociones.
—No tanto como creen —replicó la agente Moore.
—Hart —ordenó Graves—, sigue al nuevo contador. El tal Tedy Simons. Ese es el punto débil. Todos lo son, pero él… él es blando.
Hart asintió, ajustándose los guantes. En ese momento, una voz retumbó por el intercomunicador.
Una voz grave, firme, que ponía la piel de gallina. Marcus Doyle.
—Caballeros —dijo—. Los Fanin no deben crecer más. Sigan sus pasos. Documenten sus movimientos. No actúen… todavía. Pero si Marcelo da un paso en falso… quiero saberlo antes de que él lo sepa.
El silencio se instaló. La presencia del director del DSA era como la llegada de una sombra gigante.
Una que lo sabe todo. Una que ve todo.
En la tarde, Marcelo caminó por el restaurante. Notó a Angelina sentada en una mesa, sola, escribiendo en su libreta.
—¿Otra haces aquí? —dijo Marcelo sin detenerse.
—No todos los días se ve crecer a un imperio criminal —respondió la periodista sin levantar la vista—. Sería un crimen no cubrirlo.
Marcelo la miró fijo.
—Cuidado con lo que escribes.
—Oh, Marcelo… si escribiera todo lo que sé, la ciudad ardería.
Marcelo no dejó escapar ni media sonrisa.
—Solo arde lo que yo decido que arda.
Angelina levantó la vista y sonrió.
—¿Eso es una amenaza?
—No. —Marcelo encendió un cigarro—. Una predicción.
Ella soltó una risa breve.
—Tienes humor negro, Fanin.
—Yo ya no tengo sentido del humor, he aprendido que los graciosos mueren primero.
La tensión entre ambos era una cuerda afilada. Peligrosa. Oscura. Y fascinante.
EL SÍNDICATO TOMA FORMA
Esa noche, Marcelo reunió a todos sus capos una última vez.
—Hoy dejamos de mover cajas —dijo—. Y comenzamos a mover voluntades.
Enumeró los nuevos logros:
—Los muelles ya tienen tres líderes sindicales alineados.
—Las constructoras han aceptado “donaciones obligatorias”.
—Los bares pagan protección sin discutir.
—Las rutas están aseguradas.
—Y Tedy reorganizó toda la contabilidad para que nadie pueda detectar el origen del dinero.
—¿Y los riesgos? —preguntó Luca.
—Tres —respondió Marcelo—. Degeneras, los federales… y los idiotas.
Vincent rió.
—Podemos encargarnos de los últimos dos.
—De los federales no —corrigió Marcelo—. Esos no son federales normales. Se mueven como sombras. Alguien los dirige.
Jay habló por primera vez:
—Un fantasma.
Marcelo lo miró.
—Exacto.
—¿Y Degeneras? —preguntó Tony.
Marcelo apagó su cigarro.
—A Degeneras lo cortaré cuando sea el momento adecuado. No antes. No después.
Silencio.
Decisión absoluta.
—Prepárense —concluyó Marcelo—. Este es solo el inicio.
LA SOMBRA Y LA PROFECÍA
Esa noche, mientras caminaba hacia su auto, Marcelo se detuvo. Sintió algo. Una mirada.
Miró hacia el edificio de enfrente. Un hombre de traje oscuro estaba de pie, observándolo desde la distancia. Quieto. Sin expresión. Graves. Marcelo no sabía quién era. Pero su instinto sí.
—La sombra se aproxima —murmuró Marcelo—. Y seré yo quien decida hacia dónde cae.
Subió al auto y arrancó.
me encanta el misterio /Applaud//Applaud/