Arata, un omega italiano, es el hijo menor de uno de los mafiosos más poderosos de Italia. Su familia lo ha protegido toda su vida, manteniéndolo al margen de los peligros del mundo criminal, pero cuando su padre cae en desgracia y su imperio se tambalea, Arata es utilizado como moneda de cambio en una negociación desesperada. Es vendido al mafioso ruso más temido, un alfa dominante, conocido por su crueldad, inteligencia implacable y dominio absoluto sobre su territorio.
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Capítulo 19: Sin control
Arata jadeaba, su pecho subiendo y bajando con rapidez, su cuerpo atrapado en una tormenta de sensaciones tan intensas que le costaba mantener el control de sí mismo. Mikhail lo dominaba por completo, sus embestidas implacables resonando en cada parte de su ser, y aunque la situación era abrumadora, no había miedo en su interior. Solo deseo. Solo una necesidad desesperada de estar cerca de él, de sentirlo tan profundamente como fuera posible.
A medida que la marea de placer seguía subiendo, los pensamientos de Arata comenzaron a desordenarse. ¿Cómo habían llegado a este punto? Mikhail, el alfa que lo había ignorado por tanto tiempo, el mismo que había mantenido una fría distancia, ahora lo tenía bajo su control, atado a una cama, su cuerpo poseído con un fervor que nunca imaginó. El contraste entre el Mikhail distante de antes y este alfa, salvaje y lleno de deseo, era desconcertante. Arata siempre había sabido que había algo más detrás de esa fachada impenetrable, pero jamás pensó que esa furia contenida se desataría de esta manera.
El lazo entre ellos palpitaba con una intensidad casi insoportable, y por un momento, Arata intentó comprender lo que estaba sintiendo, cómo había pasado de ser ignorado a ser el centro absoluto de la atención de Mikhail, pero antes de que pudiera seguir enredándose en sus pensamientos, el alfa lo tomó por la mandíbula con una firmeza que lo sacó de su trance.
—¿En qué piensas tanto? —gruñó Mikhail, su voz baja, ronca, cargada de una autoridad que hacía temblar el aire a su alrededor. Sus ojos dorados lo miraban fijamente, penetrando cada una de las defensas de Arata—. No te distraigas. Solo mírame a mí.
El tono dominante en su voz, la forma en que lo sujetaba, como si lo desafiara a pensar en algo más que en él, hizo que el corazón de Arata latiera aún más fuerte. Sintió un escalofrío recorrer su cuerpo, y cualquier rastro de pensamiento coherente se desvaneció. Mikhail era lo único que existía en ese momento, y el vínculo entre ellos brillaba con una fuerza imparable.
—Eres mío, Arata —susurró Mikhail, bajando la voz en un tono que era tanto una declaración como una advertencia—. Solo mío.
Las palabras resonaron en su mente, y el deseo posesivo en ellas, lejos de asustarlo, lo envolvieron por completo. Arata nunca había sentido algo tan poderoso, tan definitivo. Era como si Mikhail quisiera dejar claro que nunca había habido otra opción, que este momento había estado escrito en sus destinos desde el principio. Y de alguna manera, en el fondo, Arata siempre lo había sabido.
Con cada movimiento, Mikhail intensificaba el ritmo, profundizando la conexión entre ellos, hasta que el clímax fue inevitable. Arata podía sentir el cambio en el aire, la forma en que las feromonas se volvían aún más densas, casi asfixiantes. Mikhail estaba alcanzando el punto culminante, y Arata sabía lo que venía a continuación.
El alfa lo anudó, una unión tan profunda y física que Arata sintió cómo su cuerpo se tensaba por completo, atrapado en ese momento de total entrega. Un gemido incontrolable escapó de sus labios, su cuerpo estremeciéndose al sentir cómo Mikhail lo llenaba, sellando su lazo de una manera que iba más allá de lo físico. Había una sensación de completitud, como si todo lo que era Arata ahora perteneciera irrevocablemente a Mikhail.
Pero no fue solo eso.
Mikhail, en ese momento de posesión total, renovó la marca en el cuello de Arata. Sus dientes se hundieron en la misma marca que había dejado antes, pero esta vez lo hizo con más fuerza, como si quisiera asegurarse de que el mundo entero supiera que Arata era suyo. La mordida fue intensa, pero el dolor se mezcló con una oleada de placer que recorrió el cuerpo de Arata, dejándolo sin aliento.
—Eres mío —repitió Mikhail, su voz profunda resonando en su oído mientras mordía con más fuerza, dejando claro que Arata no podía ser más suyo de lo que ya era—. Nadie te tocará. Nadie más puede tenerte.
La posesividad en las palabras de Mikhail era abrumadora, pero lejos de asustarlo, Arata lo aceptaba. Sentía la seguridad en esa afirmación, una certeza que lo envolvía por completo. En lugar de sentirse atrapado o dominado, lo que Arata sentía era una conexión inquebrantable, algo que iba más allá de lo físico. Era un lazo profundo, una unión que no se podía romper, sin importar lo que sucediera.
Arata cerró los ojos por un momento, su respiración pesada mientras intentaba procesar todo lo que estaba ocurriendo. Su cuerpo vibraba con la energía de Mikhail, su piel todavía ardiendo por las fermonas, y apesar de la intensidad del momento, se sintió extrañamente en paz. No había miedo, solo una aceptación total de lo que eran.
Mikhail lamió la sangre de su cuello, sellando la marca con un gesto lento y deliberado. Arata se estremeció al sentir esa lengua caliente sobre su piel, una sensación que mezclaba el dolor con el placer, dejando un rastro de calor que recorría su cuerpo. Quiso tomar aire, recuperarse un poco del arrebato que acababan de compartir, pero no tuvo oportunidad.
En un movimiento suave, casi como un desliz, Mikhail lo levantó, girándolo sobre la cama con una facilidad que desafiaba la resistencia de su cuerpo agotado. Arata apenas pudo procesar lo que sucedía cuando sintió la dureza del alfa presionando de nuevo contra él, sin darle tiempo para respirar, sin permitirle un momento de tregua. La intensidad del acto no disminuía, todo lo contrario. Mikhail continuaba, su deseo inagotable y su necesidad de marcar territorio evidente en cada embestida.
Los ojos de Arata se llenaron de lágrimas, no de dolor, sino de puro placer. Sentía sus piernas temblar, su cuerpo rendido, a merced de Mikhail, pero al mismo tiempo, no quería que parara. Cada movimiento los acercaba más, como si ambos estuvieran a punto de alcanzar un clímax aún mayor, una conexión qué no se limitaba al cuerpo sino a sus almas.
Cada vez que creía que ya no podía soportar más. Mikhail lo empujaba a nuevas alturas, llenandolo de sensaciones que lo desbordan por completo. Y aunque su cuerpo le rogaba por una pausa, por un momento de respiro, su mente, su corazón y todo lo que era Arata deseaba seguir, perderse en el frenesí, sentir a Mikhail hasta el límite de lo posible.