Amor Inmortal
En el otoño de 2014, la ciudad de Roma se llenaba del bullicio de los nuevos estudiantes universitarios, cada uno con sus sueños y ambiciones. Entre ellos, dos jóvenes cuyos destinos estaban más entrelazados de lo que ninguno de ellos podría imaginar, se encontraban en el majestuoso campus de la Universidad de Roma La Sapienza. Ambos habían sido empujados a inscribirse en la carrera de Contabilidad, no por elección propia, sino por la implacable voluntad de sus padres.
Kain Sandoval, con 20 años, tenía una presencia que no podía pasar desapercibida. Su cabello oscuro y desordenado, y sus ojos cafés profundos, eran un reflejo de su naturaleza indomable. Kain prefería el rugir de los motores a las tediosas clases teóricas. Sin embargo, la mano dura de su padre, Daniel Sandoval, había dictado su destino académico. Su padre, un hombre cuya frialdad solo era superada por su violencia, veía en la contabilidad una forma de asegurar el control y el poder de la familia Sandoval en el mundo financiero.
Por otro lado, Luca Roche, de 19 años, era todo lo contrario. Con una apariencia más refinada y una disposición naturalmente tranquila, Luca había crecido bajo la tutela estricta pero menos brutal de su familia. Los Roche, eternos rivales de los Sandoval, también veían en la contabilidad una herramienta vital para el mantenimiento de sus negocios. Luca, aunque resentido por la imposición, decidió aceptar su destino con la esperanza de encontrar su propio camino dentro de las restricciones familiares.
El primer día de clases, el destino quiso que ambos jóvenes se encontraran en la misma aula. Kain, con su característico aire de desdén, llegó tarde y ocupó el último asiento disponible, justo al lado de Luca. Los primeros minutos transcurrieron en silencio, ambos centrados en la presentación aburrida del profesor sobre la importancia de los principios contables.
Sin embargo, un error en la lista de asistencia, donde los apellidos se confundieron, obligó a ambos a identificarse públicamente.
—Sandoval, Kain —dijo Kain con voz firme, provocando un murmullo en la sala.
—Roche, Luca —añadió Luca, sintiendo cómo todas las miradas se dirigían hacia ellos.
Ambos se miraron, conscientes de la carga que sus apellidos llevaban. La tensión era palpable. Ninguno de los dos sabía en ese momento que este encuentro sería el comienzo de algo mucho más profundo y complejo.
Las semanas pasaron y, a pesar de sus diferencias, Kain y Luca comenzaron a encontrar un terreno común. Las interminables horas de estudio en la biblioteca y los trabajos en grupo forzaron una interacción que, poco a poco, se transformó en una extraña amistad. Kain admiraba la paciencia y la inteligencia tranquila de Luca, mientras que Luca encontraba fascinante la pasión y la rebeldía de Kain.
Una tarde, después de una agotadora clase sobre auditoría, decidieron tomar un café en un pequeño café cerca del campus. La conversación, inicialmente sobre contabilidad, derivó pronto en temas más personales.
—No entiendo cómo soportas esto —dijo Kain, revolviendo su café con impaciencia—. Preferiría estar compitiendo con mi moto ahora mismo.
Luca sonrió, un gesto que irradiaba calma y comprensión.
—Supongo que ambos estamos aquí por la misma razón. Para cumplir con las expectativas de nuestras familias. Pero eso no significa que no podamos encontrar algo más en el camino.
Kain lo miró, sorprendido por la sinceridad en las palabras de Luca. En ese momento, una chispa de algo nuevo y desconocido comenzó a arder entre ellos. Una conexión que iba más allá de los deberes familiares y las rivalidades heredadas.
Así, en medio de los números y las fórmulas, nació un vínculo que desafiaba el destino que sus familias habían impuesto. Luca y Kain, unidos por el azar y la obligación, empezaron a descubrir que su verdadero reto no estaba en las aulas de contabilidad, sino en los sentimientos que empezaban a florecer entre ellos, sentimientos que prometían cambiarlo todo.
El aula de Cálculo estaba llena de murmullos y susurros cuando el profesor anunció el nuevo proyecto en parejas. El ambiente se tensó aún más cuando aclaró que las parejas serían los compañeros de asiento. Al escuchar esto, Kain Sandoval se levantó de inmediato, su rostro una máscara de determinación y frustración.
—Profesor, necesito que me cambie de compañero —dijo Kain, su voz firme resonando en el salón.
El profesor levantó la vista, sorprendido por la interrupción.
—¿Por qué, señor Sandoval?
Kain miró a Luca por un breve instante antes de responder.
—No tengo nada en contra de Luca, pero no podemos hacer el trabajo si él no puede ir a mi casa ni yo a la suya. Todos conocen las rivalidades entre los Roche y los Sandoval.
Un murmullo recorrió la clase, una mezcla de sorpresa y curiosidad. Todos sabían de la enemistad entre las dos familias, pero pocos esperaban que Kain lo expresara tan abiertamente. El profesor, sin embargo, no parecía impresionado.
—Entiendo las dificultades, señor Sandoval —dijo el profesor con tono firme—, pero existen alternativas. Pueden trabajar en la biblioteca estudiantil, en las cafeterías y en los parques. No es necesario que vayan a sus casas. Les daré el tema en un rato.
Kain se sentó de golpe, sus ojos brillando de ira contenida. Luca, siempre más tranquilo, giró hacia él y le habló en un susurro.
—Podemos hacerlo en la biblioteca.
Kain lo miró, una chispa burlona encendiendo sus ojos oscuros. Puso una mano en el hombro de Luca, fingiendo un tono cariñoso.
—¿Hacer qué, cariño? —dijo en tono de broma.
Luca no pudo evitar reírse, su risa suave desarmando la tensión del momento. A su alrededor, algunos compañeros de clase también sonrieron, aliviados por el cambio de tono. Kain, a pesar de su furia inicial, sintió que algo en su interior se relajaba ante la reacción de Luca.
Las siguientes horas pasaron rápidamente y, como prometido, el profesor les entregó el tema del proyecto: "Aplicaciones avanzadas del cálculo diferencial en la contabilidad financiera". Una tarea compleja que requeriría muchas horas de colaboración.
Esa tarde, se encontraron en la biblioteca, un lugar neutral y seguro lejos de las presiones de sus familias. Kain llegó primero, ocupando una mesa en la esquina más alejada. Minutos después, Luca se unió a él, llevando una pila de libros de texto.
—¿Listo para empezar? —preguntó Luca, con una sonrisa que intentaba suavizar la tensión.
Kain suspiró, dejando de lado su habitual actitud desafiante.
—Supongo que no tenemos otra opción —respondió, abriendo su cuaderno de notas.
A medida que avanzaban en el proyecto, Kain se sorprendió al descubrir que trabajar con Luca no era tan difícil como había temido. De hecho, Luca tenía una habilidad natural para explicar conceptos complejos de una manera clara y sencilla. Por su parte, Luca quedó impresionado por la inteligencia aguda y la rapidez de pensamiento de Kain, que superaban con creces su fachada rebelde.
En un momento, mientras discutían una derivada particularmente complicada, Kain se detuvo y miró a Luca fijamente.
—¿Alguna vez te has preguntado por qué nuestras familias se odian tanto? —preguntó, su voz baja y seria.
Luca levantó la vista, sorprendido por la pregunta. Reflexionó por un instante antes de responder.
—Supongo que es una combinación de poder, orgullo y viejas heridas. Pero, ¿y nosotros? No tenemos por qué repetir la historia de nuestros padres.
Kain asintió lentamente, sus pensamientos girando en torno a las palabras de Luca. En ese momento, en la silenciosa biblioteca, algo cambió entre ellos. Dejaron de ser solo dos jóvenes atrapados por sus apellidos y comenzaron a ser simplemente Kain y Luca, dos personas descubriendo que podían elegir su propio camino, incluso en medio de las sombras de sus familias.
A partir de ese día, sus reuniones en la biblioteca se volvieron más que una obligación académica. Se convirtieron en un espacio de descubrimiento y conexión, donde cada problema resuelto y cada risa compartida los acercaba más, desafiando las expectativas y construyendo algo nuevo y prometedor.
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