En la vibrante y peligrosa Italia de 2014, dos familias mafiosas, los Sandoval y los Roche, viven en un tenso equilibrio gracias a un pacto inquebrantable: los Sandoval no deben cruzar el territorio de los Roche ni interferir en sus negocios. Durante años, esta tregua ha mantenido la paz entre los clanes enemigos.
Luca Roche, el hijo menor de los Roche, ha crecido bajo la sombra de este acuerdo, consciente de los límites que no debe cruzar. Sin embargo, su vida da un giro inesperado cuando comienza a sentir una atracción prohibida por Kain Sandoval, el carismático y enigmático heredero de la familia rival.
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18
Kain bajó y cerró la primera compuesta, y una vez dentro escucharon como la puerta protectora de metal se cerraba con fuerza sobre ellos.
— Este lugar es increíble — dijo Luca fascinado con lo que sus ojos veían. Había una cama grande, una bañera, lavado, retrete un desván enorme que parecía estar lleno de comida.
— Aquí estaremos a salvo por un tiempo. Trataré de ponerme en contacto con mi tío y pedirle ayuda — dijo Kain y Luca asintió mirándolo a los ojos para luego abrazarlo, Kain sintió como el cuerpo de su chico aún temblaba.
— Me asusté mucho, pensé que algo malo te pasaría — susurró Luca.
— Nada malo me va a pasar, mucho menos a ti. — dijo Kain besando su cabeza — ¿Puedes confiar en alguien?
— En Angel, él nos puede ayudar — asintió Luca poniendo las manos en el fuego por su hermano y no se equivocaba, su hermano haría todo por protegerlo.
Cuando Edmundo llegó a su mansión. Comenzó a golpear todo lo que se encontraba a su paso e incluso a lo lejos, en la mansión Sandoval se podían escuchar disparos.
— ¿Qué está pasando? — Preguntó Diana en cuanto escuchó los propios ruidos dentro de su hogar. Su esposo estaba como loco desarmando todo — ¿Qué te pasa Edmundo? ¡Detente! — gritó. — ¿En dónde está mi hijo? — dijo viendo que el hombre estaba solo.
— Tú hijito adorado — dijo Edmundo riéndose, — Ha decidido tocarme los huevos, ¿sabes que ha estado haciendo todo este tiempo? — preguntó furioso y ella negó. A su lado llegó Angel quién la tomó de la mano. — Se ha estado acostando con el enemigo — dijo sin más y Diana se quedó paralizado — Se ha enamorado del hijo menor de los Sandoval — vociferó haciéndolos estremecer.
— ¿Qué les hiciste? — quiso saber Angel.
— ¡Nada! No hicimos nada, porque ese cabroncito de Sandoval, es un maldito habilidoso...se lo llevó. — dijo encogiéndose de hombros. — Ese hijo tuyo Diana, no sabe la guerra que ha desatado — la miró a los ojos y cuando pasó por su lado la agarró con fuerza de las mejillas. Angel quiso intervenir pero él le pegó alejándolo. — Tú jamás sabrás de él y tampoco lo ayudarás, porque te juro que te mataré por darle a luz a esa maldita escoria. — dijo soltándola con brusquedad para luego marcharse a su oficina.
Luca se dejó caer pesadamente en el colchón gastado, su mirada fija en el techo del búnker que ya le resultaba tan familiar. Aquel lugar subterráneo, lejos del ruido del mundo, era su refugio temporal, pero sentía que también se había convertido en su cárcel. Cada día que pasaba ahí lo alejaba más de esa libertad que tanto anhelaba. Suspiró profundamente, sus pensamientos girando en torno a lo que más deseaba en el mundo: estar con Kain sin miedo, sin persecuciones, sin el peso de la desaprobación que los acosaba. Pero la realidad era mucho más dura. No solo sus padres estaban en contra de su relación, sino que ahora la posibilidad de ser cazados como animales era una amenaza constante. Un amor prohibido que parecía castigarles por existir.
Kain, ajeno momentáneamente a las nubes oscuras que ocupaban la mente de Luca, removía los macarrones en una vieja cacerola sobre la pequeña hornilla. Estaba enfocado en los detalles sencillos, en aquello que aún podía controlar. No podía ofrecerle la libertad que ambos merecían, pero al menos podía cocinar algo para ellos, algo que los hiciera sentir un poco más normales, aunque fuese por un breve instante. Miró a Luca de reojo mientras servía dos platos con el mismo menú de siempre.
—Amor, los macarrones están listos. Creo que vamos a estar comiendo esto durante semanas —comentó Kain, esbozando una sonrisa a pesar de la pesadumbre que también cargaba.
Luca, levantándose de la cama, esbozó una pequeña sonrisa mientras se acercaba a la mesa improvisada.
—No me disgusta —respondió con suavidad—, amo los macarrones.
El silencio que siguió entre ellos era cómodo, aunque cargado de las cosas no dichas. Kain se giró hacia él y, sin mediar más palabras, le dio un suave beso en la mejilla. Aquello, un gesto simple pero lleno de significado, reforzaba la promesa implícita de que, a pesar de todo, seguirían juntos.
—Esto no será por mucho tiempo, te lo prometo —dijo Kain con firmeza, su mano acariciando el brazo de Luca con ternura—. Estamos juntos, Luca, y eso es lo más importante.
Luca asintió, pero en el fondo de su corazón, el anhelo por la libertad seguía latiendo.
—No te voy a mentir, Kain —confesó mientras tomaba el primer bocado de su comida—. Me fastidia que no podamos estar libremente, pero al menos estamos aquí, y estamos juntos. Eso es lo que me mantiene cuerdo.
Ambos permanecieron en silencio por unos minutos, compartiendo una intimidad que no necesitaba más palabras. La comida caliente y el aire denso del búnker les envolvían en una burbuja de relativa tranquilidad.
—Esta noche saldré a hacer una llamada —dijo Kain repentinamente, rompiendo el silencio con un tono más serio—. Hablaré con mi tío. Él es la única persona que nos puede ayudar ahora.
Luca levantó la vista, algo sorprendido por la mención de alguien de quien nunca había escuchado.
—¿Tu tío? Nunca me hablaste de él —dijo curioso, mientras masticaba con lentitud—. ¿Quién es?
Kain se tomó un momento para elegir sus palabras, su expresión se volvió más sombría.
—Digamos que mi tío es… como nosotros. Fue echado de la familia cuando yo era pequeño. Mi abuelo lo desterró completamente —explicó con voz baja, la rabia contenida al recordar cómo su familia había tratado a su propio hermano.