Alejandro es un exitoso empresario que tiene un concepto erróneo sobre las mujeres. Para él cuánto más discreta se vean, mejores mujeres son.
Isabella, es una joven que ha sufrido una gran pérdida, que a pesar de todo seguirá adelante. También es todo lo que Alejandro detesta, decidida, libre para expresarse.
Indefectiblemente sus caminos se cruzarán, y el caos va a desatarse entre ellos.
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El regreso a casa
El trayecto de regreso a casa estaba envuelto en un silencio tenso. Isabella conducía con la mirada fija en la carretera, sus pensamientos y emociones estaban prácticamente desbordados por la conversación que había tenido con el médico de su madre. A su lado, Ian sostenía su muñeco de acción, observando el paisaje pasar por la ventanilla. Sentía que había algo diferente en la atmósfera, pero no podía entender qué era.
-Ian, cariño- dijo Isabella finalmente, rompiendo el silencio- Mañana podremos traer a mamá a casa.
el niño giró la cabeza prestándole toda su atención, sus ojos iluminándose con una alegría pura e inocente.
-¿De verdad, Isa?-exclamó- ¡Eso es genial! La extrañé mucho.
Isabella asintió, forzando una sonrisa mientras luchaba contra las lágrimas que amenazaban con desbordarse.
-Sí, Ian. Mañana volverá a estar con nosotros.
El pequeño empezó a hablar emocionado sobre todas las cosas que harían juntos cuando su madre estuviera en casa: juegos, películas, y comidas especiales. Isabella lo escuchaba, asintiendo y sonriendo en los momentos adecuados, pero su corazón estaba pesado con la verdad que no podía compartir con su hermano pequeño. Sabía que probablemente tendrían a su madre solo por uno poco más de tiempo, y la idea de ocultar esto a Ian le desgarraba el alma.
Llegaron a casa y, tras cenar y asegurarse de que el niño se acostaba temprano, la muchacha se permitió unos momentos de soledad. En la oscuridad de su habitación, finalmente dejó salir las lágrimas que había estado controlando por demasiado tiempo, el dolor y la impotencia se desbordaron en un llanto silencioso que solo las paredes pudieron presenciar. Sabía que tenía que ser fuerte por Ian, pero en ese momento, se permitió ser simplemente una hija que estaba a punto de perder a su madre.
Al día siguiente, Isabella se levantó temprano, preparó el desayuno y llevó a Ian al colegio. El niño, aún entusiasmado por la noticia de que su madre volvería a casa, no dejaba de hablar de los planes que tenía, su hermana lo escuchaba con una sonrisa triste, deseando que el tiempo se congelara solo en momentos felices.
-Cuida bien a mamá, Isa- dijo Ian antes de bajar del coche- Y dile que la quiero mucho.
-Lo haré, Ian. Que tengas un buen día en la escuela.
La muchacha observó a su hermano entrar al edificio escolar antes de dirigirse al hospital. El camino le pareció más largo de lo habitual, cada semáforo rojo parecía una eternidad. Cuando finalmente llegó, estacionó el coche y tomó un momento para respirar profundamente antes de entrar.
Subió a la tercera planta y se dirigió a la habitación 315. Al abrir la puerta, encontró a Ana llorando, estaba en compañia del mismo médico del día anterior. Ana levantó la vista y, al ver a su hija, estiró las manos hacia ella.
-Bel. ..- susurró Ana, con su voz quebrada por las emociones.
Isabella corrió hacia la cama y se abrazaron con fuerza. No era necesario decir nada, ambas sabían la verdad. Isabella sintió cómo el mundo se derrumbaba a su alrededor mientras las lágrimas caían sin control. Ana le acariciaba el cabello, como solía hacer cuando ella era solo una niña.
-Te quiero tanto, mamá- sollozó la muchacha, aferrándose a su madre como si así pudiera evitar que el tiempo avanzara.
-Yo también te quiero, mi niña- respondió Ana con voz suave- No llores, cariño. Todo estará bien.
El médico se apartó discretamente, dejándolas en su momento de intimidad. Después de un rato, Isabella logró calmarse, aunque el dolor seguía presente.
-Gracias por todo, Isabella- dijo Ana, mirándola con ojos llenos de amor y gratitud- Por cuidarme, por cuidar de Ian... Has sido una hija increíble.
Isabella negó con la cabeza, sus ojos aún llenos de lágrimas.
-Mamá, no hay nada que agradecer- dijo la muchacha apenas en un murmullo- haría cualquier cosa por ti y por Ian. Solo quiero que estés bien.
Ana asintió, entendiendo el peso que llevaba su hija.
-Quiero pedirte algo, cielo- dijo Ana- Sé que será difícil, pero es muy importante para mí.
-Lo que sea, mamá. Haré lo que me pidas.
Ana tomó un profundo aliento, como si reuniera todas sus fuerzas para decir lo que venía.
-Cuida de Ian, hazlo con todo el amor que tienes. Pero, sobre todo, quiero que te ocupes de ser feliz. No dejes que mi partida te impida vivir tu vida al máximo. Prométemelo.
Isabella sintió que su corazón se rompía aún más, pero asintió, sabiendo que tenía que cumplir esa promesa.
-Te lo prometo, mamá- sollozó la joven- Haré todo lo posible.
Se abrazaron de nuevo, el momento cargado de amor y tristeza. Isabella sabía que cada segundo con su madre era un regalo, y estaba decidida a aprovecharlo al máximo. Después de un rato, se separaron y el médico volvió a entrar en la habitación.
-Es hora de que vayas a casa, Ana- dijo con amabilidad.
La mujer asintió con una sonrisa, e Isabella ayudó a su madre a levantarse. Con cuidado, la condujeron al coche y se aseguraron de que estuviera cómoda para el viaje de regreso. Durante el trayecto, Isabella trató de mantener una conversación ligera, hablando de recuerdos felices y planes para los días siguientes, aunque en su corazón sabía que esos días serían escasos.
Al llegar a casa, Ian los esperaba ansiosamente en la puerta. Su rostro se iluminó al ver a su madre y corrió hacia ella, abrazándola con fuerza.
-Mamá, ¡te extrañé tanto! - dijo Ian, su voz llena de emoción.
-Yo también te extrañé, cariño- respondió Ana, besando su cabeza.
Entraron a la casa, y Ana se instaló en su habitación, rodeada de las cosas que le eran queridas. Isabella e Ian hicieron todo lo posible para que se sintiera cómoda y amada. Pasaron el día juntos, riendo, recordando y disfrutando de la compañía mutua.
Esa noche, después de que el niño se fue a dormir, Isabella se sentó junto a la cama de su madre. Ana la miró con una sonrisa suave.
-Gracias, Isa. Por hacer de estos días algo especial.
-No tienes que agradecerme, mamá. Te amo y haré todo lo posible por ti y por Ian.
Ana asintió, su expresión tranquila y serena.
-Lo sé, cielo. Y eso es lo que me da paz.
Ambas se quedaron en silencio, compartiendo un momento de tranquilidad antes de que el sueño reclamara a Ana. Isabella la observó dormir, su corazón estaba lleno de amor y tristeza. Sabía que el futuro sería difícil, pero estaba decidida a honrar la promesa que le había hecho a su madre: cuidar de Ian y encontrar la felicidad a pesar del dolor.