Un amor que se enfrenta a problemas, desafíos, barreras. Un amor entre una bailarina y un multimillonario.
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Capítulo 10: Bajo las Luces del Escenario
El día del estreno llegó con la intensidad que solo los grandes momentos traen consigo. Nia despertó temprano, aunque no había dormido mucho la noche anterior. La expectativa, la emoción y los nervios parecían haber conspirado para mantenerla despierta. Pero ahora, mientras el sol iluminaba suavemente su apartamento, se obligó a respirar hondo y centrarse. Este era su momento, el que había soñado desde siempre.
El teatro estaba lleno de actividad desde el mediodía. Las bailarinas iban y venían, ajustando detalles, calentando músculos, repasando movimientos. El aire estaba impregnado de una mezcla de perfume, sudor y ansiedad, una combinación que Nia siempre asociaba con la magia de una función próxima.
—Hoy es el día, querida —dijo Alma, apareciendo detrás de ella con una sonrisa que irradiaba confianza—. ¿Lista para brillar?
Nia sonrió, aunque su estómago estaba enredado en nudos.
—Más que lista, estoy aterrada —admitió, ajustándose las zapatillas de punta.
—Es normal. Pero confía en esto, Nia: cuando pises ese escenario, todo desaparecerá. Solo estarás tú, la música y la danza. Y, por cierto, tienes a alguien especial ahí afuera que no puede esperar para verte.
El corazón de Nia dio un vuelco. Sabía que Alma hablaba de Ethan. Él le había prometido estar presente, y aunque sabía que cumplía sus promesas, la idea de que estuviera viéndola le ponía la piel de gallina. Ethan no era solo alguien más en la audiencia; su mirada tenía el poder de hacerla sentir expuesta y, al mismo tiempo, increíblemente viva.
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Horas después, cuando las luces se apagaron y el telón comenzó a alzarse, Nia sintió la familiar mezcla de pánico y euforia. Se encontraba en el centro del escenario, su figura iluminada por un único foco. La música comenzó, y con el primer acorde, el mundo desapareció.
Cada movimiento fluía de ella como si no solo estuviera bailando, sino contando una historia que había estado esperando años para compartir. Sus brazos, sus giros, la extensión de sus piernas, todo parecía estar en perfecta sincronía con la música. Y en medio de todo, mientras sus ojos se posaban fugazmente en la oscuridad de la audiencia, sintió su presencia. Sabía que Ethan estaba allí, observándola, y eso la impulsó aún más.
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Cuando la función terminó, el teatro estalló en aplausos. Nia se mantuvo en el escenario junto a los demás bailarines, inclinándose en agradecimiento. Pero su corazón estaba en otro lugar, buscando una sola figura en la multitud. Finalmente, sus ojos lo encontraron: Ethan, de pie, aplaudiendo con una intensidad que la hizo sonreír a pesar del cansancio.
Tras la función, los pasillos del teatro estaban llenos de felicitaciones y abrazos. Sin embargo, Nia no podía evitar buscarlo. Finalmente, lo vio, de pie junto a una esquina, sosteniendo un ramo de rosas blancas. Su traje impecable contrastaba con la energía desenfrenada del lugar, pero sus ojos estaban fijos en ella, llenos de admiración.
—Nia —dijo él cuando ella se acercó—, no tengo palabras. Estuviste… increíble. Nunca había visto algo tan hermoso.
Ella sonrió, sintiendo el calor en sus mejillas.
—Gracias por venir. No sabes cuánto significó para mí verte aquí.
Ethan dio un paso más cerca, extendiéndole las flores.
—Tenía que estar. No podía perderme este momento.
Ella tomó el ramo, y por un instante, el ruido alrededor desapareció. Sólo estaban ellos dos, compartiendo algo que iba más allá de las palabras. Pero antes de que pudiera responder, Alma apareció detrás de ellos con una sonrisa traviesa.
—¡Ethan, así que finalmente te tenemos en el mundo del arte! —exclamó, guiñándole un ojo—. Cuídala bien esta noche. Se lo ha ganado.
Nia lanzó una mirada divertida a su amiga, pero Ethan simplemente sonrió.
—Eso planeo.
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Más tarde, Ethan la llevó a un restaurante íntimo para celebrar. Era un lugar elegante pero acogedor, iluminado por velas que creaban un ambiente cálido. La conversación fluía con naturalidad, como si el peso de los nervios hubiera desaparecido junto con los aplausos de la noche.
—¿Cómo te sientes ahora? —preguntó Ethan, mirándola con interés mientras jugaba distraídamente con su copa de vino.
Nia se recostó en su silla, dejando escapar un suspiro de satisfacción.
—Libre. Como si todo lo que he hecho hasta ahora finalmente tuviera sentido.
Ethan asintió, como si entendiera exactamente lo que quería decir.
—Eso es lo que pasa cuando haces lo que amas. Todo cobra sentido.
Por un momento, el silencio se instaló entre ellos, pero no era incómodo. Era un silencio lleno de complicidad, de algo que estaba creciendo lentamente pero con fuerza.
—Ethan —dijo Nia finalmente, su voz más suave—, hay algo que quiero preguntarte.
Él dejó su copa a un lado, inclinándose ligeramente hacia ella.
—Lo que quieras.
—¿Por qué yo? —preguntó, sus ojos buscando los de él—. De todas las personas que podrías conocer, de todos los mundos en los que podrías estar… ¿por qué elegiste estar aquí conmigo?
Ethan la miró por un largo momento antes de responder.
—Porque cuando te vi por primera vez, algo en mí cambió. Tú no eres como nadie que haya conocido antes, Nia. Eres auténtica, apasionada, fuerte. Estar contigo me recuerda lo que significa sentir de verdad, vivir de verdad. Y eso es algo que no estoy dispuesto a dejar pasar.
Las palabras de Ethan la dejaron sin aliento. Había algo tan honesto en su tono, tan crudo, que no pudo evitar emocionarse. Sin darse cuenta, extendió una mano hacia la de él, sus dedos encontrándose en un gesto que decía más de lo que cualquiera de los dos podía expresar.
—Eres un caos en mi vida, Ethan —murmuró, con una sonrisa que no podía contener—. Pero tal vez sea el caos que necesito.
Él sonrió, entrelazando sus dedos con los de ella.
—Y tú eres el orden que nunca supe que estaba buscando.
El resto de la noche transcurrió como un sueño. Risas, confesiones, miradas que decían más que las palabras. Nia sintió que algo dentro de ella se abría, permitiéndose por primera vez en mucho tiempo imaginar un futuro que no solo estuviera lleno de danza, sino también de alguien con quien compartirlo.
Cuando Ethan la acompañó de regreso a su apartamento, se despidieron con una suavidad que hizo que el aire pareciera detenerse. Él la miró una última vez antes de irse, su mirada llena de promesas que no necesitaban ser dichas.
Y cuando Nia cerró la puerta detrás de él, supo que, aunque el camino que estaban comenzando juntos sería incierto, estaba lista para enfrentarlo. Porque, después de todo, la danza más hermosa era la que se bailaba con el corazón.