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Capítulo 13: Aceptando sus regalos.
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24/05/2025
Hugo había salido temprano para recorrer los alrededores, mientras que él había sido invitado por Andy a desayunar. Esto demostraba que el chico en verdad quería disculparse sinceramente con él. Alfred no se opuso y aceptó su invitación. Por eso, ahora estaba sentado frente a una mesa bastante bien arreglada, con un mantel de tul blanco. Dos platos de porcelana descansaban sobre este, y en el centro había un pequeño florero con flores silvestres que desprendían un aroma bastante fresco. Esto le recordaba a algún campo lejano.
Extrañamente, el lugar estaba vacío. ¿Acaso nadie se alojaba allí o aún estaban todos durmiendo?
Andy salió de la cocina, que quedaba justo a un costado. Tenía una olla en sus manos enguantadas. Se veía bastante chistoso con guantes verdes de cocina. Al llegar a la mesa, dejó la olla y la destapó. Un olor extraño salió de ella y Alfred miró su interior. Su rostro palideció.
—¿Qué es eso? —Jamás había visto semejante comida en su vida.
—Caracoles. La última vez me dijiste que nunca habías estado en Moet, así que quiero que pruebes las cosas típicas de aquí, comenzando por la comida —comentó animado, mientras se quitaba los guantes y los dejaba a un lado.
¿Andy quería matarlo?
Estaba aterrado.
Al parecer, el muchacho no notó su tez anormalmente pálida y, con una cuchara de madera, comenzó a servir los caracoles.
—Se hacen a fuego lento —se había despertado muy temprano para prepararlos—. Esto hace que la cocción sea más tierna y estén a punto, ni tan cocinados ni tan crudos y babosos. Al agua en donde se hierven se les añade algunos aderezos y bayas rojas. —La cuchara cargada descendió sobre el plato de Alfred. Un líquido rojo brillante, que se veía bastante apetitoso —demasiado para que el de cabellera castaña lo soportara— descansó sobre su plato junto con varios caracoles de colores opacos.
—Se ve bien —habló y se esforzó por ser sincero, mientras el aroma acre, acompañado de un leve olor dulzón, flotaba por todo el lugar, opacando el aroma de las flores. Cuando Andy se sirvió a sí mismo, tomó asiento frente a él. Miró a Alfred, expectante. Sus ojos realmente lo estaban deslumbrando. Nuevamente volvió a resignarse a su destino. No le diría al joven que no quería comer esa cosa; sería muy descortés teniendo en cuenta que fue invitado y que Andy preparó el desayuno. Así que tomó la cuchara y la cargó con un caracol y un poco de ese jugo que creaba la ilusión de que el molusco estaba flotando en sangre.
Era muy escalofriante.
Cuando la comida ingresó en su boca, no pudo evitar fruncir levemente el ceño. El sabor dulce del jugo contrarrestaba en gran medida el sabor salado del caracol, haciendo que fuera una bomba agridulce. Además, la textura del molusco era extraña: un poco crocante al morderla y luego babosa. Sus ojos se aguaron cuando una arcada lo atacó. Andy lo notó y su expresión sonriente se desdibujó.
—Alfred, si no te gusta, escúpelo.
¿Cómo se atrevería a hacer eso? Aunque no era fan de lo agridulce y jamás pensó que algún día comería caracoles, no quería escupirlo. ¿Eso no equivaldría a vomitar las disculpas de Andy? Con ese pensamiento, sacudió la cabeza mientras se esforzaba por tragar.
—Es... toda una nueva experiencia —al oírlo, Andy se rió, burlándose deliberadamente de él. ¿Si no le gustaba, qué tenía de malo expresarlo?
—Te prepararé otra cosa.
Y antes de que pudiera hablar, vio cómo el rubio se ponía de pie y se llevaba ambos platos. Después de unos segundos volvió con dos sándwiches. Alfred lo agradeció profundamente y dio un mordisco. El frescor de la lechuga y el tomate se llevaron el sabor agridulce de su boca. Sus ojos se dirigieron hacia la olla, ya tapada, que contenía los caracoles.
—Lo siento.
—No te preocupes, se los guardaré a mi hermana. A ella le gusta mucho ese platillo.
Solo le sonrió antes de volver a atacar su desayuno. Realmente estaba un poco hambriento. Ayer se había ido a dormir con el estómago vacío —con algo de enfado— y la comida nueva de apenas unos instantes le había revuelto las tripas.
—Por cierto —su atención se dirigió al chico pecoso—, ¿sigues enojado?
—No.
—Eso es bueno, porque quería discutir una condición contigo —Alfred sintió curiosidad y lo incitó a continuar—. Como sabrás ya, Moff es un lugar de difícil acceso.
—Leí que es una zona prohibida.
—Y así es. Está restringida y rodeada de guardias puestos por el rey Edgar. Prácticamente es imposible pasar...
—¿A qué quieres llegar? —Alfred ya sabía que las cosas no serían fáciles. Tenía que idear un plan junto con su hermano lo antes posible.
—Quiero ir contigo.
—No, definitivamente no —Jamás le gustó involucrar a terceros. ¿Qué tal si algo pasaba y Andy resultaba herido?
—No es una pregunta —Alfred lo miró con reproche ante el tono del joven, que demostraba que no daría lugar a discusiones—. Tengo mis propios motivos para querer ir. Los sabrás más adelante. Además, antes de que te vuelvas a negar, cosa que será inútil: Conozco Moet como la palma de mi mano, y los turnos de cambio de guardia es algo que también conozco completamente. En conclusión, te seré de mucha ayuda. Además, con todo esto de que el rey está enfermo, estoy seguro de que la cantidad de guardias custodios disminuyó.
—Déjame pensarlo.
—Aunque será inútil, adelante.
Estos jóvenes de hoy en día.
El desayuno transcurrió en silencio luego de esa breve conversación, pero no era un silencio incómodo, sino bastante agradable. Casi familiar, como si fuera una costumbre desayunar junto al rubio y pecoso que se la pasaba sonriéndole cuando sus ojos se encontraban.
Era como si se conocieran de toda la vida, cuando en realidad su primer encuentro fue hace meses.
Después de terminar con su sándwich y que Andy terminara de comer su platillo, motivó a Alfred para dar un pequeño recorrido por los alrededores. Al principio estaba un poco indeciso: ¿no sería mejor quedarse en la posada y discutir algún plan? Pero finalmente aceptó la propuesta de Andy; salir tampoco sonaba mal, hacer un poco de turismo en una nueva zona ampliaría sus conocimientos sobre los diferentes lugares del mundo. Después de todo, no estaba seguro de si regresaría a Moet después de culminar con la leyenda.
Cuando salieron, el sol los hizo entrecerrar los ojos; poco a poco se adaptaron a la cálida luz. Alf miró sus alrededores. Después de todo, habían llegado la noche anterior y estaba demasiado cansado para prestar atención a su entorno, pero ahora, ante su vista, se alzaban algunas tiendas, así como también puestos ambulantes. La calle bullía de vida, algo que contrarrestaba en gran medida lo que había experimentado anteriormente.
—En estos días hay mucho movimiento —le comentó Andy al ver sus ojos recorrer la multitud. Alfred se sintió un poco sofocado, pero no lo demostró; solo desvió su atención al menor. —El verano se acerca, es la época de pesca y muchos barcos llegan al muelle Menguante, por lo cual los vendedores aprovechan y sacan sus mejores productos para los extranjeros que deciden salir del mar y recorrer un poco el pueblo. Es un muy buen momento para llevar más ingresos a casa.
Estas palabras tenían algo oculto y Alfred las captó de inmediato. Recordaba haber visto ayer a una madre y a sus hijos vendiendo unas cosas más adelante. Se veían extremadamente miserables.
—¿El país está pasando por un déficit económico? —no pudo evitar preguntar. El muchacho lo miró y negó.
—Estamos en nuestro auge, en este año han entrado muchas nuevas exportaciones y ganancias al país.
—¿Entonces por qué...
—¿Entonces por qué mucha gente parece pobre? —Andy robó la pregunta de su boca—. La verdad, no lo sé. Está claro que el Rey no es muy bueno con los ciudadanos, pero se ha asegurado de no aumentar los impuestos y ha subsidiado a muchas familias de bajos recursos. Por fin mostró algo de benevolencia.
Bah, eso sonaba como si quisiera ganarse el favor de todos.
Alfred no quiso continuar más con ese tema, algo iba mal en el trasfondo de todo, y lo sabía. Solo no lograba descifrar qué era, así que solo asintió ante las palabras de Andy y continuó caminando mientras permitía que sus oídos se saturaran con el dialecto de las palabras de Moet y el olor de la comida.
Pasaron junto a un pequeño puesto que estaba armado de forma precaria en la vereda; por el rabillo del ojo, el mayor captó un brillo y detuvo su andar para poder ver bien de qué se trataba. No iba a comprar nada, solo mirar, así que sus ojos recorrieron las diferentes artesanías, desde pulseras de jade hasta pequeñas estatuas. El trabajo era magnífico, sin duda realizado por un experto; los detalles en cada cosa eran precisos y limpios, dándole un toque más refinado.
Una voz profunda habló; a Alfred le recordó el sonido de las ramas de un viejo árbol crujiendo bajo un fuerte viento. Divisó a un hombre bastante mayor que se acercaba caminando con la ayuda de un bastón y volvió a hablar en el dialecto de Moet. Alfred sacudió las manos, intentando expresar que no sabía qué estaba diciendo.
Andy rió al verlo y el mayor lo miró con impotencia.
—Está preguntando qué objeto llamó tu atención.
—No voy a comprar nada —realmente todo se veía costoso y el dinero se lo había llevado Hugo.
Andy intercambió algunas palabras con el vendedor, sus frases salían con fluidez en el mismo idioma. Después de todo, el joven era nativo de este país. Alfred solo pudo captar cosas simples como "viendo", "se ajusta bien" y después nada más. Tenía curiosidad sobre lo que estaban charlando, pero no hizo ninguna pregunta al respecto.
El rubio se puso en cuclillas y tomó una pulsera de jade entre sus dedos, la levantó un poco, y la luz del sol se proyectó a través del fino material, dándole un toque casi blanco.
—¿Quieres algo?
—¿Piensas comprar eso?
—Tengo dinero, así que se la compraré a mi hermana —al parecer jamás dejaba de pensar en ella, o al menos Alf sentía eso—. Vamos, elige algo y te lo compraré.
—Gracias, pero no es necesario.
Andy pareció hacer oídos sordos a lo que dijo y señaló un par de collares antes de hablar con el hombre; luego los tomó con una sonrisa y entregó tres monedas de oro en la vieja mano arrugada del anciano. Alfred estaba estupefacto y boquiabierto. Está bien, el dinero no era suyo y no debería importarle en qué se gastara si era de alguien más. ¿Pero cómo Andy, siendo tan joven, derrochaba tanto?
No podía creerlo.
—Para ti —habló el derrochador de dinero innato después de pagar. Alfred lo miró y dudó unos cuantos segundos antes de extender la mano. Una cadenita plateada con un dije circular pequeño le fue entregada, mientras que Andy se había quedado con la que tenía el dije más grande y hueco; el círculo pequeño encajaba a la perfección. Alfred miró los caracteres tallados en él y no logró comprenderlos.
—¿Qué dice?
—El tuyo: "eterna", y el mío: "amistad".
—No puedo aceptar esto —Alfred tenía la intención de devolverlo, pero Andy no lo aceptó y en su expresión se dibujó una interrogante—. No nos conocemos, esto... es un voto demasiado pesado para mí —murmuró.
—Eso no es un problema, estarás mucho tiempo en Moet. ¿Verdad? —Alfred no podía asegurar eso y él ni siquiera se quería quedar en este país extranjero—. Tendremos tiempo para formar nuestra amistad, así que por favor, acéptalo.
—Gracias... —finalmente lo aceptó, resignado, y se lo colocó en el cuello, para después esconderlo dentro de su ropa. Sintió cómo el dije del collar impactaba suavemente contra el plástico de la piedra falsa que tenía, presionó ambos dijes por sobre la ropa y suspiró.
Ambos continuaron caminando. De un momento a otro, Andy se llenó de cosas y así Alfred descubrió que el chico podría ser un comprador compulsivo. Lo extraño es que el joven se jactaba de que todas las cosas se las regalaría a él. Alf estaba un poco incómodo e inquieto ante esto. ¿Qué haría con tantos objetos? Y por más que intentó detener al rubio no logró hacerlo.
—¿Tienes hambre? —preguntó el pecoso mientras le ponía un sombrero de paja que había comprado en la cabeza a Alfred. Ya era de tarde y los rayos del sol brillaban con intensidad. El mayor se vio sorprendido por tal acción y acomodó el sombrero.
—Un poco.
—Vayamos a comer, conozco un lugar cerca de aquí —tomó a Alfred de un brazo y lo arrastró por las sinuosas calles hasta llegar a un pequeño establecimiento. Parecía abarrotado, tanto que los empleados tuvieron que sacar sillas y mesas de madera al exterior para que los clientes pudieran sentarse—. Siempre está así de lleno —comentó—. Es uno de los lugares para comer más baratos, así que las personas aprovechan para venir aquí. Dicho esto, ambos entraron. Algunos de los artículos que Andy tenía chocaron con algunas personas; el rubio rápidamente se disculpó mientras avanzaban entre la multitud para llegar a la barra y ordenar. Realmente fue un arduo trabajo; todos estaban apretados como sardinas y, además, el calor era verdaderamente sofocante. Alfred tomó la mano del rubio y la jaló; este volteó a verlo con sorpresa.
—Vayamos a otro lugar, este ambiente... —el "no me agrada" se atoró en su garganta cuando fue empujado por la espalda; al parecer había comenzado una pelea entre clientes y los que estaban a su alrededor, ya sean partícipes o no, resultaron empujados o golpeados. Andy actuó rápido y extendió sus brazos para sujetarlo; varias cosas cayeron de estos: pulseras brillantes, bolsos, una figurilla de arcilla que se hizo añicos contra el piso.
Alfred miró con pena los restos de esta; en verdad era una escultura bastante bonita y ahora había terminado así, verdaderamente lamentable.
—¿Estás bien?
—Mh, no pasó nada. Estoy bien. Gracias.
El joven frunció el ceño mientras su mano descansaba en la cintura de Alfred y miró a la escandalosa multitud que se aglomeraba en el centro del establecimiento mientras se repartían golpes. El dueño del local apareció con un palo y comenzó a golpear a las personas que se habían vuelto salvajes de la nada.
—Es mejor que nos vayamos —aconsejó Alfred cuando notó la tensión creciente en el ambiente; jamás le habían gustado las peleas y involucrarse en una no estaba en sus planes de hoy. Se separó un poco de Andy, así saliéndose de su agarre.
Ambos salieron sin decir más y el rostro de Andy estaba rojo; uno de sus puños estaba fuertemente cerrado. Alfred no pudo evitar extender su mano y darle unas palmaditas en la espalda.
—No te preocupes por las cosas que dejaste caer dentro —esperaba poder devolverle el dinero algún día. Alf rebuscó en su bolsillo y sacó un pedazo de la pequeña estatua que había recogido antes de salir: era una pequeña flor. Es lo que atinó a agarrar, trató de brindarle algún consuelo con eso. La expresión de Andy se suavizó mientras tomaba la pequeña flor de arcilla y la acariciaba con su pulgar.
No estaba molesto por las cosas, sino porque él quería enseñarle a Alfred uno de sus lugares favoritos, pero al final todo terminó así, quizá dejando una mala impresión en la memoria del mayor. Por otra parte, Alfred miraba hacia el horizonte; sabía que lo que había sucedido pronto se sumergiría en su mente, no estaba seguro de si podría recordarlo.
Consideraba la pasada situación insignificante.
De repente, una suave risa escapó de sus labios; Andy lo observó con atención.
—Realmente es un lugar muy animado —comentó, refiriéndose al establecimiento anterior.
Andy sonrió, quedándose muy tranquilo.