¿Qué serías capaz de hacer por amor?
Cristina enfrenta un dilema que pondrá a prueba los límites de su humanidad: sacrificarse a sí misma para encontrar a la persona que ama, incluso si eso significa convertirse en el mismo diablo.
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Fingiendo
Esa noche, cuando la comida terminó y Lorena regresó a su casa, nos quedamos toda la familia en la mesa. El ambiente estaba cargado de tensión; nadie parecía querer iniciar la conversación, pero nuestras miradas lo decían todo. Fue mi padre quien finalmente rompió el silencio, con una voz firme y seria:
—¿Qué le prometiste a Lorena para que te lleve a estudiar al extranjero?
Sentí el peso de su mirada y me enderecé en la silla antes de responder con calma:
—Nada, papá. Simplemente me preguntó qué quería estudiar.
Luis, mi hermano mayor, se inclinó hacia adelante con expresión preocupada y replicó de inmediato:
—No lo aceptaré. Esa chica es demasiado caprichosa, y no quiero que termine dañándote.
—Estoy de acuerdo —secundó Fer, otro de mis hermanos—. Su familia no es de fiar, y sabemos que sus negocios no son precisamente limpios.
—Es verdad —añadió Juan, mirándome con severidad—. Además, sabemos que tú solo piensas en Eli.
El silencio volvió a llenar el comedor, pesado como una tormenta que amenaza con desatarse. Fue mi madre quien habló, rompiendo con un tono conciliador que trataba de calmar las aguas:
—Piénsenlo bien, chicos. Su hermana tiene la posibilidad de estudiar una carrera universitaria en una de las mejores escuelas de Europa. ¿No creen que merece una mejor vida?
La incredulidad se reflejó en los rostros de mis hermanos, pero mi madre continuó:
—Cristina es muy inteligente. Sería un desperdicio que no aprovechara esta oportunidad. No queremos que pase las penurias que nosotros enfrentamos.
Sus palabras resonaron en todos. Mis hermanos habían trabajado duro desde jóvenes para que a mí no me faltara nada. Ahora entendían que esta oportunidad, aunque extraña, era algo que se presentaba una vez en la vida.
Mi padre suspiró y, tras un breve intercambio de miradas con mi madre, dijo:
—Tiene razón tu madre. Pero escúchame bien: estudia al máximo. Una vez regreses, consigues un trabajo decente y te alejas de esa familia.
Asentí, pero en mi interior sabía que mi meta no solo era estudiar; también quería trabajar para el patrón y hacer todo lo posible por encontrar a Eli.
***
El mes pasó rápidamente. En un abrir y cerrar de ojos, me encontraba en mi graduación de preparatoria. Para celebrarlo, mi suegro organizó una fiesta monumental en su finca. Toda mi familia asistió por respeto, aunque los comentarios de mi suegro no hacían más que aumentar la incomodidad. Durante un brindis, anunció con orgullo:
—¡Felicidades a las futuras esposas!
Esas palabras hicieron que mi familia se revolviera en sus asientos. Sabían que no sentía amor por Lorena, y ese título sonaba más como una sentencia que como una celebración.
La fiesta era todo un espectáculo. Caballos de pura raza desfilaban por la finca mientras grupos tocaban música de banda. El ambiente, cargado de risas y ostentación, no era para nada mi estilo ni el de Lorena, quien me tomó de la mano y me arrastró lejos de la multitud.
Llegamos a su habitación. Ella se dejó caer en la cama con un suspiro teatral antes de hablar:
—Finalmente estamos graduadas. ¿No te emociona que vayamos a vivir juntas?
—Es emocionante poder estudiar la universidad. Siempre quise hacerlo, pero…
—¿Pero qué? —interrumpió ella, alzando una ceja.
—No sé… No estoy segura de qué quiero estudiar aún.
—Puedes estudiar lo que quieras. Tienes cerebro de sobra, y ahora tienes el apoyo de mi padre, que tiene más dinero del que podríamos gastar.
Intenté sonreír y desviar el tema.
—¿Y tú qué estudiarás?
—Derecho. Quiero ser abogada. Creo que es un buen negocio para el futuro.
No pude evitar reírme. Ella me miró con una mezcla de desconcierto y diversión.
—¿Qué te causa tanta gracia? —preguntó.
—Es irónico que quieras ser abogada cuando… ya sabes, tu padre no tiene precisamente los negocios más legales.
Se cruzó de brazos, fingiendo indignación.
—Solo porque mi padre sea un delincuente no significa que yo lo sea.
—Tienes razón —respondí, aunque no estaba convencida.
—¿Y tú? ¿Qué estudiarás, futura esposa?
—No me llames así —dije, incomodándome—. Creo que negocios. Quiero enfocarme en distribución.
—¿Distribuir qué? —preguntó entre risas.
—Dinero, ¿no es obvio?
Ella rió, pero luego me miró con una intensidad que me puso nerviosa.
—¿Y cuándo vas a distribuirme unos besos?
Antes de que pudiera responder, tiró de mí, haciéndome caer sobre ella.
—No quiero. No se me antoja.
Lorena soltó un suspiro exasperado.
—Nunca quieres nada. Llevamos cuatro meses juntas y no siento que tengas ni un poco de atracción por mí. Siempre me esquivas. ¿Qué demonios te pasa?
Me aparté rápidamente, mirándola con frialdad.
—Te lo dije desde el principio: todo esto es por Eli, no por ti.
Sus ojos se endurecieron, y su voz adquirió un tono amenazante:
—¿Otra vez con Elizabeth? Basta. Yo soy más hermosa que ella, y te recuerdo que puedo destruir tu carrera universitaria en un abrir y cerrar de ojos. Así que, tú decides: pruebas que me amas o esto se termina aquí.
Mi corazón se hundió. Sabía que Lorena era caprichosa y que sus palabras no eran solo amenazas vacías. Cerré los ojos por un momento, tragándome mi orgullo y mi asco, y me incliné hacia ella.
Lo que ocurrió después prefiero no recordarlo. Tuve que tocarla, besarla, hacer cosas que nunca había imaginado hacer con alguien a quien no amaba. Todo mientras reprimía las lágrimas y el asco que sentía por dentro.
Finalmente, una llamada en la puerta nos interrumpió:
—Señorita, su padre la espera abajo.
Lorena se levantó con una sonrisa satisfecha.
—Continuaremos luego —dijo antes de marcharse.
En cuanto quedé sola, corrí al baño. Lavé mis manos con desesperación, tratando de quitar cualquier rastro de lo que había ocurrido. Miré mi reflejo en el espejo, luchando por no llorar. Por Eli, me repetí como un mantra. Por Eli, puedo soportar esto.
Cuando estuve lista, regresé a la fiesta. Fingí una sonrisa mientras me sentaba junto a Lorena y su padre. Saludé a mi suegro con amabilidad y me sumergí en la farsa, como siempre.