Todo el mundo reconoce que existen diez mandamientos. Sin embargo, para Connor Fitzgerald, héroe de la CIA, el undécimo mandamiento es el que cuenta:
" No te dejaras atrapar"
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CAPITULO 19
Pero, la fortuna estuvo de su parte. Una mujer desocupaba un lugar a pocos metros del restaurante donde Maggie se reuniría con su comensal. Maggie colocó cuatro monedas de 25 centavos de dólar en el parquímetro para cubrir una hora.
Cuando entró en el café Milano, Maggie dio su nombre al jefe de comedor.
-- Sí, por supuesto, señora Fitzgerald -- repuso él y la condujo a una mesa cerca de la ventana, donde Maggie se reunió con alguien que jamás llegaba tarde a nada.
Maggie besó a la mujer que había sido la secretaria de Connor durante los últimos 19 años hice sentó frente a ella.
-- ¿Cómo está Tara? -- preguntó Joan Bennett.
-- Más o menos bien, para usar sus propias palabras. Solo esperamos que termine su tesis. Connor Se sentiría muy desilusionado si no lo hace.
-- Él siempre se expresa con afecto de Stuart -- comentó Joan cuando el camarero apareció a su lado.
-- Si -- repuso Maggie, con mal disimulada tristeza --. Al parecer, voy a tener que acostumbrarme a la idea de que mi única hija viva a veinte kilómetros de distancia -- alzó la vista hacia el camarero -- Tráigame canelones y una ensalada.
-- Y yo quiero la pasta cabello de ángel -- añadió Joan.
-- Si, Connor y Stuart congeniaron bien -- explicó Maggie cuando el camarero se retiró --. Stuart vendrá a visitarnos en Navidad, así que vas a tener la oportunidad de conocerlo antes.
-- Será un placer -- respondió Joan.
-- Te he llamado varias veces en los últimos días -- comentó Maggie --. Deseaba que pudieras venir a cenar a casa una de estas noches, pero sigo esperando la ocasión.
-- Después de qué Connor se despidió de la compañía, cerraron la oficina de la M Street y me trasladaron de nuevo a las instalaciones centrales -- explicó Joan.
-- No es ningún secreto que él espera que, con el tiempo, vayas a trabajar con él en Washington Provident -- manifestó Maggie.
-- Me encantaría. Sin embargo, no tiene caso hacer nada sino hasta que sepamos qué ocurre.
-- ¿A qué te refieres? -- preguntó Maggie --. Connor empezará en su nuevo empleo a principios de enero.
Al cabo de un silencio prolongado, Maggie musitó:
-- Así que no consiguió el trabajo en Washington Provident después de todo.
El camarero llegó con sus platos.
-- ¿Un poco de queso parmesano? -- preguntó al tiempo que los colocaba en la mesa.
-- Si, gracias -- dijo Joan, mirando su pasta con detenimiento.
-- De modo que es por eso que Ben Thompson me trató con tanta frialdad en la ópera el jueves pasado. Ni siquiera me ofreció una bebida.
-- Lo siento -- se disculpó Joan -- . Pensé que ya lo sabías.
-- No te preocupes. Seguramente Connor planeaba contármelo en cuanto tuviera otra entrevista, y luego me diría que contemplaba un empleo mucho mejor que el que le habían ofrecido en Washington Provident.
-- Lo conoces muy bien -- apuntó Joan.
-- En ocasiones me pregunto si en realidad lo conozco -- expresó Maggie --. En este momento no tengo idea de dónde se encuentra o qué está tramando.
-- Yo no sé mucho más que tú -- repuso Joan --. Por primera vez en diecinueve años no me comentó ningún detalle de lo que iba a hacer antes de partir.
-- Está vez es diferente, ¿verdad, Joan? -- balbuceo Maggie.
-- ¿Por qué dices eso?
-- Me dijo que iba a salir al extranjero, pero se fue sin su pasaporte. Lo que creo es que todavía se encuentra en Estados Unidos. Pero, ¿por qué...?
-- El hecho de que no se haya llevado su pasaporte no prueba que no haya salido del país -- advirtió Joan.
-- Tal vez no -- acepto Maggie --. Sin embargo, esta es la primera vez que lo guarda en un sitio donde él sabía perfectamente que yo lo encontraría.
Después de unos minutos, el camarero reapareció y retiró los platos de la mesa.
-- ¿Les gustaría tomar algún postre? -- preguntó.
-- A mí no -- respondió Joan --. Solo café.
-- Igual yo -- añadió Maggie --. Sin leche -- consultó el reloj.
Solo le quedaban dieciséis minutos. Se mordió el labio --. Joan, nunca te he pedido que reveles ningún secreto, pero, te confieso que hay algo que necesito saber.
Joan se volvió hacia la ventana y observó al joven atractivo que estaba apoyado en la pared al otro lado de la calle desde hace cuarenta minutos. Creyó haberlo visto antes.
Cuando Maggie salio del restaurante faltando siete minutos para las dos, se dio cuenta de que el mismo joven sacaba un teléfono portátil y marcaba un número.
-- ¿Si? -- contestó Nick Gutenburg.
-- La señora Fitzgerald acaba de terminar de comer con Joan Bennett en el café Milano en prospect. Estuvieron juntas cuarenta y siete minutos. Grabé cada palabra de su conversación.
-- Excelente. Trae la cinta a mi oficina de inmediato.
Cuándo Maggie subió corriendo las escaleras que conducían a la oficina de ingresos, el reloj en el patio de la universidad marcaba un minuto para las dos.
Faltaba un minuto para las diez en Moscú. Connor disfrutaba del final de Giselle, interpretado por el ballet Bolshói. Sin embargo, a diferencia de la mayor parte del público, no mantenía sus binoculares enfocados en la interpretación de la primera bailarina. De vez en cuando miraba a la derecha y comprobaba que el candidato todavía estuviera en su palco.
Había sido otro largo día de campaña para Zerimski, y Connor no se sorprendió de verlo bostezar una que otra vez. El tren del aspirante a la presidencia había salido a Yaroslavl temprano por la mañana, y él No regresó a Moscú sino hasta poco antes de que se iniciara el ballet.
Cuándo la función terminó al fin y Zerimski salió del teatro, había una fila de automóviles que lo aguardaba para trasladarlo a él y a su séquito a otra estación ferroviaria. Connor noto que el número de escoltas en moto había aumentado de dos a cuatro.
Era evidente que otras personas empezaban a creer que Víctor Zerimski podría ser el próximo presidente de Rusia.
Connor Fitzgerald llegó a la estación unos cuantos minutos antes que Zerimski. Mostró al guardia de seguridad su pase de prensa y luego compró un billete para el tren de las once y cincuenta y nueve a San Petersburgo.
En un carro al otro extremo del tren, el candidato también estudiaba el itinerario con su jefe de estado mayor.