La historia de Zander y Yoriko continúa en esta segunda parte llena de misterios, acción y mucho romance
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Capítulo XVIII
La luz del sol se filtraba por la ventana, dibujando rayos dorados sobre la habitación de Yoriko. Se despertaba una vez más en su cama de hospital, pero esta vez, un sentimiento de libertad flotaba en el aire. El doctor Han le había dicho que ese día saldría de alta. Finalmente, podría dejar atrás la fría atmósfera del hospital y volver a su hogar, a su vida.
Yoriko se incorporó en la cama y estiró sus brazos, sintiendo un ligero dolor en su cuerpo, pero con una alegría inmensa. La idea de volver a caminar libremente por las calles, de sentir el sol en su rostro, de saborear la comida que tanto extrañaba, la llenaba de esperanza.
En ese instante, el doctor Han entró en la habitación. Llevaba una planilla en la mano, un gesto que la hacía sentir un poco insegura. ¿Acaso no estaba todo en orden? ¿Había algún problema?
El doctor Han se acercó a la cama y le sonrió con amabilidad.
"Buenos días otra vez, señorita Yoriko. ¿Cómo te encuentras?" El doctor Han se acercó a la cama de Yoriko, con una sonrisa amable que intentaba disimular la preocupación que lo carcomía por dentro.
"Buenos días doctor. Hoy me siento muy bien, muy bien. ¿Hoy podré irme a casa?" Yoriko respondió con un tono esperanzador, sus ojos brillaban con el deseo de volver a su hogar.
"Me temo que deberás quedarte unos días más para estar seguras de que estarás bien. Tranquila, yo me encargaré de cuidarte." El doctor Han dijo con un tono calmado, tratando de tranquilizarla.
"No hay problema doctor, pero ¿Qué le diré a Haruki?" Yoriko preguntó, su voz temblaba ligeramente al mencionar el nombre de su esposo.
"No te preocupes, yo me encargaré de informarle y que entienda." El doctor Han respondió, con un tono firme y tranquilizador.
Ambos se quedaron charlando un rato, conociéndose un poco más. A todo esto, Yoriko había vuelto a sonreír. No recordaba cuándo fue la última vez que lo hizo en el mundo real.
Ella realmente necesitaba volver a sentirse bien, en calma, protegida. Así que no pudo aguantarlo más y confesó todo lo que había pasado. No sabía bien por qué se lo contaba a él, pero sentía que podía confiar en aquel hombre. Han ya lo sabía, pero solo debía confirmarlo.
Le ofreció la posibilidad de hacer la denuncia correspondiente para ponerlo tras las rejas. Por más que no estaba tan segura de hacerlo, aceptó porque sentía que iba a estar a salvo y su familia también lo estaría.
A partir de ese momento, solo quedaba esperar a que la policía haga su trabajo y lo apresara.
El doctor Han se despidió de Yoriko y salió de la habitación. Mientras se dirigía hacia la sala de trabajo, su mente estaba llena de pensamientos. Debía ganar tiempo hasta tener noticias de la investigación que estaba realizando su amigo sobre Haruki. La sospecha que había nacido en su mente se intensificaba con cada hora que pasaba. No podía ignorar la posibilidad de que Haruki estuviera involucrado en algo más grave de lo que parecía.
Había visto con sus propios ojos el dolor y la angustia que Yoriko había sufrido. Sabía que ella era una víctima de algo más grande, algo que trasciendía los límites de la enfermedad física. Él, como médico, tenía la obligación de ayudarla, de protegerla.
Se sentó en su silla de trabajo, tomando un sorbo de café frío que se había quedado en su taza. Su mente trabajaba incansablemente, buscando una forma de averiguar la verdad. Tenía que ser discreto, no podía alarmar a Yoriko ni ponerla en peligro.
Sin embargo, el tiempo apremiaba. Haruki era un hombre poderoso e influyente, con muchos contactos en la ciudad. Si se daba cuenta de que Han sospechaba de él, podría tomar represalias.
Han sabía que tenía que ser cauteloso, pero también sabía que no podía dejar de actuar. Yoriko necesitaba su ayuda, y él no la dejaría sola.
Haruki, unas horas más tarde, volvió a ingresar al hospital. ¡Claro! Él no sabía que iba a ser arrestado. Solo quería llevarse a Yoriko de allí. El doctor Han, para ganar algo de tiempo, salió a su encuentro. Le explicó que se estaban cumpliendo las formalidades necesarias para darle el alta y que muy pronto podrían irse. Amablemente lo invitó a sentarse en la sala de espera para que esperase allí.
Los agentes no tardaron mucho en llegar. Directamente se acercaron a Haruki, que al verlos, supo de inmediato que Yoriko había hablado y se lo iban a llevar. Un escalofrío de miedo le recorrió la espalda. Su plan había fracasado.
Mientras los oficiales procedían con el arresto, él no se olvidó de su supuesta amada. Empezó a insultarla y a gritar amenazas a viva voz. Su rostro se torció de rabia, sus ojos brillaban con una lucha interna entre la furia y la desesperación.
- ¡Tú perra! ¡Te voy a hacer pagar por esto! - gritó Haruki, su voz temblaba de ira.
- ¡Calla la boca, maldito! - uno de los oficiales le ordenó, con un tono severo y firme.
Los agentes lo esposaron y lo condujeron fuera del hospital. Haruki no dejaba de gritar y amenazar, pero sus palabras ya no tenían ningún poder. Su tiempo de control y manipulación había llegado a su fin.
Pobre ingenuo, si tan solo supiera que no volvería a ver la luz del día. Más al saberse después que las investigaciones llevarían a más denuncias de otras mujeres de su pasado. Haruki, en su ceguera de poder, no se había dado cuenta de que sus actos tenían consecuencias reales, consecuencias que lo atraparían en un laberinto sin salida.
Han volvió a la habitación para contárselo a Yoriko. Ella estaba tan emocionada que al oírlo, no pudo evitar abrazarlo con todas sus fuerzas. Tal vez se había propasado, o no. Él quedó duro de los nervios, no sabía cómo reaccionar. Lo único que atinó a hacer es a devolverle el abrazo con mucho cariño.
El abrazo fue un torbellino de sentimientos contrapuestos. Para Yoriko, era una expresión de gratitud y alivio. Para Han, era una confusión de emoción, reconocimiento y un ligero temor por la proximidad de una mujer que acababa de atravesar un momento tan doloroso.
Al fin todo había terminado. Podría volver a rehacer su vida... y muy importante... volvía a ser feliz. La sonrisa que se dibujó en el rostro de Yoriko era un testimonio de su renovada esperanza. El doctor Han, al observarla, sintió un calor inusual en su pecho. No era solo la satisfacción de haber ayudado a una paciente, era algo más profundo. Era la satisfacción de haber contribuido a que la justicia prevaleciera y de haber presenciado la reconstrucción de un alma herida.